México: palacios ancestrales emergiendo de la selva. Miles de años de historia debajo de cada piedra. El grito Tierra y Libertad que estalló como un trueno en la revolución de 1910.
A ese México indómito, en vías de industrialización y con el rezago crónico en el campo, pocos años antes de que estallara la Segunda Guerra Mundial, llegó León Trotski para su último exilio.
Vivió sus días mexicanos combatiendo las difamaciones y los ataques del estalinismo, al tiempo que analizaba la compleja situación internacional que se encaminaba hacia la guerra, seguía de cerca la Revolución Española y desplegaba la lucha por la construcción Cuarta Internacional, un partido mundial que luchara por el fin de toda explotación y toda opresión. En ese contexto, dedicó también su energía a estudiar la situación latinoamericana y la de México en particular. Uno de los temas sobre los que centró su atención fue la cuestión agraria. A partir de esto, explicó la aplicación de la teoría de la revolución permanente en América Latina.
Partiendo del desarrollo desigual y combinado que caracteriza a los países latinoamericanos, con un proceso de industrialización en curso para la década de 1930, con lo más moderno de la técnica para la época, junto con el atraso endémico en el campo, donde lo que primaba era la gran propiedad, como veremos más adelante, Trotsky rebatió los argumentos del estalinismo que apelaba al atraso del país para justificar la subordinación a la burguesía nativa, con el fin de abonar al desarrollo capitalista, como expresión de su concepción etapista de la revolución.
“Durante el curso de la lucha por las tareas democráticas, oponemos el proletariado a la burguesía. La independencia del proletariado, incluso al comienzo de este movimiento, es absolutamente necesaria, y oponemos particularmente el proletariado a la burguesía en la cuestión agraria, porque la clase que gobernará, en México, como en todos los demás países latinoamericanos, será la que atraiga hacia ellos a los campesinos”. [1]
A fines de la década de 1930, 297 grandes propietarios latifundistas poseían haciendas que englobaban alrededor de 70 millones sobre un total de 131 millones de hectáreas censadas, mientras 244,108 campesinos pobres poseían predios menores de una hectárea y 2,780,260 jornaleros formaban el germen del proletariado rural que la revolución proletaria tendrá que despertar y poner en acción como la brigada de choque en la lucha de clases en el campo, a quienes se sumaban los ejidatarios y pequeños propietarios que combinaban el cultivo de sus parcelas con el trabajo asalariado, a decir de Octavio Fernández, uno de los colaboradores mexicanos más cercanos a Trotsky. [2] En el campo vivían y laboraban la mayoría de los pobladores indígenas, en condiciones paupérrimas.
La revolución mexicana, que tuvo unos de sus capítulos más avanzados en la Comuna de Morelos, [3] al desarrollarse en un momento histórico de transición, marcado por el agotamiento del ciclo de las revoluciones burguesas y por el inicio de la época de las revoluciones proletarias, vio desplegarse a las fracciones más radicales del campesinado y su tendencia crecientemente anticapitalista. Para conquistar la tierra y la libertad, “necesitaba de una alianza obrera y campesina, capaz de postular un proyecto nacional alternativo al constitucionalismo burgués”. [4] Esto no pudo darse debido a que la clase trabajadora estaba en proceso de formación, y venía de duras derrotas, como el caso de la huelga de Cananea de 1906, sumado a su inmadurez política que le imposibilitó romper con las concepciones anarcosindicalistas y con la subordinación al constitucionalismo, todo esto en el contexto del momento de transición que mencionamos arriba.
Años más tarde, desde 1934, Lázaro Cárdenas, desde el inicio de su gobierno, repartió alrededor de 18 millones de hectáreas a un millón de familias, de las cuales menos de 7 millones de hectáreas eran laborables, y a su vez, la mitad no se cultivaban por falta de ayuda económica y recursos tecnológicos. Para 1938 el 81% de la población rural censada no poseía tierras. Del reparto agrario, parte importante de esos terrenos se constituyó en ejidos [5] colectivos, muchos de los cuales desaparecieron luego de 1940. [6] Ese fue el magro fruto de la revolución mexicana.
