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Entrevista a Silvio Schachter del Consejo de Redacción de la revista 'Herramienta'

«Villa miseria también es América»

Fuentes: Rebelión

M.H.: Se cumplieron 51 años del Cordobazo. ¿Cómo lo viviste?

S.S.: Yo estaba en el colegio secundario. Mirábamos las imágenes de la pueblada en los noticieros, donde se veía cómo obreros y estudiantes  tomaban el centro de Córdoba y hacían retroceder a la policía, imágenes que impactaron en una parte importante de mi generación y actuaron como un disparador para radicalizar la resistencia al Onganiato en todo el país.

Para mí fue un momento bisagra, en casa recibí una formación de izquierda y el Cordobazo fue clave para decidirme a tomar el camino de la militancia política. Para sumarnos a la lucha, en el colegio, con un grupo de compañeros creamos el Centro de estudiantes. Fue un acto claramente subversivo, pues la actividad política estaba prohibida, producto de nuestra audacia e inexperiencia  adolescente. Me costó que junto a otro compañero fuéramos  expulsados y terminara de cursar ese último año, en un colegio nocturno para adultos.

M.H.: Respecto de la situación actual has estado escribiendo sobre lo que sucede en nuestros barrios populares y villas de emergencia. ¿Qué nos podéis comentar al respecto?

S.S.: Hay mucho que pensar y  reflexionar sobre el tema. Ahora los medios están cubriendo lo que sucede allí por la pandemia, han puesto su mirada sobre estos  sectores de máxima vulnerabilidad, con enormes carencias de servicios básicos, donde las condiciones del hábitat son sumamente duras y precarias. Pero esas miradas que hay sobre estos territorios y sus habitantes no dejan de tener una lectura oportunista, más de temor que de comprensión.

Hay que decir que la situación crítica en las villas no es nueva. Las villas no aparecieron hace poco, tienen décadas de existencia. Ya en 1957 Bernardo Verbitsky escribió un libro, un clásico sobre el tema, Villa miseria también es América. Fue como un acto de bautismo nominal, pues de allí en más quedaron nombradas como villas miseria. 

M.H.: El padre del periodista.

S.S.: Sí, el padre de Horacio, el término después se utilizó para categorizar y dar nombre a esa desolación, al único espacio que podía dar respuesta a la búsqueda imperiosa de un lugar para vivir en los lugares remanentes de las ciudades o en sus  periferias. Este es el sector que más crece en las grandes ciudades, es un fenómeno que les es propio, aunque no exclusivo, a todas  las metrópolis o megalópolis de América Latina; lo que Mike Davis llama universalmente como “Planet slums” o “Planeta de favelas”.

Frente a la pandemia,  hay que tener en cuenta que en Europa los sectores más vulnerables se encontraron en las residencias de ancianos o en los trabajadores de la salud que estaban en la primera línea enfrentando el virus; en América Latina, además de esos sectores, que también han sido golpeados, se incorpora algo que en Europa no existe en esta dimensión, la enorme población que vive en hábitats de máxima precarización.

En América Latina un 25%, casi cien millones de habitantes viven en condiciones límite y un alto porcentaje se concentra en las grandes ciudades que a su vez tienen los índices más altos  de contagio, no solo por su densidad. En ciudades como Lima que tiene el 30% de la población de Perú pero acumula el 68% de los contagios, o en Santiago de Chile que tiene el 40% de la población y el 75% de contagios de todo el país y lo mismo ocurre en México DF o en Río de Janeiro y San Pablo que tienen estadísticas con cifras semejantes.

El caso más extremo habría que buscarlo en el área metropolitana de Buenos Aires, el llamado AMBA, porque con un 30% de la población de todo el país, tiene el 90% de los casos de infectados y un índice equivalente de víctimas fatales. Dentro de esos porcentajes los sectores más golpeados por la pandemia son aquellos que viven en villas miseria, favelas, barrios ranchos, callampas, o los distintos nombres con que se llaman a los territorios marginados y estigmatizados de nuestra América.  

A esta enorme población, de este continente transido de desigualdades, que es la que más padece la pandemia y sus consecuencias económicas y sociales, hambre y desocupación, no se le ofrece otra perspectiva que seguir sufriendo. 

Nadie puede decir que esto no era previsible. Me parece de un nivel de hipocresía tremendo.   Los que conocen la vida en estos barrios, me refiero a las organizaciones sociales que tienen asentamientos en esos lugares hace años, las Iglesias, las ONG, sectores vinculados a la investigación de las Ciencias sociales y principalmente el Estado que maneja muchísimas estadísticas sobre cómo es la vida y las condiciones de habitabilidad en estos sectores, no pueden alegar sorpresa, ni pueden decir hoy “yo no sabía que esto iba a pasar”, estaban todos los indicadores claros, ante esta desidia no vale alegar la teoría de la imprevisión.

