Los trascendidos sobre el desembarco de miles de millones de dólares provenientes de China, Corea del Sur y Taiwán desataron una fiebre amarilla sobre la supuesta «liberación nacional» del yugo de la deuda y sus sicarios, los burócratas del FMI. Si bien el gobierno no anunció nada aún de forma concreta y tajante, como tampoco […]
Los trascendidos sobre el desembarco de miles de millones de dólares provenientes de China, Corea del Sur y Taiwán desataron una fiebre amarilla sobre la supuesta «liberación nacional» del yugo de la deuda y sus sicarios, los burócratas del FMI. Si bien el gobierno no anunció nada aún de forma concreta y tajante, como tampoco lo hizo Brasil que se encuentra embarcado en similares negociaciones, la realidad es que la gira presidencial de Néstor Kirchner por China se vino con un pan bajo el brazo. El asunto es quien comerá ese pan, quienes las migas, y quién quedará con la ñata frente al vidrio.
Primero circuló la inverosímil versión que China otorgaría a la Argentina unos 20.000 millones de dólares para cancelar gran parte de la deuda con el Fondo Monetario Internacional. En primera instancia, no es un imposible ya que el gigante mundial posee 300.000 millones de dólares en bonos de la Reserva Federal de Estados Unidos, país que dado su galopante déficit bélico vería con buenos ojos el retorno de divisas.
Pero luego, ante las primeras repercusiones, el gobierno «frenó» el «megaanuncio» que Kirchner iba a dar por cadena nacional el pasado viernes 5 de noviembre por lo irreal del paquete que se pensaba «vender» a la opinión pública. De ser apenas un «préstamo» chino, tal como habían hecho circular muchos funcionarios de la presidencia, en primer instancia no significaba la «solución» al problema de la deuda externa, sino que en sintonía con la política del ministro de Economía, Roberto Lavagna, se seguiría pateando el conflicto para más adelante, algo que los tecnócratas llaman «reestructuración», y no es otra cosa que dejarle a futuras generaciones un problema de imposible solución.
En el plano político, la administración Kirchner estaría aprovechando un momento histórico y abordando uno de los últimos trenes que le queda. Dentro de tres décadas China será la primera potencia económica del mundo, desplazando a Estados Unidos (lo que no implica la desaparición del imperio del escenario global) y una sociedad con semejante mercado asegura un intercambio venturoso, si se lo sabe aprovechar, teniendo en cuenta que se está negociando con un país con más de 1.200 millones de habitantes.
Esta irrupción de China en la región plantea un escenario diferente a las relaciones unidireccionales de dependencia de los gobiernos sudamericanos. Desde la caída de la Unión Soviética en 1991, no existía en el mundo ninguna megapotencia sobre la cual apoyarse y la opción era sólo con Estados Unidos, que nos quiere «estrangular», o con la Unión Europea, que también nos quiere «estrangular». China, sólo por ahora, no. Pero claro está que no se está tratando con Mao Tse Tung, sino con los burócratas sucesores que de tan comunistas legalizaron la propiedad privada, para fastidio del líder de la revolución china desde la tumba.
Inclusive sería venturoso que China irrumpiera en el «mundo financiero» como decían aquellos rumores. La llegada de un préstamo de tales magnitudes, sólo sería un cambio de acreedor, con otros plazos y condiciones, pero acercarían a la Argentina a usar ese dinero para despedirse del FMI, finalizar con las auditorias y cartas de intenciones y ya no podrían presionar por los tenedores de bonos que quedarían debilitados. Esto, claro está, siguiendo con esta política económica neoliberal, que usaría ese dinero en cancelación de una deuda fraudulenta, ya paga, en vez de invertir en educación, salud y desarrollo tecnológico del país.
Pero lo cierto es que ese dinero llegará en forma de inversión a la Argentina: China dispondría de ese dinero para la construcción de infraestructura y explotación de recursos naturales. Esto traería la construcción de nuevas líneas ferroviarias con trenes de alta velocidad y compra de minas, entre ellas, la de Valadero, provincia de San Juan, que es el mayor yacimiento de oro y plata del mundo sin explotar, hoy propiedad de la canadiense Barrick Gold, y la reactivación de Hipasam, el complejo minero de Sierra Grande. ¿No suena muy británico «ferrocarriles y minas»? Falta la libre navegabilidad de los ríos y el último que apague la luz.