La experiencia del EZLN
El 1º de enero de 1994, el levantamiento zapatista en Chiapas puso en el centro a los campesinos indígenas y dio paso a múltiples discusiones en torno al sujeto revolucionario y la vía para la lucha anticapitalista. El neozapatismo de fin del siglo XX hizo su irrupción en la historia. En la Declaración de la Selva Lacandona explicitaron sus reivindicaciones: trabajo, tierra, techo, alimentación, salud, educación, independencia, libertad, democracia, justicia y paz. Enfrentó la represión, y recibieron el apoyo y la solidaridad de distintas organizaciones políticas y sociales. El autonomismo y su consigna de “cambiar el mundo sin tomar el poder”, de John Holloway, y el “comunismo aquí y ahora” de Toni Negri se extendieron.
La experiencia de la autonomía siguió su curso y en 2003, el EZLN dio a conocer que rompían relaciones con el gobierno y los partidos políticos. Se afincaron en una resistencia contra el Estado burgués en los márgenes del capitalismo. ¿Pero eso era posible? Las familias que eran y son parte de las comunidades zapatistas nunca pudieron zafar de la economía capitalista, porque su resistencia no puso en cuestión las relaciones de producción que enfrentan a los propietarios de los medios de producción con la clase trabajadora que con su actividad mantiene en marcha el mundo, como se evidenció durante la pandemia de COVID-19 con la parálisis de gran parte de las actividades productivas. El zapatismo tampoco enfrentó a las burocracias que sostienen este status quo que sume en la miseria a sectores cada vez más amplios de la población: la burocracia sindical, las ONGs, las Iglesias de distintas religiones.
La puesta en marcha del TLCAN en 1994 —y ahora de su versión modernizada, el T-MEC— implicó una catástrofe para el agro mexicano, ya que los gobiernos desde entonces retiraron los pocos apoyos que daban y dejaron a los pequeños productores completamente en desventaja ante la protección que ejerció y ejerce el imperialismo estadounidense de sus farmers. Casi sin acceso a maquinaria y técnicas que hagan más productiva la tierra, hasta las parcelas para autoconsumo corrieron riesgos. Muchos habitantes de las zonas zapatistas se vieron obligados a emplearse en ranchos y ciudades, para colaborar con la manutención de la familia. Quienes lograron mantener pequeñas propiedades están sometidos a los caprichos del mercado. Producen lo que requieren las agroindustrias trasnacionales, como Nestlé o Driscoll’s, con los insumos que éstas exigen —fertilizantes, agroquímicos, semillas transgénicas.
Aunque no pretendemos desarrollar un balance de la experiencia del EZLN, parte de sus límites se explica con la disociación entre la justa reivindicación de autonomía por un lado y del otro, la necesidad del acceso a la tierra y los recursos naturales, las demandas siempre postergadas del conjunto de los pueblos indígenas que habitan en México. Tampoco buscaron activamente la unidad con los sectores de la clase trabajadora que salieron a luchar a lo largo de los años enfrentando incluso a sus propias burocracias sindicales, porque lo que está ausente de su perspectiva estratégica es la lucha por liberar al conjunto de la humanidad de las cadenas de la esclavitud asalariada.
Explotación y opresión de los pueblos originarios en la actualidad
Un mosaico de colores, de idiosincrasias, de cosmogonías. Lenguas, tradiciones y costumbres que subsisten a pesar a los más de 500 años de opresión, en el contexto de una pobreza creciente. Eso son los pueblos indígenas en México en el siglo XXI. Resisten la ofensiva contra los megaproyectos y enfrentan el saqueo de recursos naturales como el agua o territorios para ellos sagrados.
Para 2020 según el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi) hay 25.7 millones de indígenas sobre un total de 127 millones de habitantes. Hay 68 pueblos indígenas, cada uno hablante de una lengua originaria propia.
Una parte de ellos labora en el sector agrícola, que ocupa a unos 5.5 millones de personas mayores de 15 años, hasta 2015. 56 % son agricultores (la mayoría pequeños propietarios), 44 % trabajadores agrícolas de apoyo (jornaleros o peones). [7] Son parte de la mano de obra migrante, interna y externa hacia Estados Unidos. Un 85 % labora en el sector informal, sea comercio, alimentos preparados, puestos de mercados, fabricación de artesanías o son asalariados, un 27.9 %, contratados vía outsourcing, en empresas de limpieza, constructoras, automotrices y en transporte. [8]
Parte importante de la población indígena, aun enfrentando mil y una formas de discriminación, integran las robustecidas filas de la clase trabajadora, que para abril de 2020 contaba con 55.6 millones de asalariados.
