La pobreza en Argentina ha logrado instalarse como tema central en los medios masivos de comunicación. Como si algunos recién se dieran cuenta del flagelo que sufren millones de habitantes de este suelo generoso y no hubiesen mirado para el otro lado ante el sufrimiento de tanta gente. Como si hubiese salido de un repollo, […]
La pobreza en Argentina ha logrado instalarse como tema central en los medios masivos de comunicación. Como si algunos recién se dieran cuenta del flagelo que sufren millones de habitantes de este suelo generoso y no hubiesen mirado para el otro lado ante el sufrimiento de tanta gente. Como si hubiese salido de un repollo, de un día para el otro. Como si no tuviesen que ver las políticas que se han venido aplicando desde los orígenes mismos de esta sociedad capitalista subdesarrollada, dependiente y semicolonial, y de forma más acentuada desde la Dictadura Genocida hasta el presente. Como si no tuviese nada que ver el sistema capitalista que la provoca.
Fue el Indec, al retomar la medición explícita de la pobreza después de que durante años la intervención kirchnerista dejara de hacerlo, el que dio el puntapié inicial para instalar el tema mediáticamente ¿Significa eso que el macrismo hace una medición correcta? No, simplemente significa que, montado en el desprestigio de la retórica tozuda, mentirosa y engañosa del kirchnerismo, oportunistamente da a conocer SU mirada para diferenciarse. Fue tan nefasto el gobierno K, que el macrismo hambreador «parece bueno» sólo por decir parte de la verdad… y decirla según su conveniencia.
Lo cierto es que la pobreza existe en este país que tiene la capacidad para alimentar a 400 millones de personas desde siempre. Existe y en mucho mayor proporción de la que se nos dice, tanto el kirchnerismo que ridículamente la negaba, como el macrismo que la reconoce con su mirada interesada y mezquina de clase empresarial. «Si las desigualdades sociales de los humanos no son una causa natural, seamos conscientes de nuestra infamia» decía nada menos que Charles Darwin, dejando en claro que la pobreza, el hambre, la desigualdad y las injusticias sociales son problemas políticos, no naturales. Lo que debería dejar también en claro es que también es política y sobre todo ideológica la forma de abordarlo.
¿Cómo se establece dónde empieza y dónde termina la pobreza en un papel? ¿quién tiene la autoridad ética para determinar semejante línea de frontera?
Pues bien, si el kirchnerismo la negaba porque decía que no existía (en Marte, donde vivían sus delirios), el macrismo la establece a su arbitrio.
¿Cómo?
Los medios no se cansan de machacar, a partir de los recientes anuncios del Indec, que la línea de pobreza es de $12.800 para una familia tipo y la de indigencia $5000. Pero… ¿de dónde salen semejantes cifras?
El Indec macrista determina, como se hizo históricamente, un conjunto de alimentos para mantener a un ser humano durante un mes. Ese conjunto se denomina Canasta Básica Alimentaria (CBA), para alimentar durante 30 días a un «hombre» de entre 30 a 60 años. Esa es la «unidad». Una mujer, entre 30 a 45 años, necesita consumir 0,77 de esa canasta, lo mismo que una joven de 17 años. Un varón de 17 años necesita consumir 1,02. Así, considerando la cantidad de alimentos necesarios para cada persona y su precio, se logra medir el precio de la CBA. Todo aquél que no llega a cubrirla, es considerado «indigente».
Queda claro que no hay «una» Canasta Básica de alimentos, sino que es variable. Y que se mide arbitrariamente. Después, el gobierno, las instituciones, los partidos y los medios del sistema instalan lo que sus intereses les dictan. Por eso lo correcto es decir que para la clase dominante la línea de indigencia está alrededor de los $5000, como si no lo fuera aquél cuyas entradas fuesen de $5001, $5500 ó $6000. Vale la pena decir que la jubilación mínima en Argentina es de $5660, por lo que 8 millones de jubilados pueden considerarse dentro de esa franja.
Con la línea de pobreza pasa algo parecido. En primer lugar, porque es la suma de la CBA más otros bienes «no alimentarios», como vestimenta, transporte, educación, salud, etc. Esa suma constituye la Canasta Básica Total (CBT). Pero claro, si ya es arbitraria respecto de la comida, mucho más lo es con la ampliación a otros factores. Para ello recurren a una variable, el coeficiente de Engel (cdE), una estimación que surge de la relación entre los gastos alimentarios y los totales en la población a la que quiera referirse. Ellos, los que detentan el poder económico, lo estiman. Es decir, algo de arbitrariedad y algo de magia burguesas. Así establecen que para una familia tipo, hombre y mujer adultos y dos chicos (varón y nena) de 6 y 8 años, se necesitan $12.500. Otra vez, vale la pena mencionar que el salario mínimo en Argentina es de $8060. El salario promedio es otro problema, porque no se estima oficialmente desde el año pasado. El último dato oficial es de la EPH del 2do trimestre del 2015, y era de $7044. Vamos a suponer muy generosamente un aumento del 40% al día de hoy (un promedio salarial serio toma los datos de los asalariados en blanco y las estimaciones de los que están en negro, que hoy rondan el 40% y no tienen paritarias), lo cual redundaría en un promedio de $7748.4. Es decir, por debajo de la mínima y muy por debajo de la canasta básica.
