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«The Berni Moment» y el bonapartismo imposible

Fuentes: Rebelión

Aquí una primera reflexión sobre la coyuntura y una recapitulación sobre varias cuestiones de la política nacional más allá de esta. Tanto para pensar en lo que viene como para echar luz sobre el pasado reciente. Revoluciones pasivas eran las de antes Existieron bastantes especulaciones y análisis sobre si los «gobiernos progresistas» latinoamericanos han representado […]

Aquí una primera reflexión sobre la coyuntura y una recapitulación sobre varias cuestiones de la política nacional más allá de esta. Tanto para pensar en lo que viene como para echar luz sobre el pasado reciente.

Revoluciones pasivas eran las de antes

Existieron bastantes especulaciones y análisis sobre si los «gobiernos progresistas» latinoamericanos han representado una suerte de «revolución pasiva». Por nuestra parte, en la acepción de «revolución-restauración en la que sólo el segundo momento es válido» consideramos posible utilizar esa figura para el kirchnerismo, pero para evitar equívocos que le atribuyan «progresividad histórica» y no bastardear la palabra «revolución», preferimos hablar de un proceso de «pasivización» más que de «revolución pasiva».

Y hemos insistido en otras ocasiones sobre el carácter «restaurador» de la experiencia kirchnerista respecto de la crisis del 2001. Tomando las demandas que venían desde abajo, para «realizarlas» (deformándolas y asimilándolas) desde el Estado, el kirchnerismo fue haciendo una tarea paciente y metódica (barnizada con ciertos gestos decisionistas a los que obligaba el 22% inicial) de reconstrucción de la autoridad estatal, cuyo punto máximo de legitimación se expresó en el 54% de los votos obtenido por CFK en 2011. Y este «éxito» del kirchnerismo «restaurador» es lo que hoy está mostrando cada vez más todos sus límites.

Línea Maginot

En primer lugar, porque con su «gran política» de sacar a las masas de las calles, cambió la dinámica de los «movimientos sociales» que surgieron al calor de la crisis, pero no la relación de fuerzas más general que la crisis vino a constituir. Esto se expresa distorsionadamente en el hecho de que las opciones que quieren «suceder» a Cristina «por derecha» asumen un discurso «aire y sol, con fe y deporte», más que «vamos a matar a todos los chorros de chiquitos» (el representante de esa línea acaba de incinerarse hace nomás unas horas: Sergio Berni).

Y la relación de fuerzas políticas, debe considerarse a la luz de la relación de fuerzas sociales (re-composición obrera); que marca una «línea Maginot» contra la que nadie puede intentar una blitzkrieg sin graves consecuencias, y al calor de la cual fue creciendo una izquierda clasista en minorías intensas y expansivas. Frente a la re-composición del movimiento obrero, expresada con todos los límites que puso la conducción de la burocracia sindical en los tres paros generales bajo el gobierno de Cristina Kirchner, ni la propia CFK, ni Massa, ni Scioli, pueden tentar una «solución final» que liquide la maldición peronista de «sobran sindicatos, falta burguesía nacional».

Optimismo del relato, pesimismo de la realidad

En su momento, los intelectuales kirchneristas nos criticaban porque considerábamos que los gestos «progresistas» se debían a las circunstancias objetivas en las que había surgido como experiencia gubernamental (2001) pero no a una voluntad política. De algún modo, ese debate se está saldando en la actualidad. Habiendo apelado a la combinación relato + crecimiento económico (que a su vez fue devaluación + viento de cola) como forma de crear una identidad política de centroizquierda -dependiente del peronismo pero con cierta autonomía discursiva-, el creciente deterioro de la economía hace que el gobierno tenga que ir armando un sistema precario de contrapesos, en el cual la primera víctima son las aristas más «progres» del relato. Toda su «voluntad política» se reduce a durar hasta el 2015 y perdurar como camarilla dentro del peronismo mucho más en función de los espacios de poder, que de la continuidad de una identidad progresista. El agotamiento del «modelo», la recesión retro-alimentada por el default técnico -que permitió un uso político coyuntural del «patria o buitres» que se está desgastando-, la inflación, las suspensiones y despidos que ponen en riesgo el empleo; condicionan y son parte del fin de ciclo.

