La sede de Naciones Unidas en Nueva York sirvió de lugar de encuentro y diálogo entre los cancilleres de Argentina e Irán. Una buena noticia. Washington y Tel Aviv, en cambio, siguen con planes de agredir a Teherán. Hasta los mayores críticos del Irán «fundamentalista» deberán reconocer que este país ha demostrado una voluntad dialoguista […]
La sede de Naciones Unidas en Nueva York sirvió de lugar de encuentro y diálogo entre los cancilleres de Argentina e Irán. Una buena noticia. Washington y Tel Aviv, en cambio, siguen con planes de agredir a Teherán.
Hasta los mayores críticos del Irán «fundamentalista» deberán reconocer que este país ha demostrado una voluntad dialoguista que supera largamente a la «democrática» Inglaterra. Es que en las anteriores Asambleas Generales de la ONU la mandataria argentina había exhortado a Londres a negociar por la soberanía de Malvinas, con una respuesta negativa. Londres no admite ni ahora ni más adelante un diálogo sobre esa temática. Las islas son Falklands y punto, y por las dudas han fletado otro barco de guerra hacia el Atlántico Sur. En cambio Irán ha tenido una postura razonable. Pidió dialogar, estando de por medio el diferendo político con Argentina, luego de haber sido acusado -sin pruebas sólidas- de ser el organizador del atentado terrorista que causó 85 muertos en la sede de la AMIA, en julio de 1994.
El martes pasado, en su discurso ante la 67º Asamblea General de la ONU, Cristina Fernández de Kirchner manifestó que había aceptado el diálogo solicitado por el gobierno iraní. Y que había instruido al canciller Héctor Timerman para que se reuniera con su par Alí Akbar Salehi para lograr avances y colaboración de la otra parte, que ayude a esclarecer el atentado a la mutual judía.
Esa declaración descolocó al enviado del diario «La Nación», Mariano Obarrio, quien había escrito que la presidenta había abandonado la idea de ese cónclave, luego de haberlo alentado una semana antes. A la luz de los hechos, tales idas y venidas solamente existieron en la imaginación de Obarrio, que -a tenor de la línea editorial de la empresa donde trabaja- debe ver con malos ojos el acercamiento de CFK con el demonizado iraní, Mahmud Ahmadinejad.
Dos días después del anuncio cristinista, se concretó el encuentro entre Timerman y Salehi, secundados el primero por el vicecanciller Eduardo Zuain y el segundo por Reza Zabib, director de asuntos americanos de la cartera de exteriores persa.
La enumeración de los asistentes revela la importancia que le adjudicaron ambos países. Y a la luz del comunicado de la entrevista se puede colegir que el resultado fue positivo, pues allí se indicó que seguirán los debates hasta alcanzar un mecanismo legal para ambas partes que sirva para el caso AMIA.
Esa continuidad de reuniones tendrá por escenario a Ginebra, entre los representantes legales de sendas cancillerías, a partir de octubre próximo. Aún es pronto para emitir una opinión definitiva sobre cómo terminarán esos debates. No será fácil un final feliz. Es que Argentina comenzó reclamando la comparecencia de ocho funcionarios iraníes supuestamente implicados en el atentado, y la administración Ahmadinejad se ha negado de plano. Esa negativa se reiteró tanto frente a la solicitud de extradición, hecha en un principio, como a otras formas más suaves del mismo planteo judicial, como la formulada por la cancillería argentina desde tiempos de Rafael Bielsa, de que esos funcionarios iraníes aceptaran un juicio en un tercer país. Se alegaba el antecedente de Lockerbie, cuando Libia aceptó que dos ciudadanos suyos fueran juzgados en Holanda por el atentado contra un avión de Pan Am que se desplomó sobre aquella localidad de Escocia con un tendal de 270 muertos.
Que muestren pruebas
La negativa iraní a extraditar a Argentina a los ocho funcionarios requeridos, así como a un juicio en un tercer país, se fundamentó en que no halló prueba alguna de posible culpabilidad de esos ciudadanos en los gravísimos hechos imputados. Y en que, en esas condiciones, la propia ley de la República Islámica de Irán protege los derechos de sus connacionales; sería una violación de su normativa entregarlos a una justicia foránea.
Lo presumible es que una vez que se sienten las partes en Ginebra, los representantes persas pidan que los argentinos presenten pruebas de la supuesta culpabilidad de los requeridos.
Ese requisito lo plantearían en cualquier caso, aún tratándose de modestas personas, pero obviamente serán mucho más puntillosos porque la solicitud argentina de extradición fue dirigida contra un ex presidente de la república, el actual ministro de Defensa, el ex embajador y el agregado cultural en Argentina, etc.