O sea, el salario promedio establece con claridad que el trabajador promedio en Argentina es pobre.
Más allá de las diferentes especulaciones, según el gobierno 1 de cada 3 habitantes de este país es pobre, y 1 de cada 2 niños ¡La mitad de los chicos es pobre en el «granero del mundo»! Números que muestran el oprobio que ha construido nuestra clase dirigente. Pero la cosa no queda ahí. El déficit de vivienda es de 3,5 millones, es decir que al menos 14 millones de seres humanos tienen problemas con su techo, o directamente no lo tienen (el techo). Según el Centro de Estudios e Investigaciones en Ciencias Sociales, el porcentaje de propietarios en todo el país bajó del 71% en 2001 al 65% en 2015. Los inquilinos se incrementaron un 18% y los asentamientos un 9%. Todo eso, en la «deKada ganada». Hoy claramente las condiciones han empeorado; «Cambiemos» profundiza el desastre que ha heredado. En el país en que nuestros padres y abuelos podían aspirar al techo propio con abnegación y privaciones, en la actualidad llegar a la casa propia se hace imposible para la mayoría. Según un informe del 2015 de la Cámara Argentina Inmobiliaria, al 60% de las familias les tomaría entre 34 y 70 años pagar un departamento estándar de 60 metros cuadrados si destinara un tercio de su ingreso para ese fin. Y al 20% más pobre, 155 años. «Sólo 1 de cada 10 familias podría acceder a un departamento estándar en menos de 15 años. Más de 6 de cada 10 familias requieren entre 34 y 70 años para poder pagarlo, y casi 2 de cada 10 familias están fuera de toda posibilidad» concluía el informe.
Es en este marco nefasto que el gobierno macrista le saca retenciones a la oligarquía y burguesía del campo, a la industria y a las mineras, al tiempo que mantiene el impuesto al trabajo que afecta a cada vez más trabajadores. Al déficit energético lo soluciona incrementando las tarifas a los usuarios, en lugar de hacerle pagar a las empresas los subsidios que recibieron durante una década sin que hayan realizado las obras necesarias. Esas políticas, traducidas en ideología, significan que los trabajadores aportan con sudor y sacrificio a la fiesta de las empresas… y de los empresarios, que viven como sultanes montados en la angustia de millones.
Los mismos que producen la desigualdad y la pobreza son los que se muestran escandalizados ante su «obra»… cuyas culpas le endilgan a los demás; sobre todo, a las víctimas de sus políticas. Esos son, además, los que nos dicen «qué es la pobreza», qué y cuánto debemos comer y vestir y cómo se cuantifica, aunque en su vida la hayan experimentado y solo la vean de cerca cuando pasean por los barrios y asentamientos para sus spots publicitarios de campaña.
¿Desde dónde se mide la pobreza entonces? ¿sólo es pobre el que no tiene para comer, el que vive en las condiciones más precarias, o también aquél que no pueda llegar a tener su vivienda propia en el marco del capitalismo, aunque no pase hambre ni frío? ¿qué pasa con los que no pueden pagar impuestos ni servicios y viven con privaciones, aunque sean propietarios de una vivienda humilde? ¿qué con los que pierden sus trabajos? ¿qué con los que no tienen ningún tipo de cobertura social? ¿qué con los que no tienen acceso a viajar y conocer, a los lugares de esparcimiento, a los beneficios de la tecnología? ¿qué, con los que sólo tienen su fuerza de trabajo para vender, y dependen de los intereses de los mezquinos personajes que los condenan a esa realidad?
Lo seguro es que los únicos sin problemas de ese tipo son los burgueses y los miembros de la clase alta y media alta, satélites afines a ellos. Los demás sufren algún tipo de angustia o necesidades insatisfechas. Evidentemente, hay varios niveles de pobreza, a la que nos condena irremediablemente el sistema que nos explota. Y no va a desaparecer mientras ese sistema subsista. Porque el problema es, justamente, la explotación, la desigualdad que irremediablemente genera; y la contradicción fundamental, al fin, que sigue siendo la misma de siempre: la del Capital-Trabajo, la de burgueses y proletarios, la de explotadores y explotados. Contradicción donde vive la pobreza, donde se genera y enseñorea. Por más que cacareen los privilegiados de siempre, es menos inocente creer en los Reyes Magos, a que se puedan resolver nuestros problemas en el marco del capitalismo.
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