Recomiendo:
0

Un buen año

Fuentes: Rebelión

Cuando asumió, en diciembre, CFK dejó en claro rápidamente que quería enfriar las cosas. Bajarle un cambio a la lógica de la confrontación. No por casualidad, el primer referente social que la flamante presidenta recibió fue Monseñor Jorge Bergoglio, acérrimo opositor a la gestión de su marido. De ella, Bergoglio obtuvo la garantía personal de […]

Cuando asumió, en diciembre, CFK dejó en claro rápidamente que quería enfriar las cosas. Bajarle un cambio a la lógica de la confrontación. No por casualidad, el primer referente social que la flamante presidenta recibió fue Monseñor Jorge Bergoglio, acérrimo opositor a la gestión de su marido. De ella, Bergoglio obtuvo la garantía personal de que no se avanzaría en ciertos temas urticantes -aborto, por ejemplo- bajo la nueva gestión. Para ese momento, Ginés González García estaba rumbo a Chile…

El tono general de esos primeros escarceos con el poder residía en la búsqueda de una fórmula que permitiera algún tipo de «pacto social» entre empresarios, sindicalistas, referentes opositores, etc., que fuese más allá de la coyuntura. La promesa de una mayor institucionalidad, en coincidencia con la trayectoria legislativa de Cristina Kirchner, era parte de esa promesa general de diálogo que debía garantizar al oficialismo un tiempo de calma, más propicio para la construcción de una base política sustentable en el tiempo.

El conflicto iniciado el 11 de marzo, con la promulgación de la resolución 125 sobre retenciones móviles a las exportaciones graníferas, se llevó puestas esas ilusiones de paz social. De ese conflicto, el gobierno salió desgastado, debilitado, con una base política fracturada, poco seguro de sus apoyos parlamentarios y menos seguro aún de las condiciones que harían posible su continuidad. La estructura política del peronismo, cuyo control fue imprescindible para pasar el chubasco sin una ruptura institucional, no alcanzó, sin embargo, para evitar una derrota monumental, en la calle y en el Parlamento, cuyo símbolo reside en el contraste entre la movilización opositora reunida en torno al Monumento a los Españoles y la más escueta y tradicional convocatoria del peronismo bonaerense.

Hacia fines de julio de este año, la sensación general dentro de las filas del progresismo, manifiesta, por ejemplo, en la intervención pública de Carta Abierta, era la de una irrefrenable e irresistible ofensiva de la derecha, que había capitalizado el descontento de los sectores medios urbanos, erosionando decisiva y definitivamente el bien más preciado del estilo kirchnerista de gestión: la capacidad de ejercer la iniciativa a la hora de establecer la agenda pública. Capacidad que había sintonizado bien con un amplio consenso social en torno de temas fundamentales, por lo menos, hasta 2005, para erosionarse, sin prisa pero sin pausa, desde entonces.

Hicimos toda clase de balances. El tono general, inclusive presente en mis apuntes de aquellos días, era de un marcado pesimismo hacia el futuro.(1)

Sin embargo, desde aquel duro aterrizaje en la realidad de una sociedad políticamente partida, el gobierno supo, pudo y quiso recuperar, con sus modos, la sintonía con al menos una parte de la población. Y no lo hizo concediendo, entre otras cosas, porque no había ningún sector, partido o corporación, dispuesto a pactar con un socio tan débil y condicionado.

En vez de ello, asistimos a una gradual recuperación de la audacia oficial. La nacionalización de Aerolíneas, que ahora va camino a la expropiación, fue el primer paso. Había que superar el trauma del Senado. Luego, vinieron la movilidad jubilatoria y, finalmente, la reforma previsional. La mayoría parlamentaria no sólo fue recuperada, sino que se consolidó con nuevos e inesperados socios y aliados. El ala más dura de la oposición, incapaz de solucionar sus divisiones, se abroqueló en torno a posturas de bloqueo que le redituaron poco, y adoptó un rígido sentido común ortodoxo. Apuesta que se reveló problemática en la medida en que la creciente crisis internacional, devenida en crisis de un entero patrón de acumulación, ponía en duda los presupuestos de dicho consenso antipolítico y antiestatal.

El miércoles, el gobierno cerró políticamente el año al instalar la discusión de un paquete de medidas anticrisis que incluyen la creación de un Ministerio de la Producción, incentivos a la competitividad, a la repatriación de capitales en el exterior, y al sostenimiento de los niveles de empleo. Medidas que seguramente conoceremos mejor en el debate parlamentario, pero que marcan, sin lugar a dudas, el trazo final de un proceso de recuperación política sumamente exitoso y saludable, por lo menos, desde quienes creemos que la compulsa por la transformación de la realidad nacional debe continuar, y no renegar, del proceso abierto en 2003.

(1) Véase, por ejemplo, Meler, Ezequiel: «Lecciones del conflicto», en www.rebelion.org, 29/07/2008.