Las declaraciones del diputado mendocino Alfredo Cornejo sobre la “independencia” de su provincia generaron todo tipo de reacciones. Aunque es improbable que el reclamo tenga eco en el corto plazo, sí revela la disfuncionalidad de un federalismo que discrimina a algunas provincias por sobre otras. En el contexto de un país que desde hace cuatro décadas parece estancado, no es improbable que este tipo de discusiones adquieran fuerza en el futuro.
Semanas atrás el diputado nacional y titular del radicalismo Alfredo Cornejo sorprendió al país aludiendo una potencial “independencia” de Mendoza, provincia que gobernó entre 2015 y 2019. La declaración fue una reacción a una decisión del gobierno nacional favorable a La Pampa en la disputa por el proyecto hidroeléctrico Portezuelo del Viento, una represa que se construirá en Mendoza y que ha sido objetada por La Pampa por su impacto río abajo. Parece difícil pensar que Cornejo exprese un malestar profundo y extendido de los mendocinos con la “Confederación Argentina” (1). Su reclamo no tuvo tampoco un respaldo del actual gobernador, Rodolfo Suárez, ni de la UCR, ni de las fuerzas vivas de la provincia.
¿Significa esto que no deberíamos preocuparnos entonces por una eventual secesión mendocina (o de alguna otra provincia)? No. El mundo contemporáneo y nuestra propia historia indican que los conflictos regionales son frecuentes y a menudo violentos, y que no es raro que resulten en el nacimiento de nuevos estados. Muchas naciones actuales son producto de la desintegración de otros países, como la Unión Soviética y Yugoslavia, y varios jóvenes estados nacieron de secesiones exitosas, como Sudán del Sur y Timor Oriental. Incluso algunas democracias desarrolladas lidian con proyectos secesionistas serios, como ocurre con Canadá y Quebec, España y Cataluña o el Reino Unido y Escocia.Evoquemos el peor fantasma: la guerra civil. La “Guerra de Secesión” estadounidense fue la más sangrienta en términos de vidas de sus ciudadanos de las muchas en que participó ese país. La terrible Guerra de Biafra, que se desarrolló en Nigeria entre 1967 y 1979, también se originó en un intento secesionista.
No se trata, por otra parte, de un problema ajeno a nuestra región, como lo demuestran los casos del movimiento secesionista de Santa Cruz de la Sierra en Bolivia o la separación panameña de Colombia. En realidad, casi todas las naciones hispanoamericanas son pedazos de unidades políticas más amplias anteriores, como la Gran Colombia o la República Federal de Centro América. En Argentina, los primeros años de nuestra historia independiente estuvieron plagados de tensiones, conflictos y guerras interprovinciales, incluyendo a Uruguay, e incluyendo también un olvidado episodio en el que el país actual fue dos: la Confederación Argentina de Urquiza, con capital en Paraná, y el Estado de Buenos Aires, liderado por Alsina y Mitre.
Unidad
Desde una perspectiva histórica y comparativa, lo sorprendente no es tanto el “independentismo mendocino”, sino que las iniciativas autonomistas o secesionistasno sean más frecuentes en la muy inequitativa federación que es Argentina. La desigualdad económica territorial es, de hecho, una de las mayores del mundo: en pocas naciones coexisten distritos tan prósperos como la Ciudad de Buenos Aires, Neuquén, Santa Cruz y Tierra del Fuego, con otros tan pobres como Formosa o Santiago del Estero.
Hay, además de la desigualdad en los niveles de ingresos y desarrollo, otras dos desigualdades menos obvias que marcan diferencias fundamentales entre las provincias: una fiscal y otra legislativa.
