El ministro de Economía negó que Argentina vuelva a pedir préstamos al FMI, decisión que aparece como lógica, luego del enorme daño que las políticas implementadas por ese organismo le hicieron a nuestro país. En enero de 2006, el entonces presidente Néstor Kirchner realizó un pago de 10.800 millones de dólares al FMI, cancelando así […]
El ministro de Economía negó que Argentina vuelva a pedir préstamos al FMI, decisión que aparece como lógica, luego del enorme daño que las políticas implementadas por ese organismo le hicieron a nuestro país.
En enero de 2006, el entonces presidente Néstor Kirchner realizó un pago de 10.800 millones de dólares al FMI, cancelando así la deuda con el organismo de crédito que durante años monitoreó y controló las cuentas de nuestro país, a la vez que «promovía-imponía» políticas de ajuste, que tuvieron un desenlace catastrófico en diciembre de 2001.
Durante la década menemista, los argentinos nos habíamos acostumbrado a recibir las visitas de los funcionarios del Fondo, cuando propugnaban el Plan Brady, luego del cual se nos aseguraba que «no habría más deuda ni olvido». Más adelante, ya durante el gobierno de la Alianza, supimos del «megacanje» y el «blindaje», cuya consecuencia inmediata fue el «corralito» bancario, y la limitación de poder sacar dinero de los bancos, ni siquiera las chirolas que la mayoría de los argentinos percibían como salario, en un sistema obligadamente bancarizado.
La Argentina entró así en «default», un estado que para la economía global capitalista significa algo así como un «appartheid», pues lo pone fuera de toda asistencia financiera. En realidad, a tenor de los resultados obtenidos, esa asistencia fue como un salvavidas de plomo.
Después de esos terremotos, Kirchner pagó la deuda con el FMI y aseguró -claro que a un costo elevado y en los hechos reconociendo la legitimidad de esa deuda- que la Argentina era ahora «realmente soberana», pues ningún organismo internacional de crédito iba a fijar los lineamientos de la política económica. Hasta ese momento, los planes del FMI y el Banco Mundial, no sólo que no habían cumplido con las promesas doradas que pregonaban, sino que fueron dejando a la mayoría de la población sumida en el desempleo, la pobreza y la desesperanza.
En aquel momento, Alejandro Olmos presentó un amparo ante la Justicia para evitar ese pago y denunció que esa deuda que Kirchner pagó al FMI se originó en el famoso «blindaje financiero» contratado por el entonces ministro de Economía, José Luis Machinea, durante el gobierno de Fernando de la Rúa, que nos prestó en ese momento 12.449 millones de dólares, de los 40.000 que integraban el blindaje. Esa plata fue íntegramente fugada de la Argentina -junto con otros dineros- por 520 empresas. Esto lo determinó una comisión de investigación de fuga de capitales de la Cámara de Diputados, presidida por el legislador justicialista Nicola, después de analizar un informe de 90 bancos.
Una mala señal
El fin de semana pasado, el ministro Boudou estuvo en Londres junto al presidente del Banco Central, Martín Redrado, en las reuniones preparatorias de la que tendrán los presidentes del G-20, el 24 y 25 de setiembre próximos, en Pittsburg (EE.UU.).
Según Boudou, el gobierno de Cristina Fernández «no pedirá créditos al FMI», con quien pretende mantener «una relación más institucional y política que financiera». Pero no se entiende por qué, si es cierto que no se quiere ni se necesita, según las palabras del ministro, pedir créditos al FMI, se muestre interés de participar, aún de manera política o institucional, de un organismo que es un emblema de la imposición de las políticas neoliberales desde los centros del poder financiero mundial hacia los países más pobres y con menor capacidad decisoria en materia económica.
En realidad, luego de la crisis económica financiera desatada en setiembre de 2008, el Grupo de los 20 discutió un re-diseño de los organismos internacionales como el FMI y el Banco Mundial. Según Boudou, a estos organismos «la crisis les pasó por delante de la nariz y no supieron ni pudieron prevenirla». Para el ministro, deben ser «organismos de prevención y no actuar de bomberos, que apagan incendios cuando ya están desatados en los países».
En momentos en que el gobierno de Cristina Kirchner afronta críticas por los altos índices de pobreza y porque la tan ansiada «redistribución del ingreso» no se ha hecho realidad, ni siquiera luego de los seis años de gobierno del kirchnerismo, la intención de volver a actuar en el seno del FMI, aunque no se le pida créditos, no constituye una señal muy alentadora.
El Banco del Sur
En otra línea de pensamiento, se encuentran algunos economistas como Claudio Casparrino, investigador del Centro de Economía y Finanzas para el Desarrollo (Cefidar), quien contrariamente a estas señales ortodoxas, plantea que es tiempo de «profundizar las estrategias de integración financiera y económica regional, máxime cuando nuestras economías han mostrado estar más preparadas para evitar los efectos de la crisis internacional que quienes siguen detentando el manejo del jurásico organismo». Casparrino se refiere al Banco del Sur, organismo impulsado por Venezuela, como estrategia de financiamiento para los países sudamericanos, que se encuentra demorado en su puesta en marcha.
José Sbattella, ex titular de la Comisión Nacional de Defensa de la Competencia, también ha expresado que es preferible para los países de la región latinoamericana, hacer realidad el Banco del Sur como una «alternativa regional», en una clara desconexión del capitalismo globalizado.
Para Esteban Kiper, de la Asociación de Economía para el Desarrollo (AEDA), la solución debería buscarse por el lado de una combinación entre una reforma tributaria progresiva y el crédito externo, siempre que se accediera a una nueva línea flexible, que no imponga condiciones, para sortear los efectos de la crisis y fortalecer el modelo productivo.
Kiper es muy crítico del papel del FMI, que no sirvió para prevenir las crisis financieras entre 1995 y 2008, y que promovió políticas que generaron enormes ganancias para los bancos y organismos financieros, y al momento de estallar la crisis, las consecuencias las pagó la sociedad entera, con más pobreza, desempleo y mayor endeudamiento.
La otra vía
Más allá de las críticas hacia el FMI, algunas sin autoridad moral para hacerlas pues formaron parte de los elencos económicos que negociaban las políticas de ajuste con ese organismo (como el actual presidente del Banco Central, Martín Redrado, que acompañó a Boudou en su gira por Londres), no aparece tampoco como útil promover la vuelta al FMI, aún cuando se plantee discutir la capacidad decisoria de sus miembros, o la validez de su voto, tal como están planteando algunos economistas que aparecen como críticos de las políticas ortodoxas neoliberales.
La solución a los problemas de los países como Argentina y de la región latinoamericana no va a venir nunca por el lado del G-20 ni del FMI, aunque la presidenta y el ministro de Economía se empeñen en hermosear su papel en esos foros.
Un banco regional en serio, con capacidad de financiamiento sin imponer políticas de ajuste ni intereses usurarios, es posible aún en el actual contexto de crisis económica. La propuesta de Venezuela, que ya fue tomada por Argentina, Brasil, Bolivia, Ecuador, Paraguay y Uruguay, de conformar el Banco del Sur, es una vía posible. No habría que demorarla.
http://www.argenpress.info/2009/09/argentina-no-se-deberia-tropezar-dos.html