El proyecto neodesarrollista nació como respuesta a la crisis orgánica del neoliberalismo en Argentina. Esa crisis no marcó el fracaso del proyecto neoliberal sino su éxito.
El kirchnerismo, como fuerza política, supo convertirse en la alternativa más útil a los intereses del conjunto de los sectores dominantes, más allá de la oposición y enfrentamiento circunstancial con ciertas fracciones. Por su parte, demostró capacidad de contener y canalizar los resultados más incómodos del neoliberalismo: una nueva fuerza social del Pueblo trabajador, que encontró en la precarización -y a pesar de ella- nuevas formas de organización y lucha. El gobierno logró desarticular parcialmente esa resistencia, canalizando algunas de las demandas de determinadas fracciones del pueblo y neutralizando el potencial disruptivo de los sectores más críticos utilizando, o en muchos casos aceptando pasivamente, la represión por parte de sus más conspicuos aliados. ¿Nada tiene que ver el Gobierno con la aprobación de las leyes anti-terroristas o la judicialización de miles de activistas? ¿Pueden aislarse los ataques al movimiento campesino de las políticas nacionales de sojización y monocultivo en el agro? ¿Nada tienen que ver las alianzas con sectores de la burocracia sindical con el asesinato de Mariano Ferreyra?
Detrás de una retórica nacional y popular se oculta un proyecto sin Nación y con el Pueblo como actor subordinado. El mítico capital nacional hoy no es más que un fantasma, siendo completamente dominado por el gran capital de orden trasnacional. El Estado posneoliberal se constituye como promotor del desarrollo pero ese desarrollo capitalista ya no puede tener contenido nacional alguno. Por su parte, el pueblo es invocado pero sin potencia, sólo reivindicado como actor pasivo. Siempre convocado para aplaudir, nunca para cuestionar o siquiera «marcarle la cancha» al gobierno. Mucho menos se espera -por supuesto- que el pueblo trabajador participe activamente en la construcción de un proyecto de país.
Esto no niega que amplios sectores del pueblo se sientan atraídos por el proyecto kirchnerista, su discurso, su liturgia, aun por los avances democráticos conseguidos por las históricas luchas populares en esta etapa. Eso es construcción hegemónica. Sólo nos cabe señalar que eso no evita dar cuenta de la voluntad del gobierno de controlar y verticalizar todas las voces disidentes a partir de un discurso binario que pone de un lado al «modelo» y del otro a todos los males («la derecha»).
Por supuesto, ciertos sectores del pueblo han experimentados mejoras objetivas frente a lo profundo de la crisis de 2001-2002. Sin embargo, el capitalismo «con inclusión social» ha sido incapaz de incorporar a una amplia masa de excluidos y carece de posibilidades de superar a la explotación del trabajo y la naturaleza como base de su propia reproducción. El capitalismo estabilizado sólo nos conduce a una nueva etapa de dominación del dinero y el capital sobre el pueblo y no a un camino emancipador.
Este gobierno no es revolucionario. No puede serlo por opción ideológica y por concepción estratégica. Sin embargo, la construcción hegemónica exitosa del kirchnerismo no lo eximirá del juicio de la historia. En la lucha por la emancipación de los pueblos será recordado como el gobierno que, frente a la opción de iniciar el camino hacia una transición anticapitalista, decidió profundizar un patrón de acumulación capitalista dependiente. Quedará en los libros de historia como un proyecto de recomposición de la dominación del capital frente a un posible camino para la participación popular en la construcción de una alternativa anti-sistémica, en la línea de otros pueblos hermanos. En lugar de fortalecer la medialuna del cambio radical en Nuestra América (acompañando a Venezuela, Bolivia y Ecuador), optaron por caminar detrás del sub-imperialismo de Brasil y China, colocando a la Argentina como su furgón de cola.
Su blog personal es: http://marianfeliz.
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