El interés chino, claro está, se focaliza en la Patagonia, una de las mayores reservas de recursos naturales no renovables con escasa explotación, no solo en cuanto a minería respecta, sino también las reservas de agua potable. Más al norte el interés oriental se encuentra en el alimento. A diferencia de su rival comercial de mayor envergadura (Estados Unidos), China se encuentra en una delicada situación alimenticia, habiendo llegado al techo de su producción agrícola este año y teniendo semejante población que alimentar (casi el doble de toda la población del continente americano). Argentina, donde un cuarto de la población padece hambre, y el 30 por ciento vive en la indigencia, produce alimentos anualmente para 300 millones de personas. De allí el interés chino de instalar colonias agrícolas en La Pampa con los más modernos sistemas de riego y embarcar la producción hacia el Pacífico, lo cual, valga la pena, implicaría la reactivación económica regional si el acuerdo bilateral es concienzudo.
Pero las pretensiones sobre la Patagonia son bien diferentes. China y Taiwán (provincia china que pretende mantener su autonomía como país independiente) trasladarían las industrias más contaminantes que tienen ya dentro de sus propias fronteras superpobladas y superindustrializadas, y su consecuente polución, al sur de la Argentina, zona despoblabada, sin explotar y sin contaminar.
Por su parte, la inversión en recursos mineros tiene dos aspectos totalmente negativos para el país: el primero, es que esos recursos, obligatoriamente deben ser explotados por el Estado argentino para el Estado argentino, siendo de carácter estratégico por donde se lo mire; en segunda instancia, porque el tipo de explotación minera que aplica China es de carácter intensivo, es decir, empleará mucha mano de obra en un país donde la desocupación es desesperante, pero al mismo tiempo la aplicación de tecnología de avanzada sería prácticamente nula, lo que traería un impacto ambiental negativo de consecuencias casi irreversibles, es decir, una extracción con mano de obra intensiva al estilo del s. XIX, pero con los químicos del s. XXI.
Finalmente, la Patagonia sería «poblada» ante la imperiosa máxima de las Naciones Unidas que fogonea desde hace años que territorio despoblado será reconocido como «Territorio de la Humanidad», siembre y cuando, obvio, no se trate de Alaska o la siberia rusa. Pero, ¿no será que los nuevos pobladores terminarán reclamando la soberanía sobre ese territorio?
El complejo minero de Sierra Grande resulta vital para la geopolítica China en absolutamente todas las ventajas que presenta. Es una de las minas de hierro más grandes del planeta que quedan por explotar, que quedará en manos de un país que no cuenta con dichos recursos que pueda alimentar su crecimiento militar e industrial. Sierra Grande (Hipasam) tiene puerto propio y además es una reserva de hierro calculada a 1000 años, con una veta del mineral que va desde el Atlántico hasta la Cordillera de los Andes. Esta información, a la que recientemente tuvimos acceso, está constatada por fotografías satelitales que son conocidas en la Secretaría de Minería y también está en conocimiento del general Roberto Bendini, militar patagónico de confianza de Kirchner y jefe del Ejército, habiendo sido el complejo de Sierra Grande de la órbita de Fabricaciones Militares.
Esta «cesión» de recursos resulta al menos curiosa, cuando apenas se está concibiendo Enarsa, la energética estatal mentada paradójicamente por el fervoroso privatizador de YPF, el secretario general de Presidencia, Oscar Parrilli. Al mismo tiempo, tales reservas de hierro resultan vitales para dos proyectos que tantean los mandatarios del Mercosur: la refundación de la marina mercante nacional, que hoy tiene que transportar todo lo que sale o entra con buques de bandera extranjera, y la integración de las fuerzas militares en una suerte de tratado del Atlántico Sur (no hace falta aclarar que cualquier sea el desarrollo, tal recurso es indispensable). El carácter golpista de los militares autóctonos es indiscutible, pero lo que sí es discutible es la dirección discursiva y el rumbo real de los hechos.
Queda además ante estas evidencias, reflexionar realmente si este gobierno realmente pretende sepultar la década del ’90 y su saqueo neoliberal iniciado por Martínez de Hoz, o si en cambio carece totalmente de un proyecto nacional y para paliar un cáncer toma inocuas aspirinas mientras, luego de los años de la venta de las joyas de la abuela, se apresta para vender los últimos velos de dignidad, con un pueblo hambreado que en el corto plazo, no pedirá rendición de cuentas, aunque sea tan sólo por unas migas de pan.