Hace unos días se conoció un documento llamado «Elecciones 2013: construir Otro Camino» [1], donde se expresan algunas ideas sobre cómo debería ser la unidad de la izquierda para el proceso electoral venidero y, parece, para los que vendrán después. Lo firman compañeros a los que respeto y con algunos de ellos he compartido o […]
Hace unos días se conoció un documento llamado «Elecciones 2013: construir Otro Camino» [1], donde se expresan algunas ideas sobre cómo debería ser la unidad de la izquierda para el proceso electoral venidero y, parece, para los que vendrán después. Lo firman compañeros a los que respeto y con algunos de ellos he compartido o comparto espacios de militancia. Por ello, estas líneas sólo pretenden ser un aporte crítico pero fraternal a lo que han elaborado y firmado.
En primer lugar, se insiste con un formato que ha fracasado: ya se ha intentado algo parecido prácticamente desde el mismo núcleo de compañeros, en épocas del conflicto por la 125, entre la patronal agraria y el gobierno kirchnerista, de lo que surgió el espacio «Otro Camino» que terminó naufragando en sus propias contradicciones.
El escrito se me antoja un tanto confuso: se encarna en lo electoral, pero esboza una especie de «proyecto» para la izquierda y la lucha por el «poder». Sin embargo, no encuentro ningún párrafo que refiera a la importancia fundamental de la clase obrera. Salvo que haya surgido otro sector de la humanidad que pueda crear la plusvalía que genera todo el movimiento de la economía mundial (apropiada o trasladada), no entiendo como un documento que se jacta de anticapitalista puede desdeñar de ella. Sin dudas, cualquier armado que se precie de ser «de izquierda» debe girar alrededor de la única clase que puede apropiarse y manejar los medios de producción, hoy en manos de la burguesía. En el texto, brilla por su ausencia.
Encuentro también el documento demasiado «condescendiente» para con el gobierno. Por ejemplo, se menciona muy «por arriba», como si fuese algo equiparable a un «error» político, la masacre y el saqueo de sus territorios a los que son sometidos los pueblos originarios y campesinos pobres por obra de las políticas gubernamentales, y ni se sugiere que ello se lleva a cabo para entregárselos a las corporaciones sojera, minera y petrolera. El sufrimiento humano debe ser denunciado sin tapujos, mucho más cuando es consecuencia de políticas inescrupulosas de los sectores de la explotación y sus representantes políticos.
Tampoco se explicita el nudo de la política kirchnerista, que es justamente el extractivismo salvaje de nuestros recursos estratégicos, arriba mencionados.
El pago -como ningún otro gobierno en nuestra historia- de una «deuda» que fue declarada ilegal, ilegítima y fraudulenta por un fallo de la Justicia vernácula es ignorado, como también el sometimiento a organismos internacionales de justicia, innegables instrumentos del imperialismo.
Estas cuestiones, que se pagan con angustia y privaciones en nuestro pueblo, hacen tambalear el pretendido «antiimperialismo» del kirchnerismo, que sólo se verifica en los dichos, pero se contradice trágicamente en los hechos.
Entregarle Vaca Muerta a Rockefeller, los minerales a Peter Munk, la producción de semillas y agroquímicos a Monsanto y las cosechas a la Grobo, sin contar que la extranjerización y concentración de la economía están en niveles iguales o superiores a los de la década del 90, son las pruebas más contundentes de ello.
Si bien considero cierto, como dice el texto, que los procesos electorales no deben utilizarse para el debate teórico dentro de la izquierda, sí hay que tomarlos como un campo de lucha ideológica contra la cultura impuesta por la burguesía. Si no, caemos en el mero electoralismo, funcional a los intereses de los explotadores.
