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Radiografía de los "años de plomo" en Argentina

Triple A, terror parapolicial en democracia

Fuentes: El Mundo

La organización ultraderechista recrudeció sus crímenes con «Isabelita», aunque ya actuaba bajo el Gobierno de Perón


De 1966 a 1973 Argentina sufrió una nueva dictadura militar, una de las muchas vividas en su corta vida como país independiente, la que encabezó el general Juan Carlos Onganía para acabar con el Gobierno democrático de Arturo Humberto Illia, del partido Unión Cívica Radical.

El Gobierno militar canceló la Constitución, cerró el Parlamento, prohibió los partidos políticos, intervino las universidades provocando la renuncia masiva de sus autoridades y profesores; derogó conquistas laborales y hasta derechos de los inquilinos; se prohibieron publicaciones. La dictadura encontró cada vez más resistencia callejera. Nuevos movimientos radicales comenzaron a desbordar a los partidos tradicionales. El Ejército reprimió a tiros movilizaciones estudiantiles y obreras y con ello sólo logró que la respuesta fuera cada vez más organizada y más contundente. Aparecieron los primeros grupos armados de distinto signo, de izquierda, influidos por la Revolución cubana, y en las propias filas del peronismo. Surgieron con fuerza sacerdotes enrolados en la teología de la liberación.

A pesar de la represión de ese momento, durante los siete años de dictadura, las víctimas del terrorismo de Estado no representaron ni la décima parte de las producidas en los tres años que transcurrieron, bajo distintos gobiernos peronistas democráticos, entre su triunfo electoral el 11 de marzo de 1973 y el 24 de marzo de 1976, en que Isabelita fue derrocada por el golpe de Estado encabezado por el general Videla. Este instauraría a su vez, hasta 1983, la dictadura más terrible padecida por Argentina en toda su Historia.

Durante los siete años de resistencia a la dictadura de Onganía, Levingston y Lanusse, los tres generales que se sucedieron en el poder, en las filas del Partido Justicialista (PJ, peronista), se sufrieron importantes fracturas internas, que no habrían de cesar hasta el día de hoy. La poderosa Central General de Trabajadores (CGT), controlada por la tradicional burocracia sindical peronista, pieza clave del PJ, sufrió una escisión, de la que surgió una corriente independiente, la CGT de los Argentinos, a la que se afiliaron un grupo de sindicatos, acosados por la burocracia y sus matones.

Sectores de la influyente Juventud Peronista, con ramas barriales, estudiantiles y universitarias, conformaron igualmente una nueva tendencia crítica al aparato del PJ, surgiendo también dentro del peronismo grupos armados, como FAP y Montoneros. Esta última organización se fijó entre sus blancos, por un lado, ejecutar a la principal cabeza visible del golpe militar que en 1955 había derrocado a Perón, el general Pedro Eugenio Aramburu. Por otro, ejecutar a algunos de los principales líderes de la burocracia sindical, como José Rucci y Augusto Vandor, lo que convirtió ya la lucha interna en una batalla campal abierta entre los aparatos armados del ala izquierda y de la ultraderecha del PJ.

Ambas intentaban gozar de la simpatía de Perón, pero éste, como gran Bonaparte, trataba durante algún tiempo todavía, evitar la desunión y daba palmadas en la espalda a unos y otros, ya enemigos a muerte. Perón designó para las elecciones del 11 de marzo de 1973 a su delegado, el odontólogo Héctor Cámpora, dado que el general Lanusse mantenía la proscripción sobre él. Cámpora asumió el 25 de mayo y la presión de un millón de personas en la céntrica Plaza de Mayo lo decidió a amnistiar adelantadamente a los presos políticos. Días después restableció las relaciones con Cuba y adoptó otras medidas que demostrarían que era el ala izquierda peronista la que más influencia ejercía sobre él. Sus días estaban contados. Todo cambiaría a partir de la matanza de Ezeiza.

El 20 de junio de 1973 era el día fijado para la vuelta definitiva de Perón al país (después de una visita de un mes en noviembre de 1972), y desde el 25 de mayo en que asumió Cámpora ambas alas del peronismo intentaban ganar terreno y mostrar ante el general su poder y capacidad de movilización, para ser adoptados como los favoritos.

La Juventud Peronista, Montoneros, los sindicatos y otras fuerzas de la izquierda peronista movilizaron a miles de personas de todos sus frentes, que llegaron organizados en columnas a los campos de alrededor del aeropuerto internacional de Ezeiza, donde se había montado el palco para el acto de recepción de Perón.

