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Transformación con mando militar y en acuerdo con el imperio

Fuentes: Rebelión

Avanza la “Cuarta Transformación”, sin duda. La reconversión capitalista denominada “Cuarta Transformación” está delimitando claramente sus horizontes, sus argumentos centrales, pero también sus puntos finos ante la oleada de protestas, movilizaciones y demandas que miles de trabajadores, desempleados y sectores sociales en general desarrollarán una vez que la “nueva normalidad” se imponga en todo el país.

A pesar de que el gobierno de AMLO intenta, a través de la propaganda política de la manipulación y el engaño, convencer de que su gobierno “ahora sí es diferente a los otros”, la verdad es que guarda importantes similitudes con sus homólogos anteriores. En una mezcla absurda y disparatada de keynesianismo y neoliberalismo, López Obrador está operando con eficiencia para salvar al capitalismo mexicano a través de una nueva transformación.

Sólo los que se niegan a ver, no ven. Hablar en estos momentos de “una nueva normalidad” con el pretexto del fin de la cuarentena por la pandemia, esconde una gran verdad. Se trata de la transformación, reconversión, con todas sus acepciones posibles, del sistema de producción que ha generado millones de pobres y desigualdad. El sistema a nivel mundial ha entrado en una profunda crisis, sin duda es cierto que es la crisis del modelo de explotación capitalista llamado mediáticamente “neoliberalismo”.

El ascenso del movimiento popular, producto de la crisis económica cíclica del capitalismo a nivel mundial, precipitó el cambio de paradigma de acumulación del sistema. Las movilizaciones populares en Chile, Brasil, Francia, España, Alemania, Turquía, Grecia, etc., fueron muestra palpable de este ascenso del movimiento de masas, así como el agotamiento de ese modelo.

Los trabajadores del mundo se movilizaban para exigir, salario, empleo, seguridad social, seguridad pública, algo que los gobiernos del neoliberalismo estaban imposibilitados de otorgar, porque la lógica de acumulación y el mantenimiento de la tasa de ganancia era lo que imperaba en ellos.

Las secuelas más terribles de este modelo se expresan en el incremento en la desigualdad, de la pobreza, la precariedad de los salarios, el debilitamiento de los sistemas de salud, educación y seguridad públicas, el aumento del desempleo y, sobre todo, la corrupción como la norma central de aumentar riqueza y acumular poder.

La crisis de la emergencia sanitaria producida por la aparición de una nueva cepa del coronavirus, el llamado covid-19, aceleró está crisis. Sus secuelas en cuanto a contagios, vidas, desempleo, seguridad social y los sistemas nacionales de salud pública, así como la crisis en la educación pública, reflejan que la lógica de acumulación del llamado neoliberalismo era sólo aquella que generaba capital, por encima de la salud y la seguridad social de los pueblos.

Desde los principales centros de poder monopólico y de la oligarquía financiera surgieron las señales de alerta. Habría que despresurizar al movimiento popular. Se comenzaron a diseñar diversas recetas, la represión, en el caso de Chile, “el cambio político” en el caso de España, el acceso a ciertos grados de poder de la socialdemocracia en Alemania. En Europa se discutía con acritud la eficacia de los centros de poder como la llamada “eurozona”. El “brexit” exhibió los principales defectos y obsolescencia de este tipo de uniones.

Y nuevamente, la pandemia les demostró a los viejos regímenes europeos que era necesario estructurar, rediseñar los términos de acumulación. Que el Partido Socialista Obrero Español (PSOE) haya aceptado conformar un gobierno de coalición con un partido que agrupa a los sectores de la clase media más radicalizados, es decir PODEMOS, no fue una concesión graciosa hacia el movimiento popular, fue por el contrario parte del nuevo diseño institucional que el capitalismo está ensayando.

Los “coqueteos” que el nuevo gobierno Merkel le hace a la socialdemocracia, mismos que se han concretado en coaliciones gubernamentales en algunas regiones alemanas, también son parte de este nuevo rediseño, que tiene como finalidad mantener el sistema capitalista, sostener la tasa de ganancia del capital, permitiendo una mayor participación porcentual, aunque muy mínima, del trabajo en esta redistribución estatal.

En nuestro continente el desgaste del modelo de acumulación capitalista llamado neoliberalismo se aceleró junto con la crisis económica larvada en los Estados Unidos desde hace algunos años. Las dificultades para mantener los ritmos de exportación-importación entre las naciones del sur del continente y el mercado gringo, así como los problemas que experimentaban las armadoras automotrices y los fabricantes de ropa y calzado, agudizaron los desequilibrios en los mercados nacionales, generando mayores grados de desigualdad y pobreza.

También las movilizaciones populares y su presión han obligado a la oligarquía y los monopolios del continente a ensayar experimentos para rediseñar nuevos modelos de acumulación. La socialdemocracia continental está jugando un papel central en este proceso. Intentando contener las movilizaciones, reprimiendo (caso Chile) o ensayando gobiernos populistas de derecha (Brasil) o de “izquierda” (Argentina).

