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Racismo estructural y concentración de la tierra: bases de la edificación de la ciudad de México

Fuentes: Rebelión

Introducción

Acorde con nuestra entrega anterior y conforme con el concepto de «discriminación estructural» [1]. Podemos hoy en día entender la situación de desigualdad para poseer una vivienda que padecemos en toda la república mexicana, quienes somos indígenas o algunos descendientes de estos (mestizos desindianizados), así como algunos afromexicanos y sus descendientes.

Toda vez que, desde el primer encuentro entre los pueblos autóctonos con los colonizadores europeos, los naturales quedaron excluidos de las instituciones y redes de la sociedad dominante. De manera que, su vida trascurrirá en el submundo de la fuerza de trabajo requerida para el mantenimiento de la economía colonial, con sus distintas formas de reclutamiento, regimentación y explotación.

Asentándose así, profundas desigualdades económicas entre indígenas y no-indígenas, mismas que han llegado a formar un cuadro histórico de discriminación persistente. El cual puede entenderse como un racismo estructural, es decir, un racismo enraizado en las estructuras de poder y de dominio que han venido caracterizando a las sociedades latinoamericanas durante siglos.

Y, dentro de tal entramado, la cuestión de la tierra y del territorio ha llegado a constituirse como una de las principales manifestaciones de la discriminación secular contra los pueblos indígenas[2]. Dado que, tras el enfrentamiento inicial, los conquistadores se adueñaron de las riquezas o de las fuentes que podían producirlas, esto es, de la tierra y del trabajo indígena.

Quedando el dominio de la tierra en manos de la Corona, esta era cedida por gracia o merced real a los particulares. Y los primeros en recibir tal beneficio fueron los conquistadores, como compensación o premio a su participación en el descubrimiento y conquista[3].

En tanto que la Iglesia, a través de las mercedes reales, donaciones, obras pías, bienes de cofradía, tierras a censo, y demás, adquiriría a lo largo del tiempo extensas propiedades. Adquisiciones que a su vez, le permitirían aumentar su fuerza política y económica[4].

Mientras que, a la par, la propiedad territorial indígena, tal como la describiera Cortés, desaparecía. Y sólo ante la continua solicitud de algunos defensores conservarían durante algún tiempo una forma comunal de propiedad, la cual salvaguardaría a los pueblos aborígenes de una desaparición total.

Espectro dentro del cual, también se circunscribirá el diseño que se dará de las ciudades en América Latina y la arquitectura consecuente, y más particularmente durante la Colonia.

Siendo que, dentro del orden colonial el centro de las ciudades estaría ocupado por los españoles, mientras que la periferia estaría conformada por los barrios indios. Además de que, con el paso del tiempo la especulación con el precio de los terrenos citadinos provocaría desplazamientos y reacomodos poblacionales, que terminarían siempre afectando a los sectores con menor capacidad económica.

Suerte por la que, los viejos barrios indios se convertirían en espacios codiciados cuando dejaron de ser la periferia y se incorporaron al centro mismo de la ciudad[5].

De manera que, ya para mediados del siglo XVI, existiría un mercado de tierras al interior de los barrios, originado por la transformación en el concepto sobre la posesión de la tierra. A partir de que, en el periodo prehispánico y en los primeros años después de la conquista la tierra tenía para los indios tan sólo un valor de uso, pues de allí obtenían lo necesario para el pago de los tributos así como para su propio mantenimiento.

Mientras que, para los españoles la tierra tendría además un valor de cambio, es decir, representaba una mercancía que podía ser intercambiada a través de un beneficio monetario.[6]

Hechos que, tienen su correlato en el presente, ya que, frente a la necesidad de muchas personas de tener un techo dónde vivir a un precio accesible, en las últimas décadas, solo se les ha ofrecido la corrupción de autoridades municipales, desarrolladores inmobiliarios y una terrible planificación de las ciudades.

