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Por qué fracasan los medios (una historia repetida)

Fuentes: CEPRID

1Un obrero salta del catre a las cuatro de la madrugada para descender del cerro a pie y tomar la primera de dos o tres busetas que lo llevarán a marcar tarjeta a las siete de la mañana. En la cola lo acompañan vendedores ambulantes, buscadores de empleo, todos los que cotidianamente inventan como resolverse […]

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Un obrero salta del catre a las cuatro de la madrugada para descender del cerro a pie y tomar la primera de dos o tres busetas que lo llevarán a marcar tarjeta a las siete de la mañana. En la cola lo acompañan vendedores ambulantes, buscadores de empleo, todos los que cotidianamente inventan como resolverse la vida. El gallo de la Pasión canta en las pantallas televisivas alrededor de las siete de la mañana, cuando presentadores bien maquillados y politólogos mejor desayunados ofician los evangelios del Fondo Monetario hasta las ocho de la noche. A esa hora el trabajador se desploma en su cama tras otro rosario de busetas. El pesado sueño lo dispensa de seguir hasta la madrugada los debates de yuppies exhaustos por las exigencias de la limpieza de cutis, atormentados por la selección del restaurante de moda o esperanzados por las declaraciones del embajador de Estados Unidos. Han oficiado sus intrincadas liturgias para nadie o para casi nadie. No hay pantallas ni altoparlantes verbosos en los talleres, en los taladros neumáticos, en los tarantines de los buhoneros. Los medios olvidan los brutales horarios a que están sometidos los trabajadores.

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Salen el obrero o la empleada o la dependienta a disfrutar sus horas libres del sábado y el domingo. Las del sábado las pasan apiñados en bodegas y mercados, reparando la casa, haciendo tareas domésticas atrasadas. Las de la noche y las dominicales son para amigos, compadres, vecinos. Se sale a la calle, se juega, se pasea. Cuando se ve televisión, es en animado grupo que conversa, comenta, se divierte, juzga, critica. La cultura del barrio es extrovertida, participativa, interactiva. Lo más distante del letargo de cierta clase media que se encierra en habitaciones solitarias ante pantallas más solitarias todavía. Los medios no conocen la cultura de las audiencias mayoritarias.

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Encienden los trabajadores las pantallas y contemplan un mundo en el cual no se reconocen. Yuppies rubios empaquetados en trajes de firma flotan en cámara lenta entre multimillonarios automóviles, modelos platinadas y tarjetas de crédito doradas. Jets con primeras clases suntuosas y cruceros de lujo con alucinantes piscinas parten hacia hoteles cinco estrellas con playas de colores artificiales. Amas de casa recién salidas de la pasarela de modelaje evolucionan en cocinas parecidas a quirófanos de estilo para servir jugos sintéticos a niños plásticos. Los programas informativos o de opinión extienden esta estética de la cuña del producto superfluo importado para publicitar políticos y organizaciones facturadas en estudio. La audiencia popular sabe que ni los unos ni las otras son para su consumo. Los medios nunca aprendieron el alfabeto más allá de las clases A y B.

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En la pasarela perpetua de los medios desfila por fin un personaje «popular». Si es mujer, es fea, fuma tabaco con la candela para adentro, usa pañoleta trinitaria, foulard rojo, collar de grandes pepas de zamuro, incongruente bata bordada y alpargatas goajiras, y ejerce de bruja, esclava o traficante. Si hombre, es descamisado, luce chaleco de bailarín, pañoleta curazoleña, cicatriz maquillada, foulard rojo y gran amuleto africano, y es seguramente esclavo, traficante o malandro. Una traducción escrita de estos estereotipos figura en titulares, editoriales y artículos de opinión: turba, horda, tierrúos, bandas, macacos, monos, simios, desdentados, lumpen, círculos del terror. Los medios insultan a las audiencias mayoritarias.

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Pronunciamiento, Golpe de Estado, Guerra Civil, sabotaje, magnicidio, magnicidio, Guerra Civil, Golpe de Estado, pronunciamiento, intervención, destrucción de la industria petrolera, mueran las Navidades, trancazo, catiazo, petarazo, abajo las hallacas, pronunciamiento, Golpe de Estado, Guerra Civil, magnicidio, muera el Niño Jesús, sabotaje, destrucción de la industria petrolera, intervención. Los medios emitieron un mensaje del pánico que creó un pánico hacia su mensaje.

