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Prejuicios, sexismo, androcentrismo y antropocentrismo en el tratamiento de las enfermedades ambientales emergentes que afectan a las mujeres

Fuentes: Rebelión

Carme Valls en su libro “Mujeres, salud y poder” nos explica que la medicina siempre ha sido sexista y androcéntrica, enfocada desde el punto de vista masculino, y que ha estado llena de prejuicios, pues durante siglos se ha hecho por hombres y para hombres. A eso responde que en la primera consulta, los síntomas se atribuyen a causas psicológicas en un 25% más de los casos en las mujeres que en los hombres.  El artículo escrito por Alfredo Caro Maldonado, publicado en Rebelión con el título “Electrosensibilidad, 5G y el determinismo biológico como caballo de Troya”, adolece de ese sesgo sexista y lleno de prejuicios.

Siendo pretendidamente crítico hacia el “cientifismo” y huyendo de lo que él denomina “determinismo biológico”, adopta un tono paternalista y condescendiente al considerar que las personas que padecen electrosensibilidad, mayoritariamente mujeres, son “personas sufrientes afectadas por una dolencia sin base biológica”. En nuestra sociedad, ya se sabe, todo lo que no es físico es mental. Él busca una tercera categoría y las encuadra en un limbo en el que no se sabe si ese“sufrimiento” responde a causas existenciales o a causas psicológicas, pero eso sí, aboga por “el cuidado en igualdad de condiciones de todas las personas afectadas por cualquier dolencia sin base biológica”, “sin estigmatización” y añade:

“Entonces, las personas sufrientes, que no encajan en el dogma del todo es biológico, ¿qué tienen que hacer para ser cuidadas y atendidas para mejorar su estado? Buscar y hacer lobby para que se busque la fuente biológica de su mal. ¡Qué remedio! Porque si no, son simplemente mujeres vagas, quejicas, histéricas, que quieren una paguita por no hacer nada. El clavo ardiendo es la prueba de lo material, lo biológico, que hará que los señores, médicos y científicos, pero también jueces y seguridad social, entonces sí, se fijen en su sufrimiento. Si no, ni ayuda médica, ni ayuda social”.

La electrosensibilidad es una enfermedad emergente que ha surgido por todo el mundo en los últimos treinta años en paralelo al despliegue de las tecnologías inalámbricas. Está encuadrada en lo que se conoce como enfermedades de sensibilización central junto a la fibromialgia, el síndrome de fatiga crónica y la sensibilidad química múltiple, todas ellas de reciente aparición. Datos del INSS (Instituto de la Seguridad Social) de 2018 cuantifican los afectados en España por este tipo de enfermedades en torno a 1.500.000 personas. Entre el 85 y el 90% de las afectadas, según esos datos, somos mujeres, y en muchos casos acumulamos los cuatro diagnósticos avalados con certificados médicos. Para hacernos una idea de la magnitud del problema daremos una cifra comparativa: hay en España 150.000 personas enfermas de Parkinson.

El artículo del señor Caro es una réplica a una de las tres entrevistas que me realizó Salvador López Arnal, dos de las cuales se publicaron en Rebelión. La tesis que mantengo en dichas entrevistas, basada en investigaciones científicas cada vez más numerosas y en mi propia experiencia, es que estas enfermedades son ambientales y están producidas por la tecnología, en concreto por productos químicos y por ondas electromagnéticas.

Hemos puesto en circulación 100.000 sustancias químicas sin realizar estudios previos, pues estos no eran obligatorios hasta 1981. Muchas de ellas eran potentes disruptores endocrinos que imitaban las hormonas femeninas y que todos los tenemos en nuestra sangre. Hemos desplegado varias generaciones de tecnologías inalámbricas de la misma manera, sin exigir ningún tipo de investigación ni garantía previa. Hemos destruido ecosistemas y dañado gravemente la biodiversidad en buena medida porque nuestros productos químicos han invadido todos los ecosistemas de la Tierra, pero con una inconsciencia y una soberbia tecnológicas absolutas, nos creemos a salvo de los efectos de nuestra propia tecnología. Con un ciego e iluso antropocentrismo, consideramos que los daños de nuestras tecnologías pueden afectar al resto de la vida, pero no a nosotros. Sin embargo, la vida es una e indivisible. Todo está interconectado y funciona por delicados equilibrios bioquímicos y bioelectromagnéticos que se están viendo interferidos y alterados por nuestra tecnología. En el caso de sustancias químicas, disruptores endocrinos que imitan hormonas femeninas, las principales perjudicadas somos las mujeres.