De manera que, en distintas ciudades del país se ha dado el surgimiento de grandes desarrollos inmobiliarios en las periferias urbanas, construidos con materiales de mala calidad, desconectados de la oferta de transporte público, donde el agua escasea, sin clínicas, parques o escuelas cercanas.

Terribles condiciones estructurales, que orillaron a las personas a dejar la casa por la cual ahorraron durante muchos años. Al respecto, según cifras del Instituto del Fondo Nacional para la Vivienda de los Trabajadores (Infonavit), el presente año 2020, inició con unas 650 mil casas abandonadas por sus dueños, la mayoría de ellas localizadas en desarrollos inmobiliarios que tienen alrededor de una década de vida[7].

Y, más toda vía, tales desigualdades respecto a la posesión de la tierra o una vivienda, expresan su exacerbación en la Ciudad de México ante la emergencia sanitaria. Ya que, de acuerdo con los datos dados por la Oficina para América Latina de la Coalición Internacional para el Hábitat, de entre mil 498 capitalinos, 62.8% de personas ha tenido problemas para cubrir el pago de la renta, mientras que un 61.5% considera muy probable no poder pagar el alquiler en los próximos tres meses por la crisis económica[8].

Así, al menos unas 256 personas en la Ciudad de México, han sido desalojadas en días recientes, de las viviendas donde vivían pagando un alquiler. Sabiéndose que, de dichas personas, 151 ya no pudieron pagar el alquiler debido a la crisis económica derivada de la pandemia de Covid-19.

Edificación de la Ciudad Española sobre los restos de Tenochtitlán

Hernán Cortés, a principios de 1522 daría inicio a la construcción de la capital de la Nueva España, sobre las ruinas de Tenochtitlán [9]. A partir de que, Cortés estaba cada vez más seguro de que debían ocuparse los mismos espacios en que la ciudad azteca se había asentado, por razones militares, por razones simbólicas de poder y por razones prácticas de disponibilidad de material con que construir la nueva ciudad.

Ya que, a los españoles, herederos de la tradición de conquista de las ciudades islámicas del sur de España, les era familiar la idea de apoderarse de las ciudades, de sus monumentos, de sus templos y sus palacios, y luego sustituir el significado por la sobreposición de sus símbolos [10].

Así que, Alonso García Bravo dibujaría la traza de la nueva ciudad. Retomando para ello, puntos de referencia de diversas localizaciones de Tenochtitlán. Por ejemplo, en el lugar donde se levantaba el templo de Huitzilopochtli, se marcó una cruz para señalar la ubicación de la catedral.

Y de ahí en adelante, se daría inicio a un inmenso esfuerzo de construcción de la ciudad colonial, que recaería sobre centenares de indios, gracias a las condiciones de tributo y despotismo a los que fueron sometidos. Arrastrando enormes bloques de cantera o troncos de árboles para hacer las obras, e igualmente a su costa también pagaban a los pedreros y carpinteros, y si ellos mismos no llevaban su comida, ayunaban.

De modo que, mediante la fuerza indígena, en las calles principales se construirían las casas de los conquistadores, de los abogados y de los mercaderes. Destinándose exclusivamente para los blancos el centro de las ciudades (a veces llamado “la traza”).

En tanto que, fuera de los límites de dicha ciudad, se establecerían las comunidades indígenas con sus mercados, sus templos, sus leyes y sus autoridades[11].

Quedando así, lo que era propiamente la ciudad de México segregada de la “parcialidad” de San Juan Tenochtitlan[12], por varias acequias, al igual que ocurriría con la villa de Saltillo y la contigua población india de San Esteban de la Nueva Tlaxcala. Mientras que, la villa de San Felipe (hoy, Estado de Guanajuato) estaría dividida del pueblo nativo de Analco (o sea, “al otro lado del agua”) por un arroyo[13].

Y tales principios de segregación, jurídicamente darían forma a la república de Indios y la de los Españoles. Además de que, para la segunda mitad del siglo XVIII, permitiría que los gobiernos de la ilustración emprendieran un proceso de modernización de la ciudad, que tendría como uno de sus ejes el hecho de que, por algunas calles exclusivas transitarían el Estado y las clases altas, mientras que se intentaría que por otras calles transitaran los sectores populares[14].