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Chávez está caido. Chávez cayó ya. Estados Unidos interviene. El hijo de Alí Rodríguez trabaja en PDVSA trece años después de muerto. Las hordas vienen a quitarnos la licuadora. Chávez cayó hace rato. Chávez cayó hace una semana. Estados Unidos calienta los motores de los F-116 para intervenir. Las hordas vienen para despojarnos del microondas. Los médicos cubanos son milicianos disfrazados. Chávez cayó hace un mes. Hay bases de terroristas en Macanillal. Los pilotos de las FAN traen jefes de las FARC a operarse en Trujillo. Juan Barreto dirige campamentos terroristas en Caucagua. Vienen las hordas. Vienen los marines. Viene la OEA. Viene la ONU. Vienen los marines. Una mentira repetida mil veces se hace mil veces falsa.

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Los medios presentan una sola versión: la de quienes secuestran al Presidente legítimo. Los medios no presentan ninguna versión: ocultan que el Presidente legítimo regresa. El pueblo se moviliza sin los medios. El pueblo se moviliza contra los medios. A viva voz, mediante organizaciones de simpatizantes que se reúnen, por teléfonos, por celulares, por emisoras comunitarias, por grupos de motorizados, el pueblo crea en pocas horas una red de comunicación alternativa que deshace la labor de años de los monopolios mediáticos. En pocas horas la comunicación revolucionaria anula el poder de la oligarquía informativa. Enseña que lo mismo podría hacerse en todos los órdenes de la vida. El pueblo informado jamás será derrotado.

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Escribí el texto anterior a principios de 2003. A mediados de 2007 conserva íntegra su pertinencia. La decisión soberana, constitucional y legítima de no renovar la concesión a un canal comercial sirve de pretexto a un disturbio de niños bien que estudian. Las pruebas sobran: el primer tumulto acontece ante la Comisión Nacional de Telecomunicaciones el mismo día que caduca la concesión. Acontece en la «zona rosa» de Caracas. Los días siguientes posan para las cámaras en las zonas residenciales o en las universidades privadas unos cuantos centenares de estudiantes. Participan en los televisados pronunciamientos otros centenares de oposicionistas que estudian en universidades públicas a las cuales sus mecanismos de acceso casi han reservado para la burguesía. No consiguen movilizar al resto de los medios, al empresariado ni a la clase trabajadora. Cuando intentan bloquear la autopista que va a Puerto Cabello, los mismos trabajadores los ponen en fuga. A sus dirigentes se les concede un debate en cadena nacional de todos los medios públicos y privados: no aciertan a señalar otra causa para su rabieta que la no renovación del canal RCTV, al cual nombran cinco veces en el documento que leen, redactado por publicidad ARS. Los delegados, todos caucásicos y varones, no mencionan ninguna reivindicación popular, ningún problema social. Los dirigentes oposicionistas que estudian aparecen en las páginas sociales codo a codo con los propietarios del canal y las dirigencias políticas de la derecha golpista. Las fotos de los niños bien que protestan para las cámaras migran de las páginas de sucesos a las sociales. En sus concentraciones lucen pancartas con la marca comercial del canal caducado, que alternan con mensajes de auxilio en inglés, evidentemente dirigidos a potencias extranjeras. Todavía los creativos publicitarios de los medios que dirigen la oposición no se plantean la pregunta de qué son, qué quieren, qué esperan las grandes audiencias populares a las que intentan movilizar contra la democracia. Por ello, no han hecho más que transmitirles una muestra de lo que rechazan y lo que temen. El mensaje dirigido contra el pueblo jamás llegará a movilizarlo. A sus dirigentes se les concede un debate en cadena nacional de todos los medios públicos y privados: no aciertan a señalar otra causa para su descontento que la no renovación del canal RCTV, al cual nombran cinco veces en el documento que leen.

Luis Britto García es profesor universitario, escritor, dramaturgo e historiador venezolano.