Esta semana la política argentina ha vuelto a dar una verdadera exhibición de sus miserias. El jueves venció el plazo para presentar sellos partidarios para las Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias (PASO), aunque sin candidatos ya que el procedimiento establece que serán formalizados 10 días después. A última hora se presentaron exclusivamente todas las opciones […]
Esta semana la política argentina ha vuelto a dar una verdadera exhibición de sus miserias. El jueves venció el plazo para presentar sellos partidarios para las Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias (PASO), aunque sin candidatos ya que el procedimiento establece que serán formalizados 10 días después. A última hora se presentaron exclusivamente todas las opciones de alianzas y alternativas electorales que constituyen cientos en todo el país. Se trata de la primera escala hacia las próximas elecciones legislativas que renovarán parcialmente las cámaras. Sin embargo, el hecho de que se trate de nominaciones partidarias, antiguas unas y novedosas otras, no oculta los nombres de dirigentes que las proponen y organizan, ni los probables encabezamientos de las listas que se propondrán a la ciudadanía en menos de dos semanas. Una primera mirada necesariamente superficial de las alianzas conformadas en cada distrito, dejaría un sedimento de perplejidad ante la diversidad de competencias entre fuerzas que en otras regiones se presentan aliadas. Sólo exponerlas para el conjunto del país, ocuparía todo el espacio de esta página y no haría más que sumar desconcierto. Prefiero intentar comprender las razones de la movilidad a partir de la propia concepción de ciudadanía y representación que esta arquitectura política conlleva.
Las PASO se proponen una intervención del conjunto del electorado nacional en las internas partidarias convertidas en algo muy similar a las «primarias» estadounidenses, aunque aquí tienen un carácter obligatorio. Resultan un «paso» obligado hacia niveles mayores de simulación democrática. Lejos de democratizar los partidos, de garantizar la participación decisoria de sus afiliados y adherentes en la selección de candidatos, se le propone a la ciudadanía, optar por candidatos decididos en transacciones y pactos a puertas cerradas. Su objetivo es disimular (mediante la obligatoriedad y la consecuente disolución del militante informado y comprometido en una masa plebiscitaria indefinible y no vinculante) la crisis de legitimidad y la credibilidad en el sistema. No sólo no amplían la democraticidad del dispositivo electoral, ni partidario ni estatal, sino que alientan la manipulación publicitaria y la ilusión participativa produciendo una suerte de refuerzo imaginario de la legitimidad de los postulantes. El sistema obliga a la «mayoría silenciosa», a acompañar dócil y pasivamente, todos los entuertos de las oligarquías partidarias. Los partidos dejan de ser colectivos, para ser clientes de los personalismos. La salvedad que podría hacerse es que la obligatoriedad es sólo formal, ya que al menos hasta ahora, si bien están previstas sanciones económicas, no conozco caso en que se hayan efectivizado. Personalmente jamás participé de este simulacro, ya que no milito en -ni adhiero a- partido argentino alguno, sin consecuencia a la vista. Si la tuviera, tampoco lo haría.
Los partidos argentinos conservan ya muy poco de la influencia masiva y participación activa que poseyeron en los años ´70 e inclusive a la salida de la dictadura. Desde la última década del siglo pasado y en todo el actual, sólo mantienen la estructura clientelística con dirigentes «punteros», asistida por lo que el politólogo italiano Sartori denominó «videopolítica», estrucurada por la fuerte presencia de los mass-media y sus circuitos oligopólicos. Pero además, la evolución de los partidos sintetizada líneas arriba, ha confluido en esta dinámica. Inducidos a captar electoralmente la mayor masa posible que les posibilite acceder a los cargos, fueron homogeneizando discursos para satisfacer a la mayor proporción posible del mercado electoral. De este modo, se han ido desideologizando progresivamente, lo que se traduce en un tipo de discurso difuso y generalizador, orientado más bien hacia la estrategia seductiva del eslogan que hacia la construcción ideológico-programática de un proyecto de gobierno. Ciertamente no se verifica sólo en el sistema representativo argentino sino que aquí «evoluciona» rápidamente hacia lo que a mediados del siglo pasado el filósofo alamán Leibholz llamaba «democracia plebiscitaria», en la que predomina el elemento simbólico-personal del líder o en otros términos la opción por el quién gobierna, en la que quedan considerablemente atenuados los restantes contenidos sustantivos de la representación: el qué y el cómo. De este modo, el contenido programático de las propuestas de gobierno de los partidos decae frente a la designación de la confianza en las personas, las estrategias de imagen y los discursos cosmético-simbólicos. Nada de esto resulta en provecho de la democraticidad, sino exclusivamente de la élite política.
