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El investigador Armando Bartra Vergés reflexiona sobre las luchas antineoliberales tanto en México como a escala global

Reabriendo el debate latinoamericano sobre el campesinado como clase social

Fuentes: Rebelión

En la presente entrevista, el destacado profesor e investigador Armando Bartra Vergés [1] reflexiona en torno al campesinado como clase y fuerza social presente en las luchas antineoliberales tanto en México como a escala global. En su comprensión sobre la cuestión rural mexicana de hoy afloran conceptos e ideas que enriquecen el análisis clasista del […]

En la presente entrevista, el destacado profesor e investigador Armando Bartra Vergés [1] reflexiona en torno al campesinado como clase y fuerza social presente en las luchas antineoliberales tanto en México como a escala global. En su comprensión sobre la cuestión rural mexicana de hoy afloran conceptos e ideas que enriquecen el análisis clasista del campo desde una perspectiva renovadora y consecuente con la complejidad de la realidad latinoamericana. ¿Qué son las clases sociales?, ¿cómo son enfocadas éstas desde el discurso de la nueva ruralidad?, ¿por qué urge fundar un sujeto campesindio en la lucha étnico-clasista contra la colonialidad y la desigualdad rural?; son estas algunas de las interrogantes que intenta responderse el investigador en el transcurso de la conversación. Los planteamientos de Bartra servirán pues para reabrir un debate que tuvo en los 70’s del pasado siglo uno de sus mejores momentos, y porta en las horas actuales una indiscutible pertinencia no solo teórica, sino política para la izquierda de Nuestra América.

ARISBEL LEYVA REMÓN: México constituye, sin dudas, un reconocido escenario del pensamiento agrario marxista contemporáneo, en cuyos marcos se ha discutido intensamente sobre las clases sociales del campo. ¿Cómo ha evolucionado el análisis clasista del agro posterior al debate sobre campesinado que tuvo lugar en los años 70?

ARMANDO BARTRA: Estamos hablando de hace casi 40 años, pero lo cierto es que en las décadas siguientes el debate cayó en un bache, se atenuó y en muchos casos de plano se interrumpió, aunque quizá hoy se reanuda. Pero sí, en los setenta del siglo pasado tuvimos una discusión muy intensa entre el marxismo ortodoxo y un marxismo más dispuesto a desarrollarse y a adecuarse a las circunstancias nuevas. La polémica sobre el carácter de clase del campesinado y sobre la naturaleza e intensidad de los procesos de descampesinización- recampesinización, por ejemplo, puede verse como una confrontación entre los «campesinistas» marxistas y la lectura ortodoxa de Marx que no veía en el campesinado más que un remanente del pasado, una simple herencia del viejo régimen tendencialmente barrida por la expansión del capitalismo. Una discusión desarrollada más de un siglo después de que Marx hubiera formulado sus ideas sobre el campesinado -por cierto con frecuencia divergentes y hasta contradictorias- y que por tanto tomaba en cuenta otras experiencias y otras visiones. La revolución rusa -donde los campesinos fueron socialmente protagónicos- y la lectura que Lenin hace de dicho proceso. Pero también la revolución china donde la abrumadora mayoría campesina es incorporada a un partido revolucionario no como aliada secundaria del proletariado sino como vanguardia y protagonista mayor de la revolución. Y es que, empezando por la revolución mexicana, en todos los procesos de cambio político radical del siglo pasado, los trabajadores del campo fueron protagónicos. En Cuba, por ejemplo, a mediados del pasado siglo la mayor parte de los trabajadores eran del campo, y una parte de estos eran campesinos y a la vez trabajadores de la zafra; o sea, combinaban esta condición. La discusión que aquí tuvimos partía de un hecho incuestionable: los campesinos estuvieron presentes como actores políticos destacados en todos los procesos de cambio progresista y libertario del siglo XX. Y algunos pensábamos que iban a seguir presentes, porque no se trata de un sector en descomposición y disolución sino también sujeto a procesos de recomposición. Además sosteníamos que los campesinos no son conservadores o que, aun siéndolo, no son en sentido estricto reaccionarios, sino conservadores y a la vez revolucionarios Por otra parte en México el punto de partida del debate no era conceptual sino fáctico: en los setenta de la pasada centuria los campesinos estaban ahí y estaban luchando. Y si tenemos que contar con los campesinos, simplemente porque ellos están ahí en el combate, entonces la pregunta es ¿qué son estos campesinos que marchan por las carreteras, que toman tierras? No se trata de hacerles el favor, no es construir una teoría para legitimarlos, los campesinos se legitiman —esa era la discusión— por sí mismos, ellos están en la lucha, ellos están en el combate. Este debate en los 70 transcurrió en un período de intensas luchas campesinas aquí en México, de tomas de tierras a veces muy radicales que tenían a veces que defenderlas con las armas en la mano, de campesinos muertos, asesinados por guardias blancas, encarcelados; un período de represión por un lado y, por el otro, de políticas públicas que tenían que aceptar la presión del movimiento campesino y repartir tierras. Es decir, estábamos en una suerte de revolución agraria que no cuestionaba el poder político quizás porque no había fuerza suficiente, pero sí una verdadera revolución agraria en cuanto a tomas de tierras, movilizaciones y organización parcial de los campesinos. Sería deshonesto políticamente cuestionarles a los campesinos —que se encontraban en los campos, en las carreteras, que estaban a veces en las ciudades, en marchas hacia las capitales— su derecho a ser tomados en cuenta en la transformación revolucionaria. Y de ahí surgió el planteamiento de que los campesinos eran no solamente una clase, sino una clase con voluntad y necesidad de transformar el mundo radicalmente; es decir, una clase revolucionaria. La otra versión sostenía que los campesinos estaban en proceso de descomposición, que eran en realidad semiproletarios y que esta condición, y no la de campesinos, era la que determinaba su lado revolucionario. La posición que nosotros defendíamos era al revés: los campesinos son, sin duda, en términos de su adscripción económica al sistema, muchas veces trabajadores asalariados y trabajadores por cuenta propia. Pero lo que los está moviendo en ese momento —estoy hablando de los 70 en México— es su condición campesina y no su condición proletaria, no están trabajando para la construcción de sindicatos. Quizás los deseaban pero no veían a los sindicatos en su futuro inmediato, estaban luchando más bien por acceder a tierras suficientes y con ello volverse más plenamente campesinos. Hay que respetar esta voluntad, hay que respetar esta vocación. La historia de Cuba es semejante. Recuerdo ahora -porque lo volví a leer- a Fidel hablando del papel importante de los campesinos en la etapa inicial de la Revolución, de su importancia como aliados del proletariado, pero que no iban a estar ahí para siempre. Al cabo de cinco décadas ahí están todavía, en un proceso de reproducción. Esta discusión de los años 70 la promovimos aquellos que estábamos en la reflexión académica y pretendíamos comprender los procesos políticos y no solo participar en ellos, de dar razón del protagonismo que estaban teniendo los campesinos en la lucha social en México y, de algún modo, en el mundo. No se trataba, insisto, de tenderles la mano a los campesinos para que vieran que también en nuestras teorías ellos cabían, sino simplemente de entender quiénes eran estos que estaban poniendo la muestra en una lucha muy radical cuando menos en términos de confrontación con el sistema, con el poder económico y político. De ahí -considero yo- surgió la idea del campesinado no como clase del feudalismo o de las sociedades precapitalistas, sino como una clase que el propio capitalismo reproduce. Las razones por la que el capitalismo reproduce la pequeña y mediana propiedad agropecuaria son múltiples, tan es así que hoy tenemos al Banco Mundial y al Fondo Monetario Internacional -ya no digamos la FAO o los organismos multilaterales- diciendo que la salvación del mundo en el contexto de una crisis agropecuaria y alimentaria como la que hoy vivimos, está en la pequeña y mediana producción campesina. Si el Banco Mundial y el FMI dicen que los campesinos están aquí para sacar el buey de la barranca, en pleno tercer milenio, eso significa que para el capitalismo -y con las peores intenciones del mundo de seguir exprimiéndolos y de seguir utilizándolos- los campesinos son funcionales. Por tanto, los campesinos continuarán presentes, sea en coyunturas más favorables o en otras donde habrán procesos de descampesinización, y bajo esas condiciones se proletarizan, se recampesinizan y son una fuerza antisistémica. Que tengan claridad de futuro, que sean socialistas o no es otro tipo de debate, pero sí son una fuerza antisistémica porque el sistema es su enemigo.

