En el país donde nació el Papa se aprobó el pasado 14 de junio una ley que permitirá la interrupción voluntaria del embarazo. Dicho de otro modo, menos cómodo para el Vaticano y sus epígonos locales: Jorge Bergoglio no pudo evitar la legalización del aborto en Argentina. Impensable un mejor homenaje de la Historia para […]
En el país donde nació el Papa se aprobó el pasado 14 de junio una ley que permitirá la interrupción voluntaria del embarazo. Dicho de otro modo, menos cómodo para el Vaticano y sus epígonos locales: Jorge Bergoglio no pudo evitar la legalización del aborto en Argentina.
Impensable un mejor homenaje de la Historia para Ana María Piffaretti, luchadora feminista y militante por el socialismo, secuestrada el 28 de junio de 1978. La llamábamos Inés en la clandestinidad de aquellos años de resistencia a la dictadura.
Días antes del zarpazo la mafia de la AFA y otra del mismo jaez, presidida por un torpe asesino ultracatólico apellidado Videla, habían triunfado en el mundial de fútbol.
Mafia es un modo abreviado de decir «asociación delictiva en defensa de la sociedad capitalista». Abreviado y equívoco. Porque no se trata de excrecencias contra natura. Manipulación de un pseudo-deporte, violencia militar salvaje, enajenación religiosa, son funciones vitales para la sobrevivencia del sistema.
Como sea, el hecho es que 40 años atrás fue secuestrada Inés. Casi en el aniversario exacto de su desaparición forzada el aparato institucional de la burguesía fue obligado a salir del oscurantismo católico. La sociedad, con las mujeres a la vanguardia, dio este paso adelante sobreponiéndose a un retroceso sin precedentes de la lucha de clases en Argentina.
Inés era una joven revolucionaria marxista, internacionalista. Educada en escuelas de monjas. Fuerte, firme, como un roble en el vendaval. En los últimos años de la década de 1960, antes y después del Cordobazo, junto a un grupo de estudiantes rebeldes, llevaba la noción de «planificación familiar» a las familias obreras de Córdoba. En la organización que integraba teníamos claro que la esposa tradicional era un freno para el obrero que despertaba a la conciencia y la lucha. Que no habría revolución social sin emancipación de la mujer. Pródiga en todo, Inés emprendía aquella tarea militante con ímpetu especial. Seguiría haciéndolo años después, bajo otra dictadura, con obreras y obreros de la planta Ford-Pacheco, donde utilizaba su lugar como nutricionista para continuar la batalla por las ideas, para reorganizar fuerzas pese a las condiciones impuestas por el terrorismo de Estado.
Evoco esos momentos y recuerdo su convicción al explicar a mujeres reticentes el significado de su propia libertad, de romper con las sujeciones de la falsa moral burguesa, de las imposiciones de la iglesia, del marido inconsciente, de la familia incapaz de ver cuánta opresión hay en la forma de amar a los suyos. ¡Cómo relucía su bravura!
Brilló mucho más a poco andar, cuando debimos compararla con la cobardía militar, la complicidad ensotanada, la omisión de ciudadanos aterrados por la represión, confundidos por la ausencia de una genuina vanguardia, sumisos por atavismos sólo superables en períodos de alza revolucionaria.
Aun así, 40 años después aquella labor de Inés -y de miles como ella- ha dado fruto. Magro y agridulce en comparación con lo anhelado y necesario; extraordinariamente significativo para la realidad argentina, su pasado cercano y su futuro.
Apropiación burguesa de nuestras reivindicaciones
Cuando una exigencia social se vuelve invencible, el sistema apela a la apropiación del objetivo para cambiarle el significado. El impetuoso movimiento de mujeres en Argentina acumula fuerzas a escala masiva desde hace tres décadas o más. Con el precedente de una lucha obrero-estudiantil que marcó rumbos en los 1960 y 1970; con el sacrificio de miles como Inés, pero también de otros tantos varones que en diferente grado comprendieron la urgente e insoslayable exigencia de bregar por la emancipación de la mujer si es que de verdad se lucha por la emancipación social, por el socialismo. Así se llegó a la conquista institucional de legalización del aborto.
La reacción ya es visible. Comentaristas de radio, televisión y prensa escrita al servicio de la iglesia, escupen odio hasta niveles intolerables. Pero a todos ellos les ganó Francisco, quien fuera de control reveló en un discurso improvisado su verdadera condición: «El siglo pasado todo el mundo era escandalizado por lo que hacían los nazis para cuidar la pureza de la raza. Hoy hacemos lo mismo pero con guantes blancos», dijo con el rostro descompuesto.
El dulce Francisco llamó nazis a la mayoría de los diputados/as que votaron la ley; a cientos de miles de personas, sobre todo mujeres jóvenes, que se movilizaron en cada Capital y acorralaron a los legisladores; a las decenas de millones que apoyamos el significado esencial de esa ley. Silente durante la dictadura, Bergoglio califica hoy como nazi al pueblo argentino.
