Estados Unidos reclama a Julian Assange para convertir en vitalicia su condición de prisionero como castigo porque, bajo su dirección, el portal Wikileaks denunció la masacre de civiles en Irak y en Afganistán y mostró al mundo actos de extrema crueldad cometidos por soldados yanquis en cárceles de esos países. Además, presentó pruebas de que la Agencia Central de Inteligencia, CIA, utilizó territorios europeos para trasladar sospechosos a centros clandestinos de tortura.
El 17 de marzo de 1975, esbirros al servicio del gobierno de Joaquín Balaguer emboscaron en la calle José Contreras, de la capital dominicana, a Orlando Martínez, militante comunista que desde su columna en el diario El Nacional y en la revista Ahora, denunciaba el saqueo y el autoritarismo. Segaron su vida. Impidieron la llegada de sus 31 años, que ocurriría en septiembre, pero no pudieron borrar su ejemplo.
Cuarenta y nueve años después, es hermoso el gesto de depositar una flor en el lugar donde fue baleado Orlando Martínez, pero también es deber de conciencia denunciar que el compromiso con la verdad y la lucha contra la dominación política son castigados por el poder permanente a nivel nacional y a nivel global.
Tras permanecer en la sede de la embajada de Ecuador en el Reino Unido desde el año 2012, en el 2019, cuando el gobierno del derechista Lenin Moreno le retiró el asilo, Assange fue trasladado a una cárcel británica. Estados Unidos lo reclama para juzgarlo por cargos relacionados con espionaje y amenaza a la seguridad nacional.
El retorcido concepto de democracia que impone la clase dominante no resiste análisis.
Contra la podredumbre
En homenaje a Orlando, hay que reflexionar sobre la situación del ejercicio desde el cual se hizo visible su lucha.
La clasificación que sobre los periodistas hizo Honoré de Balzac en su Monografía sobre la prensa parisina, ha sido superada por la complejidad del entorno social, pero sigue vigente la condena al apego a intereses personales de propietarios y periodistas (hoy incorporados a poderosos grupos económicos).
Al reclamo de Balzac de buscar la verdad, hay que añadir hoy otros elementos. Lo mismo debe hacerse con el llamado a no cambiar el compromiso de fomentar valores por la búsqueda de rentabilidad privilegiando el entretenimiento.
Orlando Martínez denunció a la Gulf and Western, a la Alcoa Exploration Company, a la Falconbridge y a otras multinacionales, y condenó al gobierno de Joaquín Balaguer por permitir el saqueo. También atacó la corrupción y la malversación de fondos públicos.
Hoy, analistas de los medios controlados por corporaciones entienden que el pago de impuestos y la repartición de dádivas libera de responsabilidad por el daño ecológico a compañías como la Barrick Gold, y tratan como respetables figuras a politiqueros probadamente ladrones.
Repiten, como si de un axioma se tratara, que es necesaria la invasión a Haití, y elogian al presidente dominicano, Luis Abinader, en lugar de calificarlo como entreguista y servil, por sus pronunciamientos sobre la urgencia de preparar la fuerza interventora.
La toma de posición sobre hechos específicos es guiada por la asunción de principios y el apego a valores. Para llenar los bolsillos, con honrosas y cada día menor número de excepciones, los analistas de los medios tradicionales y de las modernas plataformas financiadas por corporaciones lícitas o ilícitas (ilegítimas todas, por definición), han renunciado a principios como la identificación con las mayorías y han tirado en cualquier zafacón un valor irrenunciable como es la honestidad.
Al avance de la podredumbre apostaba Joaquín Balaguer cuando dejó en blanco la página 333 de su libro Memorias de un cortesano de la Era de Trujillo, convencido de que había realizado con éxito la misión que le fue asignada por el invasor yanqui en 1966: coordinar la unificación de la clase dominante en República Dominicana para eliminar tropiezos en la aplicación del proyecto imperialista a nivel nacional y regional.
“Esta página se inserta en blanco. Durante muchos años permanecerá muda, pero un día hablará, para que su voz sea recogida por la historia. Callada, como una tumba cuyo secreto a voces se levantará, acusador, cuando el tiempo permita levantar la losa bajo la cual permanece yacente la verdad”,
escribió Balaguer, aunque a casi 22 años de su muerte la página sigue en blanco
Hoy, la ancianidad o la muerte han alcanzado a los condenados por los tribunales dominicanos, (Joaquín Pou Castro, Mariano Durán Cabrera, Rafael Lluberes Ricart y Emilio de la Rosa), pero hay que decir que ninguno de los autores intelectuales del asesinato de Orlando Martínez fue juzgado.
La demagogia de Balaguer, como la impunidad del delito político en una institucionalidad podrida, es replicada por quienes elogian a Orlando Martínez y al mismo tiempo mantienen el compromiso con el poder que engendró a sus asesinos.
Si no se desfiguran ni convierten en fétido vaho su aroma las flores depositadas por periodistas alabarderos o por politiqueros de oficio, es porque en su naturaleza no hay conciencia ni sentidos y no saben que su portador o portadora cobra sumas cuantiosas por ocultar la verdad y apoya a los sustentadores del sistema, incluso cuando imponen el ostracismo (y a veces la muerte) como condena por no renunciar a la lucha contra la marginalidad y la exclusión.
Por la libertad de expresión a nivel global y a nivel nacional, por la verdad, por la justicia, el homenaje a Orlando ha de llevar el sello del compromiso que definió su militancia y la firmeza en las convicciones que marcó su ejercicio.
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