ALR: ¿Qué ha significado la incorporación de la agricultura mexicana al proceso de transnacionalización global, en términos de la discusión sobre las clases sociales y sus luchas en el contexto rural?

AB: La agricultura mexicana estaba ya ubicada de algún modo en un contexto de globalización desde los años 70. México era un país exportador de azúcar; la agricultura cañera y la industria azucarera estaban insertas en el mercado global desde esos años y en los 80’s. Fuimos también un importante exportador de café hasta hace poco tiempo. Ni la caña ni el café representan hoy lo que significaron entre los 70 y principios de los 90, pero la agricultura mexicana no se globalizó recientemente. Tampoco hemos sufrido procesos de sojización al estilo Brasil o Argentina, pues México en este sentido no ha tenido las condiciones agroecológicas para estos desiertos de soja que sí tienen los países del Cono Sur. En todo caso la globalización de la agricultura mexicana no es una novedad. Quizás el fenómeno que se modificó en los últimos años -en cuanto a las luchas- tiene que ver con la pérdida de lo logros alcanzados en los años 70 y principios de los 80 -sobre todo a partir del movimiento y de la lucha campesina por la tierra-, cuando hubo una suerte de recampesinización de las políticas públicas. Esto fue resultado en alguna medida de la presión del movimiento campesino por un lado, y por el otro lado el problema de que empezaban a haber evidentes insuficiencias en la producción agrícola interna para la seguridad alimentaria del país durante ese período. Empezaba a haber problemas con el abasto de granos básicos y la lógica de esos gobiernos en México es la de volver a apoyar la producción agropecuaria, de involucrar nuevamente al Estado en el fomento de la producción, acopio, transformación y comercialización agropecuaria; es decir, de convertir otra vez al Estado en un actor que podía ser -junto con los campesinos, ejidatarios, comuneros, pequeños propietarios auténticos y minifundistas- un sector importante en la producción agropecuaria tanto de alimentos como de materias primas. La apuesta por los campesinos es de una parte de los 70 y los primeros años 80. En estos años el Sistema Agroalimentario Mexicano (SAM) sería -en mi opinión- el último grito del viejo agrarismo que sostenía el apoyo crediticio y de otro tipo a los campesinos durante los gobiernos de Luis Echeverría Ávarez (1970-1976) y José López Portillo y Pacheco (1976-1982). Este último gobernante, aunque se identificó mucho más con la derecha, se mantuvo todavía en esta lógica; durante su gobierno se modificó el aparato económico estatal, el acopio y comercialización de productos agrícolas, fomento productivo, etc., mientras que a Echeverría le tocó lidiar con el ascenso del movimiento campesino y finalmente tuvo que entregar tierras y ampliar ciertos aspectos de la reforma agraria. Pero a partir de los 80 en adelante y en los 90 lo que tenemos es una conversión hacia una política anticampesina, de descampesiniziación y de desfondamiento de la agricultura que producía para el mercado interno. El modelo neoliberal nos llega a nosotros a inicios de los 80’s y se profundiza a lo largo de los 90. Lo que cambia entonces para nosotros -más que la iniciación de nuestra agricultura en una lógica global a través de productos como el azúcar de caña, el café, tabaco o cacao- es la apertura de un proceso de descampesinización y de desfondamiento de la agricultura que produce para el mercado interno, y el fortalecimiento únicamente del sector exportador de hortalizas, frutales y café. Este rubro fue afectado por la desregulación y la ruptura de los acuerdos internacionales que fijaban cuotas y precios, lo cual provocó también un desfondamiento en el sector cafetalero. En los años 80 lo que tenemos es un neoliberalismo que promueve la lógica de importar granos básicos porque supuestamente México no tiene vocación cerealera. Podríamos ser los inventores y domesticadores del maíz pero eso no importa porque finalmente son las planicies estadounidenses o argentinas las que supuestamente poseen vocación para la producción de cereales o leguminosas, y nosotros presuntamente tenemos vocación para frutas, café, etc.; o sea, las ventajas comparativas que nos llevaron a una situación nueva de dependencia alimentaria severa y hasta ahora creciente. En los últimos años -a partir de las sequías atípicas registradas y los efectos del cambio climático sobre México, que serán particularmente severos por nuestras condiciones- el problema de la escasez de alimentos ha sido mucho mayor que lo que había sido en el pasado, los precios siguen en alza y la dependencia alimentaria se torna más severa. México tiene ecosistemas y diversidad suficiente, pero desfondó su campo; ese es el fenómeno nuevo. Y en esas condiciones ¿dónde quedan los campesinos? Desahuciados; es decir, dejan de ser un sector sustantivo del modelo de desarrollo -subordinado, sometido, explotado, sujeto a intercambio desigual, pero un actor importante del que dependía una buena parte del abasto de granos básicos y de la producción en pequeña y mediana escala de materias primas- y pasan a ser un sector en franco repliegue y marginación. La visión de la modernidad como industrialización y urbanización -donde el campo queda relegado, marginado e industrializado paulatinamente, de modo tal que en realidad ya lo que predomina es una agricultura industrial, tecnificada, con insumos de fábrica, etc.- funcionó durante mucho tiempo y parecía que en ella los campesinos no tenían sentido, pues serían sustituidos por una agricultura hidropónica, con monocultivos, transgénicos, sistemas de riego, etc. Pero tenemos una crisis ambiental y alimentaria. En el caso de Cuba ¿para qué quieren campesinos? Para poder comer y hacer frente a esa crisis alimentaria. Por ello Cuba es el emblema del mundo. Si queremos comer vamos a necesitar campesinos, ellos son capaces de adaptarse y enfrentar al cambio climático. Ni siquiera con un modelo muy tecnificado y especializado se puede inventar un transgénico para enfrentar la sequía, así nos morimos de hambre antes de que aparezca el transgénico. A pesar de las intensas sequías, los campesinos muchas veces logran conservar semillas para la próxima siembra, y esas semillas se adaptan cada vez más a las sequías mediante su continua selección. Esa pluralidad articulada que suelen manejar los campesinos, si pueden, constituye una estrategia. Los campesinos son una presencia política, social, histórica, pero además son una alternativa visible para enfrentar el cambio climático, la crisis alimentaria y el manejo adecuado de las fuentes de energía. Creo que hay muchas razones hoy para replantearnos el tema campesino en un sentido agroecológico, también en el sentido económico -como un modelo más viable-, de la reducción del consumo energético, de la diversificación ambientalmente más sostenible. Hoy, además, hay una sensibilidad en el mundo de los consumidores hacia las virtudes de la agricultura campesina. En ese nuevo mundo los campesinos pueden otra vez fundar un camino -siempre y cuando se abran paso por sí mismos-, tienen una lucha que dar pero hoy sus argumentos son más poderosos que hace veinte o treinta años atrás, donde el problema alimentario lo estaba «resolviendo» la producción intensiva, la Revolución Verde, y ahora resulta que no es así.

ALR: En esta misma línea de análisis, ¿cómo repercute el despliegue neoliberal de los 90 en el debate sobre las clases agrarias y el campesinado en particular?

