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Un peronismo sin ideas

Fuentes: Editorial Le Monde diplomatique

El peronismo tiene un problema de organización. En su clásico libro sobre el tema (1), el politólogo estadounidense Steven Levitsky explica que a fines de los años 80 el peronismo produjo un cambio silencioso: en paralelo a la transformación hacia una economía pos-industrial, pasó de gravitar en torno a los sindicatos, que habían sido los responsables de organizar y conducir las estructuras partidarias, a los políticos insertos en el Estado, marcando el paso de un partido sindical a un partido territorial-clientelar. Pero hoy el peronismo controla apenas siete gobernaciones (ni siquiera tras la derrota de 1983 había llegado a ese número), una cantidad menguante de intendencias y bloques legislativos achicados, aunque el problema no pasa tanto por los espacios institucionales como por la crisis de un modo de organización que es también, lógicamente, un modo de financiamiento: la transformación marcó el paso de los aportes de los gremios a los recursos del Estado, inaugurando una relación –digamos– compleja con el dinero público. Puede ser injusta, pero la identificación entre peronismo y corrupción –y su extensión aun más injusta: peronismo y planes sociales– es parte del sentido común de un sector importante de la sociedad argentina. 

El peronismo también tiene un problema de conducción. Cristina Fernández de Kirchner sigue siendo la principal figura del partido, pero su liderazgo se proyecta sobre un espacio que se encoge; la líder indiscutida de un pedazo cada vez menor (su candidatura a diputada por la Tercera Sección Electoral bonaerense la hubiera convertido en una líder técnicamente vecinal). Claro que la movilización a Plaza de Mayo fue impactante, y que confirmó el apoyo que aún concita en un sector de la sociedad, pero también es verdad que desde hace muchos años Cristina no encabeza las listas de un partido que, por otra parte, perdió cinco de las últimas seis elecciones nacionales. Cristina enfrenta ahora el desafío de revalidar su popularidad en medio de una interna no saldada con Axel Kicillof y privada de la posibilidad de jugar su propia candidatura –ni siquiera como amenaza–. Como advertimos el mes pasado, la crisis del peronismo queda en evidencia si se tiene en cuenta que las cuatro figuras con más chances de renovarlo provienen de afuera del partido: Axel Kicillof, de las organizaciones de izquierda de la UBA; Juan Monteverde, de la militancia territorial rosarina en el partido Ciudad Futura; Juan Grabois, de los movimientos sociales; y Leandro Santoro, del radicalismo.

Pero estos problemas pueden resolverse. Será difícil, pero no lo veo imposible: el peronismo puede encontrar nuevas formas –más limpias– de organizarse y financiarse, y ha demostrado muchas veces que es capaz de alinearse detrás de un líder fuerte cuando ese líder finalmente emerge. En cambio, la renovación de las ideas parece mucho más ardua de encarar, porque implica sacudir las cosas de verdad. En tanto movimiento transideológico, capaz de incorporar a la izquierda y a la derecha, de ser según la época neoliberal o progresista, el peronismo necesita siempre un norte programático. Cuando se les pregunta por el tema, los dirigentes peronistas asienten, solemnes: sí, hay que revisar cosas; incluso Cristina deja caer astillas de autocrítica en sus discursos, aunque a su estilo: nadie puede hablar de déficit fiscal hasta que ella decide que se puede hablar de déficit, hay que defender al “Estado presente” hasta que llega el momento de luchar por el “Estado eficiente” (un poco como la Revolución Cubana, que convoca a congresos de revisión de los que todo el mundo se entera… una vez que terminaron). Los problemas aparecen cuando uno intenta profundizar en el contenido concreto de la autocrítica, en la sustancia espesa de este examen, porque es ahí cuando irrumpen, con la fuerza que dan los años, las resistencias, las inercias y los lobbies. 

Hablemos de educación

Sin caer en diagnósticos catastrofistas, pocos dudan de que la educación argentina atraviesa una crisis profunda: según las últimas pruebas Aprender (2), sólo el 45% de los alumnos de tercer grado alcanza la comprensión lectora esperada. La desigualdad –entre provincias, entre escuelas públicas y privadas, entre sectores sociales– se acentúa: sólo el 39% de los estudiantes de escuelas estatales alcanza el nivel lector esperado, en comparación con el 62,4% en las escuelas privadas, en tanto que el 44% de los estudiantes de bajos recursos está rezagado en lectura, triplicando la cifra de los alumnos de familias más acomodadas. Con el mercado laboral segmentado y la migración interna acotada, la educación pública es –era– uno de los últimos dispositivos capaces de producir cierta movilidad social, pero encuentra cada vez más dificultades para cumplir este rol igualador. Esto hace que la clase media deserte masivamente de la escuela estatal, lo que debilita el reclamo educativo en la esfera pública y retroalimenta la crisis.  

