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Teocracias del siglo XXI: cuando la razón se arrodilla ante la revelación

Teología del despojo: herejías, castigos y milagros en la era Milei

Fuentes: Rebelión

Título:

Emilio Cafassi (Profesor Titular e Investigador de la Universidad de Buenos Aires). [email protected]

1. Una liturgia presidencial

El experimento innovador de degradación económica, política y moral que ensaya la Argentina, ante la atenta complacencia de la regresión mundial y su entusiasta réplica local, continúa su marcha alegre e impetuosa. Este audaz laboratorio ultraderechista tuvo un episodio memorable, el pasado fin de semana, en la tierra seca del Chaco, allí donde el polvo se levanta como plegaria silenciosa y desesperada de los desposeídos. Ese mismo fin de semana se inauguró un templo monumental: el ‘Portal del Cielo’. Está en Resistencia, capital de una de las provincias más pobres del país. El recinto, una mole capaz de albergar a veinte mil almas y quizá algún dios confundido por la acústica, es ahora el mayor centro religioso evangélico del país. Levantado en uno de los barrios más humildes de la ciudad, el templo abrió sus puertas a miles de fieles que, para alcanzar la gloria celestial en cómodas cuotas terrenales, pagaron entradas de entre 25 mil y 100 mil pesos argentinos (unos 20 a 80 dólares) para el evento denominado “Invasión del Amor de Dios”, una convención evangélica que tenía una acreditación paga para los días de formación. El evento desplegó una coreografía simbólica en la que se entremezclaron misticismo, política y mercado, con discursos que abundaron en alusiones celestiales y profecías mesiánicas, sintonizando perfectamente con el estilo retórico del Presidente Milei, especialista consumado en manejar los designios divinos como asesores de imagen. Argentina, que hasta ahora había mantenido una prudente distancia entre evangelismo y política, en marcado contraste con Brasil y otros vecinos latinoamericanos, quizá esté dando inicio a un prometedor matrimonio entre la ultraderecha y el fervor religioso, convenientemente bendecido desde arriba, o desde muy arriba, según se prefiera creer.

La ceremonia se entregó sin pudor a la extravagancia, donde no faltaron delirios, exorcismos ni dramatismos desbordados. El dueño de ese templo es el pastor Jorge Ledesma, con vastos contactos políticos chaqueños que busca irradiar más allá de las fronteras provinciales. Despliega su teatralidad exorcista con la precisión coreográfica de una ópera bufa, donde cada caída está sincronizada con la aparición de musculosos y trajeados guardianes celestiales, como aquellos que los incrédulos vemos a veces en fragmentos televisivos del evangelismo norteamericano o brasileño, o directamente en sketchs humorísticos como el célebre “Warren Sánchez” de Les Luthiers. 

La obra, que tomó diez años en construirse, fue financiada -según se afirma- exclusivamente por la feligresía, aunque todo indica que los cielos también hicieron su aporte. Acostumbrado a hacer milagros, su hijo Cristian reveló uno particularmente económico: según sus declaraciones, 100 mil pesos argentinos depositados en una caja de seguridad bancaria se transformaron inexplicablemente en 100 mil dólares. A valor de hoy, se multiplicaron 1.250 veces. Una actualización comprensible en tiempos de hegemonía financiera donde la multiplicación de los peces ha cedido su lugar a la de los pesos. La prodigiosa multiplicación monetaria no pasó desapercibida para las autoridades judiciales, que inmediatamente desplegaron su impío escepticismo terrenal. El fiscal federal Patricio Sabadini inició una investigación preliminar, solicitando informes detallados sobre las finanzas de la iglesia. Ledesma, quien ya había referido anteriormente milagros como la aparición de diamantes en su iglesia, o un dedo amputado que, milagrosamente, no solo volvió a crecer, sino con la uña pintada del mismo color que las otras, entre unos 400 milagros por fin de semana. Como si se tratara de una productiva cadena fordista celestial, se defendió asegurando que todos los fondos estaban registrados en el «libro de Dios». Al parecer, frente a la prosaica burocracia judicial, Ledesma prefiere remitir sus balances a la jurisdicción celestial, confiando en que allí las auditorías sean más comprensivas y generosas. Este episodio no solo generó controversia mediática, sino también interrogantes sobre los mecanismos financieros detrás de la construcción de esta monumental obra, cuyo costo se estima cercano a los cien millones de dólares. La deslumbrante ostentación del templo, cuyo valor rivaliza con el presupuesto anual de varios municipios chaqueños juntos, reluce bajo el mismo sol que ilumina la pobreza circundante, como una paradoja cruel.

