Desde que el populismo es letra impresa se mostró como un fenómeno que había muerto o que agonizaba. La percepción de Octavio Ianni, mostraba un movimiento con protagonistas sólidos, con un liderazgo que en los estudios recientes empiezan a diluirse.
Los vestigios del populismo son jeroglíficos que se encuentran a lo largo de la historia de la política, basta buscarlos y se encuentran. El populismo vive una larga agonía, esto último lo convierte en una trinchera radical en guerra permanente contra quien no permite un espacio mínimo a la población.
Al populismo trataron de darle la categoría de adjetivo, casi un insulto. Porque era por lo regular, lo de afuera, lo que otros padecen, como una pandemia contra la cual trataron de vacunar a la población. Lo percibieron cerrado, sin mutaciones, incomprensible para la sociedad, en su práctica bajó a la población y dejó de ser sólo la sociedad en funcionamiento, para convertir a la población en parte del liderazgo que la mueve.
El populismo nació con enemigos. De tal suerte, que se quiso volver una enfermedad que padecen los otros, se estigmatiza lo ajeno para evitar el contagio; sin embargo, revive como si resucitara, con nuevas formas, con acercamientos cada vez mayores a la democracia y quiere convertirse en una práctica política que es parte de la historia de América Latina, como si tuviera acta de nacimiento en esta parte del mundo. Por el momento, la afrenta es mayor al reconocimiento, a grado tal, que a pesar de la singular práctica política del subcontinente, en la región no existe un solo Partido Populista.
Empiezan a despojar al populismo del autoritarismo con el que se desarrolló y, como sucedió con el liberalismo, hay menos liderazgo y mayor participación social, en hechos que encuentran no sólo en el voto sino en la consulta popular y el plebiscito la mejor manera de darle cuerpo a ese populismo, en su nueva connotación, que sobrevivió al neoliberalismo y que algunos daban por muerto.
La democracia camina todavía hacia la disminución del poder personal para lograr su distribución social en la toma de decisiones. El populismo camina de igual manera hacia su depuración, tal vez un poco más lentamente por tener a la muerte siempre como su siguiente paso, pero camina.
El populismo es historia, a veces pragmatismo puro, como lo señalaron sus estudiosos, ahora pasa de ser una idea conducida por una persona o grupo reducido de agentes políticos, a convertirse en una idea más equitativa en su ejercicio, ya nutrida de la teoría de propios y extraños.
En México, como en buena parte de América Latina, el populismo se asume y se practica en su permanente desarrollo. En algún momento el propio Barak Obama, se asumió, –sin serlo, desde luego– como populista cuando Peña Nieto desdeñó el término y trató de convertirlo en ofensa, ambos eran presidentes de sus países. De ese tiempo a la fecha los significados del populismo han sido transformados desde la práctica sin que haya, hasta el momento, manifiesto del populismo ni fecha de nacimiento exacta en ningún país del mundo.
Esta parte del continente pareciera verse en la obligación de adoptar al populismo, en permanente cambio, evolución o adaptación como una forma de hacer política, pero también como una manera de reafirmar la identidad. La pobreza y la explotación convierte a Latinoamérica un terreno propicio para la hermandad y la adopción de algo que pareciera no haberse desarrollado completamente, podría ser el populismo con alguno de sus disfraces.
Algunos lo aceptan otros la rechazan, pero todos los países de América Latina lo vivieron o viven en carne propia.
José García Sánchez. Periodista mexicano.