La crisis del peronismo queda en evidencia si se tiene en cuenta que las cuatro figuras con más chances de renovarlo provienen de afuera del partido.

El secundario es el nivel más castigado. Según las últimas evaluaciones (3), el 82% de los alumnos de último año no puede resolver un ejercicio simple de matemática y el 43% tiene problemas graves de lectura. Hay ahí una crisis estructural. Mayra Arena, que escribe en esta misma edición del Dipló, explica que en los sectores populares la adolescencia es una etapa de la vida que prácticamente no existe: pasan de chicos a grandes, obligados a ingresar temprano al mercado laboral, criar hijos en los casos de embarazo adolescente (por suerte una tendencia en retroceso) y hacerse cargo del cuidado de los hermanos pequeños. Para estos jóvenes-adultos, la escuela secundaria, con su estructura infantilizante, pierde sentido. El quiebre en la relación educación-ingresos, un fenómeno relativamente nuevo, profundiza esta crisis. Por otro lado, la ausencia de rutinas laborales de los padres –uno de los efectos más negativos y menos comentados del aumento de la informalidad– desestructura a las familias, desorganiza la vida cotidiana y conspira contra horarios y calendarios. 

¿Tiene el peronismo una estrategia consistente, aplicable y progresista para encarar el tema? No hace falta investigar mucho para concluir que no. Desde la reforma filmusista del 2006, que estableció la obligatoriedad desde el nivel inicial hasta concluir el secundario, fijó un piso de financiamiento, incorporó idiomas y recuperó las escuelas técnicas, el peronismo carece de una mirada integral sobre el asunto. ¿Qué tiene el peronismo para decirle a una familia que gana un millón y medio de pesos –que es el salario promedio– y dedica 150 mil pesos todos los meses a pagar la escuela parroquial porque se cansó de los paros? 

François Mitterrand llegó al poder en 1981. Primer presidente socialista de la historia de Francia, se propuso como una de sus prioridades corregir las inequidades del aplaudido sistema educativo francés, que era igualitario sólo en los papeles. Creó así las “zonas de educación prioritarias”, lugares desfavorecidos en donde las escuelas comenzaron a recibir una atención especial: más maestros y profesores, mejores salarios, más actividades extraescolares y… más presupuesto. Pragmático y moderno para la época, Mitterrand adoptaba una típica política de discriminación positiva, equivalente a los cupos para afroamericanos en el empleo público en Estados Unidos, que buscaba garantizar la igualdad de oportunidades construyendo una misma línea de largada para pobres y ricos. Llovieron críticas desde la izquierda, incluyendo a los sindicatos docentes, que argumentaban que todas las escuelas deberían ser “prioritarias”. Como Milei era todavía un niño sometido al bullying en una escuela de Villa Devoto, Mitterrand no sabía que su respuesta hubiera sido: es verdad, pero no hay plata. En todo caso, las escuelas prioritarias, a las que hoy asiste el 20% de los alumnos franceses, permitieron acortar la distancia entre los sectores populares y las clases medias, mejorar la continuidad educativa de los hijos de las familias más pobres y disminuir el abandono. Además, el enfoque territorial genera un compromiso de la comunidad, que termina construyendo una “red militante” alrededor de su escuela. Aunque hay problemas, como la estigmatización, las distancias culturales de los hijos de los inmigrantes y la dificultad para encontrar profesores adecuados para estos “grupos difíciles”, el resultado ha sido, en términos generales, muy positivo.

Quizá no sea una buena idea para, digamos, la provincia de Buenos Aires. Tal vez sea inaplicable, incluso muy mala. Pero el objetivo de este editorial no es sugerir políticas públicas sino llamar la atención sobre la pereza programática que viene exhibiendo el peronismo, muchas veces como consecuencia de la necesidad de sostener alianzas políticas. En efecto, el peronismo bonaerense mantiene un acuerdo histórico con el principal sindicato docente, SUTEBA, que puede ser tácticamente necesario pero que también es paralizante. Por ejemplo, a la hora de abordar el problema del ausentismo, que se estima oscila entre el 10 y el 15 % (4). Los gremios lo atribuyen a la sobrecarga de trabajo de los maestros, forzados por los bajos salarios a desempeñar varios cargos en simultáneo, y obligados a desempeñar tareas para las cuales no están preparados: alimentación, contención familiar, mediación en conflictos, gestión de problemas de infraestructura. Como sea, el ausentismo docente rompe la regularidad de las clases, obliga a designar suplentes que no conocen a sus alumnos y destruye cualquier presupuesto. 