Hasta ahora, con una lógica temeraria, primero se realizan los despliegues tecnológicos, después se investigan sus efectos. Se presupone, como pasa en el caso de las tecnologías inalámbricas, que nuestra tecnología es, por principio, inocua (parece que no hubiéramos aprendido nada del cambio climático). Después la ciencia, cuando investiga a posteriori, demuestra que no lo es. Pero la tecnología avanza a tal velocidad que la ciencia no puede seguirla.Y el problema añadido es que también existen inmensos intereses económicos y cuando aparecen esas evidencias de daño se obvian o se niegan. De ello se ocupan poderosos lobbies dedicados a esta tarea.

En un artículo titulado “Contaminación electromagnética planetaria: es hora de evaluar su impacto”, publicado en 2018 en The Lancet Planetary Health por científicos del ORSAA (Asociación de Asesoramiento Científico en Radiofrecuencia de Oceanía) y por la Universidad de Albany, se afirma que de 2.266 estudios sobre radiofrecuencia no menos del 68% encontró “efectos biológicos significativos o efectos sobre la salud”. Estaríamos hablando pues de cientos de estudios científicos revisados por pares que aportan creciente evidencia de que la exposición crónica o prolongada a radiación inalámbrica tiene efectos biológicos y de salud.

Como usted demanda, se trata de estudios científicos revisados por pares y publicados en revistas científicas que han sido reproducidos por grupos de investigadores independientes. Por supuesto, señor Caro, como usted bien sabe, esos estudios no hay que buscarlos en la página web de una asociación de enfermos (tampoco encontrará estudios científicos en la web de una asociación de párkinson, alzhéimer o cáncer), sino en una base de datos biomédica como Pubmed. Ahí podrá encontrar estudios sobre estrés oxidativo celular, alteraciones del estado redox celular, apertura de la barrera hematoencefálica, alteraciones en el metabolismo y en la actividad eléctrica del cerebro, alteraciones en el intercambio iónico celular, especialmente en los canales de calcio dependientes de voltaje, alteraciones en nuestras hormonas y en nuestros neurotransmisores, roturas de ADN, etc., provocados por las radiaciones inalámbricas.

Existen dos tipos de daños causados por estas radiaciones en los que ya se va obteniendo unanimidad, con cerca de un 90% de estudios que encuentran efectos: el estrés oxidativo celular y los daños neurológicos. De hecho, esos son justo los dos tipos de efectos que se están encontrando en estudios recientes, de este año 2020, realizados por Dominique Belpomme y Yael Stein sobre electrosensibilidad. Incluso se están objetivando con diagnóstico por imagen las alteraciones funcionales que presenta el cerebro de las personas electrosensibles y cómo esas alteraciones se corrigen cuando dejan de estar expuestas a radiaciones inalámbricas. También se está publicando sobre los efectos sinérgicos de los químicos y las radiaciones inalámbricas.

Yo no soy bióloga, pero usted sí lo es. Pone el ejemplo de que un coche no funciona sólo por tener hierro y plástico. Totalmente de acuerdo. El hierro y el plástico de nuestro cuerpo correspondería a nuestros órganos y aparatos, pero existen otros muchos sistemas y estructuras mucho más sutiles que son lo que posibilitan el funcionamiento de nuestro organismo, pero que no por ser más sutiles son menos reales: hormonas, neurotransmisores, sistema inmunológico, sistema químico de defensa celular, la generación de ATP o el estado redox de nuestras células deben estar en perfecto equilibrio para que nuestro organismo funcione. Y estos equilibrios tan delicados se están viendo interferidos en su funcionamiento por agentes externos, como son las sustancias químicas o las ondas inalámbricas, que están alterando la homeostasis de nuestro organismo. Y usted sabe, pues es biólogo celular que, por ejemplo, un cambio prolongado en el estado redox celular provocado por estrés oxidativo puede causar incluso cambios en la señalización celular, modificar nuestro ADN y alterar por tanto la expresión de ciertos genes, enzimas o coenzimas y, por ende, los niveles de las proteínas codificadas por estos o las reacciones celulares y bioquímicas que posibilitan (ya sea por la expresión directa de estos genes o por moficicaciones postranscripcionales). Hay miles de artículos que avalan esta afirmación. También hay muchos otros que muestran evidencia de que las ondas inalámbricas provocan estrés oxidativo que altera el estado redox celular. El ambiente es capaz de modificar la expresión de nuestros genes. No es “biologicismo”. Es pura biología: es epigenética. A mí me han objetivado un déficit de coenzima Q10 de un 40% en una biopsia de piel con estudio de fibroblastos, lo cual provoca graves alteraciones en el funcionamiento celular y en la producción de ATP o energía. Poco después de que lo objetivaran, descubrí que llevaba 15 años viviendo en una casa próxima a una antena de telefonía que apuntaba justo hacia ella. David Cordero ha publicado varios artículos sobre déficit de coenzima Q10 en personas con fibromialgia.