2. El dogma del ajuste y la fe revelada

Acaso fue una de las más pútridas grietas del infierno la que se entreabrió ese fin de semana. Con gesto beatífico y mirada de éxtasis, como si posara para una estampita de su propio culto, el presidente Javier Milei ingresó no solo a la iglesia evangélica más grande del país, sino a descender un peldaño más en la fábula mesiánica de su mandato: el del mesías autoproclamado. Ya no alcanza ni con los diagnósticos económicos, ni con los desvaríos verbales, los insultos institucionales o las promesas de colapso: ahora su poder se ampara en un plan místico, esotérico y mesiánico, legitimado entre salmos, milagros contables y dedos resucitados por la fe, donde el déficit se salva con una oración y el default se conjura con salmos. Allí estuvo, como enviado y como profeta, no para oír sino para hablar. Su discurso, pronunciado entre coros, luces y fuegos de artificio teológicos, en un trance escénico que mezcló apología del mercado con citas religiosas y denuestos contra la justicia social. No fue una misa, dijo el pastor Guillermo Ledesma. No fue un acto político, aclaró Milei. Pero fue, sin dudas, una liturgia oscura: un ritual de consagración para el dogma de la motosierra: Un dogma que conjuga neoliberalismo de garrote y superstición, odio y sacralidad, ajuste fiscal y oración. Nace un nuevo evangelio fiscal o en otros términos, una nueva religión del ajuste. Así, entre delirios revelados, se bendice una política pública que ya no se justifica en estadísticas ni en teorías, sino en voces del más allá. Se trata de un “plan divino” transmitido a través de su hermana Karina, quien a su vez lo recibió -según versiones del propio entorno presidencial- del fallecido perro Conan, intermediario místico con “el Uno”. El profeta Conan, convertido en intermediario entre Dios y Karina, oficia de oráculo desde el más allá. La motosierra ya no es instrumento económico sino herramienta sagrada. El ajuste, un acto de redención. La deuda externa, penitencia. El hambre, sacrificio. El odio, mandamiento. El evangelio fiscal ya tiene sus tablas. La fe mileísta se edifica sobre dogmas que no toleran apostasía. A los críticos se los tilda de herejes, de agentes del Maligno, de apóstoles del Estado, de “zurdos”, “ratas”, “econochantas” o “acólitos del demonio”. En esa cruzada, la política se transforma en religión invertida: no busca la salvación de las almas sino la condena de los cuerpos. Celebra la misa negra del mercado, donde no se ofrenda redención sino ajuste. Condena a quienes alimentan, educan, curan o incluso a quienes simplemente se resisten a odiar. Ha nacido un nuevo evangelio fiscal. Uno que no multiplica los panes: los privatiza. No resucita a los muertos: los deja morir. No expulsa a los mercaderes del templo: los nombra ministros. No predica la paz, invoca la plusvalía. No promete ostias, entrega acciones preferenciales.

