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Otro periodismo es posible (II)

Fuentes: El minotauro anda suelto

«El periodismo siempre es subversivo», Philip Jones Griffiths, fotoperiodista. Los líderes del modelo imperante de información -habría que llamarlo desinformación- se resguardan de las críticas apelando a los deseos de la sociedad como factor determinante en la elección de los contenidos. Parapetados en un argumento facilón y falaz, quieren creer que la ciudadanía se compone […]

«El periodismo siempre es subversivo», Philip Jones Griffiths, fotoperiodista.

Los líderes del modelo imperante de información -habría que llamarlo desinformación- se resguardan de las críticas apelando a los deseos de la sociedad como factor determinante en la elección de los contenidos.

Parapetados en un argumento facilón y falaz, quieren creer que la ciudadanía se compone de tontos y tontas que necesitan cuanta más basura mejor para quedarse pegados a la pantalla, para animarse a comprar un periódico o para escuchar la radio. Tienen fe en la basura porque a corto plazo es lo más rentable, lo más barato, lo más fácil.

Optan por ignorar que en otros países europeos hay programas de información tratada en profundidad que acaparan importantes porcentajes de audiencia o que imprimen el sello de calidad e identidad que necesita un medio para ganar prestigio.

Aquí mismo se han producido fenómenos recientes como que un buen reportaje de Informe Semanal sea lo más visto de la semana en TVE solo superado por un partido de Rafa Nadal.

¿De verdad piensan que nos aburre lo que realmente ocurre en el mundo?

¿Solo vemos la tele si nos descafeínan las noticias? ¿El rigor es aburrido?

¿Tenemos tan poco interés en la actualidad que necesitamos que nos la cuenten en crónicas cada vez más cortas o en vídeos de 45 segundos, porque si no nos distraemos?

Puede que sí. Pero muchos periodistas creemos que no. Por otro lado, estas preguntas tienen trampa, porque, independientemente de la presunta voluntad de una mayoría, el deber del periodismo es contar la realidad de manera de manera detallada y rigurosa.

En general, los seres humanos, cuanto más informados estamos, más queremos saber. Cuanto más sabemos, más preguntas nos surgen. Por tanto, cuanto más tiempo dure la apuesta por el show disfrazado de periodismo, nos arriesgamos a que más ciudadanos dejen de tener interés por la actualidad.

Del mismo modo, si se apostara por multiplicar los espacios informativos y éstos se mantuvieran en el tiempo respaldados por una buena promoción, es muy probable que se fueran sumando como público-lectores más y más ciudadanos, que descubrirían así nuevos enfoques, perspectivas y realidades, así como una nueva afición: querer estar bien informado.

La responsabilidad

El periodismo tiene una responsabilidad: informar con ética, con fuentes contrastadas.

No rendir pleitesía al poder, dar un altavoz a quienes no lo tienen, intentar que los que rigen el mundo no sean los únicos que aparezcan en los medios.

Pero también los ciudadanos y ciudadanas tienen en sus manos una responsabilidad: exigir información de calidad, protestar contra la banalización de los espacios informativos y de las imágenes.

(Y esto es extensible al ámbito de la política: la sociedad debe exigir a los políticos un debate de altura).

No es inofensivo

Hay un modelo de periodismo actual que eleva las anécdotas o la información de escaso interés general a la categoría de noticias. Así, nos encontramos con informativos-magazine, en los que se habla de un árbol de Navidad decorado con joyas, de un coche empotrándose contra un pajar solitario o de una carrera de pingüinos.

La inclusión de este tipo de reportajes seudoinformativos en un espacio que debería dedicar su atención exclusiva a los grandes temas de actualidad puede resultar a primera vista inocente e inofensiva. Pero no lo es.

No lo es porque cada vez que se da espacio a una seudoinformación se está enterrando una noticia. Y esa noticia a veces tiene que ver con los abusos por parte de ejércitos, de entidades financieras, de políticos corruptos; con grandes asuntos de los que dependen nuestros derechos y libertades.

Pero no se cuenta -o se cuenta mal, en 30 segundos o en media columna- porque hay que dedicar un gran espacio a una insípida cumbre de mandatarios o, peor aún, a esa crónica tan simpática sobre la nueva receta de un roscón de reyes.

Otro periodismo

Hay periodistas que creen en el periodismo que se ejerce en los grandes medios y trabajan en ellos con orgullo; están convencidos de que sólo ése es el periodismo real.

