A cada minuto, de cada semana,
nos roban amigas, nos matan hermanas,
destrozan sus cuerpos, las desaparecen.
No olvide sus nombres, por favor…
Vivir Quintana, “Canción sin miedo”, 2020.
1. “Bolsas de olvido”: sacos, bolsos, alforjas; omisión, extravío, desuso. La lengua española invita a jugar con los sinónimos de las dos palabras centrales de la frase. Elementos fundamentales, los sinónimos adquieren significación sólo en la medida que se mezclan. Al hacerlo, como si fuera una suerte de alquimia, éstos se transforman en algo diferente a su composición original: algo nuevo, resultado de lo anterior; algo distinto, diferente: un almacén de desechos.
“Bolsas de olvido” es una expresión comúnmente usada en los comunicados zapatistas del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), para referirse a una explotación de aquéllos, aquéllas, aquelloas¸(como dicen los zapatistas), que son los desposeídos: de la plusvalía, por supuesto, pero también de su historia, cultura, identidad y esperanza; desposeídos, al mismo tiempo que residuos de la explotación capitalista: mujeres, campesinos, obreros, estudiantes, indígenas, cada-quien-su-modo (LGBTIQI), entre tantas y tantos otros sujetos de expoliación devienen desperdicios, desechos, basura. Condenados al olvido, menos por amnesia que por ser prescindibles, quienes integran o componen cada una de las bolsas son parte de la misma lógica de producción, circulación, consumo y desecho. Así, toda la solidez del antropocentrismo se desvanece en el aire, se disuelve, se convierte en residuo.
2. Tendencia antes que destino, escenario prospectivo antes que destino manifiesto, la dominación también convoca a su contrario, la insubordinación que irrumpe ahí mismo donde se ejerce la primera, en ocasiones como reacción, sea momentánea o coyuntural, en otras como su negación. “Bolsas de resistencia”, como se entiende en el discurso zapatista, es justo eso: si la explotación es planetaria, lo es también la resistencia; si la dominación es global, también lo es la insubordinación.
Frente a la tiranía del capital que oprime y sobaja, que expropia y se apropia, ser de izquierda es una actitud rebelde, insumisa y contestataria. Frente a la vida dañada, por doquier y en todos lados igual de angustiosa y desesperada, ser de izquierda representa más que un discurso, una ideología, un programa, un partido, una bandera, una consigna. Ser de izquierda es la afirmación de la esperanza ahí donde parece no haberla. No es la esperanza que crea el futuro, la utopía, el porvenir que nace cuando el calendario de la Revolución marca el día de la fiesta de los oprimidos, sino la que irrumpe en el plano de la vida cotidiana, alterando aquí y ahora el continuum de la historia. En el registro de lo inmediato, la sublevación rompe con la pendiente, entrecruza curvas alternativas, crea horizontes posibles. La utopía no pertenece al recuerdo del porvenir sino al presente, donde se dan cita los pasados redimidos y emergen los futuros posibles. Es en el presente donde se enciende la chispa de la esperanza.
3. Ser de izquierda es evitar que el mundo en ruinas se derrumbe encima nuestro, es hacer nacer las alas cuando nos sembraron miedo. Así da cuenta la consigna del movimiento feminista en México: “nos sembraron miedo, nos crecieron alas”, así también canta Vivir Quintana, cuya hermosa canción: “Vivir sin miedo”, se ha convertido en himno de multitudes. Sus letras se han plasmado en pancartas, playeras, carteles, bordados o mantas, entre tantas manifestaciones gráficas y artísticas, por lo que ahora es parte del repertorio de la protesta social; coreada o cantada, “nos crecieron alas” crea una identidad armoniosa y colectiva entre mujeres que tienen una doble condición: por un lado, son madres, hermanas, sobrinas o hijas en el dolor, debido a las diversas formas de violencia que se ejerce sobre ellas, entre las cuales el feminicidio[1] es la mayor: la aniquilación por el simple hecho de ser mujeres; por el otro, son un colectivo que juega a la magia, al haber hecho de la tecnología de la protesta social un acto de prestidigitación: la desaparición del espacio público. Forma de encantamiento, el 9 de marzo (9M), “Un día sin nosotras”, es la toma de control del feminismo en el calendario de la patria. Es el vacío, la nada, lo que permite ver lo que por un instante ha desaparecido. Forma de lucha no violenta (junto con el silencio, las marchas, las anticonmemoraciones u otras) la ausencia de las mujeres es la representación simbólica de su misma presencia.
