«El aborto es cuestión de vida o muerte», se titula el documento emitido por el Episcopado Argentino para justificar su insistente campaña a favor de la muerte de mujeres pobres que no tienen los medios para acceder al aborto seguro. Tienen razón. Es cuestión de vida o muerte. Hoy, en el Hospital de Wilde, una […]
«El aborto es cuestión de vida o muerte», se titula el documento emitido por el Episcopado Argentino para justificar su insistente campaña a favor de la muerte de mujeres pobres que no tienen los medios para acceder al aborto seguro.
Tienen razón. Es cuestión de vida o muerte. Hoy, en el Hospital de Wilde, una mujer de 35 años murió por una hemorragia causada por un aborto clandestino realizado con métodos caseros. Era una mujer pobre, claro.
La discusión por el aborto está atravesada por una cuestión de clase. Las mujeres pobres se mueren, como sucedió hoy, porque no pueden pagar su aborto en una clínica privada como hacen las mujeres ricas, que solucionan el problema con una intervención rápida, indolora y sin riesgos.
La penalización del aborto, acompañada por las campañas de la Iglesia Católica contra la educación sexual, los anticonceptivos y el preservativo no evita los abortos, sino que los aumenta en número y riesgo, discriminando cómo se realizan de acuerdo a la condición social de las mujeres.
Empecemos a llamar a las cosas por su nombre. Alguien tiene que hacerse cargo de muertes como la de hoy. ¿Cuántas más vamos a esperar? Ustedes la mataron, señores del Episcopado. Todos la matamos por permitir tanta hipocresía, tanta mentira, tanta doble moral. Si el aborto fuera legal, seguro y gratuito, esta mujer estaría viva. Tan simple como eso. ¿Ustedes defienden la vida? No mientan más. Cada mujer que muere por un aborto clandestino es una prueba del crimen que como sociedad estamos cometiendo.
¿Hasta cuándo?