Otros permanecen en los mass media porque de vez en cuando tienen la fortuna de poder realizar desde ellos una buena labor periodística y de ese modo la frustración pasajera es recompensada temporalmente para dar paso a otra frustración y así sucesivamente, últimamente con predominio de las etapas de barbecho.

Los hay que se mantienen por una cuestión económica, necesitan pagar la hipoteca.

También están los que se cansan y se van. Renuncian a una nómina, a un contrato indefinido, incluso a un buen sueldo, con la esperanza de poder practicar un periodismo al margen de la agenda impuesta por los grandes poderes.

Unos escriben libros para plasmar en ellos el periodismo que no cabe en los mass media; otros realizan documentales autofinanciados que encuentran hueco en los circuitos de festivales extranjeros o en cadenas de prestigio internacional.

Hay quienes trabajan como free-lance y ofrecen sus crónicas a los mass media, que cada vez «compran» menos y pagan peor.

Algunos han llegado a ofrecer su trabajo gratis, hartos de que les pongan como excusa la falta de dinero para pagarles, y aún así, no han conseguido que sus reportajes, a veces de gran calidad, sean difundidos. No hablo solo de principiantes, sino de reporteros con mucha experiencia.

Entre esos periodistas que han abandonado grandes medios están los que buscan -y encuentran- en Internet el modo de poner en práctica la máxima de que otro periodismo es posible. La información en la Red no necesita del gran capital para ser difundida, no precisa de caros envíos por satélite ni de rotativas. Así han surgido importantes iniciativas como propublica.org en Estados Unidos o mediapart.fr en Francia.

En los países anglosajones, con una sociedad civil más participativa en este tipo de cuestiones, algunos de estos proyectos obtienen financiación a través de filántropos, de las donaciones mensuales y voluntarias de sus lectores o por ambas vías. Es el caso de la ya histórica democracynow.org.

Aquí en España iniciativas de calidad como periodismohumano.com han optado por este tipo de financiación sin duda valiente -basada en las donaciones de los lectores- en un país en el que nos quejamos mucho de la calidad de la información pero no nos damos cuenta de que tenemos algunas herramientas para conseguir que otra sea posible.

Cuando las noticias «no caben»

Hace unos días un reportero extranjero de prestigio, con varios premios periodísticos internacionales, me describía el hartazgo y la frustración que siente cada vez que algún medio rechaza publicar sus trabajos, en los que los protagonistas son víctimas de las grandes injusticias que azotan el mundo.

– «¿Con qué cara vamos a mirar a los moribundos, heridos o a los familiares de muertos con los que hablamos en Haití, Afganistán, Irak, Gaza, Congo, etc, que nos han abierto las puertas de su casa y de su corazón durante días o semanas para que contemos al mundo lo que les está pasando, si al final no logramos que se publique lo que les está ocurriendo?», se preguntaba.

A los que nos hemos dedicado a viajar a zonas castigadas se nos ha descolocado el estómago a menudo al comprobar que el niño herido que tenemos a nuestro lado no merece -según los locos parámetros de los mass media- espacio en las páginas de información;

Que los cinco cadáveres que hay a nuestros pies no tienen cabida en el llamado periodismo porque han tenido la mala suerte de morir el mismo día en el que se realizaba el sorteo de la Lotería Nacional.

Que una mujer torturada en Abu Ghraib «no cabe» en el informativo; que una familia de haitianos que protesta contra la injerencia extranjera «no vende».

Que la lucha admirable de una mujer guatemalteca por llevar a la justicia a criminales de guerra «no es televisiva» según el absurdo esquema de algún mediocre editor, o que las causas de la crisis económica no merecen espacio porque son un asunto complicado que pueden aburrir al espectador, bajar la audiencia o, quizá enfadar a los socios ricos del jefe del medio de comunicación.

Y así, un día nos levantamos por la mañana y gritamos que la ausencia en algunas páginas de actualidad de las grandes noticias del mundo es un delito; que este no-periodismo está engañando y adormeciendo a las sociedades; que las poblaciones que no están bien informadas pueden ser fácilmente manipulables; que la información de calidad, como servicio público, es la base de las sociedades libres y democráticas.

Que, como dijo Albert Camus, hay épocas en las que toda indiferencia es criminal.

Por ello, que no cuenten conmigo.

Fuente original: http://minotauro.periodismohumano.com/