Eso se llama sangrar por la herida. Y exponer las entrañas. El ultraderechismo del papa queda a la luz en su raíz ideológica con esta comparación falaz, tramposa, descontrolada por la ira y la frustración. De aquí puede inferirse la beligerancia extrema de su conducta futura. No trepidará en recurrir a los peores excesos, incluso la violencia terrorista, ejercida por señoritos enajenados de Barrio Norte y fascistas de prosapia camuflados en la masa de desocupados donde con financiación vaticana operan para manipularlos. Bergoglio hará lo imposible por no quedar en la historia como modelo del fracaso.
El Vaticano no se lo perdonará. Autodenominado Juan Pablo II, Karol Wojtyla llevó a Polonia a una contrarrevolución sin precedentes. Aun adoptando de manera oportunista el nombre Francisco (la consecuencia lo obligaba a llamarse Ignacio, pero esto era demasiado frontal contra el Opus Dei), Bergoglio no pudo impedir que en su país cayera una columna del dogma católico, pese a intervenir descaradamente para manipular organizaciones sociales y políticas; pese a que apeló a los más bajos recursos para lograr votos a favor del No.
Su extremismo será aprovechado por quienes se aprontan a adueñarse del éxito de una poderosa fuerza social, con raíces históricas y proyecciones políticas. Sólo necesitan buscar lo que sesudos representantes del poder establecido denominan «punto medio».
Tienen cómo intentarlo: de las 100 mujeres integrantes de Diputados gracias a la ley de cupo, 50 votaron a favor del proyecto, 49 se pronunciaron en contra, una se abstuvo. Pero no sólo aquellas que traicionaron su condición femenina cuentan en la próxima confrontación.
Habrá una batalla singular en el movimiento de mujeres, cualitativamente superior a la que pudo verse hasta ahora en multitudinarios Encuentros anuales. El pensamiento y la acción revolucionarias tienen una prueba severa por delante. Sin distinción de género. Se trata de impedir la subordinación institucional del poderoso movimiento expresado en el Congreso el 14 de junio.
De Argentina, para América Latina
A retaguardia en todo sentido, y aun así alcanzando la legalización de aborto, Argentina se ubica en ese punto a la vanguardia del continente.
Vale repetirlo una vez más: el sistema mundial pretende presentar al gobierno de Mauricio Macri como contraparte ejemplar de la propuesta revolucionaria simbolizada por Venezuela y el Alba.
Aunque una mayoría en el movimiento de mujeres no lo admite, fue Macri quien habilitó en febrero pasado el debate parlamentario de una ley sobre el aborto. Cada quien puede hacer la suposición que mejor entienda para explicar ese paso inesperado. Incluso la vacua alusión al intento de tapar con esto la gravísima situación económica.
El hecho es que alguien -que no necesariamente integra el poder ejecutivo- buscó ejes temáticos de confrontación asimilables por el sistema capitalista y desafiantes para posiciones de avanzada, reales o no. De aquí en más quienes articularon esta exitosa operación, buscarán cobrar el rédito. Dentro y fuera de Argentina.
Apenas horas después de la votación en Diputados, los bloques del peronismo (Federal y kirchnerista), anunciaron que apoyarían el texto en el Senado. Cristina Fernández y su esposo bloquearon durante 12 años la presentación de proyectos a favor de la despenalización del aborto. Fernández explicó su giro en redondo por la presión de su hija. Poco tiempo atrás transvasó 4 millones de dólares inexplicables en su poder a una caja de seguridad de su hija. Ahora le transpasa la responsabilidad por este descarado oportunismo. Es de esperar que miles de mujeres cuyo abnegado compromiso con la lucha por la votación positiva en Diputados contribuyó con el resultado, saquen todas las consecuencias de esta conducta sin otro principio que la salvación individual. En cualquier caso, el oficialismo cobrará su cuenta.
En política internacional, único punto en el que el gobierno Macri aplica efectivamente una línea de acción estratégica, se pretenderá hacer aparecer este hecho sobresaliente como resultado de la superioridad del capitalismo sobre los propósitos de transición al socialismo. Venezuela y los gobiernos del Alba tienen aquí uno más de sus innumerables desafíos. Y no será menor.
En esta batalla nacional e internacional ya iniciada cabe a la militancia revolucionaria marxista un lugar decisivo. No con palabras -mucho menos gritos destemplados- sino con acciones sabiamente definidas como perspectiva antisistema para el movimiento de mujeres. La coincidencia de la votación de esta ley con el aniversario del secuestro de Inés reafirma una mirada optimista hacia el futuro. Está probado: el coraje fructifica.
@BilbaoL
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