El primer caso que apareció en Brasil creo que fue el 26 de febrero y el 3 de marzo llega el primer caso a Argentina, ya pasaron más de 90 días. Entonces ¿por qué no se tomaron medidas antes? ¿Por qué fue tan tardía e insuficiente la respuesta, por qué se subestimó el impacto que tendría en esos territorios?

Por un lado, se tomaron acciones urgentes para un inmenso y costoso operativo  de  repatriación de turistas que estaban en el exterior, ofreciéndoles aviones, testeos, hospedaje  pero no se empezó en ese mismo momento a cuidar a la gente más vulnerable. Dadas las condiciones de indigencia estructural, como mínimo se debía haber actuado con una inmediata política de contingencia tomando todos los recaudos y acciones para aminorar el impacto, porque estaba claro que hasta allí iba a llegar el virus con mas contagios, como llegó a toda América Latina, que se ha ido transformando en el centro de la pandemia.

El consumismo forma esencial de realización del ciclo capitalista se congeló

M.H.: Leí una entrevista que te hicieron donde decís “vivimos el just in time”. ¿Qué significa?

S.S.: Cuando hablo de las ciudades latinoamericanas, que son megalópolis, con áreas metropolitanas de 14 millones de habitantes como Buenos Aires, o San Pablo cuya área metropolitana tiene 20 millones igual que el DF, hay que considerar que no solo nuestras megalópolis han sido afectadas por la pandemia.

Las principales ciudades o una parte de las ciudades que forman las denominadas “ciudades globales”, urbes que forman parte de una red en la que se despliega la globalización capitalista, cuya importancia está por encima inclusive de muchos Estados, son las que han sufrido también el mayor impacto de la pandemia. Me refiero a Madrid, Nueva York, Milán, Londres. Estas ciudades son el núcleo de un modo de funcionamiento de la economía basada en el llamado “just in time”, una mecánica que se basa en la rápida circulación de mercancías, sin estoqueo y, por consiguiente, de personas que llevaron el COVID 19 a estas ciudades. Esto no puede ser reemplazado por las redes de comunicaciones financieras y comerciales virtuales.

Cientos de millones de pasajeros que se mueven por el mundo junto a la circulación de mercancías son vitales en esta competencia descarnada, una especie de guerra fría comercial que se ha desatado entre los principales países y corporaciones del mundo. En el transporte marítimo, por ejemplo, la llegada demorada  de un barco cargado de contenedores  significa una multa enorme para la compañía que lo trae. El tiempo para la distribución de productos de distintos orígenes se ha acelerado muchísimo, y ese circular de mercancías y de personas es lo que le ha dado a esta epidemia un rasgo excepcional, que es su propagación a una velocidad nunca antes registrada en otras epidemias o fenómenos de este tipo. 

Ahora en el auge de la pandemia este circuito ha quedado paralizado, basta ver lo que pasa con el turismo, son 1.400 millones de turistas por año que son vitales para la economía de muchas ciudades y países que reciben y viven de esas multitudes, pues están atadas en muchos caso con exclusividad a ese modelo de vender ocio y cultura, ahora resulta difícil predecir cómo será la recuperación de ese sector.

Uno puede ver los aeropuertos vacíos, el símbolo de este desplazamiento frenético de pasajeros en el mundo, y los shoppings, las catedrales del consumo, cerrados, el consumismo forma esencial de realización del ciclo capitalista se congeló. Este ciclo ha sido gravemente afectado y yo creo que esta desesperación de los gobiernos de invertir gigantescas fortunas en la investigación y acelerar peligrosamente los tiempos de prueba de una vacuna para enfrentar el  virus, más que una razón humanitaria, tienen la necesidad de que el sistema vuelva a funcionar, se recupere rápidamente porque ha puesto al sistema capitalista frente a una crisis dentro de la crisis, que es inédita y para la que no estaba preparado.

Uno puede mirar la historia de las pandemias siguiendo la historia del urbanismo y de las ciudades. La civilización surge con la ciudad, con el primer asentamiento urbano. Las epidemias son un fenómeno básicamente urbano. Y si uno analiza desde la antigüedad hasta nuestros días, pasando por la Edad Media, las condiciones de vida en las ciudades en cada época, es muy gráfica la relación entre la forma y el espacio en que se desarrollaron a través de la historia las distintas epidemias.