Justamente la pregunta sobre «quién» articulará la oposición al devastador gobierno de Macri, resulta el protagonista excluyente de la insólita ingeniería electorera. La principal interesada en encabezarla es la ex presidenta Cristina Kirchner aunque tímidos dirigentes de su propio partido, el «Justicialista» (PJ), se muestran dubitativos cuando buena parte de sus ex ministros han construido otras alternativas. Ante el aparente resquebrajamiento de su otrora indiscutido liderazgo y con el único objeto de evitar cualquier posible competencia, ha presentado una insólita variante propia por fuera de la estructura partidaria que construyó a lo largo de una década: el Frente para la Victoria (FPV) al interior del PJ. Tan sólo para eludir la confrontación con su ex ministro Randazzo (con quién pergeñó, impulsó e implementó este engendro de las PASO) ante la voluntad del último de postularse. El lema llamado «Unidad Ciudadana» (UC) para la provincia de Buenos Aires, es una suerte de frente familiar, integrado por la agrupación «La Cámpora» liderada por su hijo Máximo Kirchner, «Kolina» en manos de su cuñada, la actual gobernadora de la provincia de Santa Cruz, Alicia Kirchner, el «Nuevo Encuentro», pequeño grupo de un ex intendente antiguamente crítico cooptado durante su gobierno, un partido vecinal del conurbano bonaerense y otro provincial de escasa densidad poblacional. En otras regiones, sin insinuaciones de competencia, se presentan los logos del PJ y FPV unificados.
El quién o posteriormente quiénes, no expresa sólo la disputa caudillista ni el desenfreno de las vanidades, sino que las bancas traen consigo fueros parlamentarios, que si bien no constituyen un reaseguro de plena impunidad ante condena con sentencia firme, complementan la presión sobre el poder judicial, como de hecho sucedió y sucede con el ex presidente Menem, que para obtenerlos y eludir la justicia obtuvo el cargo de senador por el kirchnerismo, habiendo sido su más firme opositor y competidor en la elección de 2003. No es despreciable en un país atravesado por la corrupción pasada y presente.
Lo cierto es que las PASO fueron implementadas por la ex presidenta con el fin, según su ex ministro del interior, al que hoy pretende eludir con su nuevo sello, como un «sistema de selección participativo que va a mejorar muchísimo la calidad de la democracia, la calidad de las instituciones y la calidad de los dirigentes que conducen esas instituciones». Sin embargo nunca se sometió a él y sólo permitió que en su espacio político se implementara en contados casos provinciales, cuando ambos competidores reconocían su liderazgo. Debe recordarse además que impidió dirimir la última candidatura presidencial por este medio, vetando directamente al hoy pretendido competidor Randazzo para digitar la candidatura de Scioli, con la consabida derrota posterior.
Es así que las PASO sólo fueron utilizadas por la derecha (el PRO, partido del Presidente Macri) mediante la competencia por la candidatura a Jefe de Gobierno de la ciudad de Buenos Aires y por la izquierda radical del Frente de Izquierda y los Trabajadores (FIT). Aunque no pueda aseverarse hasta que no sean presentados los candidatos, todo indicaría que en esta oportunidad, el paso de las PASO será sólo una formalidad.
El arreo de la ciudadanía hacia un estéril e ilusorio ejercicio seudo participativo profundizará aún más el mayoritario desinterés por la política. Será llamada a intervenir carente de información sobre los debates políticos internos o las caracterizaciones ideológicas, depositando una boleta en la urna. De este modo, sólo podrá dar cuenta de una ligazón emocional, carismática y personalizada.
Yo paso.
Emilio Cafassi. Profesor titular e investigador de la Universidad de Buenos Aires.
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