Todos los finales de época neoliberales en Argentina han sido idénticos: ocasionaron ajustes, devastación económica, hambre, desempleo, desigualdad y endeudamiento feroz. Los ciclos históricos ruedan como un carrusel y la memoria popular parece negarse a registrarlos. Esa memoria reaparece solo cuando la cuerda estruja más de lo soportable el cuello de millones de argentinos hasta […]
Todos los finales de época neoliberales en Argentina han sido idénticos: ocasionaron ajustes, devastación económica, hambre, desempleo, desigualdad y endeudamiento feroz. Los ciclos históricos ruedan como un carrusel y la memoria popular parece negarse a registrarlos. Esa memoria reaparece solo cuando la cuerda estruja más de lo soportable el cuello de millones de argentinos hasta el punto de hacerse sofocante.
El cachetazo al oficialismo en las PASO fue una sorpresa solo en los sondeos de opinión: la sensación térmica de la sociedad refrendaba los números obtenidos. Pero un pasmo profundo, sin embargo, se abatió sobre la prensa oficialista: del asombro y la extrañeza al desengaño y la ira, el periodismo hegemónico continuó ensayando una catarsis impostada y ficcional. «Es cierto que el Presidente debía responder -editorializaban en el diario decano de la oligarquía nacional- por una gestión que seducía tanto a los poderes fácticos de aquí y del exterior como resultaba antipática para amplios sectores sociales«. ¿Antipática? Las políticas económicas del oficialismo y el FMI habían aumentado la pobreza, la indigencia y el desempleo en tiempo maratónico.
Como en la clásica tragedia Los Persas, de Esquilo, en donde el autor narraba el lamento de los derrotados en la Batalla de Salamina, el plañidero oficial se saturó de caras largas y crispadas. La prensa se encargó de pasarle factura a los mariscales del fracaso: el presidente Macri, su ministro Marcos Peña y el consultor estrella Durán Barba. Los demás derrotados gozaron de algún miramiento. «El error fundamental del Gobierno -gemían en el diario centenario- fue no haber hecho un claro balance del país que recibió no bien lo recibió«. Es decir, problemas de comunicación. Y la responsabilidad, cuando no, también recayó en su destinatario habitual: el kirchnerismo/peronismo/
Sin embargo, esa prensa nada dice sobre la responsabilidad de los aliados políticos y estratégicos del gobierno: las corporaciones que auparon al presidente, lo sostuvieron y lo envalentonaron, apoyaron el relato mitómano y estimularon sus políticas, con las que obtuvieron ganancias obscenas. Entre ellos, los gerentes de los medios hegemónicos que ahora empiezan a soltarle la mano. Algunos empresarios, sin ruborizarse, pidieron «un acto de grandeza del presidente para salvar a la República«: que baje su candidatura y apoye al líder de Consenso Federal, Roberto Lavagna. Las lealtades en el capitalismo profundo parecen insondables.
El discurso psicopático del presidente, culpando a los argentinos y a la oposición de haber ganado las PASO e inquietado a los mercados, también fue reprochado por la prensa aliada. La jugada con la que Macri pretendió aleccionar a sus compatriotas, y que hizo desmoronar las acciones argentinas y disparar el dólar, fue un acto incendiario. Sin embargo, algunas plumas de la prensa dominante acusaron de pirómano al populismo: «Macri no puede rendirse (como De la Rúa) ni dejar de pensar como un estadista, y Alberto Fernández no puede echar nafta (…) a pesar de que la pulsión del neocamporismo, siempre afecto a ir por todo, le acerque carretillas de leña y bidones de gasoil«.
En la citada tragedia de Esquilo, el fantasma del rey Darío el Grande culpabilizó de la derrota persa en Salamina a la desmesura (hybris) de su hijo Jerjes. Esa desmesura significaba una falta de control sobre los propios impulsos que, por entonces, equivalía a trasgredir los límites impuestos por los dioses. El mismo impulso temerario hizo que Macri culpara de la nueva devaluación de la moneda argentina a quienes no lo votaron. Por lo tanto, a la democracia.
La tendencia a no hacerse cargo de sus errores y consecuencias fue una constante del gobierno. Siempre ha sido el pasado kirchnerista, las catástrofes naturales, los factores económicos exógenos y el futuro, también kirchnerista. «Si el dólar subió como subió es porque el kirchnerismo tiene un problema grave con el mundo«, atinó a decir Macri, todavía perplejo, el día siguiente de no haber asimilado la derrota electoral.
Periodistas y operadores de la prensa hegemónica ensayan cálculos, ecuaciones y alquimias matemáticas para ver si el gobierno puede llegar con chances a octubre. Algunos hacen una impostada autocrítica; otros reprochan no solo el desempeño electoral del oficialismo sino, también, el de algunos de sus colegas. Otros, en fin, confían en que quienes «quisieron asustar a Macri con el voto puedan arrepentirse de haberse arrepentido«. La derrota suele provocar un efecto desbande y una incertidumbre difícil de calibrar. El marketing, que tanto resultado le había dado al partido gobernante y sus voceros, no pudo ahora explicar la realidad: después de todo, en estas PASO, la política había triunfado. Esta vez la militancia, encarnada en Axel Kicillof, aplastó a la maquinaria publicitaria personificada en María Eugenia Vidal.
La desmesura de Macri también tuvo consecuencias. Y aunque después la propia tropa lo exhortó a pedir disculpas, ofreciendo a la sociedad un paquete de alivio populista, inverosímil y tardío, todo indica que no habrá retorno. El gobierno de las corporaciones representadas por Macri, que enriqueció a los bancos y energéticas, a los sectores concentrados del agro y a socios, familiares y testaferros del presidente, desmantelando sin precedentes las esperanzas del resto, se desmorona sin atenuantes.
Después de la derrota de Salamina, el héroe trágico de la obra Los Persas -Jerjes- retorna vencido y avergonzado por la derrota, pero no acepta que fue su hybris la que condujo a Persia a ese fatal desenlace. Del mismo modo, Macri aun cree que sus políticas son las únicas que pueden beneficiar a la Argentina. Aislado de la realidad, recluido en su pequeño y confortable entorno, nunca escuchó el reclamo de la sociedad, y tampoco pudo descifrar la advertencia de las urnas. Su ceguera y obstinación es la que ha llevado a la Argentina al infortunio.
Gabriel Cocimano (Buenos Aires, 1961) Periodista y escritor. Todos sus trabajos en el sitio web www.gabrielcocimano.
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