El paradigma hasta ahora vigente de que las radiaciones inalámbricas no ionizantes sólo causan efectos térmicos por exposiciones agudas está pues falsado por cientos de estudios científicos revisados por pares y publicados en revistas científicas que encuentran efectos biológicos por exposiciones crónicas en niveles miles de veces por debajo de los ahora permitidos. A pesar de ello el ICNIRP, organismo privado de radiaciones no ionizantes en el que se apoya la OMS para regular los niveles de radiaciones no ionizantes, acaba de revisar en 2020 los criterios que siguen los gobiernos de todo el mundo y sigue sin reconocer más que los efectos térmicos, obviando esos cientos de estudios publicados en revistas científicas revisadas por pares que han hallado efectos biológicos. Un informe muy reciente y revelador publicado por dos europarlamentarios, Michèle Rivasi y Klaus Buchner, sobre el conflicto de intereses en el que incurren los miembros del ICNIRP, podría ser una explicación. Expone los vínculos de sus miembros con compañías de telecomunicaciones que han financiado sus investigaciones. También explica que de 14 miembros sólo uno tiene formación médica y no está especializado en este tipo de radiaciones. También explica que la práctica totalidad del grupo de CEM de la OMS está formado por esos mismos miembros del ICNIRP y que ha estado financiado por compañías de telecomunicaciones.

No le culpo, señor Caro, por su interpretación sexista y llena de prejuicios sobre la electrosensibilidad y las personas que la padecemos. Responde al criterio generalizado de la gran mayoría de la opinión pública española: “No existe evidencia científica de daño biológico y quien diga sufrirlo lo que tiene es un problema psicológico”. Dos personas se han encargado de extender esa visión en sus informes y declaraciones, que han sido recogidas por todos los medios de comunicación: Francisco Vargas y Alberto Nájera. Ambos pertenecen al CCARS (autodenominado Comité Científico Asesor de Radiofrecuencias y Salud), que depende del Colegio Oficial de Ingenieros de Telecomunicaciones. A su vez éste, cuyo objetivo no es la salud sino el despliegue de estas tecnologías, está vinculado con Telefónica, Vodafone o la red de Ciudades Inteligentes. Al CCARS no se le conoce declaración de conflicto de intereses, a pesar de que varios de sus miembros, entre ellos el señor Vargas, han trabajado para organismos financiados por empresas de telecomunicaciones. De facto, lleva ejerciendo las funciones de comité de referencia en España sobre radiaciones no ionizantes desde 2005. A pesar de que la Ley de Telecomunicaciones de 2014 establecía la creación de un Comité Interministerial sobre Radiofrecuencias y Salud y de que el Defensor del Pueblo ha requerido a tres gobiernos sucesivos durante más de 6 años para que se creara, este no se ha constituido hasta el momento.

Bajo la responsabilidad del señor Vargas, siendo subdirector de Salud Ambiental y Laboral del Ministerio de Sanidad, se fijaron los límites de emisión para las tecnologías inalámbricas en España. El CCARS en su “Informe 2013- 2016 Sobre Radiofrecuencias y Salud”, no revisado por pares ni publicado en revista científica alguna, pero sí en todos los medios de comunicación,  defiende la inocuidad de estas tecnologías. Y en concreto en el apartado de electrosensibilidad, redactado por el señor Vargas, se permite no sólo excluir estudios científicos que salen aplicando sus propios criterios de búsqueda metodológicos pero contradicen sus tesis, sino incluso manipular abstract de estudios científicos cambiando el sentido de sus conclusiones. Pero además, para colmo, el señor Vargas es, desde 2012, responsable técnico del ministerio de Sanidad de todas las enfermedades de sensibilización central, incluida la electrosensibilidad. Este grave conflicto de intereses ha sido denunciado por la asociación “Electro y Químico Sensibles por el derecho a la salud” ante el ministerio de Sanidad.