Sin embargo, las viejas prácticas políticas heredadas de los gobiernos del neoliberalismo han impedido la consolidación de estos gobiernos. El triunfo de Bolsonaro en Brasil, se produjo como efecto de la profunda corrupción que se generó en los gobiernos del Partido del Trabajo, fenómeno del que no está a salvo Lula, por más que sus seguidores, en Brasil y el continente, se esmeren en presentarlo como un líder incorruptible.

Desde luego que los procesos sociales, políticos y económicos en el continente son mucho más complejos y diversos que los aquí descritos a vuelo de pluma, pero para los términos de un artículo de opinión son válidos como líneas generales gruesas, muy gruesas.

En México, también se está articulando un nuevo diseño institucional, con predominio de clase. El agotamiento del modelo neoliberal en México tuvo su expresión más burda con el incremento de las desigualdades, el debilitamiento de los servicios fundamentales para la población trabajadora, como la salud, la educación, la seguridad, los servicios públicos. La infraestructura urbana en general.

Los servicios y la infraestructura urbana en los principales centros de población se realizaron con la lógica del capital. Incluso en la capital del país, cuando estuvo gobernada por el actual presidente, se diseño una ciudad cuyos servicios centrales estuvieran en manos del capital financiero y la oligarquía. Se desdeño la necesidad de “repoblar” el centro de la Ciudad de México y se prefirió vender miles de metros cuadrados a las empresas de consorcios trasnacionales, para que desarrollaran emporios mercantiles, financieros y de servicios para los monopolios y las transnacionales, por encima de las necesidades de vivienda popular para los trabajadores.

Ahora en el poder, la estrategia de AMLO asociado a la oligarquía financiera se ha profundizado. El nuevo diseño institucional, que se ha dado en llamar “nueva normalidad”, tiene una absurda mezcla de medidas del “Estado de bienestar” keynesiano con claras medidas del neoliberalismo, como por ejemplo reducir el Estado a su mínima expresión para dar paso a la inversión privada en sectores claves de la economía.

Está nueva normalidad capitalista tienen como “sujeto” al pueblo. El paradigma ha cambiado, el neoliberalismo usó al “ciudadano” como receptáculo de todas sus medidas. El ciudadano era llevado al extremo ideológico de convertirlo en el motor de todas las políticas públicas, mismas que sólo beneficiaban a los grupos de poder hegemónicos. Ahora, se utiliza al “pueblo”, sobre todo al “pueblo pobre”, como beneficiario absoluto de las medidas del gobierno, es decir se está construyendo un Estado para el “pueblo pobre”, mientras que neoliberalismo lo construía para el “ciudadano”.

Ambos modelos sólo buscan sostener al sistema de producción y explotación vigente. Hemos sostenido con insistencia que la supuesta disputa con los dueños del poder económico, los capitalistas y la oligarquía financiera, sólo es una farsa. Los grandes capitales, los monopolios y las trasnacionales están participando en el rediseño del modelo de producción, es decir, en la “cuarta transformación”.

El servicio que le está proporcionando la nueva socialdemocracia al rediseño del modelo de producción es inmenso y será, sin duda, histórico. La estrategia tiene como vertientes fundamentales las siguientes: reducir al máximo la participación del Estado en los procesos productivos centrales y decisivos; disminuir, en favor del capital, la carga estatal con las políticas de austeridad y reducción de plazas; desarticular los movimientos populares y a sus organizaciones a través de la repartición de dádivas directamente a las personas, con el argumento de que se trata de articular un gobierno que sirva a los pobres y acabar con la corrupción y el “intermediarismo político”.

La puesta en escena de los militares en este esquema es crucial. La crisis económica traerá una amplia secuela de despidos, de restricción de presupuestos para salud, educación, seguridad. Cientos de miles de trabajadores verán precarizados sus salarios, serán despedidos, se restringirá sus accesos a servicios básicos de salud y seguridad social. Las movilizaciones y protestas de miles de mexicanos pronto serán la noticia en los medios de comunicación masivos.

Pronto las definiciones serán decisivas. El gobierno tendrá que definir un camino, o con los trabajadores o con el capital. A pesar de que AMLO niegue la militarización, con el argumento contradictorio de que se busca garantizar la seguridad pública, y digo contradictorio y engañoso, porque por una parte se asegura que la “estrategia” de seguridad está dando resultados, que los delitos están bajando y que el pueblo es “feliz”, y por otro se pone a militares y marinos en tareas de seguridad pública, ¿por fin?

La decisión de militarizar al país contiene un mensaje muy peligroso. Parece que la estrategia será mantener la deslegitimación de las movilizaciones populares, el descabezamiento de las organizaciones de masas y por último la represión. Todo recurriendo a la demagogia y al engaño, asegurando que quienes se movilización “están en contra de la transformación y a favor de la corrupción”, “que son enemigos se pueblo”, etc., etc. Las organizaciones revolucionarias deben estar muy atentas, mantener la independencia de clase será la condición esencial para organizar a los trabajadores del campo y la ciudad.

Sólo la organización independiente y revolucionara podrá poner obstáculos a los planes de la oligarquía financiera y el capital monopolista e impedir que la cuarta transformación termine con la imposición de un nuevo modelo de explotación, enmascarado con envoltura democrática y de bienestar social. La izquierda comunista y revolucionaria debe participar con sus propios programas y acciones en esta transformación, por el momento sólo es terreno fértil para el capital y los dueños del país.