Desde la época del exilio de Trotsky a hoy, la estructura económico-social del campo se ha transformado. De las 196 millones de hectáreas que hay en México, el 41 % está en manos privadas. Son 1.9 millones de predios rurales, con una extensión media de 40.2 hectáreas. Entre estos podemos mencionar como ejemplo el rancho del ex presidente Vicente Fox.
Otro 43.4 % del territorio está bajo el régimen de propiedad ejidal, y está repartida entre 3.8 millones de ejidatarios y 697 mil posesionarios, con una extensión promedio de 18.2 hectáreas por persona. Las comunidades agrarias poseen 9.1 % de los terrenos que se reparten entre 993 mil comuneros [9] con propiedades de 17.2 hectáreas en promedio. Por ejemplo, Driscoll’s, la productora de berries estadounidense, extendió sus tentáculos y se asocia, bajo sus condiciones, en Baja California, Michoacán, Puebla y Jalisco con medianos y pequeños productores.
La mitad de los ejidatarios, 62 % de los propietarios privados, 78.4 % de los comuneros y 90 % de los posesionarios tienen hasta 5 hectáreas o menos. [10] El desgaste de los suelos, por el uso de químicos y la erosión, junto con la predominancia de la pequeña y mediana propiedad son algunos de los problemas del sector agropecuario, que explica en gran parte la pobreza en la que vive la mayoría de la población rural.
El campo mexicano sufrió el embate de las corporaciones agroindustriales de EEUU, como mencionamos arriba, y de mineras trasnacionales de distintas banderas, y desde 2006, bajo el gobierno de Felipe Calderón, se desplegó la guerra contra el narcotráfico y la consecuente militarización de México, financiada por el imperialismo estadounidense. La miseria y la violencia llevaron a parte de la población rural —con un importante porcentaje de indígenas— a migrar o a desplazarse forzosamente de sus lugares de origen.
Una parte se instaló en distintas ciudades, otros se trasladaron hacia los ranchos y las empresas agroindustriales del norte de México donde se emplean como jornaleros. Otros migraron hacia EEUU [11], donde se dio un proceso de “indigenización de la mano de obra agrícola en Estados Unidos” al decir de Jorge Durand, [12] especialista en migración. Ante los cambios que se dieron en la explotación agropecuaria estadounidense, aunque hubo un proceso de mecanización, éste tiene un límite. Hay frutas y hortalizas que no pueden ser cosechados por máquinas sin afectar las plantas.
Por eso para operar, la agroindustria requiere la mano de obra poco calificada de la fuerza de trabajo de los migrantes indígenas, sometidos a los vaivenes de la política migratoria del imperialismo estadounidense, que desde los gobiernos del demócrata Barack Obama se viene endureciendo, y continuó con el republicano Donald Trump. Sin embargo, es necesario recordar que el agro se reveló como una actividad esencial en tiempos de pandemia, y que existe una tradición de lucha de los trabajadores del sector agrícola en EEUU, así como una costumbre de agrupamiento de los migrantes indígenas, a veces por pueblos, a veces unidos, aunque provengan de distintas etnias.
La estrategia socialista ante los pueblos indígenas
Contra toda división artificial entre los intereses de la clase trabajadora y de los pueblos indígenas, en los párrafos anteriores buscamos demostrar los vasos comunicantes que se extienden entre ambos.
La necesidad de la alianza entre el proletariado y el campesinado pobre, que Lenin y Trotsky juzgaban como una piedra angular para derrotar el capitalismo y comenzar el camino para forjar una sociedad de productores libres asociados, el comunismo, en especial en los países atrasados donde se combina cierto grado de desarrollo industrial con tareas nacionales irresueltas como la ruptura con el imperialismo y el reparto agrario está más vigente que nunca.
Parte importante del campesinado indígena devino en trabajador rural asalariado, oprimido por la pobreza y la falta de acceso a derechos elementales como salud y educación. Oprimido por el color de la piel y por no tener al español como primera lengua, una forma que tiene la clase dominante de reafirmar su dominación. Oprimido por el despojo ancestral de sus tierras y por un proceso de aculturación que instauró desde hace décadas el Estado.