Por su lado, la burocracia sindical movilizó a su gente, pero sobre todas las cosas, la preocupación principal del aparato no era fundamentalmente el ganar en número a sus adversarios, sino impedir que estos se acercaran al palco y que tuvieran protagonismo. Para ello se concentró en el lugar a buena parte del dispositivo armado con que ya contaban desde hacía tiempo para sus atentados y asesinatos. Tiempo después tomarían forma más organizada, bajo la sigla de Alianza Anticomunista Argentina (AAA, o Triple A), al llegar el Brujo López Rega a ser ministro de Bienestar Social. Decenas de francotiradores escondidos en árboles y lugares estratégicos recibieron a tiros a las columnas que llegaban, lo que hizo que en cuestión de minutos el lugar se convirtiera en un infierno, con cientos de miles de personas sin escapatoria, bajo una lluvia de tiros. Hubo cerca de 15 muertos y 350 heridos. Perón nunca llegó al palco, el acto se suspendió. El 13 de julio le retiró su apoyo a Cámpora y éste dimitió. Hubo nuevas elecciones donde ya se presentó el propio Perón, ganando con el 60% de los votos.

Desde el balcón de la Casa Rosada (sede presidencial) Perón, flanqueado por Isabelita y López Rega, terminó por fin el 1 de mayo de 1974 con su ambigüedad, y ante la multitud reunida en la Plaza de Mayo, con las distintas familias peronistas presentes, trató de «estúpidos» e «imberbes» a Montoneros. Estos optaron por retirarse con las miles de personas con las que habían llegado al lugar estructuradas en columnas.

La ultraderecha peronista se sintió ya a partir de ese momento totalmente legitimada para usar todos los medios, no sólo paramilitares sino también oficiales, para acabar con sus adversarios internos, al igual que con todas las otras fuerzas de izquierda no peronistas y con cualquier opositor en general. Activistas barriales, estudiantiles, periodistas, profesores, artistas, sindicalistas críticos, políticos de la oposición, abogados, jueces, y un sinfín de personas, además de los miembros de los variados grupos guerrilleros existentes, se convirtieron en objetivo de sus ataques.

Si bien los atentados y asesinatos de la ultraderecha peronista se recrudecieron al morir Perón el 1 de julio de 1974 y asumir la Presidencia Isabelita, ganando en influencia López Rega, el proceso fue en realidad gradual y estuvo presente desde mediados de 1973. En el propio palco de Ezeiza esgrimían públicamente sus armas hombres como el comandante de la Gendarmería Pedro Antonio Menta (que años después reaparecía con militares carapintadas); y otros suboficiales y oficiales, en activo o retirados de ese cuerpo (una suerte de Guardia Civil), como Gondra o Corres, o de otros sectores, como Ahumada o Corvalán, o uno de los grandes organizadores de la matanza, el teniente coronel Osinde.

Ya estaban en esa época, incluso antes del 20 de junio de 1973 haciendo de las suyas, mucho antes de que llegara Isabelita al poder, siniestros personajes como el subcomisario Juan Ramón Morales o el subinspector Rodolfo Almirón. Ambos, asociados al delincuente Miguel Prieto, El loco, habían sido dados de baja de la Policía Federal deshonrosamente por trata de blancas, tráfico de drogas y robos, pero fueron recuperados como mercenarios del aparato armado del PJ y luego de la Triple A.

Muchas de las armas utilizadas por estos comandos provenían de la propia Policía, Gendarmería, Prefectura o Ejército, al igual que los vehículos que utilizaban o eran comprados con fondos gubernamentales, especialmente los del Ministerio de Bienestar Social, dirigido por López Rega. Una persona podía ser secuestrada por la Triple A y podía aparecer tanto en el sótano de la sede de algún sindicato, en el calabozo de una comisaría, o en los de la entonces temible Coordinación Federal (policía política) de la calle Moreno 1417 de Buenos Aires o en centros de alguno de los servicios de Inteligencia.

Los 30 meses más duros de violencia de la Triple A, los que van de octubre de 1973 hasta marzo de 1976, hicieron creer a millones de argentinos que no podrían vivir más terror que aquel, sin imaginar que el horror se podía superar y que se superaría holgadamente tras el golpe de Estado del 24 de marzo de 1976.

Mil muertos en 30 meses de existencia

El hecho de que la estructura ‘oficial’, los llamados cuerpos de seguridad, especialmente la policía, servicios de Inteligencia y en un grado cada vez mayor en la última etapa del Gobierno de ‘Isabelita’ también las Fuerzas Armadas, participaran abiertamente en una represión brutal, sin respeto a ninguna ley, a pesar de estar formalmente bajo una democracia, ha dificultado siempre el cómputo de víctimas mortales de la Triple A.

El trabajo más serio es el realizado por el coronel español Prudencio García Martínez de Murguía, un especialista en sociología militar, asesor en numerosas misiones de paz de la ONU, quien en una exhaustiva investigación de años sobre el caso argentino, ha logrado calcular en casi 1.000 los crímenes atribuibles a la Triple A «y grupos afines», entre octubre de 1973 y marzo de 1976. García recuenta separadamente las entre 450 y 515 muertes provocadas por las Fuerzas Armadas sólo durante el año 1975. Más de la mitad de esas muertes se produjeron precisamente tras los decretos por los cuales el Gobierno de María Estela Martínez de Perón ordenó al Ejército para aniquilar «el accionar de los grupos subversivos», uno de los motivos de la causa por la cual el juez Acosta ordenó su detención.