Y las pruebas -si existen- son endebles por no decir directamente inexistentes. Algunos gobiernos del mundo, comenzando por Estados Unidos e Israel pueden suponer que Irán alienta un proyecto de contar con una bomba atómica, pero nunca han podido probar que ese país haya cometido atentados terroristas en Medio Oriente ni en otra parte del mundo. En cambio los antecedentes son muchos y variados contra ese par de socios que amalgaman sionismo e imperialismo.
Si Irán no pone bombas a nivel mundial, ¿por qué hubo de ponerlas en Buenos Aires? ¿Por qué allí, si con Argentina mantenía buenas relaciones desde tiempos de Arturo Frondizi y el Sha Mohamed Reza Pahlevi?
El expediente acusatorio contra Irán tiene un insuperable defecto de fábrica: fue armado por el juez Juan José Galeano, que posteriormente fue denunciado por Néstor Kirchner ante el Consejo de la Magistratura y destituido. El fiscal Alberto Nisman retomó esa investigación en base a lo maquinado por Galeano, que a su vez se basó en elementos aportados por los servicios de inteligencia que operaron en Buenos Aires tras el atentado de 1994. La CIA y el Mossad israelí metieron baza en la causa y la contaminaron, operándola políticamente en contra de Teherán, considerado casi el vértice del «eje del mal» desde 1979 a la fecha.
El armado de la causa AMIA fue funcional al plan estadounidense-israelí de demonizar a Irán y crear mejores condiciones políticas para agredirlo.
Mala onda
El discurso de Cristina en la ONU el martes 25/9 evidenció mejor onda con Irán, que por su parte había pedido la apertura de un diálogo. Al día siguiente el presidente Ahmadinejad, en conferencia de prensa también en la ONU, reiteró que su gobierno tiene interés en mejorar las relaciones bilaterales, que habían sufrido «la interferencia y la intromisión de otros». Para el pueblo y el gobierno argentino tenemos los mejores sentimientos, piropeó.
Un rato antes, cuando el mandatario iraní daba su mensaje ante la Asamblea General, el vicecanciller argentino Zuain y el encargado de negocios argentino ante la ONU, lo escucharon atentamente. También asistieron, impertérritos, los representantes de gobiernos europeos, a diferencia de los de EE UU, Canadá e Israel, que boicotearon a Ahmadinejad.
Esa fea actitud, de boicot, ni siquiera tuvo en cuenta que el orador -además de representar a su país- es el presidente rotativo del Movimiento de Países No Alineados, donde se aglutinan más de un centenar de naciones.
Las diferencias quedaron a la vista: sobre 193 países miembros de Naciones Unidas, sólo 3 se ausentaron como gesto de agravio al mandatario de Irán.
El jefe de gobierno de Israel, Benjamin Netanyahu, habló allí el jueves 27/9. Renovó una serie de amenazas de agresión contra Teherán si continúa con su plan de experimentación de la energía nuclear y supera la «línea roja» del armado de una bomba atómica. Es el mundo del revés: Irán no tiene armas de ese tipo e Israel 200, pero el que quiere ser sentado en el banquillo de los acusados e incluso bombardeado es el primero.
En este sentido, de la situación de Medio Oriente y la política de Israel contra sus vecinos árabes, también fue positiva la disertación de la presidenta argentina. Es que pidió a favor de Palestina y que el gobierno de Tel Aviv vuelva a respetar las fronteras previas a la guerra de 1967, un reclamo que Netanyahu y sus protectores estadounidenses no piensan atender.
La iniciación de un diálogo con Irán tendría que contar con el beneplácito de la mayoría de la opinión pública argentina, incluyendo a la comunidad judía. Sin embargo es preocupante que tras las primeras reacciones favorables de los dirigentes de la AMIA, Daia y familiares de las víctimas, hayan ido mudando a otra postura, más crítica con ese diálogo.
Por lo menos ese giro negativo se advierte en las dos primeras entidades. «No podemos creer que sea confiable esta propuesta de acercamiento. Irán es un país teocrático y negacionista», expresó Guillermo Borger, presidente de la AMIA. Añadió que resulta «incoherente» que Irán quiera conversar con la Argentina mientras se niega a entregar a los funcionarios acusados como responsables del atentado.
Es probable que Borger esté hablando bajo presión política de Netanyahu, enemigo de ese diálogo Buenos Aires-Teherán. Las cúpulas de AMIA y Daia tendrán que aclarar bien cuál es su sentido de pertenencia nacional. ¿O pretenden que la política exterior de Argentina no nazca del Palacio San Martín sino de la cancillería de Avigdor Liberman? Es el mismo personaje que hace pocos años sugirió arrojar una bomba atómica contra los palestinos de Gaza.