AB: La discusión se deriva ante todo de una situación objetiva. Lo que hay es un proceso muy real de desarticulación del mundo campesino, de la economía y la sociedad campesinas y del entorno rural, sobre la base de que es un sector irrelevante para el futuro, que debe polarizarse y debe ser sustituido por los empresarios y pequeños y medianos productores capaces de capitalizarse. Por tanto, los campesinos modestos y pobres son objetos de políticas públicas compensatorias -en el mejor de los casos de carácter asistencial-, a través de lo que en México inicialmente se llamó Programas de Solidaridad y posteriormente, PRONASOL. Había que ayudarlos a bien morir con algunas limosnas de recursos públicos mientras encuentran cobijo en otro sitio, se van a las ciudades o migran a Estados Unidos. El campesino desaparece de las políticas públicas como un sector productivo de avanzada y aparece como un sector marginado que es objeto de políticas asistenciales o es sustituido por un sector que en realidad cada vez tiene menor presencia campesina -que son los agroempresarios- donde no hay campesinos enriquecidos, pues en realidad los campesinos medios se empobrecen y los pequeños campesinos se arruinan. El debate sobre las clases en los 90’s está marcado por el concepto presuntamente novedoso de la nueva ruralidad. Esta noción -además de describir fenómenos reales de una creciente adscripción del trabajo rural a actividades no agrícolas, el incremento del ingreso proveniente de ocupaciones productivas extra agrícolas, de servicios o trabajo asalariado, de la presencia creciente de otros actores de la urbanización de las costumbres rurales, la pluriactividad en la que de pronto los campesinos se ven insertos (como si los campesinos no hubieran sido pluriactivos desde que la humanidad existe), todo lo cual descriptivamente puede ser muy correcto- tiene un efecto en términos de las clases sociales y es la pretensión intelectual de diluir la existencia de un sector que se configura como actor político-social que son los campesinos. Se presume que estos desaparecen como actores en la medida en que también son comerciantes, en la medida que viven del trabajo asalariado o dependen de las remesas y los programas públicos, lo cual no es cierto. Por lo tanto, desde esta perspectiva los campesinos ya no existen como actor porque ya no tienen una función económica, ya no tienen una base material y, por ende, no van a existir como actores, no pueden ser protagónicos en las luchas sociales importantes. Sin embargo, en este proceso los campesinos han seguido presentes. El hecho es que los campesinos primeramente estaban viendo qué lugar podían ocupar en los procesos «inevitables» de reforma neoliberal hasta que se dieron cuenta que en ese mundo de las ventajas comparativas y del comercio salvaje no tenían ningún espacio y entonces la lucha ya no fue por acomodarse en las franjas que les dejaba el modelo neoliberal, sino contra el modelo mismo. En el caso de México esto es bastante claro; los campesinos pasan de decir: «Queremos recursos para nuestras empresas asociativas o para asociarnos con los empresarios y producir materias primas y que ellos la transformen, queremos que nos sigan dando créditos», a decir: «Lo que queremos es una modificación del modelo agropecuario y, por ende, una modificación del modelo del país». Y eso se expresa muy claramente en el TLC. La cristalización más evidente del modelo neoliberal es un Tratado de Libre Comercio que favorece la dependencia alimentaria brutal y la desaparición de los campesinos, quienes dicen: «No queremos un poco más de dinero, no queremos un poco más de apoyo crediticio, de insumos, lo que queremos es otro modelo. En ese otro modelo los campesinos tenemos algo que hacer: somos los que vamos a garantizar la seguridad y la soberanía alimentarias del país, la conservación del medio ambiente, la preservación del tejido social en el campo, la cultura que tiene raíces rurales. No es únicamente que somos buenos, peores o medianos productores. Además de producir la comida, preservamos la socialidad; si no lo hacemos ¿quién va a detener el narcotráfico?». Es decir, si en el campo no hay opciones para los jóvenes, ¿quién va a impedir que se vuelvan sicarios? Entonces, la oferta del campesinado es: «Vamos a mantener la salud del tejido social, la actividad económica, vamos a preservar la naturaleza y nuestras raíces identitarias porque México es en sus raíces un país campesino e indígena». Esta apuesta es de tipo antisistémica y antineoliberal, y se ha radicalizado en el sentido de volver a las grandes movilizaciones. Es cierto que la fuerza del campesinado se ha visto muy mermada, los jóvenes se van, la migración afecta, las comunidades se quedan vacías, predominan las mujeres, la gente no puede vivir del campo porque la agricultura no genera ingresos suficientes y tienen que diversificar el empleo. Es decir, hay un desgajamiento del tejido social rural y, por ende, de las capacidades de sobrevivencia de los campesinos. Pero el esfuerzo político de los campesinos por cambiar el rumbo del país para seguir siendo parte del mismo, ese no se ha perdido. En el caso de México el fenómeno quizás más notables es el que se da en el arranque del siglo XXI, que es el movimiento El campo no aguanta más. Y lo es no solo por su peso, su importancia, su magnitud como protagonista de una manifestación de alrededor del 100 mil campesinos de todo el país -algo difícil de lograr pero que sucedió con este Movimiento-, sino porque además se trata de gente que viajó mil kilómetros o toda una semana desde su pueblito hasta la ciudad de México. Eso demostró que existía una voluntad de los campesinos de seguir existiendo y que había organizaciones suficientes como para darle la logística a esta movilización, no suficiente como para poder doblarle la muñeca al gobierno y modificar sus políticas públicas. Sin embargo, El campo no aguanta más dejó claro que había otro modelo, otro plan y que el gobierno no iba a cumplir los acuerdos a los que había llegado con los campesinos en términos de cambiar el rumbo. El Acuerdo Nacional para el Campo no se cumplió. Pero allí lo que quedó claro era que los campesinos seguían presentes como una fuerza. Ahora bien, en los 90 se presenta un fenómeno que hay que considerar; a saber, la emergencia de los pueblos originarios. Una parte muy importante de la población rural sigue muy identificada con sus formas sociales, culturales, tecnológicas, sus lenguas y formas de organización política, que tienen que ver con los pueblos originarios. Estos aparecieron medio visibles en el marco de los 500 años de lo que llamaron el genocidio y los llevó a protestas en Bolivia, Ecuador, Perú y México en menor medida. Pero el año 1994 hizo la diferencia. De pronto apareció un grupo armado guerrillero que dice: «Somos la voz de los más pequeños, de las comunidades indígenas, de todos los explotados y oprimidos pero en primera instancia tenemos nuestras raíces en las comunidades indígenas de Chiapas». La emergencia de los pueblos originarios, que representan cerca del 15% de la población de este país, fue muy importante cualitativamente porque planteó un tema que no estaba claro en la emergencia de los campesinos y en la discusión de los 70s, que es el tema de la colonialidad y del racismo, y no solo el tema de la clase y de la explotación. Los campesinos son, en términos de trabajadores del campo, explotados por el capital; ellos son, en términos de clase, una clase del capitalismo; son antisistémicos porque el sistema capitalista les extrae el excedente y los somete. Pero los campesinos son también la porción más visible y más clara de una estructura de carácter colonial, y ésta los oprime también no solo en su carácter de pequeños y medianos productores sino en su condición de herederos de los pueblos originarios. Entonces aquí hay una relación de colonialidad que afecta sin dudas a los pueblos indios, pero afecta también a los campesinos mestizos, morenos, indios y a una gran parte de los mexicanos que son vistos como étnicamente inferiores. Sin este fenómeno de los 90 hoy seguiríamos hablando de explotación del trabajo campesino por el capital -tesis que yo sostenía desde los años 70 y 80- pero hoy tendríamos que hablar además de opresión étnica de los campesinos e indígenas por un modelo de carácter neocolonial y por una lógica de colonialismo interno. No hablo ya del colonialismo externo -que sigue existiendo, pues tenemos 3000 kilómetros de frontera con el imperio; aquí hablo de los mexicanos colonizando a los propios mexicanos, de una elite blanca que se considera con derechos superiores. Esto surgió muy poderosamente en los años 90’s, de modo que ya para la primera década del nuevo milenio los indios ya eran protagonistas rurales importantes; no lo habían sido tan claramente antes, lo fueron en algún momento histórico pero la postrevolución significó la conversión de la población rural e indígena a la condición de campesinos; o sea, la Revolución, la Constitución y la reforma agraria transformaron a los indios en campesinos a través del ejido, la dotación de tierras, y la ratificación del status de dueños históricos de tierras de las comunidades agrarias, a las que se otorgaba la titulación de bienes comunales. En cualquiera de los dos modelos era la reforma agraria postrevolucionaria la que constituía a los habitantes rurales como un sujeto nuevo en el nuevo México que surgía de la revolución. Los campesinos son fundados e inventados por la revolución mexicana porque la hacen pero además porque la institucionalización los ubica en un contexto. Los campesinos son «hijos predilectos del régimen» -dice Arturo Warman-, aunque yo diría que son los padres del régimen, lo engendraron, ellos hicieron la revolución de la que surge un nuevo régimen. Esto había que romperlo y los campesinos comienzan a romper con el Estado como dador, como el que da la tierra, el que resuelve sus problemas, el que compra la caña; o sea, se rompe con esa lógica del Estado benefactor que supuestamente hace posible la vida del campesino. En el caso de México esta lógica es infinitamente menos justa, equitativa y comprometida, pero es la misma de tipo estatista que considera a los campesinos como hijos del Estado postrevolucionario. Lo que nos sucede ahora es que tenemos, por un lado, un actor indígena y, por otro lado, la visibilidad que tuvieron los pueblos originarios hoy es otra vez más folclórica que política; su presencia ha disminuido notablemente, no porque no estén ahí o porque no estén resistiendo, sino porque no tienen ya la visibilidad que tuvieron durante los años 90, porque la capacidad de convocatoria del EZLN también ha disminuido por mil razones. Sin embargo, en términos históricos no creo que pueda pensarse en el presente y el futuro de México sin los campesinos y los indios. Y aquí la pregunta es ¿qué son los indios y los campesinos?, ¿son dos entidades diferentes?, ¿son dos máscaras distintas de una misma realidad sustancial? Esa es otra discusión.