Resultando de ello sería que, la organización urbana de los barrios indígenas entraría en un proceso de descomposición determinado por múltiples factores: la sobrexplotación y depauperación de la población indígena, la pérdida de los linajes nobles entre la misma, la sincretización religiosa, los pleitos por deslindes entre comunidades, la crisis demográfica, así como por la pérdida de los conocimientos de planificación y organización urbana que detentara la aristocracia tenochca[15].

Y por tales motivos, los barrios de indios pocas veces seguirían el patrón ideal de ocupación española del espacio. Ya que, si bien algunos pocos (sobre todo los que surgieron como congregaciones planeadas por las autoridades) contaban con un patrón en damero, con plaza central y casas de comunidad, sería mucho más común que tuvieran un laberinto de callejones, plazas escondidas en lugares inesperados, manzanas de diseño irregular y casas dispuestas según los recursos o la conveniencia de cada propietario, a veces con “puertas falsas” que permitían entrar o salir discretamente.

Sin embargo, pese al aparente carácter aleatorio de la ocupación del terreno, las iglesias siempre constituirían un punto focal, donde confluirían todas las calles y callejones[16].

Pero más toda vía, tras la fase constructiva inicial, los indios seguirían siendo utilizados en la prolongadísima edificación de las iglesias catedrales, la pavimentación de las calles, el mantenimiento de calzadas, puentes, canales y acueductos. Por ejemplo, se señala el caso de los servicios forzosos que debió dar la “parcialidad” de Santiago Tlatelolco, que aunque estaba inmediata a la capital virreinal no era formalmente parte de ella[17].

En tanto que, por el otro lado, los funcionarios españoles se quejarían airadamente de la desmedida libertad de que gozaron los habitantes de esta capital desde su fundación para fabricar casillas o jacales, donde mejor les había sido cómodo a sus propias utilidades, o a su particular modo de vivir. Añadiendo tales funcionarios que, como no hubo quien los contuviera, los arrabales de la populosa ciudad terminaron siendo, poblaciones informes, sin orden, y sin método, así como tenían unas plazuelas inútiles[18].

De Valladolid a Tepito: segregación en las ciudades

Valladolid, como sede del obispado de Michoacán, sería el más rico de la Nueva España (después del arzobispado de México), concentrando dentro de sus límites, las tres cuartas partes de los ranchos y la mitad de las haciendas y minas de la Nueva España.

Además de que, dicho obispado llegaría a comprender en sus momentos de mayor extensión, aparte de los estados de Guanajuato y Michoacán, porciones de los estados de Nuevo León, Tamaulipas, San Luis Potosí, Colima, Guerrero y Jalisco.

Riquezas mediante las cuales, los miembros del clero en Valladolid se convertirían en una clase privilegiada tanto social como económicamente [19]. Y de ahí, sería una práctica común la reinversión de sus ingresos en aniversarios, obras pías y capellanías en beneficio de la iglesia misma, a través de sus capillas o imágenes. Así como, también invertirían en propiedades rústicas y urbanas.

Al respecto se sabe que, a principios del siglo XVII, en Valladolid se construyeron muchas casas y edificios suntuosos, llegando a existir 220 casas y 82 vecinos, de los cuales tenían 465 hijos, 1116 criados y 229 esclavos.

Consolidándose así, diferencias en el espacio urbano, pues las distancias sociales en esa sociedad no sólo se medirían por lo étnico y lo económico, sino también por el lugar que se ocupaba en el espacio de la ciudad.

Por ejemplo, en la calle Real, que abarcaría, desde la iglesia de la Merced hasta el templo de las Monjas, se concentraban las casas de los hacendados, los ricos comerciantes, los miembros del alto clero y los funcionarios. Allí vivirían los españoles y los criollos, los dueños del poder y de la economía de Valladolid.

