Marcharon por las calles con carteles humildes y consignas muy distintas a las que normalmente se ven en el centro porteño, y fue algo inédito el pasado lunes la presencia de centenares de campesinos e indígenas que llegaron desde el interior del país en representación de millones de olvidados.
Muchos argentinos nunca habían visto Buenos Aires, tan lejana y distinta a su realidad cotidiana, agravada con el modelo de apropiación de tierras de las empresas agroquímicas y otras que «avasallan todo y se parecen a los huracanes».
Son como, dice Ramón Luna, «las miserias nuevas sobre las miserias viejas». Y también son nuevas las organizaciones que surgieron en los últimos años y recuperaron los movimientos del pasado.
«En Buenos Aires sólo nos ven por televisión cuando matan a alguien o hay un levantamiento», dice también este hombre que ha vivido desde niño la tragedia diaria del campesino.
Nacido en el Chaco, en el noreste recorrió todos los caminos de lo que llaman aquí «un peón golondrina» que va «de cosecha en cosecha, de tala en tala» y que, como en su caso, ha visto morir de hambre a «niños, hombres y mujeres».
La historia les ha demostrado que «organizados hemos podido detener a muchas empresas», por eso ahora caminan juntos.
Por primera vez participaron aquí estas organizaciones de campesinos y comunitarias en una marcha acompañados por movimientos urbanos surgidos también en la lucha. Con ellos escracharon (hicieron pintas) a Monsanto, la minera Barrick Gold y las petroleras Repsol y Shell.
Entre los que llegaron ayer estaba el Movimiento Campesino de Santiago del Estero (Mocase-Vía Campesina,) que tiene muertos en su lucha y ha sufrido la indiferencia o complicidad de los organismos de justicia locales. Pero sigue creando e incluso tiene su propia radio, «FM del Monte», y su ejemplo trascendió hacia las nuevas organizaciones.
Hace unas semanas, también en Santiago del Estero, transcurrió la reunión del Movimiento Nacional Campesino Indígena (MNCI), que mantiene relación con organizaciones similares como el Movimiento de los sin Tierra de Brasil.
El MNCI abarca siete provincias, entre ellas la de Buenos Aires. Su presencia fue clave en Mendoza, donde a principios de septiembre la Unión de Trabajadores Rurales sin Tierra (UST), que integra el MNCI, enfrentó un desalojo brutal en que una topadora arrasó una vivienda con una joven adentro. La UST reconstruyó la vivienda y anunció que resistirá todo desalojo.
Los movimientos campesinos, unidos en algunos lugares con indígenas, se extienden y son una nueva realidad en el país. Sus bases, que han ido surgiendo a lo largo de años de injusticias y por el trabajo de muchos de los dirigentes – invisibilizados por el olvido y la indiferencia-, son las familias y las comunidades.
Las 15 mil familias que integran el MNCI viven en parcelas muy pequeñas, donde producen sus propios alimentos en un país en que 82 por ciento de los productores rurales tiene sólo 13 por ciento de las tierras, mientras 4 por ciento de las grandes explotaciones agropecuarias ocupan 65 por ciento de la tierra productiva.
En la década anterior, 200 mil familias rurales fueron expulsadas de sus tierras, y los datos oficiales lo confirman al estimar que en ese periodo la población que llegó huyendo del campo y vive en los cordones de miseria de las ciudades aumentó entre 14 y 17 por ciento.
El pasado 19 de septiembre, en un fallo histórico, la Corte Suprema de Justicia demandó al Estado nacional y al gobierno de Chaco para que asista con alimentos, agua potable, medicamentos y otros a las comunidades tobas de esa provincia, cuando se han registrado 11 muertes por desnutrición, al considerar que «está en juego el derecho a la vida».
La palabra «exterminio» estuvo también en los lemas de la marcha de ayer.