ALR: Frente a esta realidad social, ¿qué enfoques teóricos está demandando el análisis actual de clase?

AB: El concepto de clase es un concepto que se construye a partir de la crítica, del pensamiento crítico referido al moderno sistema capitalista. La construcción de esta noción alude a una sociedad netamente clasista (burguesía-proletariado) donde la conformación de las clases está determinada por su ubicación en el sistema económico; es decir por la relación con los medios de producción. Por lo tanto, son clases determinadas económicamente y bastante homogéneas; es decir, o tienes medios de producción o no tienes, y si no tienes entonces tendrás que vender lo único de que dispones: tu fuerza de trabajo. Y si tienes medios de producción podrás comprar fuerza de trabajo y esos medios se transformarán en capital. Aquí surge un concepto de clase determinado absolutamente por el lugar que se ocupa en el orden económico y en su reproducción. Pero cuando nos enfrentamos a realidades que en alguna época nos parecían semicapitalistas, o capitalismos con residuos feudales, «sociedades abigarradas» -como diría René Zavaleta Mercado, sociólogo boliviano-, barrocas o híbridas, lo que decimos es que hay actores, sujetos o protagonistas sociales que ocupan lugares menos claros que la burguesía y el proletariado. Algunos dirían que son grupos en transición, herederos de los viejos regímenes que van a desaparecer, pero resulta que no desaparecen. Y esto plantea una pregunta: ¿el concepto de clases, tal y como lo como lo forjamos, es un concepto que funciona para actores sociales de gran calado, de larga duración, con perspectiva histórica, pero que no son iguales, en términos de sus características económicas y sociales, a las de la burguesía y el proletariado? Mi respuesta es no. Si se quiere hablar de los campesinos como clase se tiene que repensar el concepto de clase. No es posible pensar que se tiene un concepto construido para una realidad y se pueda aplicar a otra realidad nueva. Si los conceptos no cambian con los retos que plantea la realidad, no son conceptos, son definiciones. Teníamos definiciones de clase que no estaban funcionando porque eran muy economicistas, muy homogeneizantes y hoy tenemos que enfrentarnos a la realidad de que hay otros actores o sujetos sociales que pueden o no ser clases. Si los denominamos como clases tenemos que darle a este concepto un contenido distinto, no opuesto pero sí distinto al que ya conocemos. En el caso de los campesinos se trata de una clase con una base económica compleja por definición, a diferencia de otros grupos. El campesino es el trabajador por cuenta propia, es productor de bienes de autoconsumo y comerciales, vende y compra fuerza de trabajo -esas viejas definiciones de que el campesino no comparaba ni vendía fuerza de trabajo nunca fueron reales, ya no funcionan. El campesino siempre ha estado adscrito a actividades productivas de carácter artesanal y comercial. Cuando hay políticas públicas -como las hay en México desde hace muchos años- el campesino también depende del gasto público dirigido al fomento productivo, de las remesas… Los campesinos son -y han sido siempre- eso que los sociólogos descubrieron hace no tanto tiempo y que llaman nueva ruralidad. Ellos son además multiusos en una condición cambiante, pues una misma familia campesina puede en diferentes momentos tener condiciones de subsistencia distintas. En la medida en que crece la familia -y no así la parcela porque no hay reparto agrario o no hay manera de hacerla crecer- los hijos probablemente se ocuparán en otra actividad, se convertirán en asalariados o se irán a la escuela, si los padres cuentan con una producción suficiente como para financiarle los estudios, y luego regresarán al pueblo e instalarán un café-internet. La historia de una familia campesina es la historia de cómo van cambiando sus relaciones económicas, sus formas de insertarse en el sistema. Además de eso, los cambios se dan no solo porque las familias evolucionan sino también porque las actividades económicas cambian en un mismo territorio. Si bajan los precios del café, los pequeños productores pueden convertirse en jornaleros y dejan de ser productores, si sube nuevamente el precio de ese producto, probablemente dejan de ser jornaleros y vuelven a ser cafetaleros. Pero cambia el clima, no llueve lo suficiente y el cultivo de temporal se afecta. Todo ello hace que las condiciones de reproducción económica de los campesinos sean diversas y cambiantes. Entre los rasgos que definen al campesinado como un sujeto social con base económica compleja tendríamos en primer lugar -como elemento de continuidad y estabilidad de este grupo- el hecho de que son productores por cuenta propia en alguna medida y son responsables de las decisiones productivas que les permitirán subsistir o no; es decir, no dominan el mercado, no controlan los precios, no son dueños de la agroindustria, etc. pero la responsabilidad productiva está en sus manos, de eso van a depender sus ingresos y de las circunstancias sobre las que no tienen control. Dos: mientras el proletariado y la burguesía son centrales, o sea constituyen el núcleo mismo del sistema -dominado por la relación capital-trabajo que se encarna en esas clases-, los campesinos son marginales, no están en el corazón del sistema. Lo que sucede es que el sistema tiene unos márgenes enormes -la mayor parte del mundo está en los márgenes del sistema- y los campesinos están en esos márgenes, son periféricos -la periferia no es lo secundario, lo irrelevante, lo que está lejos y que no importa; la periferia es parte tan sustantiva del sistema como el centro mismo-, están en esa periferia que a veces crece y se fortalece, otras decrece y se debilita. Cuba sería el ejemplo: pasa de un cierto campesinado a un proceso de estatización y de ahí a la recampesinización. Como tercer rasgo, los campesinos son socialmente diversos porque sus bases materiales, sus condiciones económicas así lo son, pero también porque los campesinos son una socialidad, no solo son una economía. Podríamos decir que todos somos una socialidad -pues nadie