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Reducción de la jornada laboral y aumento de salarios

Una nueva bandera para la clase trabajadora

Fuentes: Socialismo Revolucionario

La inseguridad laboral y los accidentes de trabajo están directa y comprobadamente asociados a las extenuantes jornadas de trabajo, fruto del avance patronal sobre la mayoría de las conquistas obreras. Lo demuestra una vez más la tragedia de los mineros de Río Turbio con jornadas de más de 8 horas en un trabajo claramente insalubre […]

La inseguridad laboral y los accidentes de trabajo están directa y comprobadamente asociados a las extenuantes jornadas de trabajo, fruto del avance patronal sobre la mayoría de las conquistas obreras. Lo demuestra una vez más la tragedia de los mineros de Río Turbio con jornadas de más de 8 horas en un trabajo claramente insalubre y bajo condiciones laborales irregulares. Los 14 muertos en la mina son asesinatos, perpetrados por una clase y un estado criminal, que con cada firma de nuevos convenios a la baja, nuevas reglamentaciones laborales y con intensificación y aumento de la jornada laboral firman la sentencia de muerte de más y más trabajadores. La tragedia ocurre por la falta de previsión e inversión en la mina y es una consecuencia directa de la privatización, ya que los trabajadores encargados de mantener el buen funcionamiento de la cinta que desató el incendio, fueron despedidos durante la misma. No es casualidad la ira de los mineros, que acaban de desplazar en Asamblea a la conducción sindical de ATE por complicidad con las condiciones imperantes.

En el gremio de la construcción la siniestralidad creció el 134% y 145 trabajadores de 1000 sufren accidentes, muchos de ellos mortales. La Superintendencia de Riesgos de Trabajo (SRT), difundió que en los primeros nueve meses de 2003 se registraron 50.000 accidentes más que en el mismo período de 2002. Según estos datos, se ha dado un aumento de la siniestralidad de 18,7%, lo que significa un promedio de 60 muertes mensuales.

En el 2003 la jornada laboral era en promedio de 9 horas y medio, pero se supone que la reactivación empujó hacia arriba la jornada de trabajo y las horas extra antes que la contratación de nuevos empleados. En el 2004 presumiblemente estaríamos acercándonos a las 10 horas de trabajo promedio, el mismo que la legislación inglesa declaraba como legal en 1848, año que dio a luz el manifiesto comunista de Karl Marx. Si se lo compara con los registros nacionales ya nos estamos aproximando a 1887. La clase capitalista impuso un retroceso del mercado laboral de un siglo y medio pero todavía cree que las pautas y las leyes laborales no son lo suficientemente flexibles. Ellos siguen conquistando pequeños triunfos, como el que coronó el acuerdo en el gremio gastronómico con el inefable Luis Barrionuevo.

Según consignó Laura Vales hace un tiempo, «el acuerdo permite una ilimitada cantidad de contratos basura, da vía libre a los dueños de hoteles y restaurantes para disponer de los trabajadores para cualquier tipo de tarea, con jornadas que pueden durar hasta 12 horas diarias y turnos rotativos y crea en el escalafón laboral una categoría inferior, inventada al solo hecho de contar con un salario barato».  El Convenio Colectivo gastronómico, el primero luego de la derogación de la ley Banelco, asegura el derecho del vampiro a la posesión ilimitada y completa del tiempo del trabajador,  mientras que el descanso para almorzar no será parte de la jornada laboral, las horas extras no darán derecho al correspondiente franco compensatorio y el empresario puede disponer a su gusto de la rotación horaria de cada empleado.

El tiempo, como decía Marx, es el espacio en que se desarrolla el hombre. «El hombre que no dispone de ningún tiempo libre, cuya vida, prescindiendo de las interrupciones puramente físicas del sueño, las comidas, etc., está toda ella absorbida por su trabajo para el capitalista, es menos que una bestia de carga». En la época de la red informática y la globalización electrónica de los flujos de capital, cuando algunos teóricos creyeron encontrar un ángulo imprevistamente progresivo a la «era del imperio» asegurando el «fin del trabajo» y auspiciando una renta ciudadana universal y no el reparto del trabajo disponible, constatamos una vez más la desesperante y obsesiva carrera del capital por robarle a la clase trabajadora cada segundo, cada minuto de su tiempo libre. En la Argentina de los últimos 10 años el 42% de los nuevos convenios firmados por empresarios y sindicalistas contiene cláusulas de alargamiento de la jornada laboral. ¿Cómo podría ser compatible la idea según la cual la ley del valor y el tiempo de trabajo ya no estarían en el centro de la creación de riqueza, mientras cada segundo, cada descanso, cada almuerzo, cada partícula del tiempo disponible se transforma en un campo de batalla de clases?