Como sostenía Trotsky, la resolución de las tareas democráticas que la burguesía nativa no llevó a cabo en Latinoamérica sólo pueden ser resueltas por la clase trabajadora, emancipada de los burócratas vendidos a las trasnacionales y los partidos patronales, acaudillando a las masas oprimidas sobre las que pesan siglos de agravios. Y necesitará buscar la ayuda de sus hermanos de clase en el corazón del imperialismo: la clase obrera multiétnica estadounidense, que cuenta entre sus filas a las y los trabajadores migrantes. Así se podrá imponer la ruptura con el imperialismo, la expropiación de los sectores estratégicos que están en manos de trasnacionales, como sucede en parte del sector energético, y un nuevo reparto agrario que empiece por expropiar sin pago a las empresas agroindustriales para ponerlas a producir de acuerdo con las necesidades sociales y buscando las técnicas que minimicen el impacto ambiental.
Trotsky señala en su teoría de la revolución permanente, que la construcción del socialismo está vinculada a la extensión internacional de la revolución, y que no se dará de un día para el otro. La revolución en las costumbres, en la cultura —entendida esta como la forma en que el ser humano adapta la naturaleza para satisfacer sus necesidades— será un proceso de lucha política e ideológica muy intenso.
Así es que consideraba que la cuestión nacional, dentro de la cual se incluye la opresión de siglos que viven los pueblos indígenas, no se agotaría una vez que la clase trabajadora tomara el poder. La memoria del saqueo y la discriminación no se borrarán de un día para el otro. La clase obrera en el poder deberá ganar su confianza más allá del momento de la revolución, con medidas que atiendan sus necesidades.
“La abolición de la gran propiedad terrateniente es un acto que es llevado adelante de un solo golpe, de una vez para siempre, mientras que lo que nosotros llamamos la cuestión nacional es un proceso muy largo. Después que la revolución agraria haya sido completada, la cuestión nacional no desaparecerá. Por el contrario, sólo entonces pasará a estar al frente. Y la responsabilidad por toda la escasez y todos los defectos, todas las injusticias y los casos de falta de atención o rudeza en relación con las masas nativas, serán atribuidas en sus mentes, y no sin razón, a Moscú”. [13]
Epílogo
Hoy la pandemia que recorre el mundo demostró el carácter reaccionario del capitalismo, dispuesto a sacrificar a la clase trabajadora y los sectores populares en todos los países para beneficiar al lucro del gran capital. Terminar con este sistema es una necesidad que se agudiza. La alternativa es la sucesión de distopías que pueblan las pesadillas de la humanidad.
Prepararnos para eso es la apasionante tarea de las y los revolucionarios del siglo XXI. Nuestro desafío es demostrar que el capitalismo es irreformable y que no hay vía pacífica al socialismo ante cada crisis capitalista, ante cada atropello.
Lo hacemos contra la acción de la burocracia sindical que busca mantener adormecida a la clase trabajadora, cercenando sus ambiciones de una vida mejor y manteniéndola dividida de sus hermanos de clase. Lo hacemos contra las direcciones de los movimientos sociales que los mantienen separados de la clase trabajadora. Lo hacemos contra la acción de los ideólogos del capital —los medios masivos, las Iglesias, las instituciones educativas, los intelectuales al servicio del poder— y contra los partidos patronales. Lo hacemos para que los trabajadores, las mujeres y los jóvenes cuenten con una perspectiva superadora de la sucia prisión que es el mundo capitalista, como decía Trotsky. Con ese espíritu somos parte activa de los distintos procesos de la lucha de clases que se dan, en México y el mundo. Pero la lucha sin un norte estratégico que se plantee arrebatarle el poder a los capitalistas es un callejón sin salida.
Por eso ponemos nuestra energía en luchar por la reconstrucción de la Cuarta Internacional, el partido mundial de la revolución socialista, y por forjar un partido revolucionario en México que tenga como norte la lucha por el comunismo, organizaciones que surgirán de la confluencia del marxismo revolucionario con los trabajadores, las mujeres y los jóvenes en los fenómenos políticos y de la lucha de clases que se den.
Así nos preparamos para hacer que la ira arda, y que conjugue la fuerza de los desposeídos de la ciudad y del campo. Que obreras y obreros de los sectores estratégicos marchen codo a codo con jornaleras y jornaleros. Y que, a su paso, tomen en sus manos las demandas de tierra, trabajo, educación, vivienda de los pueblos indígenas y los sumarán a su lucha por terminar con toda forma de explotación y opresión. A 80 años del asesinato de Trotsky, ese es nuestro mejor homenaje.