Mientras que, gran parte del multitudinario servicio doméstico que era necesario para el mantenimiento de esas casas y palacios, sería proporcionado por indígenas, mestizos desindianizados u afromexicanos [20]. Y a su vez, muchos de los cuales vivirían fuera de la ciudad, en los arrabales donde existían doce pueblos conformados por más de mil indios.

Tepito, la cara opuesta de la opulencia

Como ya hemos indicado, durante la Colonia, el centro de la ciudad estaría reservado para los españoles. De manera que, los indígenas tuvieron que desplazarse a las periferias. Muchos fueron a parar así, a lugares como Mecamalinco, y donde, todos juntos comenzaron a levantar sus casas y se ocuparon de dotar a la zona de los servicios básicos.

Pero además, Mecamalinco, tendría como característica principal el hecho de haber sido uno de los últimos barrios mexicas en someterse a los españoles. De hecho, en ese lugar los españoles aliados con los tlaxcaltecas capturarían al último tlatoani soberano mexica cuando éste intentaba refugiarse después de perder la batalla del Templo Mayor.

Y, hasta la fecha en uno de los muros de la iglesia se puede observar una placa que dice: “Tequipehuca (lugar donde comenzó la esclavitud). Aquí fue hecho prisionero el emperador Cuauhtemotzin la tarde del 13 de agosto de 1521.

Además de que, en el adoratorio principal del barrio de Mecamalinco sería construida la iglesia de San Francisco de Asís, a la que los lugareños llamaban Teocaltepiton, que significa “templo pequeño”. Y, en la nomenclatura novohispana el barrio se llamaba San Francisco Teocaltepiton, que poco a poco mutaría hasta ser sólo Tepito[21].

Algunos datos actuales sobre los indígenas en la Ciudad de México

Cuando México nacía como estado independiente, la mitad de la población del país pertenecía a un grupo indígena. Ahora, apenas llegan al 13%. Y de los 68 pueblos originarios que aún habitan el territorio mexicano, 23 están en riesgo de desaparecer.

Exterminio que ha sido lento y por la vía del abandono. Despojándose así, de una identidad, no solo a los indígenas, sino a todos aquellos que, de una u otra manera somos sus descendientes[22].

No obstante, hoy en día, en la Ciudad de México, un millón de personas se reconocen como indígenas (más que en cualquier otra urbe del país) y se hablan 57 de las 68 lenguas originarias de la nación, por lo que ésta podría ser la capital indígena, según el “Diagnóstico sobre la población indígena de la Ciudad de México 2018”.

Y, de acuerdo con el estudio, los idiomas que cuentan con más hablantes en esta urbe son el náhuatl, el mixteco, el zapoteco, el otomí, el mazateco, el mazahua y el mixe.

Siendo Iztapalapa, la delegación con mayor diversidad de lenguas indígenas al tener 45 agrupaciones lingüísticas de las 68; seguida con 41 Tlalpan y Coyoacán, y con 40 Gustavo A. Madero y Álvaro Obregón.

Asimismo, los resultados también indican que 75.6% de los que hablan una lengua se autoadscriben como indígenas y 4% de los no hablantes sí se consideran indígenas. E Iztapalapa, es la alcaldía donde se concentra la mayor cantidad de población que se considera indígena, sumando un total de 102,460; seguida de Iztacalco con 89,537; Tlalpan con 45,104; Xochimilco con 38,609, y Coyoacán con 31,779 [23].

Bibliografía

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Notas:

1 Si bien la desigualdad social es un fenómeno universal, puede decirse que hay discriminación estructural en contra de una colectividad étnica, como es el caso de los pueblos indígenas, cuando las posiciones consideradas como bajas o inferiores se mantienen durante generaciones o siglos y que esto sea considerado como “normal”, como ha sucedido en América Latina. Esto significa no solamente que los indígenas tienen menor acceso a las instituciones sociales y económicas de desarrollo y bienestar, sino también cuando lo tienen, los resultados para ellos son inferiores al resto de la población. Ello ocurre en las instituciones de servicio social, así como en los flujos de capital y la construcción de infraestructura, todo lo cual ha conducido secularmente a la marginación persistente de los pueblos indígenas. Teniendo la marginación social de estos pueblos profundas raíces históricas.