3. Cuando la religión privatizada se rebela

No pretendo descifrar las complejidades de la teología -ni del evangelismo ni de sus múltiples ramificaciones- pero, a fin de no generalizar con este episodio, creo importante señalar que no todos en el mundo evangélico son cómplices de este reality místico del poder. Tres importantes organizaciones -la Federación Argentina de Iglesias Evangélicas, la Pastoral Social Evangélica y la Asociación de Iglesias Pentecostales- alzaron su voz en una carta pública. Rechazaron la autoproclamación de Milei como Moisés y lo devolvieron -con valentía y claridad- a su lugar: el del Faraón. Lo acusaron de esclavizar al pueblo con hambre, miseria, represión y odio. Le recordaron que, en el libro del Éxodo, no fue el grito arrogante del déspota lo que conmovió al cielo, sino el clamor silencioso de los oprimidos el que movió a Dios. Porque un árbol se reconoce por sus frutos, y los frutos de este árbol de espinas son: “empeoramiento de la calidad de vida y crueldad”. El acto de Chaco no fue una anécdota más. Fue, como advirtió el periodista Gustavo González en el diario argentino Página12, la exhibición pública del “plan divino” que guía la gestión: un entramado de decisiones esotéricas y delirantes que mezcla la batalla cultural con la economía de guerra. Según este plan, Milei gobierna no desde la Casa Rosada sino desde un altar; no para una ciudadanía sino para una comunidad de elegidos; no con leyes sino con visiones; no con instituciones sino con revelaciones. La democracia deviene teocracia light, y la república liberal, en feudalismo espiritual. Mientras tanto, el país se hunde en un colapso material tan espeso que en vez de razones, solo aspira incienso. Se cierran pymes, se derrumban salarios, se esfuman las reservas. Los empresarios no invierten, los científicos emigran, los jubilados mueren, los jóvenes huyen, el futuro se angosta, la esperanza se retira, y la realidad se fractura. Datos tan incontrastables como entristecedores, solo atenuados por alguna noticia como la recuperación del nieto número 140 por parte de las Abuelas de Plaza de Mayo. Un resultado producto de la militancia por la verdad, la memoria y la justicia, sin mediación divina, solo con constancia y dignidad humana. Pero el Presidente se convence de que la inflación baja por mediación celestial, como si en lugar del FMI interviniera el arcángel Gabriel en su comité de política monetaria y que la motosierra fuera su vara mágica contra el maná del gasto público. Dicho sea de paso, el reportaje que el Ministro de economía uruguayo, Gabriel Oddone, concedió al diario La Nación, reconociendo méritos en la política económica argentina es una vergüenza más. Igual que la renuencia del gobierno progresista a reconocer el genocidio de la teocracia terrorista de Israel, un silencio que exige algo más que matices: exige rectificaciones urgentes.

Ya no es metáfora lo mesiánico: es doctrina de Estado. Es, literalmente, la implementación de un proyecto espiritual fundado en voces espectrales canalizadas con auriculares esotéricos en una cruzada contra los impuros. El “Mal”, según este dogma, es toda forma de organización colectiva, todo lazo social, todo derecho y toda estructura que no derive en una cuenta bancaria. El “Bien”, un individuo salvado por su esfuerzo, su billetera, su fe ciega en el mercado y su cuenta offshore. A Dios lo representa Milei; al Diablo, cualquier atisbo de disenso, compasión o duda. Si los templos se convierten en ministerios y los milagros en políticas públicas; si la palabra de un pastor pesa más que la de un legislador; si la fe reemplaza la razón, y la revelación sustituye al debate, no estamos ya en una república, sino en una teocracia invertida, con dogma neoliberal, altar mediático y herejías presupuestarias castigadas con recortes. Una naturalización jurídica del delirio. Como un entomólogo colonial, diseca el caos y lo exhibe como si fuera orden. No importa que existan pruebas, datos o dolor. Todo es mentira, excepto el dogma. Todo es caos, excepto la voz revelada. La posverdad encuentra su lugar en el centro del altar. Y toda oposición, no solo desacatada, sino directamente herética. El problema no es solo argentino. Es regional, incluso global. Milei no lidera. Exorciza. No gobierna. Profetiza. No discute. Condena. Y así, cada acto, cada tuit, cada discurso, es un nuevo capítulo de su evangelio personal, en el que los enemigos se multiplican, los milagros abundan y los herejes deben ser escarmentados.

