Con algo más de dos meses en el gobierno, el actual presidente ha demostrado que no se ciñe a los parámetros habituales de una gestión gubernativa. Lo que no quita que no sea un mero excéntrico ni un “lobo solitario”, sino un impulsor de intereses y lineamientos político-económicos muy concretos.
Ya es hora de abandonar la espera de que Javier Milei se comporte como un político más o menos tradicional. Cuando el actual presidente de Argentina era sólo el mandatario electo, abundaron las especulaciones periodísticas acerca de que el candidato triunfante abandonaría más bien rápido el discurso y las actitudes propias de la campaña electoral, una instancia en la que menospreciar o incluso enlodar a los adversarios es un recurso más que habitual. El socorrido “Teorema de Baglini” salió a relucir.
Según esas suposiciones sus actitudes incendiarias cederían el lugar a un tono más reposado y sus propuestas extremas se moderarían al calor de las restricciones propias de la gestión. Su talante ofensivo hacia contrincantes e incluso dirigido a aliados o ex-aliados cedería lugar a la búsqueda del diálogo y los consensos.
Esto último era presentado como una verdad indudable, dado que La Libertad Avanza (LLA) sólo contaría con un reducido bloque en ambas cámaras del Congreso Nacional y tendría nula incidencia en provincias y municipios. Necesitaría amplios acuerdos.
El anarcocapitalista o “ultraliberal” de rasgos dogmáticos y hasta mesiánicos, cedería lugar a un “neoliberal” más o menos normal, más allá de algunos excesos propios de un temperamento indómito y un compromiso ideológico muy acentuado.
Por cierto estas conjeturas se desarrollaban sobre todo en ámbitos políticos, periodísticos y académicos cercanos al pensamiento y la acción liberal-conservadores. Quienes están más inclinados al “progresismo” y más aún si a la izquierda, no dejaban de alertar en torno a la ideología reaccionaria del personaje, sus promesas de privatización total, el aparente disparate de someter al país a la moneda norteamericana.
Asimismo se advertía, con insistencia y a viva voz, en que no había por qué descreer del propósito anunciado de imponer un ajuste económico y de la administración pública de rasgos brutales, mucho más allá del que propiciaba el propio Fondo Monetario Internacional (FMI). Amén de la aplicación de un programa generalizado de privatizaciones de las empresas pertenecientes al Estado nacional.
Acerca del luego presidente electo cundió además la advertencia de que las excentricidades no eran pura extravagancia, sino que apenas encubrían un propósito de empoderamiento absoluto del gran capital internacional y local, que entre sus destructivas derivaciones tendría la de una ofensiva en toda regla y signada por la velocidad, sobre derechos, conquistas, ingresos y condiciones de trabajo de los asalariados y de los sectores más empobrecidos. “Gatito mimoso del gran capital”, lo llamó la también postulante presidencial Myriam Bregman, en frase muy recordada no sólo por la picardía de su construcción sino por la certeza conceptual que contenía.
Ya en el plano sociocultural la perspectiva reaccionaria de los “libertarios” en materia de género, defensa del ambiente, pueblos indígenas, migrantes, diversidades, completaban el cuadro de un menú indigerible para cualquiera que esté alineado no ya con el progresismo sino con alguna versión de la “modernidad”.
El señor presidente.
Aun así, una vez consumada la asunción presidencial, las predicciones que llamaban a la calma se vieron contrarrestadas, aún para el gusto de los más conservadores. Ya en los primeros días de gobierno se tornó difícil hacer compatible la defensa de la gestión con el discurso “republicano” que ha sido el leit motiv de la derecha argentina durante muchos años.
Ubicado en el sillón presidencial, Milei apareció empeñado en ridiculizar, insultar y ejercer la coerción hasta el límite de la rendición sin condiciones a cualquier instancia, institucionalizada o no. Bastaba para desencadenar su furia el menor intento de resistencia. O incluso alguna tímida objeción hacia sus designios.
En el primer debate parlamentario de trascendencia que tuvo que afrontar la nueva gestión, el de la llamada “ley ómnibus”, al comienzo pareció abrirse paso cierto talante negociador. Aunque con incontables idas y vueltas así como desautorizaciones desde la presidencia a las gestiones “dialoguistas” de ministros y legisladores, finalmente se hacían concesiones, se modificaban y sobre todo se suprimían artículos del proyecto. Hasta el ministro de Economía Luis Caputo, que no se caracteriza en particular por la disposición al diálogo, selló con su pública anuencia el retiro de todo el capítulo fiscal de la futura ley.
Como es sabido, al adentrarse en la discusión artículo por artículo, quedó evidenciado que seguían existiendo objeciones. Y que la aquiescencia que se había alcanzado con la aprobación en general no se proyectaba sobre cláusulas que afectaban intereses locales o sectoriales, o hacia las cesiones de facultades en exceso amplias. Bajó “de arriba” la indicación de terminar con la discusión del proyecto, de que “volviera a comisión”, lo que rápidamente se trasuntó como un retiro liso y llano de la propuesta.