Stavenhagen Rodolfo. El derecho de sobrevivencia: la lucha de los pueblos indígenas en América Latina contra el racismo y la discriminación. El Colegio de México. Instituto Interamericano de Derechos Humanos Banco Interamericano de Desarrollo. PDF.

2 Es importante subrayar la distinción entre tierras y territorios, a la que hacen referencia insistentemente las organizaciones indígenas en sus análisis y reclamos. La tierra es fundamentalmente un espacio físico de ocupación directa por parte de una unidad doméstica (familia) o una comunidad indígena, y al mismo tiempo constituye un factor de producción y subsistencia, un elemento indispensable para la supervivencia del grupo social. De acuerdo a las condiciones ecológicas, el nivel tecnológico y la organización de la producción, los distintos grupos indígenas requieren de extensiones variables de tierra para subsanar sus necesidades básicas.

Stavenhagen Rodolfo. El derecho de sobrevivencia: la lucha de los pueblos indígenas en América Latina contra el racismo y la discriminación. El Colegio de México. Instituto Interamericano de Derechos Humanos Banco Interamericano de Desarrollo. PDF.

3 Pero para que cumpliera su función social, era necesario cultivarla y vivir en ella de cuatro a ocho años, con lo cual se adquiría la propiedad plena.

Posteriormente la distribución de tierras se haría en vía de gracia o merced real las audiencias, virreyes, gobernadores y cabildos municipales. Y cuando algún conquistador o poblador ocupó, sin dichos requisitos la tierra, ésta sólo pasaría a su entera propiedad gracias a la compra que de ella hiciera o a composición, sistema de arreglos iniciado en 1591 con las autoridades, para legitimar la posesión de la tierra, la cual también se legitimaba por la prescripción pacífica y continúa.

Miguel León-Portilla. Ernesto de la Torre. Historia documental de México 1. “Época colonial. Siglos XVI y XVII”. P. 455-644. Universidad Nacional Autónoma de México. Instituto de Investigaciones Históricas. 2013.

4 La propiedad territorial que llegaría a poseer la Iglesia sería enorme, y parte de ella, como la de la Compañía de Jesús manejada hábilmente, serviría para sostener sus importantes colegios, seminarios y misiones, más la restante permanecería, improductiva y muerta. Por lo que se convertiría, como en España, en una rémora para el desarrollo económico general del país.

Miguel León-Portilla. Ernesto de la Torre. Historia documental de México 1. “Época colonial. Siglos XVI y XVII”. P. 455-644. Universidad Nacional Autónoma de México. Instituto de Investigaciones Históricas. 2013.

5 Bonfil Batalla Guillermo. “México profundo. Una civilización negada.” Grijalbo, 1994. Pp.82-83.

6 Trasgresión sobre la tierra que daría lugar a que los indios emprendieran muchos litigios para legitimar su posesión, y así poder venderla al mejor postor. Cuando las ventas las hacía un indio a un español, denominado usualmente como “vecino”, se requería no sólo el permiso por parte de alcaldes y regidores indios, sino además la anuencia del alcalde ordinario de la ciudad de México.

Éste valoraba los argumentos que presentaban los indios interesados en vender, dejando constancia de ello en las escrituras realizadas ante diversos escribanos reales. Muchas veces los argumentos que los indios daban hacían referencia a que las tierras en cuestión no les eran necesarias.

Don Luis de Santa María, quien fue gobernador de México entre 1563 y 1565, participó de forma muy activa en la compra-venta de terrenos en los barrios de indios. Como se ha mencionado, tenía algunas tierras patrimoniales que le fueron legitimadas por las autoridades indígenas y españolas.

El intercambio de tierras al interior de los barrios de indios no sólo se dio entre indios, o entre indios y españoles. También se realizaron transacciones entre españoles sobre tierras que antes habían comprado a indios.