está ajeno a las relaciones sociales-pero lo que sucede es que el mundo campesino no está dominado por la relación directa capital-trabajo, sino que es un mundo en el que el sujeto tiene que reproducir sus propias relaciones sociales, un mundo donde lo social, el ethos tiene un peso mucho mayor. Tenemos entonces que el campesino no es solo un tipo de productor sino una socialidad. Cuando los campesinos mexicanos hicieron la Revolución -que simbólicamente comenzó en Morelos-, los que se incorporaron no fueron los adultos varones de las familias de agricultores sino la población entera de una región oprimida por los ingenios azucareros y la expansión de la mancha cañera. El oprimido era el pequeño comerciante, la cocinera de una fonda, el maestro de escuela, el cura, el agricultor, el ganadero. Es esta diversidad social la que conforma un ethos que está siendo aplastado y excluido por el sistema. Entonces los que se levantan en armas son pueblos enteros o lo que Luis Tapia -filósofo y politólogo boliviano- llama «movimientos societales». Es decir, no se mueve un sector o algunos grupos sociales solamente sino se mueven sociedades regionales enteras. Hasta los ricos, los enemigos del pueblo, los que la gente odia, deciden participar en la lucha cuando las cosas se ponen de vida o muerte. Ello explica que muchos movimientos campesinos tengan liderazgos que nos son de campesinos o de los más pobres. Emiliano Zapata no era un agricultor como no lo eran Otilio Montaño o Genovevo de la O. Es decir, si los campesinos son una clase no están integrados solo por personas de esa clase, no se necesita ser agricultor para ser campesino, pues existen sociedades campesinas. En el caso de Bolivia se crearon organizaciones campesinas bajo la modalidad de sindicatos agropecuarios que luego fueron convertidos en la Unión de Comunidades Campesinas, en correspondencia con la esencia de esas sociedades campesinas. En una comunidad campesina hay quienes son agricultores y quienes no lo son, hay pobres y ricos, pero las organizaciones campesinas representan a todos, a la comunidad en general. Por otra parte, mientras el proletariado mira hacia delante, tiene un porvenir, no tiene un pasado al que querer regresar o al que añorar -porque su pasado es explotación, miseria, envilecimiento, expropiación-, los campesinos -sea real o sea mítico- sí tienen una visión de un pasado en que ellos eran más autónomos, libres, productivos, y mantenían mejor relación con la naturaleza, etc. Puede ser un mito, sin embargo los campesinos miran hacia atrás con nostalgia, a diferencia del proletariado, el cual se mueve más por una utopía. Eso ha llevado a algunos a plantear que los campesinos son, reaccionarios, conservadores, quieren volver al pasado, son antimodernos, pero no es así. Aquellos que tienen un pasado que recordar, eso es una ventaja… Yo creo que unos y otros pueden compartir pero los campesinos tienen un componente mítico muy fuerte que no tienen los proletarios. Esto resulta más obvio en los pueblos originarios, cuyo componente mítico es muy poderoso, pues ellos dicen «No solo antes éramos felices sino que éramos dueños de este mundo, este era nuestro mundo». Todo esto conduce a que si el campesino es un actor social al que queremos llamar como clase hay que enriquecer el concepto de clase. Una clase puede incluir la diversidad, la marginalidad, los elementos culturales, identitarios y de tradición histórica. El otro punto importante es que si no recuperamos el concepto de clase entonces se podría hablar solo de actores y sujetos… El problema es que en esta búsqueda de actores-sujetos con identidades, desaparecen dos cosas sustantivas asociadas a las clases sociales: una, la globalidad, pues las clases no son de un territorio en particular o de un país, las clases son entidades globales porque el sistema es global y es el que genera y regenera las clases. Estas pueden tener presencia en unas regiones más que en otras, pueden ser más o menos visibles a esa escala pero son realidades globales. Cuando hablamos de proletarios hablamos de proletarios del mundo, no de proletarios de San Juan de Abajo o de Naucalpan, y la burguesía igual. Dos: las clases son históricas, de larga duración, están aquí para quedarse; pueden diluirse, minimizarse o reaparecer pero son de larga duración. Cuando se habla de movimientos, actores o sujetos sociales se suele adoptar un enfoque que pierde de vista la globalidad y la larga duración. El concepto de clase obliga a la toma de distancia en el espacio y el tiempo, y a ver realidades más extensas, mundiales, no períodos cortos sino mucho mayores. Solo así puedes distinguir a los campesinos, verlos actuar, expresarse de una forma o de otra. Los campesinos son globales porque constituyen una buena parte de la población migrante en el mundo y sostienen ideas que perduran en el tiempo y en diferentes espacios geográficos. La consigna «Tierra y Libertad», que dio identidad al movimiento campesino en México nació en Rusia hacia 1862-1863 como respuesta campesina ante la falsa reforma agraria del zar; de ahí pasó a manos de los anarquistas españoles a fines del siglo XIX y luego a sus correligionarios que en esa época habían huido de México y se encontraban radicados en Estados Unidos. Este grupo introduce la consigna en la revolución mexicana y hace que el zapatismo la tome como bandera de lucha. Lo que quiero decir es que los campesinos tienen una ideología, un pensamiento, banderas, etc. que son globales. Desde hace unos veinte años hasta la fecha tienen redes globales y plataformas como es el caso de Vía Campesina. Por tanto, las clases son sujetos históricos de larga duración, no son coyunturales, son estructurales, tienen raíces e historia y son globales. Como se puede apreciar, los campesinos son una clase no solo del capitalismo sino también del socialismo como forma de la modernidad; como sujeto clasista poseen una enorme diversidad, fluidez o plasticidad y se conforman en torno a esta diversidad.

ALR ¿Cuáles serían, a su juicio, los cambios fundamentales experimentados por la clase campesina en México a partir de los años 90?

