La «tribuna de doctrina» sigue exhibiendo total coherencia al referirse al terrorismo de Estado y la dictadura que lo implementó. Los defiende con los mismos sofismas y el léxico de cuatro décadas atrás. El rescate de un episodio poco conocido de su redacción de hace treinta años, en épocas de plena impunidad.
Si hay algo que el diario La Nación conserva, es su coherencia ideológica. Sus editoriales de hoy siguen la misma línea que los que escribían sus periodistas en tiempos de la dictadura.
La democracia no les cambió esa visión brutal de colocar a la víctima y al victimario en un mismo plano de igualdad.
Llamar guerra al genocidio, centros de recuperación a los campos de concentración, excesos a las torturas, detenciones a los secuestros, enfrentamientos a los asesinatos o adopciones al robo de bebés son, entre otros, los falaces argumentos empleados para justificar el plan criminal aplicado por los militares, tal como lo definió el fallo del histórico juicio a las juntas de comandantes.
Todo es igual, nada es mejor, diría Discépolo.
Además de una cuestión ideológica, la misma que tenía Mitre, su fundador, el centenario matutino comparte con su colega Clarín un delito considerado de lesa humanidad como fue la apropiación de Papel Prensa que la dictadura consumó en 1978 bajo la aplicación de torturas y amenazas de muerte a sus legítimos propietarios.
La fotografía que ilustra esta nota, en la que aparece el genocida Videla brindando por la nueva conquista junto a Ernestina Herrera de Noble, Héctor Magnetto y Bartolomé Mitre, es un testimonio irrefutable de la complicidad cívico-militar y que tuvo en la Iglesia Católica la tercera pata.
En 1988, hace casi treinta años, dos docentes de la Universidad estadounidense de Stanford visitaron varios medios de comunicación argentinos, entre ellos el diario La Nación.
Sonia y Carol Ebel (1) tenían interés en conocer de primera mano lo que había ocurrido con los niños arrebatados a sus padres biológicos y con los periodistas desaparecidos. Lo que sigue son las respuestas obtenidas en La Nación.
«Casi todos eran huérfanos, abandonados por sus padres guerrilleros. Las personas que se quedaron con ellos, hicieron una buena cosa».
«De este diario no hubo ningún periodista desaparecido, de lo cual nos sentimos orgullosos».
Decir que los centenares de niños apropiados fueron abandonados por sus padres es negar uno de los mayores crímenes cometidos por el estado terrorista.
Como bien se dijo en el libro Nunca Más, «despojados de su identidad y arrebatados a sus familiares, los niños desaparecidos constituyen y constituirán por largo tiempo una profunda herida abierta en nuestra sociedad. En ellos se ha golpeado a lo indefenso, a lo vulnerable, lo inocente y se ha dado forma a una nueva modalidad de tormento».
En cuanto al orgullo de La Nación por no tener periodistas desaparecidos es una forma de estigmatizar a los ciento treinta periodistas y escritores asesinados por la dictadura y darle permanente vigencia al perverso razonamiento de que «por algo será».
Por algo será también que están alentando a Macri a terminar con lo que el desquiciado presidente ha llamado el curro de los derechos humanos, que no es otra cosa que negar la verdad histórica y echar un manto de olvido sobre tantas atrocidades para olvidar culpas.
Las propias y las ajenas.
Leer también: 750 genocidas fueron condenados por delitos de lesa humanidad
Juan Carlos Martínez. Periodista, escritor y director del periódico pampeano Lumbre. Autor de los libros La apropiadora, sobre Ernestina Herrera de Noble, y La abuela de hierro, obra que refleja la búsqueda de Matilde «Sacha» Artes de su nieta Carla, apropiada durante la dictadura. En la página 185 de la primera edición de este libro se encuentra el episodio narrado en (1).