La primera pasa por el hecho de que algunas provincias contribuyen mucho a la torta de impuestos nacionales, pero reciben poco vía coparticipación. La más perjudicada es la provincia de Buenos Aires, lo cual explica que coexistan en ella una moderna estructura productiva y la mayor concentración de pobreza del país. Las ganadoras de esta desigualdad fiscal son las provincias demográficamente pequeñas, incluyendo algunas pobres (como Catamarca), otras más bien prósperas (como La Pampa) y otras que están entre las más ricas del país (como Tierra del Fuego). Los impuestos de los bonaerenses (y en menor medida de los mendocinos, cordobeses y santafesinos) subsidian numerosísimos empleos públicos y ventajosas jubilaciones en lugares como Formosa, La Rioja o Santa Cruz.La otra desigualdad, la legislativa, es doble. Es la que se da en el Senado, consagrada por la Constitución, pero también en la Cámara de Diputados, establecida por un muy inconstitucional decreto-ley de la última dictadura, que le asignó a las provincias pequeñas muchos más diputados de los que le corresponden demográficamente (2). Aquí también la gran perjudicada es Buenos Aires, que con el 39% de la población tiene sólo el 4% de los senadores y el 27% de los diputados.
Por eso, si uno creyera que lo que importa en política son las injusticias objetivas, lo que debiera sorprender no es tanto la queja mendocina como la pasividad bonaerense (3). Pero tales injusticias suelen denunciarse solo si algún sector de la dirigencia política las moviliza, como en su momento hicieron Adolfo Alsina, Bartolomé Mitre y Carlos Tejedor, que llegaron incluso a la vía armada. Hoy, por razones complejas, casi no existen “entrepreneurs políticos secesionistas”, ni en Buenos Aires, ni en Mendoza ni en casi ninguna otra provincia. Si la posición de Cornejo encuentra eco, o se repite en el futuro en otros distritos, representaría una importantísima innovación en el tablero del conflicto político argentino, que en las últimas décadas ha carecido de clivajes territoriales.
De hecho, Mendoza no sale tan mal parada en las desigualdades señaladas. Dispone de una cantidad de senadores y diputados aproximadamente proporcional a su población y, aunque es cierto que pierde en el reparto de la coparticipación (es la segunda provincia que menos transferencias per cápita recibe), compensa esta discriminación con significativas regalías de hidrocarburos producidos en tu territorio (en otras federaciones las regalías se comparten con provincias no productoras). Más importantes son las desventajas temporarias que ocurren cuando, como ahora, la provincia cuenta con un gobernador radical pero el gobierno nacional es peronista: a la permanente desventaja de la coparticipación se suman decisiones nacionales perjudiciales sobre fondos discrecionales o sobre obras públicas, como el caso de Portezuelo del Viento.
Las iniciativas autonomistas o secesionistas a menudo se fundan en cuestiones de identidad cultural. Varios de los casos nacionales mencionados fueron impulsados por diferencias étnicas, lingüísticas o religiosas. La alta homogeneidad cultural argentina –país en el que, a diferencia de Bolivia, Canadá o Yugoslavia, prácticamente toda la población habla el mismo idioma– es probablemente una de las causas que explican la relativa armonía federal.
Sin embargo, existen otras diferencias identitarias: los mendocinos construyeron en medio del desierto una próspera economía agro-industrial y una de las democracias provinciales más sólidas del país. Seguramente no se identifican, por ejemplo, con Formosa, donde un electorado mayoritariamente dependiente del erario provincial reelige al mismo caudillo desde hace 25 años (durante los cuales Mendoza se dio siete gobernadores de dos partidos distintos)
Fragmentación
Las palabras de Cornejo pueden ser parte de una estrategia o pueden haber sido producto de un impulso en reacción a la actitud presidencial sobre Portezuelo del Viento. Pero, en cualquier caso, reflejan una tendencia que se viene profundizando desde hace por lo menos dos décadas, y que puede alentar este tipo de tentaciones secesionistas: la creciente autonomización política de las provincias.
