Poco y nada nos dice que instituciones, empresas públicas o privadas, gobiernos y grupos de personas organizadas dentro o por fuera de «la ley» vivan del «crimen organizado». La omnipotencia del llamado «libre mercado» permite imaginar que el «crimen organizado» representa la cara oculta de un gran negocio. Eufemísticamente, el negocio se denomina «crisis». Crisis […]
Poco y nada nos dice que instituciones, empresas públicas o privadas, gobiernos y grupos de personas organizadas dentro o por fuera de «la ley» vivan del «crimen organizado».
La omnipotencia del llamado «libre mercado» permite imaginar que el «crimen organizado» representa la cara oculta de un gran negocio. Eufemísticamente, el negocio se denomina «crisis». Crisis financiera, energética, alimentaria, de inseguridad, de valores, etcétera.
A mediados del siglo XVI las cosas eran más claras. Nadie hablaba de «crisis» y en las aguas del Caribe o en las costas de África occidental (donde la «modernidad» libró su guerra sucia), Europa llamaba «hermano» al pirata. Uno de ellos, William Patterson, fundó el Banco de Londres.
Valientes, feroces, inescrupulosos, desalmados, los piratas y negreros de la cristiandad resultaron ser los auténticos pioneros del «libre mercado». Eficiencia y pragmatismo que fueron acompañados de hermosas y profundísimas reflexiones acerca de la «tolerancia» y ciertos «derechos del hombre» que excluían a tres cuartas partes de la humanidad.
¿Dinero «sucio», producto del «crimen organizado»? Así como el «libre mercado» jamás hubo «dinero sucio». La conquista de América y el saqueo colonial de África y Asia fueron empresas «dentro de la ley», ejecutadas por la violencia del más fuerte, convencido a su vez de ser portador de determinado esquema de «civilización».
Somos tributarios de una «civilización» que continúa vigente. Y la violencia en México y el resto del mundo empata con la dinámica del «libre mercado». Convenido: hablamos de capitalismo. No obstante, la validez de la síntesis no permite el fácil tratamiento de la inaudita dosis de violencia que impera en los cuatro puntos del globo.
A diferencia de otras épocas, la violencia estructural y centrifugadora del capitalismo parecería obedecer a tres causas de fondo: la ideología liberal, que no puede legitimarse; la conservadora, que resulta demasiado anacrónica; y la socialista, que está por verse, pues tampoco consigue la lucidez necesaria para articular una noción de «porvenir».
Genéricamente, las izquierdas más combativas hablan de «crisis terminal del sistema». Y en efecto, el imperio carece de un Séneca o de un Marco Aurelio, en tanto sería grotesco asociar el genio de un Bill Gates con el de un Thomas A. Edison o un Henry Ford.
Por su lado (y aunque ideología, intención de deseos y aspirantes a dictar cátedra les sobra), las izquierdas tampoco consiguen reordenar y vislumbrar con claridad sus causas más nobles. Algunas de sus vertientes se resisten a ubicar a Bakunin o Proudhon en su época, otras andan convencidas de que los ideales del Che Guevara garantizan mecánicamente el triunfo de la revolución, y pocas son las que analizan lo particular para avanzar sobre la eventual transformación de lo general.
Incapacitadas para resolver la formidable crisis que han creado, las derechas sólo pueden sobrevivir a través del «crimen organizado»: los Bush en Estados Unidos, los Berlusconi, Sarkozy y Putin en Europa, los Uribe Vélez en América Latina.
Recordemos a Smedley Butler, general de división del Cuerpo de Marines. Decía Butler en 1933: «La banda de los militares no desconoce ni uno solo de los trucos del crimen organizado. Cuenta con ‘exploradores’, encargados de indicar quién es el enemigo; con ‘forzudos’ que destruyen al enemigo; con ‘cerebros’ que hacen los preparativos de guerra; y con un ‘gran jefe’, el capitalismo supranacionalista».
Butler evoca su paso por Honduras, donde contribuyó a defender las empresas procesadoras de fruta de Estados Unidos (1903); por México, donde garantizó la seguridad de los intereses petroleros en Tampico (1914); por Haití y Cuba, donde «los muchachos del National City Bank» pudieron recaudar buenas rentas.
«En otras palabras -añade- fui un estafador, un criminal a sueldo del capitalismo. En aquel entonces sospechaba que formaba parte de una red del crimen organizado. Hoy estoy seguro de ello… Al recordar aquellos tiempos me da la impresión de que podría haber dado unos cuantos consejos a Al Capone. Él se limitó a dirigir una red de crimen organizado en tres distritos. Yo actué en tres continentes.»
Butler no era metafórico. Hasta el decenio de 1940, los gángsters de Chicago y otras grandes ciudades disputaron su «honorabilidad» en las calles, a balazo limpio. Finalmente, el general George C. Patton se alió con la mafia de Lucky Luciano para emprender con éxito la campaña de Sicilia, el viejo mafioso John Kennedy puso a un hijo en la presidencia, y otro abogado de la mafia, Richard Nixon, también llegó a la Casa Negra.
En consecuencia, si nada resta en el mundo salvo copiar a Estados Unidos en todo… ¿por qué no seguir su ejemplo? ¿Por qué no contar en México con una agenda política propia para ver qué se hace con el «crimen organizado»? ¿No va en juego la vida de miles de inocentes, empezando por los miles de modestos funcionarios de seguridad que están dejando en la orfandad y el desamparo a sus seres queridos?