El desempleo, por otra parte, no requiere para ser explicado una nueva «sociología de la exclusión». Se trata de un mecanismo de mercado, desplazando trabajo necesario para acumular nuevas cuotas de trabajo excedente. Pero en un país cuya economía se primariza y desindustrializa y se hipoteca el superávit fiscal en beneficio de los acreedores y los organismos de crédito internacionales, los aumentos de productividad que desplazan trabajadores de determinadas ramas de la producción, no encuentran salida en ningúna otra. Los niveles históricamente bajos de inversión, la falta de un mercado de capitales autóctono y la fuga permanente de divisas revelan el tipo de acumulación capitalista que le es específico y que impide la resolución, mediante los mismos métodos capitalistas, del azote del desempleo.
No es casualidad entonces que estemos en presencia de un récord histórico sin precedentes en la distribución del ingreso. Los nuevos datos indican que el 10% más rico se embolsa el 44,5% de los ingresos, 50 veces más que el 10% más pobre, una proporción 4 veces superior a la que existió en los años ’80 bajo el gobierno de Alfonsín cuya distancia era de 13 veces.

El salario promedio asciende a 674$, debajo de la línea de la pobreza, mientras más del 45% de los trabajadores está en negro. Los aumentos de productividad que ascienden casi al 100% en la industria en más de una década aseguraron un incremento en los beneficios del capital mientras que empeoraron en forma absoluta (baja salarial, intensificación de los ritmos de trabajo y aumento de la jornada laboral) la explotación de la fuerza de trabajo. Mientras en los últimos 10 años la cantidad de trabajadores que ocupaban una jornada laboral de entre 30 y 45 horas disminuyó, crecieron proporcionalmente los que la hacen más de 60 horas y aquellos que trabajan menos de 30 horas, los subocupados, que encubren en realidad precariedad y desempleo. El aumento de las ganancias capitalistas se ejecuta mediante un procedimiento que socava al mismo tiempo los beneficios de largo plazo: mediante la sobreexplotación de la inmensa mayoría de la población trabajadora, deprimiendo estructuralmente la demanda doméstica, reproduciendo y aumentando la desigualdad social y apostando a la vía exportadora y al consumo restringido de una franja social privilegiada. Esta base estrecha es la que explica también la incapacidad de establecer una nueva hegemonía política de masas.

La reducción de la jornada laboral como exigencia civilizatoria

Mientras en épocas anteriores la lucha por la reducción de la jornada de trabajo ponía al tiempo libre en el centro de la reivindicación obrera, la etapa actual nos abre a una necesidad más crucial y más urgente de preservar las capacidades físicas y morales de la clase trabajadora de la descomposición al a que se ve sometida por la voracidad del capital. El tiempo libre depende ahora de esta exigencia. A fines del siglo pasado una escasez de mano de obra severa y un aumento salarial concomitante contribuyó a que la clase trabajadora australiana sea la primera en conseguir la jornada de 8 horas, reclamo central de la fundación en 1889 de la Segunda Internacional. Pero en nuestro país la exigencia de la reducción horaria no puede alcanzarse mediante la lucha reivindicativa ni la lucha de clases puede navegar sobre la ola favorable del marcado de trabajo. De hecho no será posible reducir sustancialmente el desempleo a pesar del ciclo de ascenso de la economía. En esto reside la inexistencia de un auge de luchas salariales, sobre todo en el ámbito privado. La lucha económica reivindicativa por salarios se ve enormemente dificultada por las condiciones actuales del mercado laboral.  La reducción de la jornada y la campaña por las 6 horas de trabajo constituyen un desafío de carácter político, desafiando a quienes pretenden que la polaridad sociológica de exclusión-inclusión desplazó definitivamente a la de capital-trabajo, ocultando que es, al revés, una función inherente de ella.

Un planteo de éstas características tiene en nuestro país un alto ingrediente de lo urgente. La case obrera se ve sometida a la carrera contra reloj de ser ella arrojada a las filas de una subclase sin esperanza de un empleo futuro. Cuanto más crónico se haga el desempleo de masas, más sectores ya hoy desempleados serán llevados a la marginalidad y a revestir en las filas del lumpenproletariado. Estamos lejos todavía de esa situación. A fines del 2000, sólo un 10,7% de los desempleados permanecían como tales por más de un año. Es un porcentaje en crecimiento si se lo compara con el 9,1% de 1991 o el 8,8% de 1996. Estos datos, sumados ha hecho de que no ha habido una explosión de trabajo por cuenta propia, revelan que los desempleados pueden ser considerados en su gran mayoría como parte estructural de la clase trabajadora y revisten aún el estatuto de una mano de obra de reserva, aunque cuanto más tiempo pase y más crónico se haga el desempleo en Argentina (como lo es hoy en otros países latinoamericanos) más contingentes obreros serán arrojados al abismo.

