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Sobre la libertad de información y otros mitos

Fuentes: Rebelión

Un importante grupo informativo prohíbe a sus periodistas asistir a los programas de televisión de una conocida cadena y, además, despide a otro periodista de una radio que pertenece a dicho grupo, por informar que familiares del consejero delegado de ese grupo aparecían en los «papeles de Panamá», a lo que se había referido también […]

Un importante grupo informativo prohíbe a sus periodistas asistir a los programas de televisión de una conocida cadena y, además, despide a otro periodista de una radio que pertenece a dicho grupo, por informar que familiares del consejero delegado de ese grupo aparecían en los «papeles de Panamá», a lo que se había referido también la cadena de televisión… Hechos como estos hacen recordar una realidad tan evidente como inexplicable, pero recurrentemente, olvidada: todos los medios de comunicación tienen dueño, con excepción de los medios de propiedad pública, cuyo «dueño» es el partido de turno en el poder. Son empresas y funcionan como empresas, es decir, no tienen una función social -aunque la cumplen-, sino que deben generar beneficios a sus dueños y servir a los intereses de esos mismos dueños o de quienes representan esos dueños. Mantienen la idea -muchas veces la ficción- de que existe libertad de expresión, pero es la libertad de expresión de los dueños de los medios de comunicación (y de sus socios, cómplices, accionistas o contratantes de publicidad), no la libertad de expresión del ciudadano común, que rara vez tiene acceso a ellos.

Los periodistas son empleados que deben cumplir las órdenes de los dueños del medio de comunicación que les contrata y paga, sean de radio, prensa, televisión, agencias noticiosas o de cualquier otro formato en la plataforma que sea. Como personas que reciben un salario, tienen la obligación de ajustarse a la política de la empresa, a riesgo de ser despedidos. Cuando se lee una noticia o un comentario, debe recordarse el verso de Bertolt Brecht en la Ópera de los cuatro cuartos: «Mackie, ¿quién paga la cuenta?». Sólo es posible entender el modelo de prensa existente en un país si se conoce quiénes son los dueños de los medios de comunicación y a qué intereses responden.

El control de los medios de comunicación es una cuestión estratégica en toda sociedad, pues a través de estos medios se puede manipular el pensamiento de una mayoría social y «crear» ideologías. La manipulación informativa, a través de los medios de comunicación, ha sido copiosamente estudiada. Noam Chomsky, en su obra Ilusiones necesarias. Control de pensamiento en las sociedades democráticas, realizó un pormenorizado estudio de la manipulación informativa de hechos en los medios de comunicación de EEUU, demostrando que esos medios informativos, en realidad, no informaban, sino que elaboraban las noticias de forma que sostuvieran la posición del gobierno de EEUU o de las grandes corporaciones que controlan el poder real en ese país. «En resumen -expresa Chomsky-, los principales medios de comunicación […] son grandes empresas que «venden» públicos privilegiados a otras empresas. No podría constituir una sorpresa el hecho de que la imagen del mundo que presentan reflejara las perspectivas y los intereses de los vendedores, de los compradores y del producto».

Los directivos de los medios de comunicación, sigue diciendo Chomsky, «pertenecen a las mismas elites privilegiadas» y es «poco probable que los periodistas que penetran en el sistema se abran camino salvo si se pliegan a estas presiones ideológicas». Esta realidad ya la había descrito Carlos Marx en La ideología alemana, obra en la que afirmaba: «Las ideas de la clase dominante son las ideas dominantes de cada época; o dicho de otro modo, la clase que ejerce el poder material dominante en la sociedad es, al mismo tiempo, su poder espiritual dominante». Para poder ejercer ese «poder espiritual», las clases dominantes necesitan controlar los medios de comunicación de masas, control que, hoy, está alcanzando cotas inimaginables.

Dado su carácter estratégico, las clases dominantes han puesto históricamente gran empeño en controlar la información, de forma que exista libertad de expresión, pero que sea «su» libertad de expresión. O una libertad de expresión dentro de un orden, que jamás cuestione las estructuras de dominio económico y político que defienden. Dicho de otra manera, que exista una apariencia de libertad de expresión, no una libertad de expresión real y accesible a todos los ciudadanos. Este interés por controlar, manejar y dirigir la información ha llevado a la creación de grandes conglomerados de medios informativos, un proceso que es paralelo al de concentración de la riqueza en pocas manos. Puede, incluso, hacerse una ecuación: a mayor concentración de poder en grupos minoritarios, mayor concentración de medios de comunicación controlados, directa e indirectamente, por esos grupos minoritarios.

