Su renuncia sacudió el escenario público. Alberto Fernández, jefe de gabinete del gobierno de Cristina Kirchner, dejó el puesto que ocupaba desde su designación en 2003, cuando ocupó esa función a pedido de Néstor Kirchner. Fernández, uno de los referentes por antonomasia de la «mesa chica» del kirchnerismo, fue el funcionario más perdurable en ese […]
Su renuncia sacudió el escenario público. Alberto Fernández, jefe de gabinete del gobierno de Cristina Kirchner, dejó el puesto que ocupaba desde su designación en 2003, cuando ocupó esa función a pedido de Néstor Kirchner. Fernández, uno de los referentes por antonomasia de la «mesa chica» del kirchnerismo, fue el funcionario más perdurable en ese puesto, desde la creación del mismo, prevista por la Constitución de 1994. La designación de su sucesor -Sergio Massa, joven intendente de Tigre, de recordado paso por el ANSES- parece implicar un leve viraje del gobierno, que venía necesitando cambiar algún fusible luego del difícil inicio de la gestión de Cristina Fernández.
Ya en octubre pasado, Alberto Fernández había sugerido la necesidad de que los funcionarios más identificados con la gestión de Néstor Kirchner dieran un paso al costado, para favorecer la conformación de un gabinete con el sello propio de la presidenta electa, Cristina Kirchner. La decisión, no obstante, fue otra, y fiel a su estilo, Fernández acató el pedido de permanecer, en el que prometía ser un ciclo diferente.
Y en efecto lo fue. Muy pronto, apenas noventa días después de asumir, el gobierno de Cristina Kirchner debió hacer frente al lock out patronal más espectacular de los últimos veinte años. Las cuatro entidades que agrupan a la fracción dominante de la burguesía agraria argentina salieron al ruedo, desafiando el nuevo sistema de retenciones móviles, pergeñado por el entonces ministro de Economía, Martín Lousteau. Durante más de ciento veinte días, los presidentes de las cuatro entidades, apoyados descaradamente por los medios de comunicación, pusieron en marcha una protesta que incluyó cortes de ruta masivos, desabastecimiento, y dos movilizaciones multitudinarias apoyadas por todos los partidos de oposición y un amplio arco de los sectores medios urbanos. El kirchnerismo, sorprendido y acorralado, se vio atacado por todos los flancos, y pasó a la defensiva, mientras la imagen de la presidenta y de sus funcionarios se deterioraba rápidamente. Alberto Fernández, en particular, sufrió, durante cuatro largos meses, el desgastante trabajo de conducir las negociaciones con los referentes del agro, que fracasaron una y otra vez.
Finalmente, la decisión de Cristina Kirchner de reforzar su resolución a través de la conversión en ley de las polémicas «retenciones móviles», culminó en un fracaso, cuando el Senado de la Nación no pudo convertir en ley la media sanción lograda en Diputados, merced, en última instancia, al voto negativo del propio vicepresidente de la Nación, Julio César Cleto Cobos, en las primeras horas del 17 de julio. Al día siguiente, el viernes 18 de julio, el gobierno nacional admitía la derrota, al derogar por decreto la resolución 125, que había dado origen al prolongado conflicto. Fernández, quien también había supervisado los detalles del proceso parlamentario, se vio de pronto en el eje de todas las críticas del arco oficialista. Extenuado y aislado, convencido de que el desafío campestre marcaba un punto de inflexión que requería de algún gesto significativo por parte de la Casa Rosada, el ahora ex jefe de gabinete vio en su renuncia el último instrumento, como él mismo lo señaló [1] , para forzar los cambios necesarios en el elenco que acompaña a la presidente.
Desde la Casa Rosada, se recrimina a Fernández el sesgo unilateral de su decisión. Esta queja es tanto injusta como equivocada. Para el gobierno, con el conflicto con el sector agropecuario relativamente resuelto a partir de la derogación de «la 125», no había necesidad de mayores cambios, mucho menos de despedir a su funcionario estrella y vocero privilegiado. En vano, el ex jefe de gabinete había exhibido números preocupantes, encuestas de opinión, análisis diversos que mostraban la necesidad de «oxigenar» el entorno presidencial. Preocupado por el neto desplazamiento de las clases medias urbanas a la oposición, así como por la unidad monolítica del frente agrario, Fernández bregó inútilmente para convencer a Néstor y Cristina Kirchner de la necesidad de tomar nota del nuevo escenario. Cuando vio que no tendría eco en sus propuestas, hizo pública su renuncia, el 23 de julio en horas de la mañana.
Más relajado, Fernández ofreció sus razones a diferentes dirigentes del espacio político que preside, el PJ porteño [2] . Dejó en claro que no abandonará la militancia, que sigue reconociendo en Néstor Kirchner al máximo dirigente del justicialismo, y que dedicará ahora su tiempo a la reconstrucción territorial del justicialismo, no sólo en la Capital, sino también en ciertos distritos del conurbano. Mientras tanto, las primeras señales emitidas por su sucesor, Sergio Massa -la inminente normalización del INDEC, la convocatoria al diálogo para con diversos referentes de la oposición, y las nuevas designaciones realizadas- permiten concluir que, pese a todo augurio, el mensaje llegó a destino.
[1] El texto completo de la renuncia, en Página 12, 23/07/2008.
[2] Véase Página 12, 26/07/2008.