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Algunas preguntas (realizadas muchas veces antes, ya) a los que invocan las «libertades cívicas».

Protesta, libertad de circulación, disciplina y ejercicio de la violencia

Fuentes: Rebelión

En el capítulo 6 (La violencia redentora) de A Propósito de Lenin, Slavoj Zizek sostiene -demuestra- que «en contraste con la compasión humanitaria, que nos permite retener nuestra distancia con respecto al otro, la violencia misma de la lucha señala la abolición de esta distancia. Aunque esta estrategia es arriesgada y ambigua… no hay ninguna […]

En el capítulo 6 (La violencia redentora) de A Propósito de Lenin, Slavoj Zizek sostiene -demuestra- que «en contraste con la compasión humanitaria, que nos permite retener nuestra distancia con respecto al otro, la violencia misma de la lucha señala la abolición de esta distancia. Aunque esta estrategia es arriesgada y ambigua… no hay ninguna otra manera de salir del cierre de la subjetividad capitalista». Este argumento viene a cuento porque los fiscales, en pleno ejercicio de sus funciones, bregan por el «desarme» de los piqueteros, inclusive arrancarles sus capuchas por la fuerza. Esta es la noción unilateral de la violencia que se propaga por la «ciudadanía civil libre y responsable».

Cabe una aclaración, para los impávidos espectadores de la realidad (piquetera, en este caso), no es que las columnas de seguridad piqueteras vayan con armas última generación, siquiera con armas; lo que llevan son unos palos, sí, y unas capuchas para protegerse de las delaciones jurídicas que transforman los reclamos (adjetivisándolos: reclamos genuinos, reclamos dignos, etc.) en causas judiciales efectivas. Hemos visto que estos palos no han sido suficientes para proteger la vida de Santillán o de Kosteki para poner sólo los dos ejemplos más resonantes en términos políticos de los últimos años.

Aquí la primera pregunta que hacemos a los responsables de este supuesto ejercicio de justicia: ¿se desarmará a los automovilistas, es decir, se les privará de atropellar columnas de manifestantes peatones privándolos de usar su automóvil como arma en su reclamo de libre circulación? Con relación a ello ¿qué es lo que confiere más libertad a un automovilista cualunque para circular por las calles públicas que a un grupo definido por la especificidad de su reclamo? O en términos de moralina ¿bajo qué supuesto es más digno el reclamo de la «ciudadanía» (así, en abstracto) que el reclamo de los desposeídos de todo (inclusive de la cartilla de ciudadanía)? Y siguiendo en el orden de cuestiones ¿no existe una asimetría judicial para tomar únicamente como fundamento de ‘ejercicio de la violencia’ la justificación venal de sucesos materiales? En otros términos ¿por qué existen siempre causas caratuladas para el/los piquetero/s? El resto de los miembros de esta sociedad ¿duerme con B eatriz en el cielo dantesco? ¿Es perturbado este sueño de ángeles por la turba piquetera? ¿No hay violencia en la «ciudadanía civil»? ¿No hay cabal ejercicio de la violencia en la «ciudadanía civil»? La «ciudadanía civil» ante cada reclamo de los excluidos encuentra que este reclamo «viola» un derecho propio de ella (derecho adquirido serían las palabras apropiadas); a cada reclamo de los excluidos hay un contra-reclamo de la «ciudadanía civil», y estos contra-reclamos se realizan desconociendo e ignorando concienzudamente las necesidades de los marginados ¿No es un sublime ejercicio de violencia? ¿No es un cabal ejercicio de reacción? Y preguntamos si es sobre la base de la igualdad de derechos que esta «ciudadanía civil» encuentra justo y equitativo contra-reclamar por la «libre circulación» cuando los excluidos reclaman por comida (por la dignidad que otorga comer a diario una modesta y humilde ración de alimento). Y para el sagaz observador de la «ciudadanía civil» que s ugiere que no ha de faltarles alimento porque se los ve bien rellenitos, le recomendamos el excepcional trabajo de la antropóloga Patricia Aguirre: Ricos flacos y Gordos pobres (la alimentación en crisis).

Otra cuestión es ¿hasta dónde la provocación en este ejercicio de los reclamos de las libertades (las libertades del Yo, del Yo instituido por medio del egoísmo capitalista «civilizado») no traduce el deseo -reprimido- de una clase? Es decir, una clase que es demasiado cobarde (por acción de conciencia y no de deseo consciente) para decir pública y abiertamente «maten a los piqueteros». Clase que necesita de la provocación de uno propio de los suyos, para que éste sea apaleado, y como consecuencia son los mismos piqueteros los que retransforman el discurso de esta clase que «necesita de la libre circulación» para establecer el discurso y las acciones de sus deseos conscientes. Ante la cobardía de exteriorizar de manera pública su deseo, es como si los piqueteros dijeran: sabemos que ustedes necesitan un hecho para producir (para legitimar) el discurso de sus deseos incontenibles, pues bien: aquí tienen los hechos, ahora estamos dispuestos a escucharlos. Esto nos conduce a otr as cuestiones no menores.

