Nadie negará que la ciudadanía debe reaccionar de diversas maneras frente a los abusos, las mentiras, los engaños, la incompetencia y los delitos de sus dirigentes conocidos por las vías policiaca y periodística, con independencia de lo que dictamine luego la justicia ordinaria. De momento, para retirarles su confianza y negarles su voto. Pero también […]
Nadie negará que la ciudadanía debe reaccionar de diversas maneras frente a los abusos, las mentiras, los engaños, la incompetencia y los delitos de sus dirigentes conocidos por las vías policiaca y periodística, con independencia de lo que dictamine luego la justicia ordinaria. De momento, para retirarles su confianza y negarles su voto.
Pero también vemos que lo mismo que la banca, el comercio, la política, la justicia y la religión rápidamente pierden crédito aunque tengamos que soportarles, cada día que pasa el periodismo es menos digno de confianza. Pero es lo que hay. Por eso creo que la ciudadanía debe reaccionar también frente a los abusos del periodismo, pues en general el periodismo español no está libre de contaminación. El mismo propósito de contarnos con todo lujo de detalles cada noticia -a menudo sospechosa de estar manipulada- es una variedad de corrupción. Y lo es, es corrupción, primero porque con frecuencia el periodismo predominante es hostil a quienes llegan de la nada para impedir que al frente de la nación sigan gobiernos indeseables, haciéndose de ese modo cómplice de quienes debieran estar en la picota o postergados; y segundo, porque la sobrecarga de detalles aportados sensacionalmente a la noticia sigue la senda de la obscenidad televisiva de los programas mal llamados «del corazón» al estar mucho más cerca del culo… Todos los culebrones de cualquier clase, sean novelísticos o de corrupción política, más que interesar al ciudadano sano, le estragan y le entontecen. El otro argumento, el que afirma que los brinda porque al lector y al televidente les interesa, es demagogia pura. Pues si el periodismo tiene responsabilidad en lo que es su oficio, la información veraz, no la tiene menos en la conformación psicológica y mental de la ciudadanía. Sin embargo, su protagonismo desmesurado y su nulo recato al fabricar noticias de consumo, a duras penas está frenado por una deontología cada vez más permisiva. Además, a diferencia de la corrupción política que se remedia más fácilmente legislando para impedir la reelección (es preciso que recordar que el grueso de la corrupción en España se debe a décadas de políticos invariables e inevitables en las instituciones, que están ahí no por su competencia sino por su descaro y sus intereses soterrados), la corrupción periodística es mucho más difícil de erradicar, pues es estructural.
¿Que hubo un atentado en Barcelona? Bástenos con la noticia. Esperemos luego para ver a quién atribuyen los jueces ese otro atentado ignominioso. Pero despreciemos los pormenores, como debiera sernos indiferentes los detalles de una trifulca de pareja…
Lo que nos incumbe es limitarnos a «saber» los titulares. Abstenernos de la escabrosidad de pormenores generalmente trufados por una especie de ingeniería periodística asociada a otra de carácter comercial y no dejarnos arrastrar por el placer morboso, enfermizo, patológico que hay tras cada noticia, es lo saludable: lo que hay que hacer. Es impropio tanto de una sociedad como de una persona madura buscar un pasatiempo en el relato extenso de una infamia o de una truculencia, sean del orden que sean. En el fondo poco varían unas de otras. Lo que viene después del titular siempre es más o menos lo mismo.
Así es que si queremos pensar por cuenta propia y no por el sensacionalismo y por la mediación del mal periodista, ése falto de rigor, que maneja fuentes sospechosas, que carece de voluntad de neutralidad, empeñado en hacer circular libelos e ideas, las suyas o la de grupos más o menos concertados, para impedir la progresión política y asegurarse que todo siga más o menos igual, creo que es cada vez más necesario limitarnos a leer los titulares.
Cultivemos la tranquilidad y evitemos la intoxicación permanente. No se puede uno imaginar a ciudadanos con criterio, que siguen los pasos que les marcan otros. Otros que además no sobresalen precisamente por su moderación y por su prudencia, sino por su enfermiza provocación, por su intolerancia, por su bravuconería, por sus intereses bastardos y por creer que tienen razón porque defienden verdades que suponen de granito: dogmas, intransigencia, imposibilidad de diálogo, imposiciones: lo de siempre…
Jaime Richart, Antropólogo y jurista.
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