López Moran Rebeca. Entre dos mundos: Los indios de los barrios de la ciudad de México. 1550-1600. Facultad de Estudios Superiores Acatlán. Universidad Nacional Autónoma de México.

7 El Financiero. Hogares vacíos. Por: Pedro Kumamoto. 21/07/2020.

8 La Jornada. Desalojan a 256 personas; por la crisis 151 no pudieron pagar renta. Por: Sandra Hernández García | miércoles, 08 jul 2020.

9 Hernán Cortés había reservado para él la zona de Otumba – Tepeapulco y de Ecatepéc – Tizayuca y un vasto territorio al sur de la Ciudad de México.

Historia – Hidalgo

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10 habitar la casa barroca. una experiencia en la ciudad … – Upo

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11 Benítez Fernando. La vida criolla en el siglo XVI. El Colegio de México. Primera edición, 1953. PDF.

Existe una ausencia de memoria histórica que afecta a los barrios de indios, pero que, recae aún más duramente sobre aquellos nativos que vivían dispersos en casas de vecindad, en los traspatios, obrajes y panaderías donde trabajaban. Dado que no eran propietarios, carecían de organización comunitaria, no estaban empadronados en ninguna parroquia, ni dejaron mayor rastro documental, resultan casi invisibles para el investigador contemporáneo. A lo sumo aparecen de manera lateral, casi anecdótica, cuando se habla de las condiciones de la vivienda, de la industria citadina y, sobre todo, cuando se aborda la criminalidad urbana. Es llamativo que los lugares donde residían no tuvieran siquiera un nombre formal —como hace notar Teresa Lozano Armendares— sino que eran conocidos por el oficio de sus habitantes, por algún personaje local que allí tuviera su residencia, o por ciertos rasgos topográficos (como “junto al puente de Granaditas” o “detrás de catedral”).

Castro Gutiérrez Felipe. Los indios y la ciudad. Panorama y perspectivas de investigación. Instituto de Investigaciones Históricas. Universidad Nacional Autónoma de México

12 Dentro de lo que se llamó parcialidad de San Juan quedaron los cuatro campan —llamados por los españoles barrios y a veces parcialidades— que componían la ciudad prehispánica, después de la conquista serían denominados según su santo patrono: Santa María Cuepopan, al nor-oeste; San Sebastián Atzacoalco, al nor-este; San Pablo Teopan, al sur-este y San Juan Moyotla, al sur-oeste. Al norte quedó la parcialidad de Santiago Tlatelolco.

Los españoles también incorporaron en la construcción del nuevo régimen de dominación algunos elementos de la estructura del poder político del pueblo conquistado.

Se pueden identificar tres etapas respecto al gobierno indígena de la ciudad de México: la primera es el reconocimiento tácito que se hizo de la autoridad ejercida por Cuauhtémoc como último hueytlahtoani de Tenochtitlan. La segunda etapa va de 1528 hasta 1568, en donde propiamente se establece la república de indios de Tenochtitlan. Contaba con un gobernador nombrado por el virrey, alcaldes y regidores. La tercera etapa, a partir de 1568, establece jueces gobernadores en Tenochtitlan. Esto significó la imposición, por parte de las autoridades virreinales, de una persona ajena en el gobierno de la ciudad de México, que provenía de otras poblaciones, como Tecamachalco, Azcapotzalco, etcétera.

La Ciudad de los vencidos.

13 En realidad no se sabe muy bien quienes habitaron la otra mitad de la capital virreinal, la “parcialidad” india de San Juan Tenochtitlan. Tratándose de una ciudad que fue casi arrasada durante la batalla final de la conquista; buena parte de la población murió, mientras otros huyeron. Muchos retornaron posteriormente.

También ocurrió un movimiento inverso: muchos mexicas, junto con otros grupos nahuas del Valle de México, partieron como guerreros auxiliares o cargadores en las diversas y sucesivas campañas de conquista. Con frecuencia acabaron poblando otros lugares y así fue que fundaron los barrios llamados “Mexicaltzingo” o “de los Mexicanos” al menos en Campeche, Ciudad Real (la actual San Cristóbal, en Chiapas), Mérida, Valladolid de Michoacán, Querétaro y Guadalajara.

