Aquel sueño colectivo de una Argentina que procura la integración social en el marco de un mayor desarrollo y justicia social está cada día más lejos.
En medio de una decadencia generalizada, el objetivo de una sociedad integrada lo ocupa desde hace varias décadas una tendencia hacia una polarización entre una minoría que se enriquece rápidamente y una inmensa mayoría que tiende a ser parte de una pobreza generalizada.
Hoy esas dos tendencias caminan hacia la construcción de dos sociedades paralelas, enfrentadas y con pocos vínculos entre sí. Ante la indiferencia y el egoísmo de gran parte de esta dirigencia, es muy probable que las ignoradas mayorías populares fortalezcan su descreimiento en estas instituciones y sus dirigencias, construyendo su propia organización, poder popular y economía no capitalista, mientras avanzan y se preparan para “dar vuelta la tortilla”.
Lo ocurrido con el Acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI) y –finalmente- su media aprobación en Diputados es una muestra de este fenómeno y de cómo funciona el sistema de poder. Los debates altisonantes y proclamadas grandes diferencias, lo que llaman “la grieta”, entre oficialismo y oposición, a la hora de la verdad cedieron para apoyar conjuntamente la firma de ese Acuerdo.
Dicho de otra manera ratificaron que las cosas seguirán por este camino de la decadencia y que este Acuerdo –el número 22 de nuestra historia- será otra vuelta de rosca a la larga decadencia que estamos padeciendo. Esa concertación de la dirigencia profundiza “la grieta real” de nuestra sociedad, se agranda el abismo que separa, a los ocupantes del poder, de los vastos sectores a los cuales, no la vida digna, sino apenas la sobrevivencia será una perspectiva cada vez más difícil.
El país y las mayorías del pueblo llano pagarán con su sacrificio la catástrofe aprobada en la madrugada del viernes 11 de marzo, cuando las mayorías del oficialismo y la oposición unieron sus fuerzas para alimentar la grieta que asola a gran parte de nuestros compatriotas.
Otro 11 de marzo -el de 1973- era testigo de una sociedad esperanzada que soñaba, con el triunfo de Hécor Cámpora, que la acumulación de fuerzas realizada a partir del Golpe de Estado de 1955, abriría las puertas a una sociedad más digna y justa en una Patria emancipada. Las debilidades y contradicciones de aquel peronismo, sumada a la acción imperialista lo impidieron, sembrando de dolor a la Patria ensangrentada.
Una dirigencia entreguista, una nueva resistencia
Ahora, ante la unificada y generalizada defección de su casta dirigencial -guiada por las directivas del gran capital internacional-, una nueva resistencia empieza a crecer. La propia realidad crea las condiciones para que ella se pueda masificar. Ya no se trata de un gobierno militar, sino del gobierno de una coalición encabezada por el peronismo y elegido por el voto, en el marco de plazos y características determinadas por viejas y caducas instituciones.
La incomprensión o incompetencia de esa dirigencia articulada parecen traer el eco de las jornadas (del estallido social) del 19 y 20 de diciembre del 2001. Aquel incumplido ¡Qué se vayan todos!, es como un fantasma que retorna y vuelve a resonar en los oídos de quienes –una generación más tarde- tampoco son escuchados por el sistema de poder.
Cuando la peste de la Covid parece perder fuerza otras dos pestes, también mortíferas- comienzan a ocupar el escenario de la vida cotidiana. Una viene de la vieja Europa con el enfrentamiento en Ucrania y la otra la trae el FMI con el acuerdo que están aprobando. Ambas se entrelazan y realimentan, para desgracia de nuestros pueblos.
Hay múltiples constancias del modo que el pueblo padece las consecuencias de las políticas que se vienen aplicando. El gobierno todo lo que sabe hacer es clientelismo. No son pocas ni menores las organizaciones sociales que se han sumado a esa metodología. Algunas lo hacen desde los despachos oficiales, otras desde la oposición o con posiciones de izquierda parlamentaria, pero condenando a las rebeldías cuando ellas toman caminos que nos les gustan o convienen.
La actualidad nos coloca frente a una situación compleja con un gobierno dividido en su propia cúspide, una oposición con bajo liderazgo y escasa unidad, una oposición callejera a la que le cuesta superar el reiterado “marchódromo”, que sin nuevas ideas y luego de muchos años de práctica repetida se ha transformado en la estrategia más visible y naturalizada de una situación insostenible que merece renovar acciones, pensamientos y respuestas.
La lucha callejera y la vida fuera del sistema capitalista actual obligan a pensar en las formas de prefigurar las maneras de resolver esta crisis y las nuevas formas de organización social, para una vida distinta y al servicio de reproducción de la misma. Y, entonces, habrá que adecuar nuestra acción a lo que ese nuevo pensamiento demande.
El impredecible conflicto que vive Eurasia, cuyos efectos comienzan a sentirse en la vida cotidiana de nuestros pueblos, nos obliga a la aceleración de los esfuerzos para recorrer esos nuevos caminos y atender algunas de las necesidades más impostergables para la vida de todos.
Un sólo ejemplo da cuenta de la dimensión de lo que se viene: En esta última semana el precio de la harina, insumo básico del pan nuestro de cada día, aumentó un 40%. La necesidad de exportar, para acercar divisas, y el propio conflicto nos aproximan a globales problemas alimenticios, mayores a los hoy conocidos. Por eso la producción propia de alimentos, que se promovía, ahora es urgente y se necesita.
Resistencia y construcción de alternativas que formen parte del futuro al que aspira el pueblo, no se contradicen. Todo lo contrario, se complementan. Ambas son las tareas cotidianas de la militancia, su realización permitirá medir los avances, estancamientos o retrocesos.
Juan Guahán. Analista político y dirigente social argentino, asociado al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE)
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