AB: Los cambios en la estructura de una clase llevan a pensar si cambia el momento de la economía, si cambia el peso de la agricultura respecto del resto de la economía, si cambia la importancia de la pequeña producción agrícola en relación con la gran producción, si cambian las políticas públicas. Todo ello modifica estructuralmente a la clase y transforma las condiciones de existencia económica de sus miembros. Como ya afirmé, una clase es un sujeto histórico, no un sujeto económico aunque desde luego la economía puede ser decisiva en la configuración de su dimensión histórica. Los cambios en el modelo económico pueden llevar, y llevan, a que el sustento material de una clase se debilite, a que se urbanice o no, a que el número de campesinos disminuya en términos absolutos o relativos -que es lo que sucede en México-, que de cada tres hijos de una familia campesina dos migren pero uno se quede, que la proporción de mujeres en el campo sea mayor que la de los hombres, que se intente elevar la producción de autoconsumo ante el desincentivo de producir para el mercado de granos básicos, etc. Pero el deterioro de las condiciones económicas puede fortalecer políticamente al campesinado en ciertas coyunturas. Claro, si ese deterioro se hace sistemático probablemente llegará un momento en que ya no habrá fuerza política que construir cuando se ha agudizado la migración o cuando el narcotráfico domina en las comunidades campesinas. Hay un proceso de erosión del sujeto político pero no hay que verlo de manera mecánica. Pienso que en las últimas décadas los campesinos mexicanos han visto cómo su base material, sus espacios en las políticas públicas y su condición de sobrevivencia regional se han ido deteriorando cada vez más. Pero eso no quiere decir que los campesinos hoy hayan dejado de ser un actor que presiona políticamente. En meses recientes -desde finales de 2011 y hasta el 10 de abril de este año, fecha en que se conmemoró los 101 años del Plan de Ayala- cien organizaciones campesinas -de esas cien, quizás veinte son organizaciones nacionales o multiregionales que tienen presencia en más de un Estado de la República- se pusieron de acuerdo para elaborar un proyecto denominado el Plan de Ayala del siglo XXI, el cual surgió de seis reuniones multitudinarias efectuadas en diferentes Estados del país y ha sido visto como el plan de salvación del campo para este siglo en México. Este proyecto fue presentado y rubricado por el candidato de izquierda Andrés Manuel López Obrador en Torreón, Coahuila. Es decir, hay suficiente presencia de los campesinos como para elaborar una propuesta de este tipo bajo condiciones de deterioro extremo de su base material; o sea, políticamente no han desaparecido. Ciertamente no se trata de organizaciones campesinas fuertes, con grandes membresías, realmente están muy golpeadas, la gente migra, los jóvenes ya no tienen esperanza en el campo, no quieren seguir siendo campesinos, el narcotráfico ha penetrado, hay miedo, el panorama es desastroso. Pero a pesar de todo ello los campesinos no han bajado la guardia, siguen en el combate, están acostumbrados a eso, han sobrevivido a las peores catástrofes ambientales, políticas, económicas. Ellos están tratando de cambiar el rumbo del país antes de que haya que inventar nuevamente a los campesinos. México es un país muy agrario, con alrededor del 25 % de su población en el campo, es un país fuertemente campesino con el 13 o 14% de su PEA empleada en la agricultura, pero un país con un campesinado en proceso de aniquilación. Y los campesinos están tratando de impedir esto desde una posición de clase. Una clase puede existir, vista en un período largo, a través de sus luchas y proyectos con que enfrentan a un enemigo. Pero hay períodos en que la clase está latente; o sea, políticamente hablando no está presente, está muy fragmentada. Luego hay momentos en los que de pronto se suman en torno a un proyecto común que borra temporalmente las diferencias políticas. En ese momento, bajo determinadas condiciones o necesidades, la clase emerge como tal. Eso quiere decir que las clases no están siempre ahí sino que se reconstruyen, se desconstruyen, aparecen, cambian, identifican ejes distintos…

ALR: ¿Cómo valora Ud. las relaciones etnia-clase en el contexto de la estructura social rural actual?

AB: El concepto de etnia no se puede construir solo sobre la base de las relaciones económicas sino que debe construirse además sobre relaciones sociales, políticas y culturales; o sea, la etnia se define no solo en positivo porque se tiene una cultura, una socialidad sino que es construida porque hay un proceso de exclusión y opresión que tiene que ver con la cultura, la socialidad y la economía. La estructura socioeconómica de México, su historia y su sistema político definen que además de clases sociales haya etnias diferentes. Hay situaciones de etnicidad que definen disparidad, desigualdad; no todas las adscripciones étnicas son iguales. Si tú eres demasiado oscuro o bajo, si hablas una lengua determinada, si usas una vestimenta determinada o comes de una manera determinada te va a ir peor. Y si, además, vives en una región específica vas a ser tratado no solo conforme a tu clase sino conforme a tu etnia. Esto explica que haya relaciones de opresión que tienen que ver con la etnicidad y no solo con la clase. Cuando hablo de etnia como forma de diversidad sociocultural lo hago en el sentido de una forma de dominación. Sin dudas las etnias son rurales y diversas, y hay todo un debate sociológico acerca del diálogo intercultural, étnico, etc. Pero todos los grupos étnicos están sujetos a una lógica colonial en la que los no indios se montan sobre los indios. Más allá de la diversidad étnica aquí lo que importa es que hay colonizadores y colonizados, dentro de estos últimos hay individuos que ascienden socialmente por la vía económica y se «blanquean», pasando a formar parte de los grupos colonizantes aunque continúen teniendo sangre indígena. Por tanto, aquí el problema es si la lucha y las contradicciones que definen nuestras sociedades son exclusivamente de tipo clasista o si son de carácter étnico-clasista. Yo sostengo que son étnico-clasistas. Hay además un problema relacionado con las sociedades patriarcales, y esta condición de nuestras sociedades atraviesa las etnias y las clases, lo cual es un problema grave. No vamos a salir de la situación en que nos encontramos sin enfrentar el problema étnico, el problema colonial, clasista y patriarcal. En una buena parte de nuestros países lo que hay vivo de grupos étnicos está en el campo, aunque hay muchos indios viviendo en las ciudades. Pero si los indios son una etnicidad, son un modo de tener una lengua, de tener ciertas prácticas, costumbres, modos propios de hacer justicia, de comer, de bailar, de celebrar, de religiosidad, etc., esto se asocia con la ruralidad. Seguir siendo indio en las ciudades cuesta trabajo; los indios migrados en la ciudad de México resisten pero cuesta trabajo, ellos resisten más fácilmente en la ruralidad. Por lo tanto, los indios están en el campo como los campesinos, y así la condición indígena y la condición campesina están más entreveradas, no solo porque hay indios que son campesinos -yo digo que la mayoría- y muchos campesinos que son indios en mayor o menor proporción -aunque la familia le haya inculcado el ocultamiento de su condición indígena; hay un enrevesamiento de estas condiciones. En términos sociológicos se pueden distinguir claramente los pueblos indios de aquellos que son campesinos o mestizos y no tienen raíces propias o están muy mezcladas, razón por la que además no tienen una lengua propia. Eso, en términos sociológicos y antropológicos se vale, pero yo me pregunto: ¿en términos de clase se vale? O sea, creo que no es posible conformar un sujeto social distinguiendo entre el indio y el no indio; pienso que el sujeto social se conforma unificando a los diversos, no diferenciándolos. Zapata era probablemente mulato, tenía sangre negra quizás mucho más que Quintín González Nava… Cuando se conforma un sujeto social, de larga duración y visión nacional, éste integra los diversos. Lo que ha estado sucediendo es que hay una fusión de reivindicaciones clasistas y étnicas sostenidas por un mismo sujeto; o sea, mi hipótesis es que las reivindicaciones descolonizadoras son planteadas por todo el pueblo y muy particularmente de los sectores rurales que son los que ha vivido la colonialidad de manera especialmente dramática, sobre todo en aquellos países donde las mayorías rurales son fundamentalmente étnicas: Bolivia, Ecuador, Perú, Guatemala y México -probablemente en su región sureste, donde la proporción indígena es más elevada. Si hay una fuerza que quiera liberar a los trabajadores del campo de la opresión tiene que ser necesariamente una fuerza descolonizadora y anticapitalista, lo cual implica que tiene que ser india y campesina -si queremos identificar lo indio con lo descolonizador y lo campesino con economía. Entonces el concepto de campesindio lo he estado empleando -en verdad no tengo ninguna pretensión de transformar una palabra cómoda en una categoría- porque me parece que las convergencias rurales de América Latina están siendo campesindias no solo en Bolivia y Ecuador, sino en Argentina, Brasil o en Chile. Si se observa las organizaciones que surgen a la sombra de Vía Campesina, por ejemplo en Chile, se constata que -aunque son minorías- los pueblos originarios están políticamente muy presentes como movimientos indígenas campesinos. En Argentina se pensaba que no existían los campesinos, luego descubrieron su existencia y estamos viendo que también hay indios. Ahora los movimientos rurales argentinos son convergencias de indios y campesinos, lo cual considero como inevitable en el sentido de que no se pueden mantener luchas diferentes sobre todo cuando se comparten territorios. Esto nos daría un concepto de una relación etnia-clase que son dos dimensiones de una misma situación de subalternidad rural, y cuando se quiere romper con esta subalternidad no es posible aceptar la separación de luchas étnicas y clasistas. ALR: Entonces, ¿el concepto de campesindio da cuenta de una unidad dada…? AB: Ni siquiera es una unidad dada, da cuenta de un proyecto de unificación; es decir, la estructuración de organizaciones campesindias podría enfrentar posiciones del EZLN, el cual posee mayor representatividad en los pueblos originarios, desde las que identifican a las organizaciones campesinas como entidades corporativas, clientelares, que reciben migajas del mal gobierno y que además son caudillistas, en cambio los auténticos son los indígenas. O sea, querer formar una fuerza campesindia en cualquier sitio va a costar más trabajo que si cada quien continúa por su lado. Y de esta manera nos van a ganar, nos van a derrotar. Entonces la apuesta es: tratemos de formar un sujeto campesindio, un sujeto popular, donde el mundo rural sea campesindio. Esa sería la idea en cuanto a la relación etnia-clase.