Fue entonces que volvió, con renovada fuerza, la ira presidencial. “Traidores, banda de delincuentes, parásitos”, fueron sólo algunas de las lindezas obsequiadas a los miembros de la cámara de diputados que habían osado retacear la aprobación a alguna sección del variopinto y larguísimo proyecto de ley.
Unos días después, Milei se superó en lo que otrora alguien llamó “el arte de injuriar”. Llamó “nido de ratas” al Congreso Nacional. Ya no queda mucho margen para humoradas o disculpas benévolas. La ominosa deshumanización de quien es construido como “enemigo” no podía ser más explícita.
Quedó más claro aún que el primer magistrado no tiene tapujos para desconocer la legitimidad de quienes nuestro sistema constitucional inviste como “representantes del pueblo”. Incluso los acusó de malversar el mandato que el pueblo le había conferido con su voto.
De nada valía para el “libertario” que esos representantes tuvieran tanta legitimidad electoral como él. No sólo se trató de ofensas hacia los legisladores sino de amenazas contra todo el armazón institucional de nuestro país. Amagó con no enviar ningún proyecto más al parlamento, gobernar por decreto y llamar a consulta popular para refrendar por vía extraparlamentaria sus propósitos.
Los papeles se les habían quemado a muchos de quienes, sin enrolarse en LLA, sostenían, desde las tribunas políticas o de opinión, tesis “dialoguistas,” “dadoras de gobernabilidad”; los que repetían que “Si al gobierno le va bien, a Argentina le irá bien”. Cómo hablar o escribir en nombre de la división de poderes, el Estado de Derecho o la responsabilidad de los gobernantes, frente a tamaña catarata de desprecios o directas negaciones de las normas imperantes, con la Constitución Nacional al frente.
Para algunes voceros oficiosos del nuevo gobierno la dificultad no pareció importar mucho. Deslizaron alguna crítica hacia los rasgos de “populismo de derecha” y elucubraciones en torno a la voluntad del presidente de establecer una relación directa con sus bases de apoyo de modo de prescindir de “mediaciones”. Sin embargo continuaron en el sostén de la idea de que Milei es “el cambio”.
Decían percibirlo, a despecho de todo, como la única vía de salida de que disponía nuestra sociedad para dejar atrás largas décadas (o más de un siglo, en las visiones más radicales) de demagogia sin frenos, desmadre fiscal, desenfadada emisión de moneda. Asimismo sería necesario terminar con el “festín” que se traslucía en el hecho de que muchos millones de compatriotas “vivan del Estado”.
Además, a no olvidarse, el actual presidente puede ser abanderado de las “reformas indispensables” que el grueso de las grandes empresas predican hace tiempo: Reforma previsional, laboral, tributaria y del Estado. Lo que significa reducción del gasto social, libertad de avance del capital sobre el trabajo, sistema impositivo “simplificado”, aún más regresivo que el actual. Y por último privatizaciones y despidos en masa en el seno del aparato estatal.
La vulgata neoconservadora acusaba obstáculos en su camino. Pero no parecía dispuesta a abandonar el sendero de apoyo, crítico si fuera indispensable, al “león” que ruge contra los principios a cuya inflamada defensa dedicaron miríadas de palabras y millares de páginas en el pasado reciente e incluso inmediato.
Ay, las provincias.
Una nueva complejidad ha despuntado a medida que el mandatario enfiló sus cañones contra los gobernadores, cortándoles recursos por todos los senderos posibles, desde los subsidios al transporte público hasta el Fondo Nacional de Incentivo Docente (FONID), recortes que se sumaron al virtual cese de la obra pública nacional y a la disminución sustancial de las llamadas “transferencias discrecionales a provincias”, anunciadas en los primeros días de gobierno. Nada menos que el federalismo se sumaba al listado de agravios contra las instituciones. Y la suerte de los habitantes de los distintos territorios quedaba aún más comprometida.
La primera vuelta de insultos partió otra vez de considerarlos “traidores” por no haber inducido a los legisladores de sus respectivas provincias a votar sin limitaciones el megaproyecto y fue seguida por las restricciones de recursos ya mencionadas.
El gobernador cordobés Martín Llaryora fue al principio el más hostigado por Milei y a la recíproca el más contestatario ante sus actitudes. Hace pocos días comenzó un nuevo vuelco cuando el primer mandatario le practicó un quite adicional de fondos a la provincia de Chubut, esta vez de los coparticipables, a cuenta de una deuda impaga con el Estado nacional.