Hay más ejemplos, como la resistencia de algunos sindicatos a regresar a las clases presenciales después de la pandemia, la defensa de la antigüedad como criterio principal para definir ascensos y remuneraciones o las dificultades para modernizar el Estatuto Docente. El interés de los gremios no siempre coincide con el interés general. Pero, como sostiene Mariano Narodowski (5), el problema no son los sindicatos sino la autoridad política, en especial los gobernadores, responsables de ejecutar el 90 % del presupuesto. “CTERA no es tan distinto a los sindicatos de otros países. Lo que nos hace diferentes no es el sindicato sino los funcionarios. Los sindicatos docentes tienen que hacer de sindicatos docentes. Defender los derechos laborales de los trabajadores y algunas cuestiones de política educativa, pero sin cogobernar. Pueden fijar su posición, pero finalmente el poder político democrático es el que adopta la solución”, explica Narodowski. Y pone como ejemplo la decisión de muchos gobernadores de posponer la vuelta a las clases presenciales en la pos-pandemia para evitar la inversión en infraestructura que implicaba y seguir ahorrando en suplencias.

Preocupaciones

El peronismo luce descolocado ante la enorme novedad que supone la consolidación política de Milei, huérfano de conducción, sin un nuevo modelo de organización a la vista y programáticamente extraviado. ¿Qué propone el peronismo en relación a las principales preocupaciones sociales? ¿Qué tiene para decir sobre inflación y estabilidad macroeconómica, después del fracaso de su último gobierno? ¿Y sobre inseguridad? Entre Raúl Zaffaroni y Sergio Berni, ¿está pensando en algo nuevo? ¿Qué propone sobre el mundo del trabajo y la nueva realidad del empleo de plataformas, el comercio electrónico y el cuentapropismo? ¿Y sobre la reforma del Estado, al que sigue defendiendo pero “en abstracto”? Sabemos lo que ofrece Milei: ajuste, mano dura, recortes. ¿Sabemos lo que propone el peronismo? ¿Cuál es exactamente su promesa?

De todas las alternativas, la peor es la que aconseja sentarse a esperar el derrumbe inminente del gobierno. “Tarde o temprano esto se cae”, dice Cristina. Puede ser verdad, pero como estrategia es pésima, por tres motivos: porque va contra un deseo social (la gente entiende el sacrificio que implicó el ajuste y no quiere volver a la inflación desbocada y el dólar por las nubes); porque aunque es cierto que el modelo actual es insostenible, el final puede demorar años, como sucedió con la convertibilidad, o puede llegar un giro a tiempo (el gobierno ya demostró su pragmatismo y en cualquier momento puede corregir el atraso cambiario). Y, finalmente, porque nada garantiza que el fracaso de Milei recompondrá el viejo sistema político. ¿Dónde está escrito que después de Milei volverá el peronismo? A Milei lo puede suceder un líder de derecha clásica, un cocinero, Agustín Laje, un policía, otro Milei. En Perú, que es nuestro espejo trágico, un outsider sigue a otro outsider: militares golpistas, banqueros, ignotos maestros de escuela. Argentina cambió mucho, y el futuro está más abierto de lo que estamos dispuestos a admitir. 

Notas:

1. La transformación del justicialismo. Del partido sindical al partido clientelista, 1983-1999, Siglo XXI, 2005.

2. https://www.infobae.com/educacion/2025/05/06/prueba-aprender-solo-el-45-de-los-alumnos-de-tercer-grado-alcanza-el-nivel-esperado-en-lectura/

3. https://www.utdt.edu/ver_nota_prensa.php?id_nota_prensa=21719&id_item_menu=6

4. No hay datos oficiales, así que me guío por indicios como estos: https://www.latecla.info/166-la-provincia-evalua-el-ausentismo-docente

5. https://www.infobae.com/educacion/2018/02/17/el-67-de-los-docentes-bonaerenses-pidio-al-menos-una-licencia-el-ano-pasado/

Fuente: https://www.eldiplo.org/313-la-guerra-infinita/un-peronismo-sin-ideas/