En Argentina, los medios de comunicación, gravitan desde hace bastante tiempo en la formación de la llamada opinión pública. Es por eso, que la primera plana del «gran diario argentino» o el titulo en letras blancas con fondo rojo en un canal de televisión o el insistente despacho de «ultimo momento», en una radio de […]
En Argentina, los medios de comunicación, gravitan desde hace bastante tiempo en la formación de la llamada opinión pública. Es por eso, que la primera plana del «gran diario argentino» o el titulo en letras blancas con fondo rojo en un canal de televisión o el insistente despacho de «ultimo momento», en una radio de muchos puntos, suelen trascender de manera tal que definen en un modo u otro la agenda política y le dan contenido concreto al inveterado «sentido común.
De allí que, para «la gente», ha de ser importante que en el baño de un Ministerio un bombero de dudoso apego profesional , de cuenta del hallazgo de una suma de dinero o que en la Secretaria de Medio Ambiente trabajen unos cuantos parientes de la funcionaria a cargo.
Sin embargo, en el mismo momento en que esto ocurre, los indices de pobreza constatan matemáticamente que millones de argentinos, convertidos solo en números, viven en indigencia o bajo la llamada «línea de pobreza» y que otro sector tan basto como el anterior, pelea diariamente para no caer en tal condición, que lo sumerge en la exclusión social.
Se lee en el mismo «gran diario», perdido en un artículo en páginas interiores, firmado por un catedrático norteamericano, su alarma ante el dato pragmáticamente comprobado, según el cual, en nuestra región los niños entre 13 y 14 años de edad, empiezan a «trabajar» en las bandas de la droga y muchos de ellos, llegados a su mayoría, son encarcelados o muertos en tiroteos o pseudos enfrentamientos con policías.
Argentina, hace más de dos décadas que se mueve bajo el sistema republicano de gobierno. En ese prolongado lapso de tiempo, se verificó el traspaso especifico del poder político de manos de distintas alianzas de la burguesía, a otras nuevas, gerenciadas por distintos caudillos y diversos partidos. Sin embargo, esa democracia liberal parlamentaria, generó y extendió esa realidad objetiva de marginaciòn social a la que aludìamos anteriormente, con su paisaje de exclusión, altos grados de desocupación, desigualdad de oportunidades, pobreza, crimen, narcotráfico y corrupción.
La pregunta que se impone es ¿cuanto tiempo mas es posible sostener este injusto orden de cosas?
En este sentido cabria pesar que la fortaleza económica aparentemente impenetrable del capitalismo fundado sobre las grandes sociedades por acciones que se impone en el mundo, está mostrando objetivos signos de esfuerzo para continuar con su lógica de acumulación, y que algunos de esos signos se manifiesta en estos días con la llamada «crisis de las hipotecas» en el mercado inmobiliario de EEUU, con sus señales anticipatorios de un ciclo mundial recesivo.
No obstante, y en sentido contrario, también es constatable que el dominio del capitalismo en el plano social y político no ha entrado en crisis, toda vez que mantiene inquebrantable su aparato militar y preserva inalterada su capacidad para someter a la mayoría de la población, sujetándola a la fuerza aplastante de su productividad. En otras palabras, este poder global permanece manteniendo al mundo en valores e inspiraciones que son propios a su existencia misma.
Debe decirse, sin embargo, que esta hegemonía cultural fundante reconoce su propia conflictividad, pues es un dato de la realidad, que en todas partes del mundo, hombres y mujeres resisten esa dominación de las más variadas formas. No obstante, ninguna de estas fuerzas – a las que por convención pueden agrupárselas en el llamado progresismo- no establecen, frente a tal situación hegemònica, una construcciòn que implique su alternancia pues, todas y cada una de las modalidades de lucha asumidas en esas acciones de disputa, se ubican dentro de los márgenes de la sociedad establecida. Se direccionan como variantes y dimensiones muy diferentes dentro de los limites de la estructura social capitalista y del poder de contención que es propio de esta a la que se busca reformular pero no superar.
En esta perspectiva histórica y volviendo a la pregunta inicial, parece justificado en términos ideológicos y de acción política, desarrollar actividades intelectuales y prácticas que señalen posibilidad y necesidad de ruptura con todo lo que es y significa el pasado y presente social.
Es en esa coyuntura de crisis objetiva en el desarrollo de las fuerzas productivas, en la que se evidencian fisuras en los marcos normativos e institucionales del sistema global capitalista, donde se habilita la posibilidad del surgimiento de expresiones organizativas en el terreno político que tengan la virtualidad de impugnar ese orden de explotación y dominación social, enlazando su accionar con los reclamos mas elementales de los sectores castigados.
Es un acto de libertad y necesidad devolver a la consideración general de los trabajadores la idea imperiosa de un cambio revolucionario que rompa con los parámetros culturales liquidadores de toda dignidad humana propios del la sociedad capitalista y su correlato político la «democracia formal», consolidando un cambio que subordine el desarrollo de las fuerzas productivas y la elevación del nivel de vida, a la creación contemporánea de una nueva solidaridad entre los hombres, fundada en la abolición de la explotación.
Hay un solo deber en ese proceso histórico: encontrar y estar en esa totalidad orgánica que es la revolución, modificando la realidad, de manera tal que esta sea fundante de una nueva humanidad, aceptando el paradigma del «todos son lo que yo».
Lo que está en juego es nuestra propia vida y las posibilidades de sobrevivencía de las condiciones ecológicas del planeta, dos factores que hoy no son otra cosa que juguetes en manos de los políticos gerenciadores de la burguesía dominante.
Hay que arrancar nuestra existencia de esas manos. Esa meta es hoy todavía posible. Para llegar a ese fin, la lucha es ineludible y no admite contención en las normas y reglas de la «democracia formal parlamentaria y la república», en la que por mandato constitucional el pueblo no delibera ni gobierna sino a través de representantes.
No podemos constituirnos en seres libres en el marco de la sociedad establecida, aùn cuando esta refine y racionalice sus métodos. Su estructura clasista y los perfeccionados controles que se necesitan para mantenerla, generan necesidades, satisfacciones y valores que perpetùan la servidumbre de la actual existencia humana.
En este plano, la herramienta es el partido político de la clase obrera. No cabe otra forma de organización para los trabajadores y demás sectores oprimidos. Es ese el espacio donde necesariamente ha de construirse y organizarse ese proceso de ruptura.
La vida social actual produce y expone sin reparo alguno una sofocante cantidad de mercancías, mientras priva a sus víctimas de lo necesario para vivir. Exhibe la hipocresía en la palabra, los actos y las sonrisas de sus hombres políticos, sus divas televisivas y la «sabiduría» de sus intelectuales que contribuyen a sostener la extensión y vigencia del fetiche y con ello la perpetuación y prolongación de los controles sociales sobre el comportamiento de quienes somos explotados. La destrucción de este arbitrario orden de cosas no puede ser sino el resultado de la labor consciente de los trabajadores organizados en su propio partido, con los métodos que impongan las peculiares secuencias de esa lucha de clases.