4. El delirio es global: cruzadas de la nueva ultraderecha

Javier Milei no es una anomalía: forma parte de una corriente global que redibuja la política como teología armada: se inscribe en una creciente tendencia global donde líderes de ultraderecha apelan a lo divino como fuente de autoridad política y despliegue bélico. Sin ser exhaustivo, recordemos algunos ejemplos: Donald Trump, tras ser herido en un mitin en julio de 2024, afirmó sin rodeos que fue “salvado por Dios para volver a hacer grande a América”, mientras abundan las prédicas evangelistas que lo comparan con reyes bíblicos y lo consideran ungido para librar una ‘guerra espiritual’ al frente de un reality eterno. Benjamin Netanyahu ha invocado referencias bíblicas -como la profecía de una “estrella que saldrá de Jacob” y un “cetro que se levantará en Israel”- para justificar acciones militares. Entre sus seguidores, circulan visiones que lo pintan como el líder que allanará el camino para la llegada del Mesías. En Europa, el rezo también rige desde los palacios. En Italia, Giorgia Meloni se define claramente como “cristiana, italiana y madre” y se arroga el legado de “Dios, patria y familia” como eje identitario de su gobierno. En Hungría, Viktor Orbán proclama una “democracia cristiana iliberal” y ha reestructurado la escuela y la política para “recristianizar” la nación, erigiendo al dogma como pilar del Estado. Una fórmula donde la cruz tutela la urna. Aunque cada caso tiene su sello -desde la autoproclamación mesiánica hasta el nacionalismo religioso- todos comparten un patrón: la fe deja de ser opción personal para convertirse en fundamento de la autoridad política. Otrora íntima, es hoy programa de Estado. El recurso al discurso divino y la teocracia política no es exclusivo de las ultraderechas occidentales: también emerge con claridad en actores como Hamas, Hezbolá o el régimen iraní. Según su carta fundacional, Hamas se define como “una rama del Movimiento de la Hermandad Musulmana” destinada a establecer un Estado islámico en toda Palestina, donde la obediencia a Allah y la ejecución del yihad “es el más elevado de sus deseos”. Hezbolá, bajo la doctrina del walayat al-faqih, no solo integra el combate militar como “guerra santa”, sino que se articula desde su retórica y liderazgo -encarnado en Hassan Nasrallah- como un brazo político-religioso en Líbano, subordinado a la autoridad teológica del clero shií. Y en Irán, la teocracia está institucionalizada: el sistema político se define como una “democracia religiosa”, donde el Ayatollah Khamenei no solo es el guardián supremo del Estado, sino el emisor de fatwas que funcionan como leyes, y su autoridad combina legitimación divina, mando militar y control absoluto sobre la vida civil mediante la represión. En estos casos la fe deja de ser un acto privado para convertirse en fundamento del poder, obedecida como mandato, y enfrentada a opositores que se tildan de apóstatas o enemigos de Dios. Milei puede ser el más estridente, pero no el primero ni el único en subordinar la política a un discurso religioso. Se sitúa en una huella donde la razón cede ante la revelación, la política ante el dogma, y el consenso ante el miedo sacralizado. Una proporción enorme del mundo, está sometida al imperio del oscurantismo, el dogma y la fe en un demencial movimiento histórico regresivo.

5. Contra la teocracia invertida: razón, república y respeto convivencial

Lo que se tambalea no es solo el rumbo de algunos gobiernos, sino uno de los pilares mismos de la modernidad: la emancipación del dogma. Tras siglos de lenta decantación entre lo sagrado y lo público, retorna lo religioso, no como consuelo del alma, sino como argamasa del poder. La secularización, entendida como el paso de las instituciones, valores y normas desde la esfera teológica a la civil, fue uno de los pilares fundamentales del proceso de modernización occidental, una conquista frágil y siempre amenazada: una apuesta por la razón, el pluralismo y la autonomía frente al dogma. No se trató de negar la religión, sino de protegerla de su captura por parte del poder, confinándola -como toda convicción personal- al ámbito de la intimidad.

Desde esa convicción escribo: ateo sin fisuras, pero con respeto por quienes viven su fe de forma sincera, ética y privada. No denuncio la fe, sino su profanación como engranaje del poder; no la espiritualidad, sino su traducción en látigo. Cuando los templos dictan sentencias y los dogmas ocupan los escaños, lo que se extravía no es solo la razón: es la modernidad misma con su confianza en el conocimiento, la ciencia, la igualdad, la libertad, la fraternidad y los derechos humanos. En este escenario mundial, las iglesias del pasado, desde pequeñas basílicas hasta grandes catedrales, se superponen con los nuevos templos del presente, multiplicándose absurdamente de conjunto. Vaya paradoja que cuantas más personas en situación de calle, más monumentos litúrgicos se construyen, recordándoles que no es esta tierra la que merecen habitar, justificando su desamparo. Cuando la fe suplanta el debate, cuando la revelación reemplaza a la ley, y cuando los gobiernos se erigen como iglesias armadas, el daño no es solo a la política: es a la república, y a la posibilidad misma de una convivencia social: su corolario es la guerra. En nombre de Dios, se consuma la expulsión final de una soberanía popular ya debilitada por la arquitectura representativa liberal-fiduciaria.

Ese es el punto de llegada de esta liturgia invertida. El infierno al que los líderes políticos teologizados apelan no está en el más allá, sino acá. Es terrenal. Vivimos en él, y lo administran ellos.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.