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Un balance sombrío

Fuentes: Rebelión

Cualquier balance que se intente sobre el primer año de gobierno de Mauricio Macri será necesariamente sombrío. No porque fuese sencillo su camino, sino porque tomó el peor de los senderos -valga la paradoja, el más sencillo. El gobierno de Macri ha fomentado una masiva distribución del ingreso a favor de los que más tienen, […]

Cualquier balance que se intente sobre el primer año de gobierno de Mauricio Macri será necesariamente sombrío. No porque fuese sencillo su camino, sino porque tomó el peor de los senderos -valga la paradoja, el más sencillo. El gobierno de Macri ha fomentado una masiva distribución del ingreso a favor de los que más tienen, de los grupos concentrados y de los capitales extranjeros. El déficit fiscal, que era ya un problema para las administraciones kirchneristas, se financia con las mayores emisiones de deuda pública de los últimos quince o veinticinco años. Con la economía en plena recesión, los indicadores sociales, laborales y afines empeoran mes a mes, bajo cualquier parámetro que se tome, y la inflación, que ronda el 45% anual en 2016, no está en absoluto controlada. Para peor, para el año que viene los pronósticos no son mejores, puesto que el gobierno ha anunciado su intención de volver sobre los tarifazos en energía que golpean la vida de los hogares.

El problema de componer una lista de este tipo es que, sencillamente, podríamos agregar datos en todos los frentes. Sorprende, en cambio, la relativa facilidad que el nuevo gobierno ha tenido para avanzar en decisiones complejas y gravosas, algunas quizá imparables, pero que se acumulan siempre en el mismo sentido: todos los recursos deben fluir hacia arriba. Facilidad política, derivada de la fragmentación opositora, así como de las dificultades de los dirigentes sociales y sindicales a la hora de coordinar medidas de conjunto

Asistimos, entonces, a la paradoja de un gobierno que llega a fin de año sin haber cumplido ninguna de sus metas económicas -la economía no crece, las inversiones salvadoras no llegan, la inflación no se rinde, la pobreza aumenta, el desempleo crece, el déficit fiscal no se resuelve- y sin embargo sigue gozando de cierto favor en las encuestas de opinión pública y se encuentra, hasta el momento, en control de la situación social. Más aún, cuenta con la iniciativa política y no se le presentan competidores claros de cara a las críticas elecciones legislativas del año que viene. El panorama es, desde todo punto de vista, desolador.

¿Qué es Cambiemos?

El presidente Macri llegó al poder sobre la base de una débil coalición electoral, llamada Cambiemos, que aglutina a tres fuerzas políticas muy desparejas. El PRO, un partido con cierta presencia en el área centro – litoral, que hace casi diez años gobierna la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, pero no mucho más. La Coalición Cívica, una fuerza fundada sobre los restos de los distintos avatares políticos de Elisa Carrió, una figura de fuerte instalación mediática y dudoso caudal político. Y la UCR, la Unión Cívica Radical, uno de los partidos más antiguos del país, más que centenario, que carente de un liderazgo decidió en la histórica cumbre de Gualeguaychú de febrero – marzo de 2015 asociar sus destinos a Mauricio Macri, hijo del empresario Franco Macri, ligado al negocio de autopartes, con una fortuna de orígenes inciertos.

No fue, claro está, producto del azar. Mauricio Macri, tras muchas dudas y amagues, desembarcó en la política a través del fútbol: fue presidente del popular club Boca Juniors durante varios años, institución que aún hoy mantiene bajo su rienda. Allí formó un núcleo de confianza que, menos de diez años después, desembarcó en la lucha por la jefatura de gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, tarea que completó al segundo intento, en 2007.

Desde entonces, Macri ha sabido acumular con paciencia y, sobre todo, esperar el momento. No lo fue en 2007, era demasiado pronto, y no jugó tampoco en 2011, ya que no contaba con la estructura partidaria nacional. Recién el año pasado, a través de la alianza con el radicalismo y la CC, alianza promocionada desde los ámbitos gerenciales de los principales medios de comunicación, Macri anunció su voluntad de enfrentar a Daniel Scioli, el endeble candidato de unidad que colocó el kirchnerismo como sucesor de Cristina Kirchner.

