Esto no significa subestimar las elecciones del 22 de octubre ni marginarse de las mismas porque serán las que decidan quién será el próximo presidente o bien quiénes serán los dos candidatos más votados que vayan al ballottage de noviembre. Las urnas, por más que no nos guste la democracia burguesa, determinarán el color político de la próxima administración. Y eso no nos resulta indiferente. De allí que sea lo más trascendente para la militancia política y para los sectores populares, media un largo trecho.
La perspectiva inmediata y electoral es muy preocupante porque los tres candidatos con más chances son de ultraderecha, como Javier Milei y Patricia Bullrich, y de derecha, como Massa. El cuarto, sin chances reales, Juan Schiaretti, también es de derecha, incluso más que Massa. La única de izquierda, Myriam Bregman, afronta esta pelea casi en solitario, con mucha dignidad y por eso merece ser votada, por ella y sobre todo para que entren diputados de izquierda al Congreso. Este último aspecto es una razón a tener en cuenta por aquellos sectores militantes que persisten en la equivocada táctica de recomendar no ir a votar, o votar en blanco o anular el voto. En todo caso esta última recomendación se podría tener en cuenta en caso de ballottage frente a dos candidatos de ultraderecha y derecha, pero no ahora cuando hay una lista de izquierda encabezada por la digna Bregman. No votarla implica entre otros errores un caso de sectarismo, una de las enfermedades que nos hacen mucho daño y una de las razones, no la única ni la principal, que favoreció el avance de la derecha en estas elecciones, incluso al punto que el fascista de Milei obtuvo en las PASO la “pole position” con casi el 30 por ciento de los votos, alrededor de 7,4 millones de sufragios.
Para enfrentar al fascismo, como lo indica la experiencia nacional e internacional, hay que trabajar para la unidad de los sectores obreros, democráticos y populares. Y el sectarismo “izquierdista” es una grave desviación, siendo la otra, por supuesto, el oportunismo de derecha.
Según las encuestas, que pifian a menudo, Milei mantiene la ventaja y hasta es posible que la venga estirando, sobre sus rivales. Según los sondeos, Bullrich ha retrocedido a un tercer lugar, desplazada por Massa y el oficialismo de UP, de modo que si eso se confirmara habría una segunda vuelta entre el facho y el amigo de la Embassy.
Esa perspectiva alimenta la campaña massista de pedir el voto para supuestamente “frenar a la derecha”. Incluso sectores populares y progresistas que siempre cuestionaron a Massa, como el de Juan Grabois y muchos kirchneristas, por sus posiciones de derecha desde 2009 hasta 2019, compran esa teoría del “mal menor”. Un voto al tigrense es inadecuado porque desde 2019 como presidente de la Cámara de Diputados fue corresponsable del pésimo gobierno del Frente de Todos, que terminó legalizando la estafa de la deuda externa cometida por Mauricio Macri en 2018. Y desde agosto de 2022, como ministro de Economía, Massa viene aplicando a rajatabla el ajuste de este cogobierno fondomonetarista, con consecuencias en materia de salarios y jubilaciones que pierden con la inflación, menor obra pública, mayores tarifas, disminución de 3 puntos del PBI para este año, más deuda externa y demás cosas nefastas.
Por eso, del ballottage se hablará después de octubre. Ahora hay que luchar junto a los movimientos sociales y su movilización del 14 de septiembre, con los organismos de DD HH contra el negacionismo, con los gremios por la recuperación salarial, etc. Y el 22 de octubre votar a la “Rusa”.
ES LA ECONOMÍA, ESTÚPIDO
Las propuestas económicas de Milei son lo más nefasto de su campaña, agravadas por la política negacionista del terrorismo de Estado de su candidata a vice, Victoria Villarruel, con su acto reivindicativo de hecho de los genocidas. La económica es la clave de por qué hay que oponerse a la bestia parda que se peina a lo John Lennon, ofendiendo a su memoria.
En su programa prevé una dolarización que puede llevar el dólar a entre 3.000 y 7.000 pesos según Silvina Batakis, titular del Banco Nación. Una devaluación tan brutal dispararía más la inflación, que ya está por las nubes, hasta la Luna, pulverizando la capacidad adquisitiva del salario. El facho tuvo reuniones virtuales con el FMI y ha enviado sus operadores a reuniones con los popes de Wall Street. Ahí reafirmó que su ajuste fiscal sería aún más brutal que el reclamado por la entidad a Massa. Las huelgas estarían prohibidas para los empleados públicos. Empresas públicas rentables como YPF serán privatizadas y otras cerradas, como varios ministerios.
La dolarización está pensada en varias opciones diferentes pero igualmente nefastas: endeudarse para conseguir 40.000 millones de dólares, o formar un fideicomiso con inversores del extranjero poniendo los títulos dolarizados del Tesoro como garantía, o postergar la dolarización para hacer primero la carnicería del ajuste fiscal. Son distintas alternativas que barajan Carlos Rodríguez, Emilio Ocampo y Darío Epstein, los asesores de Milei (exfuncionarios del cavallismo-menemismo).
Ese posible futuro es horrible, pero el presente massista es nefasto. Le dio a los exportadores el cuarto dólar soja y el 25 por ciento de lo que liquiden será de libre disponibilidad: podrán venderlo al dólar blue de 730 pesos. El 14 de agosto devaluó el peso un 22 por ciento, con lo que los precios se empinaron y el billete verde también, realimentándose en una carrera que nos rompe hasta los huesos a los sectores populares. Esa devaluación era una condición del FMI para hacer el desembolso de 7.500 millones de dólares que iba a hacer en junio pasado pero se demoró hasta el 23 de agosto, con aquella condición devaluatoria y otras exigencias en topes salariales y previsionales, mayores tarifas y menores giros a las provincias. De ahí las limitaciones tremendas de sus anuncios: “suma fija”, en realidad dos cuotas de 30.000 pesos, a los trabajadores registrados y tres cuotas de 27.000 a los jubilados que cobran la mínima.
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