Y es por eso que me llama la atención que nada se mencione de hechos concretos de la «década», persistentes inequidades que se toman como «avances», como que el salario promedio en el país está en los $4278 según el Indec, cuando la Canasta Familiar supera los $7500; o que el 75% de las jubilaciones están por debajo de la tercera parte de esa cifra; o que el 80% de los asalariados cobran por debajo de los $5200 (Indec); o que el 10% que más gana se lleva el 30% de la masa salarial y el 10% más pobre sólo el 1,4% (Indec); o que el 43% de los pibes no terminan la secundaria; o la pobreza que nunca deja de serlo y la sociedad desigual que han pergeñado en estos 10 años de crecimiento «a tasas chinas».
No ser «tan duros» con quienes han propiciado el procesamiento de 5000 luchadores que se han parado dignamente contra las políticas de saqueo, entrega y degradación de nuestro patrimonio y nuestro medioambiente; con quienes ostentan el nefasto récord durante su mandato de 2224 asesinados por el gatillo fácil y más de 20 por las fuerzas represivas del Estado a cargo del gobierno «que no reprime»… parece una una concesión demasiado grande. Genera escozor tal postura, sobre todo viniendo de intelectuales que, ejerciendo lo que critican, se arrogan la autoridad para definir qué es el «genuino progresismo», qué es una «clasificación simplista» o «quienes son funcionales a la derecha». La tolerancia que demuestran ante las concepciones del oficialismo, se la niegan a la izquierda más radicalizadamente opositora.
Callan ante la prédica del engaño que articula el kirchnerismo , que tergiversa no sólo la realidad, sino valores y concepciones del pensamiento emancipador. Engaño que ha penetrado en las consciencias de millones de trabajadores y sobre todo de miles y miles de jóvenes, que creen que «soberanía» es pagar una «deuda» a los buitres que la provocaron, entregarle la producción de petróleo a Rockefeller, festejar el 4 de julio en la Embajada yanqui o tocar la campanita en Wall Street. Todo enmarcado en una repugnante política punteril y clientelística que se aprovecha de los más humildes, complementada con el patoterismo intimidador hacia todo aquel que se oponga al discurso oficial, típico del pejotismo tradicional. Ese mismo que los llevó, como guiados por un código mafioso, a recostarse en lo peor del sindicalismo burocrático, con los Gordos de la CGT y el espía Gerardo Martínez como emblemas, los corruptos barones del conurbano bonaerense y los gobernadores reciclados de la época menemista. Estos canallas se han enriquecido astronómicamente en la función pública, no porque lo diga el multimedio del que fueron amigos y favorecedores hasta el 2008, sino porque es la realidad. Ser condescendientes con las políticas kirchneristas «porque hay sectores de la población que mantienen esperanzas en ellas», es dejar de lado las banderas históricas de la izquierda en pos de la gracia de las urnas.
El objetivo fundamental de un frente de izquierda, revolucionario, aún aquél que se proponga participar en las elecciones del sistema, no es «competir» para lograr escaños parlamentarios o puestos ejecutivos desde posiciones «moderadas» que se asemejan demasiado a un «neo-kirchnerismo», sino construir las bases para el cambio social de raíz, sin aggiornar el discurso. Decir las cosas tal cual son y tal cual las pensamos, sin ocultar nada. La opinión popular debe ser un dato incontrastable de la realidad, pero para intentar la mejor táctica de convencimiento, no para resignarse a «lo posible» dentro de los límites impuestos por capitalismo. En ese marco, la participación electoral no sería funcional a los intereses de los explotadores.
Entiendo la buena voluntad del escrito, y comparto el sueño de una izquierda fuerte y lejos de los viejos vicios de la vieja izquierda. Adhiero a ese aspecto de lo expuesto en el documento. Pero no se nos debe escapar que, tal como la autoproclamación y el sectarismo, el mero «electoralismo» es también un viejo vicio de algunos sectores de la vieja izquierda, que lleva al fracaso de la batalla ideológica que pretendemos encarar contra los patrones y su Sistema.
Nota:
[1] http://www.rebelion.org/noticia.php?id=170617
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