El bonapartismo «imposible»

Paradoja de la historia política argentina, el actual bonapartismo del gobierno es una especie de bonapartismo imposible. No pueden hacerse «chavistas» (del chavismo de los orígenes), es decir, girar a la izquierda, porque no tienen la base social suficiente ni las convicciones «populistas» y plebeyas.

Ni la «partidocracia» está tan destruida en la Argentina actual (ni siquiera lo estuvo del todo en 2001, que fue más que nada la liquidación del partido radical) como estaba en Venezuela antes del ascenso del chavismo. Y el peso del movimiento obrero y los sindicatos en el entramado social argentino es cualitativamente distinto.

La ubicación bonapartista es en este contexto, más una necesidad que una voluntad política (otra vez). No puede ser ni muy de izquierda (contra las empresas), ni muy de derecha contra las protestas sociales, aunque obviamente es mucho más duro contra las protestas obreras y la izquierda que contra las empresas, nacionales y extranjeras. Por eso la famosa «ley de abastecimiento» paga todos los costos del ruido, y ninguno de los beneficios de las nueces. Así como las amenazas a los empresarios que «encanutan autos» o que aumentan precios, no tienen consecuencias prácticas. Y cuando los giros derechistas se pasan de la raya o cuando el derechismo deviene en soberbia torpe, se producen crisis como la de esta coyuntura.

La política del gobierno de ser el administrador de su propio giro a la derecha para operar una re-composición hacia la derecha a su vez del régimen político en su conjunto choca con la imposibilidad de una «normalización» total (seguimos sin tener un «sistema de partidos» más o menos estable comparado con el viejo bipartidismo). La gran tarea pendiente para que el desvío se convierta en restauración completa, es cambiar la relación de fuerzas y el kirchnerismo hasta ahora solo surfeó sobre ella.

Gerndarmes-caranchos

La gendarmería fue la Guardia Nacional del menemismo y el corto interregno aliancista contra los piquetes y movilizaciones de desocupados y estatales de las provincias durante los ’90. Odiada a fondo por los trabajadores y el pueblo, tiene en su haber algunas de las represiones más duras de esos años, con muertos como Aníbal Verón (Salta), Ojeda y Escobar (Corrientes).

El kirchnerismo la policializó, por la crisis de las policías tradicionales (descompuestas en negocios varios) y la empoderó como tropa de ocupación en los barrios populares «peligrosos», deferencia que los gendarmes supieron agradecer organizando un motín por aumento de salario en 2012.

Prestigiada en sectores de la población que la consideran una fuerza más «profesional» que la policía federal y las policías provinciales, recibió sus peores derrotas en décadas en estos meses de acciones en la Panamericana. Se mostró como lo que realmente es: una fuerza represiva al mando de milicos inescrupulosos que no tienen problema en tirarse arriba de un auto para llevarse detenido a un manifestante. El patético comunicado del ministerio de seguridad, escrito en el lenguaje telegráfico-policial, no hace más que sumar ridículo a lo que millones de personas pudieron ver con sus propios ojos.

Y lo más destacado de esta crisis coyuntural que tiene en el centro a la persona que el gobierno venía ubicando en el olimpo de imágenes fugaces del kirchnerismo en retirada, como brazo ejecutor del bonapartismo; es que se produce en el marco de un conflicto obrero, por la defensa de los puestos de trabajo. Con el protagonismo de una izquierda obrera y la debilidad de las mediaciones reformistas que el kirchnerismo ayudó a debilitar, cuando decidió apoyarse en lo más rancio de la burocracia sindical.

Un símbolo de las contradicciones y conflictos que marcarán los próximos años y las fuerzas sociales que serán los protagonistas. Distinto y más favorable a las experiencias anteriores de «fines de ciclo» en la «democracia» pos-dictadura.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de los autores mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.