Me llama poderosamente la atención que personas de ciencia como usted sean tan exigentes y displicentes con los afectados y tan indulgentes con la corrupción y la mala praxis científica que subyace a estos comités que deberían ser rigurosos y defender la salud de todos. Resulta curioso también que, sin conocer mi historia clínica, sepa usted más de mi cuerpo que yo misma y que los médicos especialistas que me han diagnosticado: endocrinóloga, neuróloga, médica de medicina interna y toxicólogo. Le aseguro que ni yo ni las personas electrosensibles somos mujeres vagas, quejicas ni histéricas que “buscan una paguita por no hacer nada”. Y también le aseguro que eso que usted llama eufemísticamente “nuestro sufrimiento” tiene una base biológica. Hace falta muchísima investigación, pero la ciencia avanza rápido para objetivar esos marcadores biológicos de los que usted duda. Las compañías de seguros se niegan a cubrir los riesgos para la salud de las tecnologías inalámbricas. Somos una verdad incómoda que interesa invisibilizar y desprestigiar, pues somos la evidencia del riesgo de estas tecnologías. A lo mejor por ello están intentando desplegar a toda prisa la tecnología 5G cuando aún no se había completado el despliegue de la 4G, porque si esperan y esos marcadores se terminan de objetivar, quizás les sea mucho más difícil poder hacerlo, pues la digitalización masiva e inalámbrica nos está excluyendo de facto de la sociedad ¿Y es lícita una tecnología que segrega y excluye a una parte de la sociedad y es potencialmente dañina para el resto y para toda clase de vida?

Respecto al despliegue de la tecnología 5G, esa frecuencia del TDT de la que usted habla, 700 Mhz, va acompañada de otras dos frecuencias, 3,5Ghz y 26 Ghz. De esta última un informe de la UE afirma que no existe todavía un sistema normalizado capaz de medirla en la vida real, y el Defensor del Pueblo ha pedido que se aplique respecto a ella el principio de precaución. Cuando se despliegue “el internet de las cosas”, harán falta frecuencias cada vez más altas, milimétricas y submilimétricas. Tendremos antenas de telefonía cada 100 m. o poco más que se añadirán, no sustituirán, a las que ya existen. La vocación de esta nueva tecnología es llegar a cada rincón del planeta mediante el despliegue de 50.000 satélites privados. Científicos de todo el mundo han pedido a la OMS, a la UE y a la ONU una moratoria hasta que se investiguen los efectos de la tecnología 5G, pues ya existen evidencias científicas del daño producido por las tecnologías inalámbricas anteriores y de las que puede producir esta, no sólo para la salud, sino para toda clase de vida. Un artículo científico publicado en Nature alerta del riego potencial que supone para los insectos la utilización de las altas frecuencias que requeriría el despliegue 5G, pues cuanto más altas sean las frecuencias, mayores cantidades de energía absorberían los insectos.

Los riesgos potenciales son, pues, elevados. Se cuenta con alertas científicas tempranas, previas al despliegue de una tecnología que pretende llegar hasta el último rincón de nuestro planeta. E incluso la Agencia Europea de Medio Ambiente ha pedido que se aplique el principio de precaución respecto a las tecnologías inalámbricas. En la esencia de la aplicación de este principio está que no son necesarias certezas científicas absolutas, sino indicios de riesgo. Ecologistas en Acción, apoyándose en las investigaciones científicas ya existentes y en los graves daños potenciales que el despliegue sin suficiente investigación podría generar, tratando de compatibilizar la economía con la ética y de conjugar el mal llamado “crecimiento económico” con el respeto a la vida, también se suma a esa petición de que se aplique el principio de precaución. El programa Reach de la UE, puesto en marcha en 2006, ha invertido la carga de la prueba y obliga a que cada nuevo producto químico se registre y demuestre su no peligrosidad con estudios científicos antes de su introducción en el mercado. Quien obtiene el beneficio y causa el riesgo de daño es quien ha de demostrar su inocuidad. Lo mismo se debería hacer con las tecnologías inalámbricas y con cada nuevo despliegue tecnológico que se ponga en marcha en el futuro. Sólo de esa forma conseguiremos una tecnología que sea respetuosa con la vida y con el medio ambiente. No podemos permitirnos ya más errores en un momento en el que las consecuencias de nuestra tecnología nos han llevado a un escenario ecosocial límite y de difícil reversibilidad.

Blanca Salinas Álvarez. Miembro de Electro y Químico Sensibles por el Derecho a la Salud, de STOP 5G Segovia y de Ecologistas en Acción.