El ex ministro de Economía está incursionando como precandidato a la presidencia, por más que demore un anuncio formal. El peronismo tradicional y el radicalismo se ofrecieron como sus padrinos, y el gobierno reaccionó airadamente.«El pálido tomada cafecitos con los formadores de precios», habría confesado Néstor Kirchner al encuestador oficial Artemio López cuando éste le […]
El ex ministro de Economía está incursionando como precandidato a la presidencia, por más que demore un anuncio formal. El peronismo tradicional y el radicalismo se ofrecieron como sus padrinos, y el gobierno reaccionó airadamente.
«El pálido tomada cafecitos con los formadores de precios», habría confesado Néstor Kirchner al encuestador oficial Artemio López cuando éste le preguntó por las razones del despido de Roberto Lavagna.
La cesantía del entonces ministro de Economía se produjo el 28 de noviembre de 2005, tres días después que departiera con los ejecutivos reunidos en Mar del Plata en el 41º Coloquio del Instituto para el Desarrollo Empresarial de la Argentina (Idea).
En esos días corrían vientos de fronda entre el presidente y esos empresarios que, como Alfredo Coto, estaban remarcando sus productos y habían pronosticado que en 2006 la inflación sería como mínimo del 13 por ciento. Eso levantó la ira oficial y el presidente decidió boicotear la convención. La orden fue cumplida por Felipe Solá y todos los ministros menos uno, que quedó afuera del Palacio de Hacienda.
Pero aún en esa ocasión, el agonizante funcionario se había mostrado como un político centrista, no como el intelectual orgánico del establishment económico que quiere presentar actualmente el gobierno nacional.
Lavagna abominó de las políticas «setentistas» pero también de las «noventistas», queriendo marcar distancias tanto con el estatismo como con el neoliberalismo encarnado por Idea, la Unión Industrial, la Sociedad Rural, CRA, la Asociación de Bancos y otros integrantes del «Grupo de los 8».
El ex subsecretario general de la presidencia y diputado, Carlos Kunkel, aguijoneó esta semana que el personaje de marras «va girando mucho a la derecha, hacia el Opus Dei». Aludía así a la intervención del ex ministro ante 1.300 ex alumnos del Instituto Argentino de la Empresa (IAE) de la Universidad Austral, que depende de esa prelatura, y que hoy son en su mayoría ejecutivos de nivel.
Puede haber un corrimiento a la derecha del ex ministro, pero hasta ahora fue un tecnócrata de centro. Ex secretario de Industria de Raúl Alfonsín y ex ministro de Economía de Eduardo Duhalde y de Kirchner, sus medidas han navegado en esas aguas ni frías ni calientes. Como empresario fundó la consultora Ecolatina, especializada en temas del comercio exterior argentino-europeo. Durante el regateo con el FMI y los bonistas se mostró en lo fundamental de acuerdo con Kirchner. O sea que no es un elemento pro-estadounidense sino un partidario del MERCOSUR y el entendimiento con la Unión Europea, deseoso de negociar un «Alca inteligente» con Washington.
Críticas que dolieron
Desde su salida forzada de la cartera, Lavagna se llamó casi a un silencio roto esporádicamente con declaraciones no siempre de punta contra el gobierno. En diciembre del año pasado respaldó como positivo el pago de los 10.000 millones de dólares al Fondo Monetario Internacional.
Pero en la última semana produjo una seguidilla de críticas al oficialismo con la charla en la Universidad Austral, un reportaje al diario Perfil y otra entrevista con «La Nación». A saber:
-Criticó que de lo único que se ocupa la administración es de controlar precios, con lo que respaldó a los grandes empresarios que se quejan precisamente de lo mismo.
-Se diferenció de las medidas oficiales contra los exportadores de carne, diciendo que había que intervenir «con el bisturí pero no con el hacha».
-Objetó las concesiones salariales a los gremios, especialmente si son producto de «camionetazos», en clara alusión a Hugo Moyano, el preferido del presidente.
-Deploró la falta de reglas de juego claras e invariables, así como el estatismo y el «capitalismo de amigos». Muchos lo entendieron como dardos envenenados lanzados hacia el jefe de Estado y los empresarios allegados a Julio de Vido.