El gobernador Ignacio Torres respondió con la promesa de que, de mantenerse la quita, interrumpiría los envíos de hidrocarburos al resto del país. La trama se complicó: No es un gobernador opositor sino de PRO, el partido al que se supone cada vez más cercano al gobierno y abocado a establecer algún tipo de alianza estable con la actual gestión.
El joven e impetuoso Torres, ante la falta de diálogo con el gobierno nacional arrastró en su defensa a los jefes provinciales patagónicos, principales proveedores de combustibles. Y luego al resto de los gobernadores (salvo el converso Osvaldo Jaldo, peronista de Tucumán), de todas las fuerzas políticas, incluido el bonaerense Axel Kicillof y el jefe de gobierno de la ciudad de Buenos Aires, primo del expresidente Mauricio Macri.
Lo que queda a la vista es que el dirigente libertario está dispuesto a lanzarse contra cualquier institución, nacional o local. Y no se amedrenta por sostener un duro pleito incluso con quienes han estado ávidos de brindarle “gobernabilidad” y facilitarle “las leyes necesarias para que avance el cambio”.
De paso, ha desatado una crisis al interior de la ya dividida derecha argentina. A la virtual extinción de Juntos por el Cambio (JxC) se suma ahora la posibilidad de que se genere una escisión en PRO. Esto último porque la hasta ahora presidente del partido y única representante suya en el primer nivel del gabinete nacional, Patricia Bullrich, no dudó en salir a respaldar al presidente contra los gobernadores díscolos.
Un choque abierto Bullrich vs. Macri sería un agregado de potencialidad letal en el ya muy ajado terreno de la derecha “clásica”. Para apreciar esto último no hay que centrarse sólo en las reyertas internas. El avance de Milei, al menos desde las PASO de 2023 en adelante ha encendido la alerta respecto a la supervivencia del electorado de “Juntos por el Cambio” (JxC).
El pase casi unánime de sus votantes al sufragio por LLA en el balotaje, con mayor claridad que las indicaciones de los jefes políticos de JxC, que se destacaban por contradicciones y titubeos. fue una manifestación más de la acentuada polarización y a la vez un nuevo impulso para profundizarla.
El presidente no frena.
No hay que confundirse; aún ante ese cuadro con rasgos de descomposición política, el avance “libertariano” continúa. Desde el gobierno se habla con insistencia creciente de la dolarización; se celebra el superávit fiscal alcanzado sobre el sacrificio social forzoso, con los jubilados en primer lugar y se anuncian nuevos decretos y proyectos de leyes para avanzar en el ajuste estructural y en la transformación completa de las relaciones sociales básicas de la sociedad argentina.
Como correlato “diplomático” (por llamarlo de alguna manera) el presidente concurrió jubiloso a un foro de la derecha conservadora en EE.UU, entre efusivos abrazos con Donald Trump, felicitaciones mutuas y recíprocos augurios de éxito. El argentino llegó a exteriorizar su deseo de que el magnate sea el próximo presidente de EE.UU.
Se percibe a sí mismo como un potencial líder mundial de la extrema derecha. Y es probable que piense al reinado pleno de las grandes corporaciones que él preconiza como la nueva forma de organizarse del capitalismo a escala planetaria.
En síntesis, el presidente sigue a la ofensiva. Como ha verbalizado en varias ocasiones él nunca frena, siempre acelera. No es un detalle, ni siquiera para él, el hecho de que al mismo tiempo enfrenta una temprana resistencia de organizaciones de las clases explotadas.
La semana pasada se jalonó con paros de diversos sectores, seguidos en ésta por los docentes de CTERA. Y sobre todo por una multiforme manifestación de sectores precarizados expresada en múltiples cortes de ruta.
Las resurgidas asambleas siguen funcionando. Y para el mes entrante se anuncian al menos tres movilizaciones de aspiración multitudinaria, el 1, fecha del mensaje presidencial de inauguración del año parlamentario; el 8, día internacional de las mujeres y el 24, la gran convocatoria por memoria, verdad y justicia. Las marchas se perfilan como de amplia unidad y con consignas en gran parte coincidentes. La lucha de calles parece destinada a ser una constante en el futuro próximo.
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Lo que se halla por ahora pendiente es una respuesta “desde abajo” que además de como resistencia, se exprese en forma de programa de acción compartido. Y se erija en propuesta superadora no ya de este aciago mandato presidencial, sino de la realidad del país empobrecido, endeudado, con derechos sociales en retroceso, inflación invivible… Y continuidad de intolerables abusos del poder económico, político, comunicacional y cultural contra las mayorías populares.
Un capítulo insoslayable de un programa conjunto debería ser la reivindicación incondicional de una democracia asamblearia, impulsada desde las clases subalternas, con orientación anticapitalista, antipatriarcal, de defensa ambiental y vocación revolucionaria.
No es hora de ser tímidos. ¿Por qué deberíamos conformarnos con menos?
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