Castro Gutiérrez Felipe. Los indios y la ciudad. Panorama y perspectivas de investigación. Instituto de Investigaciones Históricas. Universidad Nacional Autónoma de México.

14 A finales del período colonial la Ciudad de México constituiría la urbe más grande de América Latina con una población, conforme a Juan Pedro Viqueira de 137,000 habitantes, en donde se estimaba que cuatro quintas partes pertenecían a las clases populares en la que existía una cantidad similar de indios, castas y criollos. Tan sólo una tercera parte de la población contaba con empleo fijo. En cambio, unas 6,700 personas eran artesanos, 7,500 trabajaban en los talleres reales, 3 mil eran trabajadores domiciliarios, 14 mil sirvientes y 5 mil militares. Además en la ciudad vivían cerca de 15 personas dedicadas a la mendicidad o a diversas actividades ilícitas.

La reforma urbana incluiría nomenclatura de calles, fomento a la cartografía urbana, la reforma del sistema de parroquias al que hemos aludido y que dio origen a un esquema de 13 parroquias de magnitudes similares y que abarcaban tanto a españoles como a castas, mestizos e indios, la reorganización de las estructuras territoriales del poder administrativo, se introdujo el primer alumbrado público, se impusieron medidas de higiene, se exigió a los maromeros y titiriteros a contar con una licencia del ayuntamiento, se les dieron facultades nuevas a los alcaldes de barrios para apresar a los contrabandistas y expulsar a los indios que habitasen dentro de la traza urbana y obligarlos a avecindarse en los pueblos y barrios de las parcialidades.

Asimismo, el virrey Revillagigedo prohibió a los trabajadores de la fábrica de cigarros a que asistieran al trabajo con calzón y manta (desnudos) y se ordenó a los indios asistir a las funciones públicas vestidos de casaca o con capa, aseados y decentes y se prohibió la entrada a la Plaza de Gallos, así como también a la Alameda a la gente que no estuviera correctamente vestida. La Plaza Mayor fue objeto también de una cirugía mayor. Se derribó el muro que rodeaba el atrio de la catedral y se prohibieron todos los puestos que ahí proliferaban. El parían fue el único establecimiento comercial que quedó en ella. El sucesor de Revillagigedo, el marqués de Brancifonte hizo colocar la estatua de Carlos IV.

La ciudad de los vencidos.

15 Acosta Sol Eugenia. Tlaxilacalli y Calpulli Organización sociourbana de la gran Tenochtitlan. PDF.

16 La actividad agrícola tendió a disminuir y desaparecer paulatinamente, debido al crecimiento de la mancha urbana, la compra-venta ilegal de parcelas, el debilitamiento del control sobre el suelo de las organizaciones de república o, simplemente, porque la ciudad ofrecía empleos y actividades más atractivas.

Castro Gutiérrez Felipe. Los indios y la ciudad. Panorama y perspectivas de investigación. Instituto de Investigaciones Históricas. Universidad Nacional Autónoma de México.

17 Castro Gutiérrez Felipe. Los indios y la ciudad. Panorama y perspectivas de investigación. Instituto de Investigaciones Históricas. Universidad Nacional Autónoma de México.

18 Acosta Sol Eugenia. Tlaxilacalli y Calpulli Organización sociourbana de la gran Tenochtitlan. PDF.

19 Los diezmos no sería la única fuente de ingreso eclesiástico, pero sin duda eran la principal entrada de las catedrales novohispanas. Éstas contaban además con donaciones y legados en inmuebles, así como de fundaciones piadosas, cuyos capitales llegaron a ser muy importantes. El diezmo era ni más ni menos que la décima parte del producto que se obtenía tanto de los frutos de la tierra como de la ganadería y estaban obligados a pagarlo todos los agricultores españoles, criollos y mestizos, así como los clérigos y las órdenes religiosas, aunque estas últimas disfrutaban de muchos privilegios.