La sensación de quienes observamos el proceso electoral fue clara: todo parecía definido, y para mal, en la primera vuelta. Scioli obtuvo una diferencia muy escasa sobre un Macri que arañó los 34 puntos porcentuales, dejando muy atrás a Sergio Massa, de la alianza UNA, que apenas superó el 20%. En ese mismo golpe, Cambiemos se hizo con la poderosa gobernación de la provincia de Buenos Aires, que quedó en manos de María Eugenia Vidal, en una elección a vuelta única. Luego, en un balotaje más estrecho de lo esperado, Macri obtuvo la primera magistratura, por dos puntos de diferencia.

De este modo, y por primera vez desde 1983, un tercer partido rompe la resistente regla bipartidista, pero sobre todo, el fuerte dominio del peronismo, que controló la provincia de Buenos Aires sin interrupciones desde 1987, y la Nación, con un breve interregno de dos años entre 1999 y 2001, entre 1989 y 2015. Para una generación de argentinos, quizá dos, estamos en terra incognita.

¿Qué piensa Cambiemos?

Si uno atiende a las manifestaciones de sus funcionarios, los valores de Cambiemos no son nada claros. Para tomar dos declaraciones del jefe de Gabinete, Marcos Peña, aseveró que el gobierno de Cambiemos «es socialista y popular». Pocos días atrás, en un programa transmitido por la señal Todo Noticias, el ministro coordinador adoptó una postura diferente:

«Hace rato en la Argentina se piensa que ser crítico es inteligente. Nosotros creemos que se entusiasta y optimista es ser inteligente, y que el pensamiento crítico, a veces, llevado al extremo en la Argentina, le ha hecho mucho daño. Porque al final del día, a veces, se pierde de eje cuál es la verdad» […]

Este tipo de afirmaciones tiene por ideólogos a personajes como Jaime Durán Barba y el filósofo Alejandro Rozitchner, quienes suelen salir de los laberintos de la gestión con comparaciones entre el gobierno y Batman, apelaciones a la vida, al consenso y en general con escasa mención de la política como práctica diferenciada, mucho menos transformadora.

Ahora, querido lector, es el momento en que usted me pregunta cómo demonios funciona esto en la práctica. Pues bien, funciona como lo mostraron Ana Castellani y Paula Canelo en su trabajo «CEOs en el gabinete», donde mostraron la predominancia de funcionarios varones, procedentes del sector privado, sin antecedentes políticos pero con experiencia en gerenciamiento de empresas, en porcentajes que alcanzan casi un 70% en algunas dependencias, como la jefatura de gabinete. Y con ello vienen los sesgos: antiestatal, antipolítico, pro mercado. Viene también una lógica empresarial que poco tiene que ver con los fines de la función pública. Y vienen, hay que decirlo, las enormes posibilidades de conflicto de intereses que acarrea instalar como contralor público de una empresa de un determinado sector a quien fuera su gerente hasta pocos meses atrás…

Pero todo ello podría incluso ser casualidad. Lo que no deja lugar a dudas es el sesgo de la política económica: enfoque monetarista del problema inflacionario, con altísimas tasas de interés, aumentos espectaculares en las tarifas de servicios públicos, en parte detenidos por la acción y el recurso judicial, endeudamiento externo a niveles pocas veces visto.

Seamos claros: la Argentina no llegó al 10 de diciembre del año pasado porque todo fuera una maravilla. Habrá que insistir mucho en este punto: la economía estaba estancada hacía cuatro años, las estadísticas públicas no servían, había destrucción de empleo y alta inflación con retraso cambiario artificial -operaban una serie de restricciones al atesoramiento de dólares, fruto de un histórico déficit de sector externo. Un año después, los argentinos tenemos mejores estadísticas públicas y mayor libertad a la hora de atesorar dólares, pero es posible que nuestro trabajo esté en riesgo y no somos optimistas sobre el futuro.

¿Cómo pasó todo esto? Posiblemente sea demasiado largo narrarlo, y algo tedioso. Peor aún, es posible que no estemos de acuerdo en cómo llegamos hasta aquí. Lo que queda claro, después de un año de total control de la situación por parte del gobierno, es que los sectores que se oponen al ajuste tienen frente a sí una tarea de organización fundamental de cara a las críticas elecciones de 2017. En esa tarea convendrá apelar a valores que sí se predican en política, como la humildad y la escucha del otro.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.