El conocido diario estadounidense The Washington Post fue adquirido en 2013 por el dueño de Amazon, Jeffrey P. Bezos. El principal accionista de The New York Times, propiedad de la familia Ochs Sulzberger, es el multimillonario mexicano Carlos Slim, con el 19% de las acciones. La empresa es dueña de otras 40 publicaciones, entre ellas International Herald Tribune y The Boston Globe. El Grupo Time Warner de EEUU es dueño de CNN, una de las mayores cadenas de televisión del mundo, que transmite en inglés y en español (CÑN). Es, además, dueña de Chilevisión y CNN Chile, de las revistas Time, Sports Ilustrated, People, Fortune, Money Magazine y del Grupo Expansión, de México, dueño, a su vez, de nueve revistas. El conglomerado alemán Bertelsmann posee 52 canales de televisión y 29 emisoras de radio y «[c]ada día los lectores de Gruner+Jahr tienen la opción de escoger entre 500 revistas en distintos medios en más de 30 países». El Grupo Bertelsmann España es dueño, a través de Atresmedia, de Antena Tres, La Sexta y Onda Cero, en el campo audiovisual y posee doce revistas, entre ellas Muy Interesante, Geo y Autopista, así como las editoriales Alfaguara y Taurus. RCS Mediagroup, conglomerado empresarial italiano, posee los diarios Corriere della Sera, La Gazzetta dello Sport y Corriere Economia -entre otros- en Italia y es dueño de El Mundo, Marca y Expansión en España. En total, un centenar de medios de comunicación. E l Grupo El Comercio, en Perú, controla el 78% de la prensa. «Si se produce una concentración de medios como se está produciendo en el Perú, y esos medios tienen además una línea política muy clara, entonces allí hay una amenaza potencial muy grande contra la democracia», advirtió Mario Vargas Llosa, a quien nadie puede acusar de comunista. En Brasil, el Grupo Globo controla el 45,2% de la audiencia televisiva y el 73,5% de publicidad, además de poseer 38 canales de pago. Globo ha encabezado la campaña para derribar a la presidenta Dilma Roussef.

Un dato común une a los dueños de conglomerados de medios de comunicación, sean de la nacionalidad que sean: son todos familias o grupos multimillonarios, que comparten el propósito común de defender el sistema económico que les ha permitido alcanzar la condición de multimillonarios. Comparten una ideología común, ideología que sostienen y defienden desde sus medios de comunicación. De esa guisa, sus líneas informativas tienden a preservar el establishment y a desinformar, por una parte, y atacar, por otra, a los gobiernos, grupos, asociaciones, partidos, etc., que promueven ideas progresistas o de izquierda que atacan los fundamentos del sistema. Por esa vía se llega a otro aspecto, no menos medular, pues afecta el corazón de la libertad de expresión: si una vasta mayoría de medios de comunicación defiende el mismo sistema, el pluralismo desaparece. La sociedad se ve saturada de noticias con el mismo o similar contenido o ideología, de forma que se produce una ficción de libertad, negada por el hecho de que esa vasta mayoría de medios coincide en los mismos presupuestos ideológicos. El control pasa desde escoger qué tipos de programas se difunden, hasta seleccionar qué tertulianos o «expertos» son invitados a «impartir su sabiduría». Estamos, así, ante el engaño perfecto y EEUU es el modelo a seguir. Noam Chomsky es una celebridad internacional, pero ninguno de los grandes medios informativos estadounidenses suelen abrirle sus espacios. Chomsky puede decir lo que quiera, pero sus mensajes quedan depositados en los rincones, de forma que la gran mayoría de ciudadanos se ve condenada a escuchar la misma «música», un día sí y otro también. Como ha indicado un informe de la Organización de Estados Americanos,

«uno de los requisitos fundamentales de la libertad de expresión es la necesidad de que exista una amplia pluralidad en la información y opiniones disponibles al público… Cuando las fuentes de información están seriamente reducidas en su cantidad, como es el caso de los oligopolios… se limita la posibilidad de que la información que se difunda cuente con los beneficios de ser confrontada con información procedente de otros sectores limitando, de hecho, el derecho de información de toda la sociedad.»

Las limitaciones a la libertad de expresión no provienen únicamente de la concentración de los medios de comunicación en pocas manos y en que esas manos defiendan un sistema monocolor, sino también de la dependencia de estos medios de los anunciantes. Es de público conocimiento que los medios masivos de comunicación dependen, fundamentalmente, de la cantidad de anunciantes que puedan captar. El círculo se cierra comprendiendo que, en cada país, los mayores anunciantes suelen ser las grandes empresas y el Estado. Las clases dominantes no necesitan cerrar con violencia o con decisiones judiciales un medio de comunicación discrepante. Les basta con negarles cualquier tipo de publicidad para que mueran solos. En España no hay un solo diario de izquierda o progresista en formato de papel. Ese espectro informativo, como el televisivo, lo copan casi enteramente las fuerzas conservadoras.

Afortunadamente, Internet ha abierto espacios de difusión de ideas que han permitido prosperar y proliferar a miles de diarios, revistas y canales informativos discrepantes, que han roto, puede que para siempre, el monopolio ejercido sobre la información por las clases dominantes. Hoy es posible informarse ampliamente sin depender de los medios de comunicación masivos, aunque éstos sigan ejerciendo una presión insoportable sobre amplias capas de las sociedades.

Como puede colegirse, es fácil hablar de libertad de expresión y difícil que tal derecho sea debidamente respetado o sea puesto efectivamente en práctica. También es fácil confundir la libertad de expresión con el hecho de subirse a un banco, en Hyde Park, en Londres, y desahogarse sobre uno o varios temas que gusten o disgusten. La libertad de expresión es eso, pero es muchísimo más que eso. Desde muy antiguo, el control de la información ha sido considerado una cuestión esencial por los grupos en el poder, pues controlar la información es controlar las mentes y quien controla las mentes no necesita de ejércitos. Necesita tertulianos. Pero, como ha expresado la Corte Interamericana de Derechos Humanos, «una sociedad que no está bien informada no es plenamente libre». En esas desinformaciones vivimos y en la manipulación nos ahogan.

Augusto Zamora R., Profesor de Relaciones Internacionales, autor de Política y geopolítica para Rebeldes, Irreverentes y Escépticos, Colección Foca, Ediciones Akal, de próxima aparición.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.