ALR: ¿Puede hablarse hoy de una agenda postneoliberal que oriente la acción política de las organizaciones campesinas mexicanas? ¿Cuál sería su contenido y alcance?

AB: Estoy convencido de que sí y podemos hablar de una agenda postneoliberal en el mundo, no solo de una agenda postneoliberal campesina. Creo que la etapa del capitalismo salvaje de los últimos treinta y más años está generando una reacción lo suficientemente poderosa como para que podamos hablar de una agenda de este tipo, la cual no siempre es postcapitalista. En casi toda América Latina -en particular en el Cono Sur y en algunos países de Centroamérica también- hay un forcejeo por intentar salir del neoliberalismo, aunque no exactamente del capitalismo. En el caso de los campesinos es muy evidente porque ellos fueron una de las primeras víctimas del neoliberalismo -doctrina que en el caso de México declaraba abiertamente la descampesinización y la eliminación de un «sobrante» de tres millones de familias en el campo-, las cuales podrían encontrar empleo en el supuesto crecimiento extraordinario que experimentaría la industria gracias al TLCAN. Todo eso fue falso y los campesinos fueron las mayores víctimas de los «daños colaterales» de la ilusión neoliberal, por lo que fueron también los primeros antineoliberales. Por tanto, la agenda antineoliberal campesina viene prácticamente desde el principio y desde ella reclaman el relanzamiento de políticas públicas y la presencia de un Estado comprometido con la seguridad y la soberanía alimentarias -no necesariamente es un Estado anticapitalista-, así como un campo diferente. En el marco del Plan de Ayala del siglo XXI o Plan para la Salvación de Campo, los pequeños y medianos campesinos, ejidatarios, comuneros y minifundistas reconocen que en la salvación del campo y en la búsqueda de la soberanía alimentaria intervienen todos los tipos de productores. El campo tiene un interés común más allá de las clases, lo cual quiere decir que la agenda postneoliberal incluye a sectores empresariales -en Bolivia y Ecuador esta agenda no necesariamente ha sostenido la desaparición de las empresas privadas ni la transformación de toda la agricultura en una agricultura campesina. Se trata de una política que avanza en una dirección diferente e incluye a sectores que en términos de clase no serían campesinos y que, en términos de modelos, está apostándole al capitalismo porque es de este sistema que viven. O sea, ni en Bolivia, Ecuador, Venezuela y Brasil hay propiamente una agenda postcapitalista pero sí la hay en el orden postneoliberal. Considero que los campesinos están apostando a la sobrevivencia en un modelo donde tengan un espacio, y en los países capitalistas este espacio es post y antineoliberal. Importa mucho entender que es un espacio provisional, no es un espacio donde los campesinos tengan el porvenir ganado, es un espacio de sometimiento y subordinación porque esto es realmente lo que se ha vivido. Es por ello que la agenda postneoliberal implica entrar en un territorio donde la lucha va a seguir y será mejor porque aún no está garantizada la justicia para los campesinos, la relación ciudad-campo sigue siendo desigual y porque no es la salvación, la salvación es postcapitalista.

ALR: ¿En qué medida el Plan de Ayala del siglo XXI supera los planteamientos del movimiento El Campo no Aguanta Más (MECNAM)?

AB: El nuevo Plan de Ayala está demasiado cerca como para poder ubicarlo en una perspectiva histórica. Sin embargo, pienso que, a diferencia del MECNAM -el cual apuntaba inicialmente hacia un cambio de modelo donde el Estado vuelva a intervenir nuevamente en las políticas de fomento, se proteja la agricultura del mercado interno, se detenga la importación de maíz, y luego se transformó en un movimiento de demandas asociadas a precios, créditos, seguros, agua, etc.-, el Plan de Ayala del siglo XXI se está proyectando en términos de derechos, y eso hace una diferencia. Aquí los campesinos están reclamando no más presupuesto público para programas del campo o de la actividad productiva del campo, sino, en primer lugar, el reconocimiento del derecho a la tierra como medio de vida, como naturaleza, no como mercancía; por tanto, no aceptan que la condición para acceder a ese medio de vida y recurso ambiental sea una relación mercantil; defienden que el derecho a la tierra lo tiene quien la habita y la trabaja. Es un planteamiento que ya tiene 100 años en México pero hay que reivindicarlo. No se acepta el argumento de que el derecho a la tierra está condicionado por los niveles de productividad, eficiencia y la disponibilidad de capital. El nuevo Plan de Ayala sostiene que el derecho a la tierra es originario y defiende además el derecho a la alimentación, a la soberanía alimentaria y al trabajo. México es un país donde la gente en general y los campesinos en particular tienen que irse en busca de trabajo, el derecho al trabajo no existe y aunque se posea la tierra no se puede vivir de ella, no existe el derecho a un empleo digno, estable, bien remunerado. El derecho al medioambiente, a la naturaleza sana -que ellos enarbolan- indica que la tierra no es una mercancía, tampoco lo es el agua, el aire, la biodiversidad, y esta es otra de las reivindicaciones campesinas actuales. De igual manera, en este Programa son reclamados los derechos de los sectores excluidos: los pueblos indios, los jóvenes, las mujeres. En las condiciones rurales de hoy, dominadas por el narcotráfico y la guerra, los jóvenes se reconocen como los que exponen la vida -sea como soldados o como sicarios-, los que se matan entre sí y van a parar a la cárcel. Ante esta situación demandan el derecho a un futuro mejor, a escuelas, al empleo. O sea, los planteamientos toman la forma de derechos, no de programas. Ahora bien, primero habría que transformar esos derechos en leyes, luego en políticas y finalmente en programas. Tenemos el derecho a la alimentación, pero ¿cómo se materializa ese derecho constitucional? Pues no tenemos una ley de planeación para la seguridad y la soberanía alimentarias, no está en la ley planear para que ese derecho se exprese en políticas públicas. ¿De qué sirve entonces que haya una ley reconocedora de la soberanía alimentaria como principio? Pero, ¿cuál es la virtud de los planteamientos campesinos que hemos visto hasta ahora? Que han ido poco a poco planteándose un proyecto más de conjunto, más estratégico, más multisectorial y, por ende, más clasista y menos sectorializado. Un proyecto planteado en términos de derechos, de leyes, de políticas, de programas más amplios, no en términos del volumen del presupuesto destinado al sector agrario, de los programas y las leyes en que se incluirá ese presupuesto. Sigue siendo dominante en las organizaciones campesinas mexicanas la lucha por apoyos, créditos, recursos, etc., pero los más conscientes dentro de los líderes campesinos están claros de que no se trata de eso, no se trata de ocupar cargos públicos para favorecer a las organizaciones campesinas, de lo que se trata -y así lo han comprendido algunos dirigentes campesinos- es de cambiar el curso del país.

ALR: Como Ud. refiere, el reclamo de algunos de estos derechos se fundamenta en el continuo empeoramiento de la situación en que viven los jóvenes y las mujeres del campo.

