En un sentido la estrategia electoral del oficialismo tiene un contenido correcto. Por ejemplo, cuando la presidenta inaugura un nuevo hospital en Jujuy y desde allí apela al patriotismo de ese pueblo y lo enlaza con remembranzas históricas de la obra de Manuel Belgrano. Otro caso, cuando semanas atrás Cristina Fernández informó de la formación […]
En un sentido la estrategia electoral del oficialismo tiene un contenido correcto. Por ejemplo, cuando la presidenta inaugura un nuevo hospital en Jujuy y desde allí apela al patriotismo de ese pueblo y lo enlaza con remembranzas históricas de la obra de Manuel Belgrano.
Otro caso, cuando semanas atrás Cristina Fernández informó de la formación del Fondo Solidario coparticipable con provincias y municipios para que el 30 por ciento de las retenciones de soja fueran a ese destino para obras públicas.
Finalmente, las reuniones abiertas auspiciadas por Gabriel Mariotto, interventor del Comfer, iniciadas en la Universidad de Buenos Aires y en la de Córdoba, para debatir el proyecto de nueva ley de comunicación audiovisual, también debe verse como un buen paso del gobierno. Y aunque no tenga directa relación con las elecciones, lo ayuda a remontar adversidades pintadas por las empresas que hacen sondeos de opinión.
Si de aciertos se trata, por fin el Ejecutivo dejó de lado las reuniones de los martes con los referentes sojeros. Esas citas eran publicidad gratuita para la Mesa de Enlace que se quejaba de todas las concesiones que se le hacían. Ni qué hablar del veneno mediático destilado para predisponer a toda la sociedad en contra del gobierno, ante las concesiones que no se le hacían, caso de las retenciones. Ahora hablarán con equipos técnicos y no dispondrán más de la cadena nacional de los martes para disparar contra dos ministros, y por elevación contra la jefa de Estado.
En cambio hay otras políticas del oficialismo que conspiran contra sus chances de reafirmar su mayoría parlamentaria el 28 de junio. Dejar a la deriva los reclamos docentes en todo el país, y especialmente en Río Negro, donde no se han iniciado las clases, y no mejorar la oferta a los docentes de universidades nacionales, que esta semana harán un paro de 72 horas, parece una mala copia del macrismo. En otras palabras, dictada por el enemigo.
Y en esta categoría, de negativo, hay que encasillar la iniciativa del titular del PJ para armar la lista de candidatos en Buenos Aires (y quizás en otros distritos) a partir de los gobernadores e intendentes con supuesta «buena imagen». No está claro si Néstor Kirchner iría adelante en la boleta, secundado por Daniel Scioli, o si dejaría al gobernador solo al tope de la lista. Varios intendentes han sido tentados para hacer otro tanto en sus municipios, apuntando a traccionar más votos. Gobernador e intendentes en funciones tendrán más influencia en sus respectivos electorados para pedir el voto, y no sólo por autoridad política sino también por invocar beneficios reales o supuestos en esos lugares, de ahora o a futuro.
Olvidar el progresismo
Según las encuestadoras, esa jugada de Kirchner lo ha posicionado más arriba en las apuestas en Buenos Aires y, por añadidura o por simpatía, en otros distritos. Eso podría compensarlo de las defecciones de Carlos Reutemann en Santa Fe y del gobernador Juan Schiaretti en Córdoba, que no aceptaron conformar listas de unidad con candidatos auspiciados por el matrimonio presidencial. Schiaretti, por ejemplo, armó una lista propia con el hasta ahora Defensor del Pueblo, Eduardo Mondino como aspirante a senador.
Estos reveses de Kirchner son relativamente nuevos, por cuanto otros dirigentes del PJ de Salta, San Luis y otras provincias ya habían roto públicamente con el armado del ex presidente. Estos se habían sumado con todos sus petates a la dupla bonaerense Francisco de Narváez-Felipe Solá, inspirado detrás de escena por Eduardo Duhalde.
Aunque los medios alineados con la derecha plantean que sólo el equipo kirchnerista tiene «grietas» o deserciones, el fenómeno también afecta a los opositores. Solá, por ejemplo, está presionando contra Mauricio Macri, en rigor contra el aliado de éste en la convergencia conservadora bonaerense, De Narváez. «El lunes decidimos si seguimos juntos», chantajeó el introductor de la soja transgénica en el país y que hasta ahora iría en segundo lugar en la lista de diputados del duhaldismo encubierto.
La derecha política y de los medios de comunicación (desbocados contra el PEN en parte por sentirse amenazados por la nueva ley de comunicación) han hecho un escándalo contra el plan K de postular a Scioli e intendentes. Con la argumentación jurídica de los constitucionalistas de cartón (que no defendieron la Constitución Nacional en 1976), han asegurado que esa iniciativa es «una estafa a la voluntad popular».
