«Cuando estuvimos desesperados, alguien contó la historia.» Francisco Urondo, poeta argentino caído en combate contra la dictadura en julio de 1976 Fue hace 10 años, duró, en tiempo real un día entre el 19 y 20 de diciembre, cobró la vida de casi 40 personas aún sin justicia, e hizo noticia en el mundo […]
«Cuando estuvimos desesperados, alguien
contó la historia.»
Francisco Urondo, poeta argentino caído en combate contra la dictadura en julio de 1976
Fue hace 10 años, duró, en tiempo real un día entre el 19 y 20 de diciembre, cobró la vida de casi 40 personas aún sin justicia, e hizo noticia en el mundo entero.
Quien suscribe recuerda vagamente las imágenes repetidas y ‘bien poco argentinas’ de los noticieros desde un Santiago de Chile donde los afortunados con contrato dormitaban en la fila del aguinaldo, el paquete de mercadería y las compras navideñas, mientras media ciudad estaba volcada en las calzadas y plazas, vendiendo copias orientales de juguetes ya copiados de imposibles originales gringos.
Ahora en Argentina ya ha cursado una década de los piquetes de desempleados, barriadas llevándose mercadería del gran comercio al detalle, Madres de Detenidos Desaparecidos poniendo el cuerpo contra la policía a caballo y también a bala; mujeres, jóvenes, estudiantes y trabajadores en la delantera de una militancia de izquierda sorprendida por la insubordinación aparentemente espontánea de los empobrecidos, como si no hubieran existido saqueos en 1989, ni Santiagazo en 1993, ni huelgas generales tres años después, y nuevos paros el 2000, esta vez, compuestos de sindicatos y cesantes. Sin contar con el disgusto caceroleado, de groserías sin mantel y en primer plano, de ahorristas violentados ‘porque ya no se puede confiar ni en los bancos’.
El entonces Presidente Fernando De la Rúa, firmó su renuncia ante el levantamiento y se alejó de la vida real en helicóptero luego de promesas, amenazas, represión y un Estado de Sitio que fue gasolina para el incendio popular. El desfile de presidentes desechables no se hizo esperar. Así, como en una pasarela, se vio bien vestir a Ramón Puerta, Adolfo Rodríguez Saá (quien declaró la quiebra financiera argentina y la imposibilidad de pagar las cuotas de la deuda externa), Eduardo Camaño, y Eduardo Duhalde. El 2003 asumiría Néstor Kirchner y, desde el 2007, la actual mandataria Cristina Fernández.
Pero acaba de comenzar la marcha desde el Congreso Nacional hacia Plaza de Mayo. Y son más de 10 mil.
LA IMPUNIDAD Y LA ACTUALIDAD DE LAS LUCHAS
«Hace 10 años fuimos uno de los tres sindicatos que se movilizó y encaró la represión desde las primeras horas de la mañana hasta la tarde, junto a los motoqueros que hacían de conexión y tuvieron dos muertos, y el Suteba Combativo de La Matanza», evoca marchando, Liliana Schelotto de la mesa ejecutiva de la Asociación Gremial Docente de la Universidad de Buenos Aires.
-¿Qué asignaturas están pendientes desde el 2001?
«La falta de presupuesto para que la educación se ponga al servicio de los intereses populares. Presupuesto significa no únicamente tener edificios en condiciones, que no tenemos; no solamente tener seguridad en el trabajo, que hoy no tenemos; contar con todos los trabajadores rentados porque hoy existe un alto porcentaje de docentes universitarios que se desempeñan ad honorem, sin sueldo. Lo mismo que los investigadores. Significa becas para los estudiantes, que tampoco las tenemos o que llegan a 45 dólares. También, como al conjunto de los trabajadores, se nos retiene parte del salario -que es el impuesto a las ganancias-, cuando debería existir un impuesto a los grandes capitales y fortunas. Por eso estamos aquí. Nos movilizamos contra el ajuste, contra el aumento de las tarifas del gas, la electricidad, el agua, que va a repercutir negativamente en los recursos públicos. Y estamos porque tenemos compañeros docentes que son delegados sindicales con juicios y sumarios abiertos, o que están siendo expulsados de la universidad por luchar. Queremos paritarias libres (negociaciones laborales sin condicionamientos) para marzo-abril de 2012.»
Por su costado, Martín Alderete es un abogado que pertenece a la Coordinadora Anti-represiva por los Derechos del Pueblo. Martín afirma que participa en la marcha como una manera de «reivindicar la reacción popular frente a una situación de absoluta miseria que se sufría en ese momento. La protesta fue contra un sistema político que estaba contra el pueblo.»
-¿Qué aspectos consideras incumplidos?
«Sigue existiendo pobreza, falta de educación, vivienda. Más allá del discurso del gobierno, continúan violentándose los derechos humanos, especialmente a partir de estos últimos tiempos donde hemos observado movimientos de trabajadores sindicalizados para demandar mejores condiciones salariales y laborales. Pero la respuesta ofrecida es judicializar la protesta, abrir procesos criminales, cuando el único delito ha sido exigir derechos legítimos.»
-¿Qué opinión tienes de la reforma a la ley antiterrorista que busca sancionar el Ejecutivo?
