Un 17 de agosto, a 170 años de la muerte de San Martin lejos de la Patria, en el pico de la pandemia y como insulto a su figura, salieron agresivamente a la calle los “antitodo”.
Salieron a contagiar su odio anticuarentena, antiestado, antiexpropiación, antiFranciso, antimédicoscubanos.
En definitiva, antipueblo.
A todos los une su anticomunismo y su antiperonismo, hoy en clave antikirchnerista, bandera pirata bajo la cual comprometen la salud pública y buscan abiertamente deslegitimar y desestabilizar al gobierno elegido democráticamente.
Son los mismos que aplaudieron la eliminación de la figura del Libertador en los billetes, sacaron su retrato de la casa de gobierno y pidieron perdón a un rey corrupto del imperio que derrotó militarmente.
Son los herederos de quienes en su tiempo -como Rivadavia y Alvear- lo acusaron de corrupto e intentaron asesinarlo para ahogar la lucha contra el imperio colonial, su aliento a la guerra de guerrillas de los gauchos de Güemes y su gesta libertadora continental.
Los aterraba su gestión en la gobernación de Cuyo, donde mediante una fuerte intervención estatal promovió la producción criolla, la educación y la salud pública, financiadas con una política tributaria progresiva, impuestos a la riqueza y expropiaciones de la sacrosanta propiedad privada.
Un travestido senador justicialista, que habitualmente se disfraza del genocida Mitre para agredir a los pobres de nuestra patria y de la región, agrede a los funcionarios y los epidemiólogos que se juegan diariamente contra la Pandemia de Covid 19: “no van a poder salir a la calle”.
Una desertora de la JP reclama una libertad que nadie le quitó, al punto que puede desafiar con un “No vamos a dejar que hagan de la Justicia una Unidad Básica”, y amenaza impune: “en peligro, todo está permitido”.
Desde su sorprendente capacidad para ocupar puestos ejecutivos en cualquier gobierno, aporta a la confusión general un vanidoso interprete de Juan Perón: exalta la predica de los medios de comunicación hegemónicos y exige que “el peronismo se saque de encima al kirchnerismo”.
Tampoco faltan “comunicadores” y formadores de opinión, los que renegados de la “izquierda nacional” o del PC, coinciden sembrar pánico ante la supuesta senda que nos lleva hacia Cuba o Venezuela, y en su envenenada prédica se indignan ante “algunos comunistas (que) volvieron a encontrar una redención en el kirchnerismo”.
¿Manifestantes poseídos por un delirio irracional, medievales, en algunos casos?, ¿temeraria irresponsabilidad de tal o cual dirigente? ¿periodistas que alquilan su pluma o su voz para taladrar el sentido común? ¿rabiosa inquina ante sus privilegios amenazados? Un poco de todo esto, pero aún más.
El anticomunismo y el antiperonismo nunca se impulsaron como un fin en sí mismo. Siempre fueron herramientas para frenar ideológicamente, pero también encarcelar o eliminar físicamente a sus portadores, como modo de amedrentar y frenar los movimientos emancipadores en el plano político, ya no digamos social.
Es el mismo objetivo que persiguen sus reactualizaciones contemporáneas en términos de “antipopulismo” y antikirchnerismo, que vomitan diariamente seudointelectuales de un sentido común reaccionario y traducen, grosera pero eficazmente, los sicarios mediáticos del privilegio.
La estrategia anticomunista y antipopulista (del que suponen de izquierda, por supuesto) se desarrolla en el plano nacional e internacional, a la vez que busca eliminar la memoria histórica de lucha de nuestros pueblos, cuestionando sus bases ideológicas, borrando las ideas y hechos constitutivos de su tradición, o tergiversando y mintiendo abiertamente sobre ellos.
En una larga conversación que mantuvimos días atrás, mi amigo e historiador Pablo Leoncini bosquejó tres ejes de reflexión acerca de esta ofensiva que venimos soportando, con escasa respuesta teórica y práctica desde el campo popular.
En el plano nacional, a partir de la incapacidad histórica de la burguesía argentina para producir alguna referencia de autonomía nacional en lo político cultural o económico general, se reproduce un mecanismo clave de un sector de la derecha internacional al invertir la vieja consigna de Mao para la guerra revolucionaria: si aquel instruía a los combatientes a moverse en el seno del pueblo “como pez en el agua”, ahora se pretende justamente “quitarle el agua al pez”, para para ahogar cualquier intento de cambio progresivo.
Para este objetivo generan diversas operaciones ideológico-comunicacionales complejas, a fin de crear las condiciones político-sociales de ilegitimidad de cualquier medida reformista que tienda a un mínimo de afectación del interés del gran capital mediante intervencionismo estatal o redistribucionismo neokeynesiano. Y redoblan sus esfuerzos ante la explosiva situación económica de la pandemia, la que pone en el eje del debate reformas imprescindibles, pero que no se dirimen en el terreno de la tecnocracia económica sino en la pulseada de las relaciones de fuerza políticas.
El freno a cualquier brote reformista “populista” en nuestros países, es parte de una política de mediano y largo plazo del poder militar-financiero-comunicacional estadounidense.
La pandemia también agravó de forma exponencial la tendencia del capitalismo a la crisis que se venía destacando en los últimos años, y en regiones clave del mundo puede peligrar la pretensión estadounidense para mantener o amplificar su control directo o semidirecto producto de la creciente presencia china y rusa.
En ese contexto, el anticomunismo y el antipopulismo sirven de plataforma para mantener su hegemonía, enfrentar todo indicio de multilateralismo, de cooperación y concertación igualitaria en las relaciones entre las naciones.
En el plano de la memoria histórica, lejos de ocuparse del pasado como de un fenómeno muerto, busca la eliminación –desde el presente– de toda la experiencia organizativa y programática del movimiento obrero, de la lucha de clases y de las posibilidades emancipatorias.
En nuestro país, esa ofensiva ideológica apunta al desprestigio de las tradiciones tanto de los partidos comunistas como del guevarismo, pero sobre todo a hueso hoy más duro de roer: las de las conquistas de los gobiernos peronistas y, luego de 1955, la Resistencia y sus continuadores más combativos.
Estas tres corrientes no sólo fueron demonizadas, sino que hoy se trabaja denodadamente en la tergiversación y ocultamiento de aportes, los que en el presente resultan vitales para incidir en política desde una perspectiva de transformaciones profundas en la estructura económico-social del país.
Cuando decimos Memoria referimos a mucho más que al recuerdo de camaradas y compañeros que nos fueron arrebatados. Rescatamos los objetivos de su lucha, por lo que despojar de esta herencia a las nuevas generaciones que deben continuarla es una forma de mantener el poder del privilegio.
¿Una primera conclusión?
Estamos frente a una estrategia de largo asedio, donde el enemigo aprendió de Gramsci y construye la base cultural para que la mayoría social sea cada vez más reaccionaria y limite al extremo las posibilidades no ya de una revolución social, sino del más básico reformismo democrático popular.
En consecuencia, han ingresado en una etapa claramente desestabilizadora y golpista con un peligroso incremento diario de la violencia discursiva y hasta física, cada día más envalentonados. Sin demoras ni vacilaciones, urge una respuesta contundente y organizada del campo popular, a la vez que firmeza en la respuesta gubernamental.