Recomiendo:
0

Prometeo y Polanco

Fuentes: Gara

Lo peligroso de un elogio no es el elogio en sí, sino su lenguaje. En este sentido, ciertas comparaciones no son solamente odiosas, sino aberrantes, porque chocan con la verdad que supuestamente transportan. De ahí su insoportable retranca. Pero, aunque se dice que hay que aborrecer la comparación y no al comparador, la verdad es […]

Lo peligroso de un elogio no es el elogio en sí, sino su lenguaje. En este sentido, ciertas comparaciones no son solamente odiosas, sino aberrantes, porque chocan con la verdad que supuestamente transportan. De ahí su insoportable retranca. Pero, aunque se dice que hay que aborrecer la comparación y no al comparador, la verdad es que en el caso de Fuentes me es imposible evitar dicha simultaneidad. Porque se trata de un estructural y reincidente pelota.

Ni más ni menos que con la figura de Prometeo asocia ahora ­antes lo comparó con Voltaire-, el escritor mexicano Carlos Fuentes al presidente de Prisa, Jesús Polanco del Gran Poder. La verdad es que uno no sabe si tal comparación es para troncharse de risa o para morirse de tristeza. Jamás sospeché que un escritor cayera tan bajo en su desorbitada capacidad para enjabonar la labor de quien tantas mesadas le ha proporcionado. Comparar a Polanco con Prometeo rompe toda norma de sensatez y se inscribe en la esfera del lameculismo más esplendente. Así decía de contento Carlos Fuentes: «Jesús de Polanco es un moderno Prometeo de la comunidad hispánica. El fuego que le robó a los dioses y nos dio a los hombres y mujeres se llama la letra, el libro, la comunicación, la crítica, la verdad».

El escritor mexicano, incapaz de matizar gramaticalmente su alabanza, utiliza el artículo con carácter excluyente y exclusivo. Nadie dudará que «El País», y a su sombra Polanco, ha dado a la sociedad española su verdad, su cultura y su crítica, como lo han hecho otros medios periodísticos. Pero afirmar que nos ha dado La Verdad, La Crítica y La Comunicación, es un disparate esdrújulo.

Pero veamos en qué puede quedar su osadía comparativa, si se analiza detenidamente.

Es verdad que, de acuerdo con el relato mitológico, Prometeo robó a los dioses el fuego, también el trigo y la carne, para entregárselo a los hombres. Sin embargo, apenas se habla de cómo lo logró. Al hacerlo, podríamos preguntarnos si los medios que utilizó Prometeo para hacerse con semejante botín estaban justificados por el fin que perseguían. Y debe quedar claro que si Prometeo no asesinó, fue porque se las tuvo que ver con dioses, por definición inmortales.

Por no alargarme, evocaré tan sólo dos de los actos heroicos de Prometeo.

En el primero de ellos, Zeus solicita a Prometeo que reparta entre los hombres y los dioses un suculento toro. Prometeo lo sacrifica y descuartiza en dos partes. Una, para los dioses; otra, para los hombres. Prometeo elige para los hombres la parte comestible, que oculta bajo una apariencia repugnante; y para los dioses, la parte no comestible, que camufla bajo la apariencia de un lardo apetitoso y de un blanco refulgente. Es decir, Prometeo obra de manera falaz y mentirosa. Lo bueno lo disimula bajo la fealdad y lo malo lo hace apetecible recubriéndolo con algo atractivo.

Tradicionalmente, se ha considerado que Prometeo se porta muy bien con los hombres. Sin embargo, algunos intérpretes modernos empiezan a cuestionarse si Prometeo da realmente a los hombres la parte mejor del toro. Piénsese, además, que los dioses, por serlo, jamás tienen hambre. Por eso, lo que Prometeo les da es lo que realmente necesitan: la inmortalidad que, simbólicamente, está representada en los huesos. En cambio, los hombres reciben la carne, algo necesario, ciertamente, pero caduco y efímero, al fin y al cabo.

En el segundo acto, cuando Prometeo roba el fuego a Zeus, también lo hace utilizando el engaño y la mentira. Es decir, Prometeo juega con la oposición entre lo interno y lo externo, con la diferencia entre apariencia exterior y realidad interior. Vamos, como hacen los hábiles y sutiles publicitarios y políticos.

Por todo ello, se puede concluir que Prometeo, más que representante genuino de la benevolencia, es la encarnación de la ambigüedad. No solamente utiliza métodos mentirosos, sino que lo que da parece una cosa, pero es otra. En el fondo, estamos ante un sujeto poco fiable.

Desconozco si Carlos Fuentes, al asociar a Polanco con Prometeo, era consciente de las sugerencias que los intérpretes modernos hacen del mito griego. Lo que sí parece es que el tiro comparativo le ha salido por la culata.

Por un lado, si Polanco es un Prometeo moderno, lo será en los aspectos que tal asociación sugiere: el de convertir la mentira y el engaño en medios para conseguir unos fines, los cuales, si en Prometeo eran desinteresados, no creemos que lo sean en el caso de Polanco.

Por otro, Fuentes tendría que llevar hasta el final su comparación y aventurarnos un final mitológico para Polanco. Si Prometeo pagó con su muerte la osadía de engañar a los dioses, ¿cuál será el precio de héroe moderno que le está reservado a Polanco para que su identidad con Prometeo sea total?

Mientras nos llega la respuesta, quizás nos sirva para conocer la hechura política y moral de este Prometeo moderno, el recuerdo de cómo en la tarde aciaga del 23-F, reunidos Cebrián, Martín Prieto y Polanco para decidir si sacaban el periódico, éste pidió a gritos que el diario no saliera a la calle ante la posibilidad de que ganaran los golpistas. Cebrián no le hizo caso y sacó el periódico adelante.

Jesús de Polanco salió de aquella reunión pegando un portazo.