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Sobre el proyecto de construcción del tren bala

Una represa en el Sáhara

Fuentes: Rebelión

Aunque parece evidente que un producto para el cual no hay compradores no se producirá, este principio no se cumple; el neoliberalismo lo ha reformulado: si la necesidad no existe, se inventa. Un caso paradigmático fue la construcción en Filipinas, hace más de 30 años y bajo la dictacura de Marcos, de una central nuclear […]

Aunque parece evidente que un producto para el cual no hay compradores no se producirá, este principio no se cumple; el neoliberalismo lo ha reformulado: si la necesidad no existe, se inventa.

Un caso paradigmático fue la construcción en Filipinas, hace más de 30 años y bajo la dictacura de Marcos, de una central nuclear que costó 2.500 millones de dólares. Su viabilidad fue supervisada por organismos internacionales y de los EEUU. La obra la llevó a cabo Bechtel, especialista en el rubro y los reactores los vendió Westinghouse, generando una deuda externa que el pueblo filipino paga regularmente desde entonces, la cual crece al mismo ritmo que se paga, como es de práctica.

El problema es que la central nuclear nunca funcionó. Había sido construída en terreno sísmico.

Cuando retornó a la democracia, Filipinas demandó por las responsabilidades ante los tribunales de los EEUU, acordados en los contratos. La sentencia fue en contra de Filipinas, que entonces debió afrontar, también, el pago de las costas.

En Argentina, la presidenta Fernández acaba de aprobar la construcción de un Tren Bala, a un costo programado de 2500 millones de Euros, que uniría, al final de la obra, las ciudades de Rosario, Buenos Aires y Córdoba, a una velocidad de 320 km. por hora y un precio, estimado, al de un pasaje de avión. En caso que tal vehículo funcionara, sólo una ínfima minoría podría utilizarlo, que se ampliaría un poco más si fuera subsidiado por el estado, con lo cual, los que jamás podrán siquiera aspirar a pisar el interior del tren bala, por vía, vg., del impuesto al consumo de alimentos (IVA), terminarán aportando al pago no sólo de su construcción sino del subsidio.

No es sencillo defender una obra semejante, mucho menos si consideramos que en pleno auge del neoliberalismo, Menem desmanteló la mayor parte de la estructura ferroviaria existente, indispensable en un país de las características de Argentina. Su reestructuración demandaría apenas tres cuartas partes de lo que cuesta el tren bala, según estudios recientes de especialistas cercanos al cineasta Pino Solanas.

Sustenta la presidenta la iniciativa diciendo que no cuesta nada, con siete años de gracia y 30 de financiación. Sin entrar en consideraciones técnicas y numéricas, futuras refinanciaciones y todo lo que ya conocemos de deuda externa en este país, lo que es difícil de entender es que luego de tanta mala experiencia, la presidenta siga creyendo que la banca internacional tiene vocación filantrópica.

El aumento de cargos a la exportación de alimentos, con duras reacciones de los sectores más pudientes del campo argentino, abrió la esperanza de un debate olvidado sobre impuestos progresivos, tenencia de la tierra, salarios de peones rurales, exportación de alimentos, incluso sobre el papel de las multinacionales que manipulan la información, con quiénes el gobierno se ha reunido frecuentemente estos días. Todos con fuerte poder de lobby.

Sin embargo, también logró que Tirios y Troyanos critiquen al unísono (por motivos diferentes) la anunciada obra. Sin pretensión de augur, es indudable que la popularidad de la presidenta daría un salto si, recogiendo la voluntad mayoritaria, decidiera postergar -a mejor fortuna- este especie de represa en el Sahara y anunciara el comienzo inmediato de la restauración de la red ferroviaria.

En palabras de Eric Fromm, la mayoría de las personas se niegan a reconocer que en su vida encaran realmente una alternativa. Creen tener toda clase de opciones, lo cual no suele ser realista, porque el pasado, su constitución y su situación no les han dejado demasiadas. Aunque también en este punto podría ocurrir un suceso inesperado, extraordinario, que pocas veces ocurre a una persona y por el que no debemos jugarnos la vida.

Resta saber si la presidenta tiene la libertad de elegir.