El síntoma más evidente de esta tendencia es la desnacionalización del sistema de partidos: Si en la década del 80 en la mayoría de las provincias dominaba la competencia PJ-UCR, en este siglo muchas desarrollaron sus propios sistemas de partidos. El Partido Socialista y el joven PRO han gobernado dos de los distritos más importantes, Santa Fe y la Provincia de Buenos Aires, y frentes provinciales de heterogénea composición gobiernan hoy Chubut, Misiones, Río Negro, Salta, Santiago del Estero y Tierra del Fuego, mientras que en Neuquén continúa el largo dominio del Movimiento Popular Neuquino.Esta fuerza fue pionera en otro de los síntomas de la creciente autonomización provincial: la tendencia de los partidos a utilizar etiquetas que incluyen el nombre de la provincia. Veamos por ejemplo el caso de las ramas provinciales del PJ que compitieron en las elecciones de 2019: “Frente Chaqueño”, “Frente Patriótico Chubutense”, “Hacemos por Córdoba” o “Elegí Mendoza”, en tanto que Juntos por el Cambio fue “Chaco Somos Todos”, “Córdoba Cambia”, “Cambia Mendoza” o “Vamos Tucumán”. Desde hace tiempo que las denominaciones “Justicialista” o “Radical” vienen cediendo frente a nombres y gentilicios provinciales. Cuando en 2011 el peronista José Manuel De la Sota quiso diferenciarse de la peronista Cristina Kirchner, llamó a su fuerza “Cordobesismo”. Las formas en que denominamos a la realidad reflejan la realidad, pero también ayudan a construirla.
Seguramente las palabras de Cornejo no tendrán mayores consecuencias en el corto plazo. Sin embargo, no puede descartarse que la creciente activación desde arriba (es decir, por parte de élites políticas) de las identidades provinciales haga que en una década o dos los clivajes territoriales ocupen, como en el siglo XIX, un lugar importante en la política argentina. Un secesionismo a la catalana no es probable pero tampoco es imposible. Nuestro país, que desde hace 45 años ha tenido una de las peores performances del mundo en términos de crecimiento, pobreza e inflación, viene generando “salidas”: miles de profesionales han emigrado y muchos argentinos obtuvieron pasaportes extranjeros para ellos y sus hijos. La tendencia de empresas y capitales a buscar costas más amigables es ya evidente. Muchos de quienes no quieren o no pueden salir se “fugan” del peso cada vez que compran dólares.
La creciente sensación de que la decadencia argentina continuará alienta las tendencias centrífugas. En este contexto, no podemos descartar que en el futuro alguna provincia económicamente avanzada, fiscalmente viable y políticamente aislada –como Mendoza, pero también como Córdoba, Neuquén o Santa Fe– busque más autonomía y, en el límite, quizás proponga “irse del país”. Hace tiempo circula en Mendoza una broma: “es una lástima que no hayamos quedado del lado de Chile.” Los chistes, decía Freud, suelen revelar lo que el habla seria reprime.
Notas:
1. Uno de los nombres de la Argentina; ver artículo 35 de la Constitución Nacional.
2. Ver artículo 45 de nuestra Constitución. La dictadura, cuando estaba por dejar el poder, actualizó una disposición ya existente probablemente para beneficiar al PJ (tradicionalmente fuerte en las provincias pequeñas). Recordemos que el candidato peronista Ítalo Luder prometía aceptar (a diferencia de Raúl Alfonsín) la autoamnistía de los militares.
3. Sobre esta cuestión ver Carlos Gervasoni.“Incongruent Federalism as a Solution to Territorial Conflict: (Political) Virtues and (Normative) Pitfalls”, en Jorge Gordin y Lucio Renno (eds.), Institutional Innovation and the Steering of Conflicts in Latin America, ECPR Press, 2017.
Carlos Gervasoni es politólogo. Profesor Investigador de la Universidad Torcuato Di Tella y Gerente Regional del proyecto Varieties of Democracy.
Fuente: https://www.eldiplo.org/notas-web/se-nos-va-mendoza/