«Ello constituye un avance para quienes quieren criminalizar la protesta social. Con el ropaje de que sería una ley antiterrorista, los supuestos que castiga son conductas que sólo pueden ser llevadas adelante por organizaciones populares. Por ejemplo, se criminaliza que un individuo o grupo de personas tenga por finalidad exigir a la autoridad nacional, a un gobierno extranjero o a una institución internacional que haga algo o se abstenga de hacerlo. ¡Eso es lo que se hace en las calles y en cada huelga!»
-¿Qué tareas realiza frecuentemente la Coordinadora Anti-represiva por los Derechos del Pueblo?
«Atendemos las situaciones ligadas a la represión del Estado. Hay muchos jóvenes pobres que son asesinados y torturados en las comisarías por las policías. Asimismo, asistimos legalmente a las personas acusadas en la dimensión penal por el solo hecho de salir a luchar.»
El abogado Martín Alderete recuerda que hace 10 años él tenía 26, ya era profesional, «estuve en las calles y fui a las comisarías a sacar a algunos compañeros que habían sido detenidos ese día en la ciudad de Buenos Aires. Incluso un amigo y compañero fue asesinado en Avenida de Mayo y 9 de julio por las balas policiales. Era Carlos ‘Petete’ Almirón.» Martín escucha una nueva pregunta y contesta que «siento la alegría de un pueblo que después de muchísimos años de no participar activamente en el ámbito público, se arrojó a las calles a pelear por lo que consideraba justo y no retrocedió, aun frente a la represión y la muerte. Eso cambió la historia argentina. Hoy la gente se toma las vías públicas y cree que su presencia activa es mucho más relevante que poner un voto en las urnas. Y en otro sentido, tengo mucho dolor por los compañeros muertos y porque esos crímenes siguen impunes hasta hoy. No hay nadie condenado por los que faltan y, se sabe, que se trató de violencia estatal ejercida por las más altas esferas del gobierno de ese momento.»
LA BUENA RELACIÓN ENTRE EL ESTADO Y LAS CLASES DOMINANTES
En el último número de la revista Sudestada, el sociólogo y cientista político, Atilio Borón, afirma que después de 10 años, «El modelo económico, en lo esencial, se ha mantenido (…) La Argentina hoy tiene un índice de polarización económica donde el 10 % más rico gana 27 veces más que el 10 % más pobre (…) pero cuando empezamos el período democrático estábamos en 13», y añade que «Hubo algunos cambios importantes que hizo el gobierno (de Néstor Kirchner y Cristina Fernández) (…) Primero y más importante, la quita de los bonos de la deuda externa. El segundo es la Asignación Universal por Hijo (…) cambiaron algunos elementos como la reestatización de las AFJP, cuya privatización había sido votada por gente de este mismo gobierno. Pero no alteran las estructuras fundamentales del modelo neoliberal que todavía tiene como uno de sus puntales, la ley de entidades financieras, que rige todo el sistema financiero y bancario (…) la clase dominante ha respaldado de manera muy fuerte la gestión del actual gobierno (…) Más allá de chisporroteos ocasionales, que son inevitables, hay una muy buena relación entre el Estado y las clases dominantes».
En la misma publicación, el Doctor en Ciencias Políticas, Guillermo Almeyra escribe que «El estallido, la gran pueblada, esta vez en Buenos Aires, fue resultado de la combinación entre el corralito para favorecer al capital financiero y el lento desgaste político provocado por el cierre de empresas, privatizaciones, el aumento de la desocupación que había dado origen a los piqueteros» y continúa, «Había voluntad de cambio del personal político, no de cambio del sistema capitalista. (…) La Central de Trabajadores de Argentina y la Central General de Trabajadores, apoyaron pero no organizaron. (…) La hegemonía capitalista, la visión nacionalista, el verticalismo estatista y la visión desarrollista de la economía siguen intocados, como en tiempos de Perón o de Frondizi».
LO QUE FALTÓ
«Hace 10 años yo tenía 15», relata Matías Cisneros, mecánico y delegado sindical de los trabajadores del subterráneo porteño Línea C, «el 20 de diciembre lo viví encerrado en mi casa, mirando la tele. Vi los saqueos, vi las movilizaciones, vi la represión, y vi como se cagaban de hambre en mi casa. Me cambió la cabeza. Y cuando entré a trabajar al subterráneo, vi la asamblea, vi un método de organizarse y hoy estoy acá, como un indignado de 2001, pero organizado.»
Matías habla rápido y fuerte con fondo de cánticos contra la impunidad de los casi 40 muertos de entonces, mientras dice que «las causas por las que salieron a la calle en ese tiempo siguen vigentes. Los que ahora están en el gobierno son los mismos sólo que reciclados, y siguen vendiendo al país como hace una década. El único cambio es que ahora estamos en medio de una crisis económica internacional y antes sólo fue una bancarrota argentina. Ya sabemos en la actualidad que viene un ‘tarifazo’ (quita de subsidios a servicios básicos), y no pensamos entregar nuestras conquistas sociales.»
-¿Qué faltó el 2001?
«Una organización política capaz de organizar a los trabajadores.»
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.