¿No hay, por decirlo de manera grosera, un litigio sobre lo real, sobre la realidad instalada? O en otras palabras ¿los piqueteros no son la alteración del orden simbólico instituido? Nos referimos con ‘orden simbólico instituido’ al orden simbólico circulante, simbolización que se constituye sobre las nociones (nociones de justicia, nociones de libertad, nociones de dignidad, nociones de «verdad», nociones de «violencia», etc.) y sobre los símbolos concretos (la marca registrada, el logo, lo publicitado, lo susceptible de propaganda, etc.). Circulación realizada mediante el Gran Hermano de esta clase que son los medios masivos de «verdad» que es lo mismo que decir «información objetiva», o en su equivalente: los medios de construcción de la información (de los discursos circulantes, de la palabra permitida).

Si es demostrable que el discurso contenido y reprimido en ese cuerpo-cerebro de clase se legitima ante los hechos (los que buscan que se produzcan de determinada manera así se exculpan de consciencia), cabe replantearse desde la lógica piquetera principios de disciplina (no en el sentido militarizado del término), tal que los hechos y discursos que legitiman los piqueteros sean los propios, y no los discursos y hechos que el enemigo necesita para deshacerse cabalmente de los piqueteros, de los desocupados y de los que han sido destituidos de la sociedad, porque para integrar la sociedad hay que «adaptarse» a ella según el régimen normalista liberal, aunque esto constituya una contradicción axiológica per se. No queremos pecar de revisionistas, claro está, ni exigir posiciones de blandura; además estimamos que se legitima un determinado discurso involuntariamente, como consecuencia del cansancio acumulado debido a todas las provocaciones que padecen los piqueteros, como exclu idos, provocaciones que parecen no ser ejercicio de la violencia. También aseveramos que no pretendemos que se esgriman principios que sean simpáticos (por decirlo de alguna manera) a la clase hegemónica, a la clase media o a cierta clase dominante; sino que, queremos decir, que los principios deben expresar cabalmente la tensión propia del enfrentamiento, y se debe trabajar para que esta tensión sea favorable al movimiento piquetero; no que en las relaciones de fuerzas el movimiento quede desarticulado tanto como se lo desvirtúa desde el discurso de dominación (debemos tener cuidado, nos advierte Zizek, de «no confundir la ideología efectivamente dominante con la ideología que parece dominar»).

El año pasado, en Los progresistas y los piqueteros (Rebelión), decíamos que «hoy día está admitido como «bien» que se proteste contra los que protestan contra la miseria espantosa, por cuanto esta protesta está «mal» por los métodos que han elegido para hacer ver la miseria que padecen (los únicos métodos que les deja el sistema). Los protestantes al Protestódromo, batiendo palmas, y siempre esperando… postergando la espera para ser escuchados». Vuelve a aparecer esta idea, para garantizar la libre circulación, pero acrecentada, acentuada en la (pseudo)validez que otorga la juridisprudencia. A esto agregamos que «el sujeto normalizado que se atiene a la ley se encuentra acechado por su doble espectral, por un sujeto que materializa la voluntad de transgredir la ley en su goce perverso», tal sostienen Diken y Laustsen. ¿No constituye un goce perverso lo ocurrido con el automovilista que atropella a los manifestantes peatones y luego es golpeado por estos? Consideramos la pe rversidad del acto, en el sentido de que en los manuales de «buena ciudadanía» está mal visto pisar peatones con automóviles (¿cuántas manifestaciones, genuinas, en reclamo de justicia por los atropellados por los automovilistas?); queda flotando en la atmósfera si hay una categoría diferencial de sujetos (es decir: está bien que se atropelle a un piquetero, pero está mal que un hijo de «buen vecino» sea atropellado). Y la perversidad se agrava en cuanto al que infringió contra la integridad humana en su esencia (ya por sobre la ley), se lo traspasa de la categoría de victimario a la categoría de víctima de manera automática. Pero, no queremos centrarnos en el sujeto ejecutor, sino en la materialización del deseo compartido por una serie de ejecutores sociales (mejor expresado: un ejecutor social integrado por un conjunto de sujetos determinados por la pertenencia de clase), en la transgresión a las nociones propias autosostenidas de «buena ciudadanía», y en el goce perverso de la transposición víctima-victimario, como «burla» generalizada, acrecentando aun más las dificultades de disciplina piquetera.

Y las dificultades aumentan en dimensiones, porque la lucha piquetera es desviada, desvirtuada, y hasta puede decirse que «invalidada». Se la reduce a una lucha infraespecífica, incorpórea, no integrada. Ahora los piqueteros, o los piqueteros de un determinado sector, deben luchar porque algunos de sus miembros sean liberados, o desprocesados, y así la lucha general que libran se desarticula, y debe esperar; en otras palabras: un protestódromo encubierto, donde el temario en la agenda principal en cuestión de lucha parece estar imponiéndola el gobierno (según los dictámenes de cobardía de una clase determinada -y determinante en el proceso histórico nacional-). Es claro que no queremos decir que no haya que luchar por los militantes perseguidos.

