La ilegal e improcedente ocupación militar británica de las Islas Malvinas desde 1833, sin lugar a dudas parte inalienable del territorio argentino, se cuenta entre los contados casos de colonialismo que aún, en pleno siglo XXI, persisten en el mundo. Se trata de un agresivo empecinamiento que ha impuesto por la fuerza al pueblo argentino […]
La ilegal e improcedente ocupación militar británica de las Islas Malvinas desde 1833, sin lugar a dudas parte inalienable del territorio argentino, se cuenta entre los contados casos de colonialismo que aún, en pleno siglo XXI, persisten en el mundo.
Se trata de un agresivo empecinamiento que ha impuesto por la fuerza al pueblo argentino la secesión del estratégico archipiélago del Atlántico Sur, que incluso en nuestros días se ha revelado, junto a su tradicional potencial pesquero, como una importante área con posibilidades de explotación petrolera, característica esta última que Londres se ha propuesto controlar y desarrollar por encima de los acuerdos con Buenos Aires que limitan acciones depredadoras de semejante magnitud.
Lo cierto es que la arbitraria presencia inglesa, que no pocos estudiosos identifican con un total acto de piratería desde sus inicios hasta hoy, ha promovido incluso una dolorosa guerra con Argentina en la pasada década de 1980.
Por añadidura, Gran Bretaña se niega a dialogar civilizadamente con las autoridades de Buenos Aires, empeñadas en un arreglo pacífico del conflicto, e incluso anunció que en este inminente mes de marzo ejecutará un titulado «referendo» para que los «naturales» de las Islas Malvinas expresen su voluntad acerca de los lazos con Londres.
Amén de una acción unilateral en un tema que concierne a los reclamos territoriales de un estado soberano, la mencionada votación no pasa de ser una burda mofa, toda vez que la inmensa mayoría de los actuales pobladores de las Malvinas son súbditos directos de la corona británica por lo que su respuesta es ya conocida de antemano y, consecuentemente, contraria de la voluntad argentina.
De más está decir que en su lucha por la recuperación de las referidas islas, la nación austral ha contado siempre con la más estrecha solidaridad del resto de América Latina y el Caribe, aún en medio de oscuras épocas políticas en la región.
Un apoyo regional que ha llegado a potenciarse con especial fuerza a partir del surgimiento en el sur del Hemisferio de numerosos gobiernos de corte popular y progresista, y de entidades regionales de nuevo tipo como la Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR); la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA); o la aún novel Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) cuya presidencia temporal ejerce Cuba este año, un país que, por demás, ha proclamado desde siempre su respaldo a la integridad territorial de Argentina y a su demanda de ejercer la soberanía sobre las disputadas islas del Atlántico Sur.
En consecuencia, Londres tal vez podrá llevar adelante la planeada mascarada en torno al referendo en las Malvinas, pero con la seguridad de que semejante acto de prepotencia no hará otra cosa que ahondar su imagen de imperio trasnochado entre los pueblos de un área geográfica donde ha sonado la hora de la marcha unida contra el injerencismo y la depredación foráneas.
Desde luego, bajo la dirección de Cuba, la CELAC, junto a otras tribunas latinoamericanas y caribeñas, de seguro reiterarán su absoluto e incondicional apoyo al hermano pueblo argentino.