A su vez, esta forma de encantamiento es consecuencia de un acto de transmutación: el 8 de marzo (8M) las mujeres toman las calles con símbolos de ángeles, colibríes o mariposas, con colores verde y morado, poniendo alas a la solidaridad, la fraternidad, la sororidad, el amor. “¿Qué cosecha un país que siembra cuerpos?”, “Que tiemble el Estado, los cielos, las calles”, “Que caiga con fuerza, el feminicida”, “¡Vivas y sin miedo!”, “¡Somos la voz de las que ya no están!”, “¡Derecho al aborto libre!”, “Ni puta por coger, ni madre por deber, ni presa por abortar, ni presa por intentar”. Es lo que se ve, es lo que se escucha, lo que se lee y siente. Multitudinaria, la marcha feminista del 8M hizo gala de la más antigua forma de protesta, según escribió Juan Villoro a propósito del Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad (MPJD): la caminata. Con razón, en el discurso fundacional del MPJD, al llegar al zócalo de la ciudad de México en una caravana que articuló el dolor de las víctimas de la “guerra del narco”, desatada por el golpista de Felipe Calderón, el poeta Javier Sicilia echó mano del mito fundador de Tenochtitlan: “Hemos llegado a pie, como los antiguos mexicanos”. Mujeres que desaparecen con símbolos alados de ángeles, colibríes y mariposas, son aquéllas en quienes se produce el ritual colectivo de la redención; es decir, de la libertad.
4. En plenas jornadas del 8 y el 9 de marzo, la rebeldía se propagó en los cinco planteles de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM), una de las más importantes de México. Desde Cuajimalpa hasta Azcapotzalco, pasando por Lerma, Xochimilco e Iztapalapa, el dictamen de una Comisión de Faltas de la unidad Cuajimalpa ―reconociendo que no tenía capacidad jurídica para resolver la queja de violación, pese a que ahí mismo se asentaba que había habido ‘penetración sin consentimiento’―, desató las tomas estudiantiles en demanda de solidaridad y justicia. En cuestión de horas, la confianza en la institución se quebró.
La indignación generalizada creó la solidaridad entre quienes pertenecen al movimiento y lo sostienen: morras (mujeres jóvenes) con sus compañeros al lado. Hay hartazgo, malestar, ira, pero también optimismo, esperanza y organización. De acuerdo con los pliegos petitorios de las asambleas, el paro huele a justicia. Las tomas de distancia crítica frente al sindicato, las autoridades universitarias y los sectores de la comunidad académica que se han solidarizado, son producto de la desconfianza (por la protección al acoso, omisión ante las quejas, o falta de jurisprudencia ágil y expedita), así como una precaución para el cuidado de su autonomía: “Este es un movimiento de estudiantes”, escuché una medianoche en una de las barricadas de la unidad Azcapotzalco.
Sin importar de quién es la mano de la última redacción de los más recientes pliegos petitorios (como objetan quienes no confían en las propias estudiantes que forman), las demandas, reivindicaciones y solicitud de reforma a los reglamentos, estatutos, protocolos e instancias de atención ante el primer contacto de la violencia de género de la UAM, demuestran, (pese a los cuestionamientos iniciales sobre el estallamiento del paro, como una votación en línea, por ejemplo) una orientación del movimiento estudiantil cuya madurez y autonomía son notables. En este sentido, más que una crisis el paro estudiantil es una oportunidad ―creada bajo presión y desde abajo― para crear un nuevo sentido común sobre el peligro de la violencia por razones de género y establecer una jurisprudencia que haga de la UAM un espacio seguro para toda su comunidad.
5. Es la fuerza de las mujeres, cuando se levantan, el instante en el cual recuperan su libertad. Se vuelven “bolsas de resistencia”: su voz es de lucha y de protesta, ésta que ha encontrado eco, de manera sorprendente, en la prensa del centro del país. Es una fuerza de naturaleza extraordinaria, contagiada por el 8M y 9M, la que ha escrito una página nueva en el libro de la universidad pública y la lucha social en México. Al hacerlo, hasta el momento (15 de marzo) ha desmentido a un escepticismo generalizado que desconfía de los movimientos estudiantiles, por el hecho de que son movimientos estudiantiles.
En la cuerpa (como se dice entre las feministas de hoy) de la UAM, territorio hoy custodiado por morras que días antes eran tan sólo ‘estudiantes’, se ha creado un laboratorio para combatir la violencia contra las mujeres en las universidades de México. Quizá de ello dependa que las escuelas de todo el país puedan ser espacios seguros: libres de acoso, maltrato, discriminación, machismo, patriarcado y otras formas de violencia. Esa es una agenda radical tan urgente como colectiva. Por tanto, si el rumbo va a construirse en colectivas, es justo lo común, lo que hoy nos convoca e interpela.
A la UAM, le nacieron alas.
Nota:
[1] A raíz de las mujeres asesinadas en Ciudad Juárez (ciudad fronteriza con los Estados Unidos, cuna de maquiladoras durante los años 90 del siglo XX), a quienes se les llamó: “muertas de Juárez”, expresión pasiva, equívoca y encubridora de la realidad, y emparentado con la noción de genocidio, el feminicidio (al igual que el de juvenicidio) sustituyó al anterior, actualizando y modernizando su significación originaria, para designar el asesinato a mansalva de mujeres por el hecho de serlo. En México, el feminicidio es uno de los fenómenos más violentos y virulentos de los años recientes.
Carlos Alberto Ríos Gordillo es profesor del departamento de Sociología de la Universidad Autónoma Metropolitana, Unidad Azcapotzalco.