AB: El mayor problema del mundo rural a escala universal radica en su carácter de socialidad, modo de vida, cultura e historia. Ser campesino no significa ejercer un tipo empleo sino pertenecer a una determinada socialidad, con una cultura, una identidad, una historia. Y eso se transmite, como sucede con las socialidades, de manera no escolar; es decir, se adquiere viviendo en una determinada sociedad. Entonces, cuando a los campesinos se les niega la tierra, los créditos, los precios, los programas públicos, las carreteras, la electricidad, y se les arrebata la esperanza en el futuro, se está arriesgando un eslabón sin el cual ya no habrá más campesinos. La pérdida de la esperanza en un futuro mejor y en la prosperidad de las familias es, desde mi punto de vista, el problema más grave, y eso se expresa básicamente en el distanciamiento de los jóvenes rurales respecto al campo. Distanciamiento físico porque se van, o distanciamiento espiritual porque no quieren saber del futuro campesino, no les interesa porque consideran que sus padres y abuelos fracasaron como campesinos. Es por ello que deciden incorporarse al narcotráfico como sicarios o se marchan a EU en busca de empleo o se van a las ciudades. Hay una deserción de los jóvenes respecto al campo mexicano -no solo mexicano-, y este fenómeno significa la posibilidad de que se rompa un eslabón de la cadena histórica que da continuidad a la vida campesina, de la solidaridad transgeneracional. Actualmente las remesas están creciendo nuevamente en México -están en el orden de los 23 000 millones de dólares al año-, pero se destinan esencialmente al consumo familiar, no se invierten en el patrimonio productivo campesino, y ello se explica porque no hay relevo familiar para la parcela, no hay un hijo que esté dispuesto a seguir sembrando la tierra. Por otra parte, el hecho de que sean los hombres jóvenes la mayoría o los que primero migren ha provocado que se hable de la «feminización del campo». En mi criterio no existe tal fenómeno, pues feminizar es algo que va más allá de quedarse solas las mujeres; feminizar es cuando en el ámbito familiar la visión, el trabajo y la experiencia de las mujeres tienen su debido lugar. En el campo lo que se observa es realmente un incremento de la proporción de mujeres en la estructura por sexo de la población, unido a otros fenómenos como el aumento de féminas con derechos de propiedad sobre la tierra y un mayor desgarramiento de las familias por la ausencia de alguno de sus miembros. Todo ello subraya el riesgo de que la próxima generación deje de ser una generación campesina capaz de producir y conservar la cultura.

ALR: Sin dudas, las zonas conurbadas a la ciudad de México muestran un grado significativo de deterioro en la producción campesina en general. ¿Qué factores intervienen en este proceso?

AB: La expansión de las manchas urbanas en las zonas conurbadas de la ciudad de México es un fenómeno muy visible hoy. En general el modo de vida urbano y de aprovechamiento urbano-industrial del suelo es descampesinizador, y destruye comunidades, así como las condiciones agroecológicas que permitían la agricultura y los ecosistemas. El crecimiento urbano se presenta hoy como algo inevitable, muy difícil de frenar, pero ofrece al mismo tiempo oportunidades que hay que saber aprovechar. En el DF existen zonas rurales -como Milpa Alta, p.ej.- donde se cultiva el nopal mediante el uso intensivo de mano de obra, con bajos impactos ambientales y niveles de redituabilidad derivados de la exportación y los beneficios del mercado interno. Estas comunidades han impedido además el cambio del uso del suelo en función de la urbanización. Son pueblos que también desarrollan estrategias alternativas como la producción de «carnitas» (carne de cerdo preparada), mole, flores y hortalizas con destino a la ciudad de México. Creo que esta es la estrategia más viable, aunque no es necesariamente dominante, pues hay lugares donde la expansión urbana y los servicios hacen que la gente venda sin poder resistir a las ofertas de compra. Las zonas periurbanas plantean un problema serio que solo puede resolverse con políticas públicas que hagan viable, en términos de renta, la coexistencia de los usos diversos del suelo.

ALR: ¿Cuál sería su percepción sobre la naturaleza multifuncional de la vida campesina y sus manifestaciones específicas?

AB: Este es un problema que vuelve al tema inicial. Los campesinos tienen una base económica compleja, no se especializan; constituyen una expresión del tipo de sociedad donde hay especialización y existe la división del trabajo funcional, pero al mismo tiempo hay pluriactividad, hay producción de cultura y de alimentos; o sea, producción y reproducción en el sentido marxista. En el caso de la vida comunitaria y campesina, lo productivo y lo reproductivo están mucho menos escindidos, pues forman parte de una misma estrategia. Al mismo tiempo la especialización productiva no funciona cuando la tierra es un medio de producción heterogéneo, con condiciones y potencialidades diversas. Pero lo reproductivo también es importante porque permite mantener viva una memoria colectiva en relación con el entorno rural, la comunidad, las prácticas productivas, etc. En este sentido la pluriactividad es valorizar y reconocer que esas funciones productivas y reproductivas diversas son todas ellas importantes sin menosprecio de alguna en particular. La construcción del mundo simbólico, el conocimiento de los suelos y variedades de maíz, del valor de las plantas y árboles, del significado e historia de lugares y paisajes, todo eso es valioso y es parte de la multifuncionalidad de la vida rural y campesina. En relación con la multifuncionalidad campesina habría que añadir algo más. El problema de género se expresa particularmente en que la pequeña economía campesina es en gran medida doméstica y por ello se sustenta de manera importante en la estrategia femenina de supervivencia, pues mientras la estrategia masculina se centra en la especialización y la inserción en el mercado a partir de una lógica analítica, las mujeres son holistas en sus roles y el holismo como estrategia se expresa en el proceso de producción-reproducción de las comunidades agrarias. Por eso considero que el corazón de ese proceso es la estrategia femenina y la mujer en este sentido representa el futuro a través de aquellas propuestas que más se adaptan al cambio climático, a los precios altos, a los retos del presente. Entonces, el redescubrimiento de lo que hay de femenino en las estrategias campesinas hace que estas sean hoy más importantes que antes desde el punto de vista de la multifuncionalidad del campesinado. Esta es solo una arista de ese fenómeno.

ALR: Finalmente, ¿cómo concibe el rol del campesinado en la recuperación de la soberanía y la seguridad alimentarias en México?

AB: Soberanía alimentaria es un concepto limitado pero fuerte y útil; es una construcción de Vía Campesina, de ciertos intelectuales, de redes, es global. Pero al mismo tiempo es una construcción que no parte de los derechos de los campesinos sino de una función que es precisamente la producción de alimentos; su virtud consiste en que es una consigna unificadora que reconoce a los campesinos como generadores imprescindibles de alimentos que responden a un problema global. Es decir, bajo esta consigna —que es global— los campesinos pueden lograr un lugar más visible, más respetado y más fuerte dentro del panorama de las fuerzas del campo, y pueden llamar la atención sobre sus necesidades materiales y técnicas para producir alimentos. El concepto de soberanía alimentaria nos coloca frente a la crisis alimentaria y ambiental, los biocombustibles, etc., pero desde la perspectiva de los campesinos es más importante el tema de la seguridad alimentaria tanto para la familia como para la comunidad y la región, lo cual implica reducir la dependencia del mercado. Que los campesinos sean la base de la soberanía y la seguridad alimentarias del país y del mundo está bien pero es una tarea de todos. Si se reconoce que la Revolución Verde fracasó como modelo de generación de alimentos y se vuelve la mirada hacia los campesinos, hay que hacerlo repensando el mundo desde la multifuncionalidad que ellos representan en cuanto a la soberanía alimentaria, la identidad, la preservación de la diversidad biológica y de los ecosistemas, las especificidades de su socialidad, etc. Es decir, habría que revalorizar el campo y la vida rural en general, no solo el sector agrícola.

Arisbel Leyva Remón. Investigador de la Casa de la Nacionalidad Cubana y Profesor de la Universidad de Granma, Cuba.

Nota:

[1] Armando Bartra Vergés. Profesor-Investigador, Titular C. Universidad Autónoma Metropolitana, Campus Xochimilco, México.

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