La política es algo serio y en ella se va la vida de las personas. Por tanto, hablar de los asuntos que se infieren de ella debería ser motivo de una toma de posición en base a una premisa básica: intentaré hablar de y hacer política fundado en la convicción de que mis ideas son […]
La política es algo serio y en ella se va la vida de las personas. Por tanto, hablar de los asuntos que se infieren de ella debería ser motivo de una toma de posición en base a una premisa básica: intentaré hablar de y hacer política fundado en la convicción de que mis ideas son construidas en base a un sesudo análisis en el contexto en el que mis conocimientos y herramientas me lo permitan.
En otras palabras, todo pretendido militante político intentaría dejar de lado el manual de las chicanas, los pseudo argumentos de escribas de cotillón (porque el problema es tan profundo que incluso escasean escribas rigurosos o por lo menos con algo de atención por una mínima calidad y verosimilitud), y por supuesto alejarse de las reacciones de tribuna (al estilo secundario) en defensa de algún slogan que ni si quiera se está en condiciones de desarrollar como concepto.
La política es la palestra en el que los diferentes sectores sociales dirimen la puja por gobernar según los intereses de unos por sobre otros. Y reitérese: de unos por sobre otros. Por tanto es también el lugar donde nos intentaremos desenvolver aquellos que necesitamos modificar la actual situación socio-económico-cultural, sea por fuerza de opresión o de conciencia.
No hay otro lugar donde ésta pelea pueda darse, mal que le pese a predicadores de enduido y difusores de la mediocridad del «sálvese quien pueda» con «la felicidad individual». Lucha de clases no es una frase destinada a habitar en el limbo da las orgías sociológicas como reliquia de antaño y goce intelectual. La lucha de clases es una categoría sin la cual no se entiende la realidad en que se habita. Negarla y que se niegue fue la tarea de los movimientos fascistas e imperialistas. Que sectores enteros de oprimidos la nieguen es el triunfo más impactante de ésta pelea.
Mucho hay escrito en torno de que la derrota cultural sufrida a raíz de la desarticulación de los proyectos y procesos revolucionaros a través del plan Cóndor es la más grave.
También se escribe mucho sobre cierta «reconstrucción» y acerca la consagrada «recuperación de la política» en términos de una suerte de principio de cambio de sentido luego de la desarticulación por genocidio. Recuperación de la política según la cual habría reaparecido el Estado como un actor principal que articula los diferentes sectores sociales y corporativos.
Deberíamos también discutir si cabe el término «reaparición», como si en los 90 el Estado no hubiera sido fundamental como herramienta de la burguesía financiera para destruir todo atisbo que no sugiriera adhesión absoluta al pensamiento neoliberal. Pero demos por sentado que la política reapareció con éste pretendida «reparación» del Estado para no extendernos en éste asunto.
Una primera diferencia sustancial en la política desde la perspectiva popular frente a la burguesa es pensar en clave de participación en la toma de decisiones. Es decir, el problema del poder. Éste es «medible» en proporción a la capacidad popular de inferir en la toma de decisiones de manera directa. La estructura de la representación es una herramienta de dominación. Dígase nuevamente. Nadie dio la vida por al democracia burguesa sino por el socialismo. La democracia burguesa permite ciertas cosas pero jamás puede confundírsela con el objetivo final.
El problema central de la política popular hoy en la Argentina es la imposibilidad de discutir proyecto y elegir qué discutir. ¿Cómo es que aquellos que se reivindican herederos de las tradiciones de orientación revolucionaria (vale la palabra aún a está altura de la Historia) agotan sus energías en discutir como temas centrales los que imponen las agendas mediáticas privadas o el Gobierno nacional? ¿No está claro ya -sobre todo cuando Cristina Fernández se encarga de repetirlo- que éste gobierno tiene un claro carácter de clase y aspira a mejorar el capitalismo en éste país? ¿Qué significa mejorar el capitalismo? Levante la mano quién quiere mejorar el capitalismo. Ahora levante la mano quién -con la mano en el corazón- cree que es posible mejorar el capitalismo. ¿Quién será capaz de soslayar al archisabido hecho de que el capitalismo tiene un destino único de concentración de riquezas y exclusión social, que la concentración en es su razón de ser y que pretender humanizarlo -al margen de que ya fue ensayado- es más utópico que pretender el socialismo? ¿O qué estamos discutiendo? ¿Qué estamos discutiendo? Porque la política es el lugar donde se discuten modelos de sociedad diferentes. Y lo que hoy se observa como centro de la discusión es una gama de matices dentro de un mismo sistema como paradigma de organización social y como modelo civilizatorio.
¿O no es permitido ya habar de revolución y de socialismo? ¿Quién corrió la longitud de lo posible? Si está tan claro, en los enunciados, que nos derrotaron en lo cultural, no está tan claro que para salir de ésta derrota el imaginario de lo posible no lo puede imponer ninguna agenda ajena a la que fijemos los sectores populares. Negar la posibilidad de las revoluciones y del socialismo es declararse analfabeto político, anti dialéctico e imbécil. ¿El mundo y con él la Historia no sigue girando? ¿No ocurren revoluciones y hechos en el marco de los devenires y dirimires del transcurso histórico? ¿Puede llegarse a la estupidez de pensar que la Humanidad quedó estática en un lugar fijo de la Historia como si esto hubiera ocurrido alguna vez?
El problema no está en qué hará un gobierno de carácter burgués con alguna intención re distributiva. Y no se trata de ser ajenos a la política real. No se trata de no defender medidas que favorecen a los sectores populares, o atisbos de reformas que ayuden a profundizar éste marco democrático. Podremos defender una y mil veces lo defendible de cualquier gobierno frente al ataque de las derechas recalcitrantes nacionales e internacionales. Pero no podemos terminar ahí el debate. Es un suicidio y en eso se nos escurre la Historia, el Hombre y el hambre.
El problema, en otras palabras, es qué hacemos nosotros, aquellos que sí aspiramos a transformaciones profundas. La discusión es cómo nos organizamos. La discusión es cómo nos organizamos para gobernarnos. La discusión no puede ser nunca cómo apoyamos al partido o coalición menos neoliberal sino cómo construimos los sectores populares una herramienta política propia.
La política es la posibilidad de la organización popular para la transformación de todas las cosas que deban ser transformadas. Quienes se auto proclamen de izquierda o progresistas y tomen éstas palabras como utópicas deberían repensar su ubicación ideológica en la otra mitad del arco político. El posibilismo es nuestro peor enemigo y nuestra mayor derrota.
Discutamos qué sociedad queremos. Eso es la política. Defendamos si hay que defender alguna medida. Eso es una práctica habitual. Pero que en eso no se nos vaya la vida y vayamos a lo nuestro.
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