Fuentes consultadas
Cárdenas Sánchez, Enrique. El largo curso de la economía mexicana / De 1780 a nuestros días, Fondo de Cultura Económica-El Colegio de México, Ciudad de México, 2015.
Ferreira, Javo. Comunidad, indigenismo y marxismo / Un debate sobre la cuestión agraria y nacional-indígena en los Andes, Ediciones Palabra Obrera, Ciudad de El Alto, 2010.
Juárez, Martín. “Crítica a John Holloway. Poder y revolución”, 2004.
Langer Oprinari, Pablo (comp.). México en llamas (1910-1917) / Interpretaciones marxistas de la revolución, Ediciones Armas de la Crítica, Ciudad de México, 2010.
Levine Elaine (ed.). La migración y los latinos en Estados Unidos / Visiones y conexiones, Universidad Autónoma de México-Centro de Investigaciones sobre América del Norte, Ciudad de México, 2008.
Mariátegui, José Carlos. 7 Ensayos de Interpretación de la Realidad Peruana. Biblioteca Amauta, 1928, Lima. Digitalizado por Marxist Internet Archive. Peña López, Ana Alicia. Migración internacional y superexplotación del trabajo, Editorial Itaca, Ciudad de México, 2012.
Trotsky, León. Escritos Latinoamericanos, Centro de Estudios, Investigaciones y publicaciones León Trotsky, Ciudad de México-Buenos Aires, 2010.
Trotsky, León. Literatura y revolución, edición digitalizada por Izquierda Revolucionaria. Womack, John. Rebelión en Chiapas Una antología histórica, Random House Mondadori, Ciudad de México, 2009.
Referencias:
[1] León Trotsky, “Discusión sobre América Latina”, 4 de noviembre de 1938, en Escritos Latinoamericanos.
[2] Octavio Fernández. “Problemas nacionales”, en Trotsky, León, Escritos Latinoamericanos.
[3] Jimena Vergara Ortega. “La Comuna de Morelos”, en Langer Oprinari (comp.) México en llamas (1910-1917) Interpretaciones marxistas de la revolución.
[4] Pablo Langer Oprinari. “Los senderos de la revolución”, en Langer Oprinari (comp.), op. cit.
[5] El ejido es un territorio colectivo que no se podía dividir, vender ni heredar. Sin embargo, la entrada en vigencia de la Ley Agraria de 1992, del gobierno de Salinas de Gortari, con la promesa de la “seguridad jurídica”, transformó a los ejidos de propiedad social en propiedad privada con los certificados de derechos parcelares que otorga el Registro de Actos Jurídicos Agrarios (RAJA). Así es que ahora la parcela ejidal puede arrendarse y venderse si el ejido accede al dominio pleno.
[6] Enrique Cárdenas Sánchez. “El cardenismo y los inicios del Estado desarrollista 1934-1940”, en El largo curso de la economía mexicana.
[7] INEGI, “Estadísticas a propósito del Día del Trabajador Indígena”, 11 de mayo de 2016, consultado en línea el 19 de agosto de 2020.
[8] Datos de la Organización Internacional del Trabajo en su estudio “Aplicación del convenio sobre pueblos indígenas y tribales”, febrero de 2020.
[9] Los comuneros son personas físicas titulares de derechos agrarios quienes los posee en común con otros individuos o propietarios.
[10] Datos de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), en “El México rural del siglo XXI”.
[11] Este proceso de indigenización de la mano de obra se dio combinado con el surgimiento de pequeños empresarios, como el caso de nahuas en el rubro de jardinería y en la construcción, como señala Martha García Ortega, “Nahuas en Estados Unidos”, en Elaine Levine (ed.), La migración y los latinos en Estados Unidos.
[12] Durán, Jorge, 2009, Massey, Douglas, Karen Prem, “Nuevos escenarios de la migración México-Estados Unidos, las consecuencias de la guerra antimigrante”, en Papeles de Población, vol. 15, No 61, México, julio-septiembre, citado en Ana Alicia Peña López Migración internacional y superexplotación del trabajo.
[13] León Trotsky. “Sobre la cuestión nacional”, en Comunismo e indigenismo.