La campaña lanzada por los trabajadores del Subte por la reducción de la jornada laboral a 6 horas tiene una importancia vital para el movimiento obrero argentino. Junto a un verdadero plan de obras públicas es la base sobre la cual se puede dar una lucha unificada entre los trabajadores ocupados y desocupados para repartir las horas de trabajo, incorporar en masa a los desocupados a la producción, terminar con las jornadas agobiantes y, así disminuir, a su vez, sustancialmente la precarización del empleo y los accidentes de trabajo. Sólo de esta manera podrá sostenerse una lucha eficaz por el aumento del salario a largo plazo. Mediante un aumento generalizado de haberes que aseguren una canasta familiar es posible al mismo tiempo prescindir de las horas extra y asegurar así la eliminación del desempleo. Este planteo es opuesto a la demagogia de la «producción y el trabajo» de Kirchner, que mediante la nueva ley laboral votada en el Congreso consagra la flexibilización laboral y el sobretrabajo que impusieron los empresarios desde la época del menemismo y constituye un instrumento formidable de la lucha anticapitalista.

La recomposición de la clase trabajadora debe hacerse sobre nuevas bases

Así como los trabajadores de Zanon y de las fábricas ocupadas hicieron «historia», porque plantearon ante los ojos de millones de trabajadores que sin patrones los trabajadores pueden manejar las fábricas y que es posible por medio de la lucha y la acción directa imponer los reclamos de los obreros incluso contra la propiedad privada y su derecho sacrosanto, también aquí, en la lucha y el planteo de los trabajadores del Subte anida un planteo de carácter histórico: la idea de que frente a la crisis capitalista y un desempleo estructural, es necesario reorganizar todas las fuerzas de la sociedad para permitir que todos trabajen, incluso atacando sustancialmente la ganancia capitalista. Estos dos planteos son históricos porque ofrecen una nueva bandera que la clase trabajadora deberá necesariamente colocar a su frente para triunfar. Paradójicamente la crisis y fragmentación que sufre ésta nueva clase trabajadora, que tiene características muy diferentes a la del pasado, tiene la oportunidad de superar los métodos y los horizontes estrechos que le imprimiera la vieja burocracia sindical. El reclamo corporativo y la defensa del aparato y la caja de la obra social a costa de la clase obrera de conjunto hace rato que no tiene más nada que ofrecerle a las bases sindicales. Sin un nuevo horizonte y un nuevo programa, no hay futuro.

La idea de asociarse al estado capitalista y exigir ciertas reivindicaciones a cambio de la estabilidad del sistema se encuentra hoy completamente perimida. La clase capitalista no entregará nada que no se le arranca mediante la más decidida acción revolucionaria. El impasse de los viejos métodos abre esperanzas para una nueva reconfiguración política de clase.

Quizá, después de todo, no sea casualidad que sea en éste preciso momento que los trabajadores del Subte se hayan decidido a lanzar la campaña nacional por la jornada laboral de 6 horas, extendiendo su propia experiencia y conquista al resto de los trabajadores. Es un síntoma de la época. Y una oportunidad inigualable para las organizaciones socialistas y revolucionarias. Ellas también deberán medirse de aquí en más por su actitud ante un planteo de carácter histórico, sostenido no ya sólo por las organizaciones socialistas, sino por una de las secciones más combativas de la clase trabajadora argentina de hoy, que está realizando una tortuosa experiencia. Esta convocatoria pone a prueba nuestra capacidad para contribuir en la dificultosa y apasionante tarea de recomposición de la conciencia de clase. En la reducción de la jornada laboral y la conquista del tiempo libre reside el núcleo emancipador del comunismo. El requisito supone lógicamente la superación del mismo capitalismo, es decir la ganancia y la propiedad privada que la fundamenta. A pesar de la propaganda de los profetas neoliberales, a fin de cuentas no parece tan pasado de moda el Manifiesto Comunista. Las nuevas maravillas de la ciencia y la tecnología, los adelantos productivos en vastos campos de la producción y los servicios, la internacionalización creciente de todos estos procesos que permiten hablar hoy antes que nunca de un verdadero «género humano», todos estos motivos parecen asentar más firmemente que antes las premisas de la realización del socialismo. Se trata entonces de un campo de acción político e ideológico espléndido. Y de un desafío para todo genuino socialista.

El segundo encuentro realizado el 3 de julio pasado en las instalaciones del hotel Bauen ha dado otro paso adelante, constituyendo una coordinación de todas las organizaciones sindicales, sociales y políticas que están dispuestas a impulsarla.

¡Adelante con la campaña nacional por la jornada laboral de 6 horas!

5 de Julio del 2004