Ante el ejercicio de la «burla» sistemática ¿qué esperan qué ocurra? ¿El surgimiento de un Gandhi piquetero? Y cuando exista este Gandhi piquetero ¿podrán arrojarle con total libertad sus automóviles invocando que son libres de circular libremente?

Se antepondrán un sin número de cuestiones, para describir con precisión «científica» el hecho, el evento, de cómo y cuándo fue rota la luneta trasera, qué fue lo que desató la ira del automovilista (aunque ésta sea mera consecuencia de su propio acto), y así siguiendo. Esta precisión puede parecer esencial, pero su esencia es falsa o ficticia, o en otros términos: se refuerzan los hechos en sí mismos para presentar las formas, y se vacía de manera total el contenido, tal las exigencias de una justicia formal -y más que formal, formalista-. El problema forma-contenido no está ausente en este suceso particular, el que es un elemento más dentro de un entramado de sucesos sociales que vienen desarrollándose desde mediados de la década del ’90. Para presentar un ejemplo, nadie cuestiona las formas de contratos -en general- en el sistema capitalista, porque ellas han sido instituidas ley mediante (ley de protección de la propiedad privada, en esencia), pero tampoco nadie analiza l os contenidos de estos contratos (pongamos por ejemplo el caso de los alquileres de inmuebles). Bertolt Brecht en la Ópera de los tres centavos indica estas cuestiones de manera patente: «¿qué es el robo a un banco comparado con la fundación de un nuevo banco?». La diferencia la encontramos en la ley instituida, la ley creada, o en otras palabras: en la «legalidad» del robo; por supuesto que detrás de la «legalidad» también se elabora la cuestión ética.

¿Qué es lo que cuestionan los «libre circuladores» de la protesta piquetera? ¿Las formas? ¿El contenido? ¿Se puede demostrar la irreductibilidad de formas y contenidos? O más preciso: ¿se puede demostrar la no-interdependencia entre forma y contenido? O en otro plano de cuestiones, pero cuya distancia es infinitesimal al anterior: ¿el ejercicio de reclamos por derechos esenciales arrebatados no presupone un ejercicio de violencia? Es decir, un ejercicio de violencia exterior sobre los ahora manifestantes, el que ha contribuido para que estos manifestantes hagan uso de su ser constituido (tampoco queremos pecar por estructuralistas; sino que hacemos referencia al sujeto histórico político en la integridad de su conformación).

No nos detendremos a precisar taxativamente qué es lo que decimos cuando nos referimos a ‘derecho esencial’ (quien quiera entender, que entienda -lo que quiera entender-).

Volviendo al tema de las formas, realizaremos otra pregunta teñida con moralina. Cuando un número considerable de trabajadores es dejado en la calle porque el libro de balances de las empresas es negativo ¿no son las formas contractuales -ley mediante- las que garantizan la no-pérdida de nitidez de las empresas y, ligado a esto, garantizan la exclusión social de los individuos exceptuándolos de sus puestos de trabajo? ¿Quién cuestiona la «dignidad» de estas formas? ¿Quién las revisa desde una axiología negativa? U otra manera de preguntar lo mismo ¿qué es lo que hace indigno que un trabajador desocupado reclame por obtener trabajo digno y no hace indigno que una empresa desocupe a los trabajadores? O si se quiere preguntar en términos de mercado: ¿por qué las leyes posibilitan que las empresas no tengan pérdidas? Y ¿por qué no existe un sistema de leyes tales que posibiliten que sean los seres humanos en su totalidad los que no tengan pérdidas (pérdida de la vida, de la digni dad, del derecho a los alimentos, a la vivienda, a la salud, pero no en abstracto sino derecho de facto)? No nos confundimos, no estamos diciendo que debe ser creado un conjunto de leyes que mercantilice la vida del hombre (ese conjunto de leyes, de hecho, ya existe), estamos exigiendo una cosa bien distinta (y tampoco desde una intensión meramente reformista).

Por último, como cierto ejercicio de la razón cínica (no porque adscribamos a ella): tememos ver a estos automovilistas chocando semáforos porque interrumpen su «libre circulación». Y como aclaración última, que nos hayamos referido a los automovilistas es cuestión de condicionamiento debido a los sucesos de la semana pasada en Argentina, pero existe un número considerable de peatones que comparten la misma posición ideológica de estos automovilistas respecto del movimiento piquetero.

Ya que comenzamos con S. Zizek, culminamos con él, quien nos señala que «la ceguera para con el sufrimiento y dolor de los otros, tiene que romperse primero en el gesto de asumir el riesgo y alcanzar directamente el sufrimiento del otro -un gesto que, al sacudir el corazón mismo de nuestra identidad, no puede aparecer sino como sumamente violento-.»