Aunque en términos legales los indígenas estaban exceptuados del pago del diezmo, en términos reales sólo se deducía una parte del tributo que debían pagarle al rey.

En un obispado tan rico como el de Michoacán, las recaudaciones llegaron a ser muy importantes. En 1783, por ejemplo, el ramo de gruesa o masa decimal, que es como designa la legislación real y la canónica al producto total del diezmo recaudado anualmente, ascendió a 863,907 pesos, 7 reales y 6 granos.

Había dos sistemas de acceso a la producción diezmada: por remate y por administración. Para este efecto el territorio del obispado se dividía en cerca de cincuenta diezmatorios. Los jueces hacedores y el contador remataban los diezmos al mejor postor, quien debía garantizar su postura con fianzas, o nombraban a los administradores que muchas veces resultaban ser los propios curas párrocos o algún otro eclesiástico.

Clara Bargellini, Gustavo Curiel, Martha Fernández, Ignacio González, Polo Antonio Rubial García, Mayte Sánchez, Lozano Nelly Sigaut. Casas señoriales del Banco Nacional de México. Fomento Cultural Banamex, A. C. 1999.

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20 De ello dará testimonio, un inmenso lienzo que recuerda el traslado del convento de las monjas dominicas de Santa Catalina de Siena al nuevo convento sobre la calle Real, en 1738, dado que ahí, puede verse una casa de dos plantas, desde cuyos balcones y azoteas, muchos servidores domésticos mestizos, indios, negros y mulatos, ven pasar la procesión.

Clara Bargellini, Gustavo Curiel, Martha Fernández, Ignacio González, Polo Antonio Rubial García, Mayte Sánchez, Lozano Nelly Sigaut. Casas señoriales del Banco Nacional de México. Fomento Cultural Banamex, A. C. 1999.

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Aunque además, aparte de las labores agrícolas, los indios de la ciudad se dedicarían a otras actividades productivas. Explotaban bosques, territorios de caza (como los “pateros” de Candelaria de los Patos), pesquerías (el lago de Pátzcuaro, por ejemplo, pertenecía al cabildo indio homónimo), terrenos donde extraían tequesquite (una tierra salitrosa, utilizada en las curtiembres), canteras y otros recursos mineros de fácil extracción. Los indígenas prácticamente monopolizaban la comercialización de ciertos productos, como el acocil o langosta de río, el “queso de la tierra” (una lama viscosa que contenía algas ricas en huevecillos o larvas, que se cocía para venderla en bloques o “panes”), el junco necesario para la cestería, la alfarería de uso diario, las vigas de construcción y madera en general, el carbón, y el zacate o pasto que consumían las caballerías. Tenían también en ocasiones algunos oficios que les permitían una magra independencia, como canteros, alfareros, carboneros, leñadores, aguadores y comerciantes callejeros. Como asalariados, los indios eran jornaleros de obrajes, molinos y panaderías o de las huertas cercanas a la urbe, sirvientes domésticos de los españoles pudientes o de instituciones eclesiásticas o arrieros. Podían ser también oficiales o incluso maestros de algunos talleres artesanales (canteros, curtidores, zapateros, olleros y otros considerados como “oficios mecánicos”, más que como “artes”). Otros se contrataban por tareas, como los cargadores que podían encontrarse siempre cerca de los mercados.

Castro Gutiérrez Felipe. Los indios y la ciudad. Panorama y perspectivas de investigación. Instituto de Investigaciones Históricas Universidad Nacional Autónoma de México.

21 Local. MX. Así nació Tepito (“te pito”), nuestro querido Barrio Bravo de la ciudad. Por: Diego Cera. 26 de marzo de 2020.

22 Pie de Página. El color de la pobreza. 12 de octubre de 2018.

23 El Heraldo de México. CDMX, la capital indígena. Agosto 30 de 2018.

Ramón César González Ortiz es Licenciado en Sociología y Maestro en Estudios Políticos por la UNAM.