Por cierto que las llamadas «candidaturas testimoniales» (de quienes luego no van a asumir sus nuevas funciones) puede ser tachada de muchas maneras. Pero si está mal que Scioli sea candidato con un mandato a medio cumplir, entonces también está mal que Gabriela Michetti vaya al tope de los legisladores macristas, cuando también está en funciones en la Capital (en verdad debe haber presidido sólo dos sesiones de la Legislatura en estos casi dos años).
Y también está mal que Julio Cobos, electo en la boleta del Frente para la Victoria, luego se haya dado vuelta como una media, sin renunciar a su cargo sino utilizándolo frecuentemente contra el gobierno que aún integra.
Por eso este cronista no va a criticar esencialmente en lo formal la jugada de las «candidaturas testimoniales», sino en política: deja a Scioli como el factor decisivo del gobierno, ahora y eventualmente en 2011. Un gobernador fortalecido con una victoria en junio, y sabiéndose la tabla de salvación de Kirchner y la presidenta, puede quedar como árbitro o directamente como factor de poder dentro de dos años.
Scioli, se sabe, es un hombre de derecha, amigo de la embajada norteamericana y la cúpula de la Iglesia, partidario de la penalización de los menores pobres, reorganizador y padrino de la Policía Bonaerense, sensible a los lobbies empresarios y la Carbap ganadera-terrateniente. En suma, caer en la red de Scioli sería un triste y anunciado final para un ciclo que en 2003 prometió progresismo.
La inseguridad
El ex motonauta y empresario devenido en político menemista, duhaldista y kirchnerista podrá decir, en su defensa, que mandó a su secretario de Seguridad a frenar el muro que en San Isidro habían levantado el intendente Posse y las clases ricas para delimitarse del pobrerío identificado como delincuencia.
Es cierto. Pero cuando Carlos Stornelli llegó al lugar, ya los propios vecinos afectados -del lado pobre- habían volteado el muro. Seguramente en el área rica habría gran número de vecinos que saludó la caída del Muro de Berlín y el triunfo del capitalismo en Alemania. Pero estaban de acuerdo en levantar otro muro de clase con sus vecinos de piel morena o de castaños de bolsillos flacos.
Las cualidades democráticas de Stornelli y su jefe político no van mucho más allá de las de Posse. Dijeron que la solución no era esa pared sino la ubicación de una nueva comisaría que ponga orden en el lugar. Unos se juegan por el cemento y el hierro, otros por la gorra policial y el calabozo, pero en definitiva creen que la seguridad se logra policialmente.
En cambio la presidenta, que en este tema ha ido y venido con posiciones ambivalentes, en esta semana estuvo inspirada. Al hablar en el Parque Industrial de la Matanza, expresó que «no se puede andar con palos todo el tiempo, lo que da seguridad es que la gente trabaje y cada vez tenga mejor trabajo».
Con ese mensaje coincidió con Eugenio Zaffaroni y Carmen Argibay, dos integrantes de la Corte Suprema que aconsejaron mejorar el entorno social y económico, tener políticas de prevención y no acudir al expediente fácil de «la mano dura» policial. Los dos supremos, en otra feliz coincidencia con la jefa del Ejecutivo, también cuestionaron a los medios por fomentar la sensación de inseguridad al repetir 400 veces el mismo asalto o muerte.
Como estos eran los días de Semana Santa, la política estuvo pendiente de qué dirían los obispos, especialmente Jorge Bergoglio. Es que en la Catedral se piensa que el tema seguridad debe figurar primero en la agenda nacional, al punto que su ex vocero Guillermo Marcó fue orador en la disminuida marcha a la Plaza de Mayo de semanas atrás.
La coyuntura mostró varias caras de la misma Iglesia. Algunos párrocos de barrios hicieron procesiones de Vía Crucis con fuertes referencias a los dramas de la pobreza, la prostitución, la droga y el embarazo adolescente.
Pero sobre el cuestionado muro de San Isidro no se pronunció el Episcopado sino José María Arancedo, arzobispo de Santa Fe. ¿Por qué no lo hizo el obispo de esa diócesis, Jorge Casaretto?
El jueves santo Jorge Bergoglio presidió una misa de renovación de las promesas sacerdotales y convocó al clero porteño a que en la Capital se dedique a «ungir en los lugares donde se concentra el mal: la agresión y la violencia, el descontrol y la corrupción, la mentira y el robo». Por lo visto el desempleo, la redistribución del ingreso, la dependencia del país, la crisis internacional y la vigencia de los derechos humanos no están entre sus prioridades.