-Rechazó el ingreso de Venezuela al MERCOSUR, suponiendo que tal incorporación reduciría el contenido democrático del espacio. «Hay que dejar afuera a la patota», habría afirmado. «La Argentina debería retirarse de Telesur hasta que deje de ser un proyecto de Hugo Chávez y Fidel Castro», abundó.
Cada una de esas opiniones cayó como una bomba en Balcarce 50, aunque las réplicas no vinieron por boca presidencial a excepción de una tangencial en el discurso de ayer en Chubut. Kirchner tiró allí por elevación contra su ex ministro, al congratularse de haber aumentado las jubilaciones a pesar de quien le decía que implicaría un gasto de 3.300 millones de pesos.
Pero lo que más hirió el amor propio del patagónico fue la puntualización lavagnista ante Perfil respecto a que la reactivación no empezó con este gobierno: «No. Le recuerdo que empezó en mayo de 2002, doce meses antes de que él asumiera». Fue tomada como una ofensa de las que no se vuelve. Que esa reactivación haya pulverizado el desempleo o mejorado sensiblemente los salarios, esas son cosas que ni uno ni otro polemista podrán demostrar.
El enojo oficial llegó a la furia con otro dicho del ex funcionario, esta vez al matutino vocero de la Sociedad Rural y la Bolsa de Comercio: «el sentido común indica que de una provincia de 200.000 habitantes es difícil que salga toda la materia gris que necesita la Argentina».
Marcha de los pingüinos
En el mensaje de ayer desde Chubut, el presidente negó que este tiempo sea de candidaturas, en lo que formalmente coincidió con Lavagna, pero anticipó que llegado el momento habrá un candidato «pingüino o pingüina». Eso y decir que él y/o su mujer serán parte de la fórmula presidencial en 2007 fue lo mismo. También esa definición «pingüina» debe tomarse como una réplica al estiletazo del ex titular de Hacienda sobre los límites de materia gris de una provincia poco poblada como Santa Cruz.
Si es por lo que miden hoy las encuestas, el primer mandatario y su mujer no tendrían nada que temer. Ambos tienen una intención de voto cercana al 70 por ciento, en tanto el ex ministro anda por el 10 por ciento. Pero esas magnitudes pueden cambiar hasta agosto de 2007, cuando se lance el tramo final de la campaña.
Por el lado oficial, la idea es mantener una buena performance de la economía -que hasta su adversario reconoce como «hipersólida»- y gastar una parte del superávit fiscal en «la inclusión social» (léase gastos sociales reeleccionistas).
Simultáneamente, el presidente quiere secarle el pantano a su contrincante, atrayendo a sectores políticos que éste podría llevar como agua para su molino. De allí que Kirchner haya planteado un «oficialismo plural», con ofrecimientos a cinco gobernadores e intendentes del radicalismo y a Héctor Polino, del Partido Socialista.
Por el lado de Lavagna se necesita que la economía tenga algunos tropiezos como para imputar impericia al jefe del PEN y a Felisa Miceli, ofreciéndose como el seguro componedor. Datos adversos de la economía mundial, como la elevación de las tasas de interés en EEUU con el sucesor de Alan Greenspan en la Reserva Federal, menor crecimiento al esperado por los altos precios del petróleo y la dureza de EEUU-UE en la Ronda Doha de la Organización Mundial de Comercio (OMC), podrían dar cierto marco a las tácticas lavagnistas.
Pero estamos hablando de las presidenciales de 2007 y no de las internas de Hacienda. Por lo tanto el aspirante, si se decide a entrar en esa lid, tiene que juntar fuerza política, cuadros y plata. Tiene los dos últimos elementos: ejecutivos de monopolios y ex duhaldistas están disponibles tanto para él como para el celoso e incómodo Mauricio Macri. A un proyecto de centroderecha no le faltará financiación.
El problema es político: con los ejecutivos de Idea más los desprestigiados Eduardo Duhalde y Raúl Alfonsín como padrinos, Lavagna va al muere. ¿De dónde sacará pueblo, de dónde obtendrá votos?