Una buena teníamos que tener, en medio de tantas pálidas. El conflicto por la ocupación del predio conocido como Parque Indoamericano, que según el gobierno de la ciudad será un día el pulmón de la zona sur ha sido desactivado. La propuesta conjunta de Nación y Ciudad fue aceptada por más del ochenta por ciento […]
Una buena teníamos que tener, en medio de tantas pálidas. El conflicto por la ocupación del predio conocido como Parque Indoamericano, que según el gobierno de la ciudad será un día el pulmón de la zona sur ha sido desactivado. La propuesta conjunta de Nación y Ciudad fue aceptada por más del ochenta por ciento de los ocupantes, y casi la mitad se ha retirado.
La resolución que se adoptara en la toma emblema era especialmente crítica por cuanto la misma había sido objeto de réplicas, tanto en la CABA como en la PBA. Asimismo, porque la reacción inicial del GCBA, en su discurso y en su praxis, era contraria a todo lo hecho por el gobierno nacional. El discurso xenófobo y la insistencia en el desalojo violento amenazaban con torcer la opinión pública en contra de banderas históricas como la política de fronteras abiertas, garantizada por el Preámbulo de la Constitución Nacional, y la no criminalización de la protesta social.
Por eso, Nación debía intervenir. Y, con alguna demora, lo hizo, demostrando varias cosas. Primero, que con más de diez mil personas en el predio, la única solución realista era la solución política. Las familias se retiraron en paz y sin tener que lamentar nuevas víctimas, en medio de un clima espeso por la presencia de barras bravas y punteros que los hostigaban, forzando un cordón de seguridad de Gendarmería y Prefectura.
Segundo, la solución alcanzada contempla el reclamo esencial, que remite a la necesidad de resolver pacífica pero efectivamente los problemas de vivienda de miles de porteños. Más de quinientas mil personas, sólo en la Capital de nuestro país, tienen graves problemas de vivienda. Es positivo que, finalmente, sus derechos sean reconocidos incluso bajo un gobierno comunal que prioriza las plazas a las escuelas, y que ha parado todas las iniciativas en la materia. Muestra que las relaciones de fuerza juegan para todos, no sólo para nosotros.
Tercero, esta solución hubiese sido de imposible realización sin el concurso del gobierno nacional. Y eso, creo, ha quedado meridianamente claro. Pero la solución que este gobierno supo enhebrar reconoce los derechos de los habitantes, respeta su propia vocación de diálogo, y deja muy mal parados a los abanderados de la represión, las razzias y los desalojos violentos.
Quedan, claro, muchos predios ocupados. Me animaría a decir que quedan otros tantos por ocupar, si bien de menores dimensiones. Por eso, más esencial era el modo en que se saliese de esta primera crisis. Ya habrá tiempo para ajustar cuentas con los operadores de afuera: lo importante es que el gobierno nacional no cedió ni a la tentación represiva ni al olvido del distrito modelo de la derecha más dura. La salida, por el contrario, fue a la vez política y social.
Claro, no todas son buenas nuevas. Las ocupaciones de tierras, que en la Capital aparecen como una novedad relativa, en rigor demuestran la emergencia de un sujeto olvidado por la política oficial, de grupos sociales no computados en planilla alguna. Los teólogos del derrame y del empleo como única política social deberán tomar nota del hecho esencial: miles de compatriotas y habitantes del suelo argentino no se benefician con las tasas chinas de crecimiento, con las paritarias, con los convenios colectivos y con el aumento del mínimo no imponible.
Esto no desmerece la crucial recuperación de banderas históricas de la clase obrera argentina, como son los convenios colectivos. Pero nos marca que la realidad no es tan simple, que hay otros sectores que merecen y necesitan ser interpelados de otro modo, sectores con otras urgencias y repertorios de acción directa que se condicen mejor con su nula visibilidad pública en la arena del exitismo estadístico en que vive la militancia oficialista. Esos son los sectores que, alentados o no, salieron y salen a ocupar terrenos en estos días, como fruto de emergencias genuinas que deben ser atendidas, a corto, mediano y largo plazo.
No son, quiero resaltarlo, opciones excluyentes, sino necesariamente complementarias. Debe planificarse y ejecutarse una política que responda a las urgencias de los más postergados, urgencias que sólo conocemos los que estamos en los barrios periféricos. Los derechos sociales básicos de un sector de la población no se cubren pensando solamente desde el ángulo de los ingresos. Es necesaria una política social firme y proactiva, que genere condiciones de inclusión realistas. Si este reclamo es leído correctamente, los vivos de ocasión no tendrán terreno sobre el que operar. Más importante aún: los argentinos, todos los argentinos, vivirán mejor.
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