Pero llamativamente las lecturas que se hacen de las ciudades durante el COVID19, son casi con exclusividad sobre lo que se ve, la vida trastocada, ciudades vacías, sin vida social, sin gente en las calles y cuando se habla de normalidad se habla de retornar a la vida previa. Pero no ha habido en estos días, reflexiones sobre por qué en las grandes metrópolis, especialmente de América Latina, el virus ha alcanzado los mayores porcentajes de contagios en cuanto a la relación con la cantidad de habitantes.

Es claro que en nuestro continente el crecimiento de estas desbordadas ciudades se ha dado fuera de toda planificación, con una distribución irracional de la población, con migraciones espontáneas fruto de la expoliación de los recursos naturales, de los modos productivos expulsivos y sometidos a la lógica de producción espacial del mercado.

Un análisis crítico sobre estos fenómenos debe ser parte del diagnóstico y de las propuestas civilizatorias de nuevo tipo, si queremos que estos dramas no se vuelvan a repetir.  

M.H.: ¿Querés agregar algo más?

S.S.: Hay mucho para decir, creo que se escucha mucho en estos días la imagen de que nada va a quedar igual, que marchamos hacia una “nueva normalidad” y escucho poco hablar de cómo va a ser, que no sea simplemente superar el drama inmediato de la pandemia y creo justamente que los momentos de crisis extraordinarias deberían servir para replantearse no recuperar la normalidad, sino tratar de pensar que esa normalidad nos llevó a esta situación, porque somos parte, somos responsables de la creación y la organización de este mundo que ha generado este y otros dramas pandemia, esa normalidad previa supone que seguirá el cambio climático, que mucho tiene que ver con este flagelo y sigue avanzando inexorablemente.

Estuve leyendo las medidas que empiezan a tomarse en las grandes ciudades de Europa, desde  un nuevo equipamiento, modelos de espacio público, menos público y menos social, hasta protocolos de funcionamiento regulado, en realidad lo que auguran esas medidas son ciudades más gélidas, de distanciamiento, de consolidación de prácticas de enclaustramiento, encierro y vida delivery, de avance de la vigilancia y el control, no observo una búsqueda superadora, sino que prevalece la idea de construir vínculos sociales más restringidos en base al miedo y eso me parece muy peligroso.

Raymundo Gleyzer tenía la trayectoria de un cineasta comprometido con la militancia

M.H.: Sé que sos amante del cine y se cumplió un nuevo aniversario de la desaparición de Raymundo Gleyzer, secuestrado el 27 de mayo de 1976.

S.S.: A mí me impacta muy directamente, porque mi madre, Mara Lasio, trabajó en su última película “Los traidores”. Recuerdo muy vívidamente cual era el clima político durante la filmación de la película que le costó la vida a Raymundo, porque él viene a la Argentina desde EE UU a terminar de compaginar y llevarse el material y es secuestrado en las proximidades del SICA, el Sindicato de los Trabajadores de la Industria Cinematográfica.

Casi todos los que actuaron en esa película tuvieron que exiliarse, Lautaro Murúa, Luis Politti y el protagonista, Víctor Proncet . Mi madre que tomó la decisión de quedarse tuvo que pasar a una clandestinidad casi absoluta, todos perseguidos al principio por la Triple A y luego por la dictadura.

Raymundo tenía la trayectoria de un cineasta comprometido con la militancia igual que mucha de la gente del cine y del teatro de esa época. El cine político, tanto documental como de ficción, tuvo mucho peso durante los años 60 y 70 en América Latina y Raymundo era parte de ese movimiento. El concebía el cine como una herramienta para pensar, al estilo de Serguei  Eisenstein, o como el teatro de Brecht, un vehículo artístico cultural para tomar partido ante la vida. Era un personaje decidido, audaz y creativo. La película es una denuncia feroz y contundente a la burocracia sindical.

M.H.: Dicen que el personaje de la película se refiere a José Ignacio Rucci.

S.S.: En ese momento se pensaba más en José Alonso o en otras figuras, había varios arquetipos. Creo que Raymundo no lo focalizó en uno solo, él conocía perfectamente el comportamiento de la burocracia sindical por su militancia de izquierda.

M.H.: Hoy estaba leyendo un texto de Gaggero recordando a Raymundo Gleyzer que hace esa reflexión.

S.S.: Hay muchos detalles que no llegué a conocer mientras se filmaba, pues había un compromiso de los protagonistas de no comentar nada, más tarde fui recogiendo información y reconstruyendo algunos pasajes. Si uno piensa que eso fue filmado en 1975 en un momento  de avance tremendo de la represión en la Argentina expresada a través de la Triple A, Alianza Anticomunista Argentina, un brazo parapolicial que ya había asesinado a muchos dirigentes y militantes, los funestos decretos firmados por la presidenta Isabel Martínez, la viuda de Perón, para “exterminar  la guerrilla”, el clima de violencia que se vivía en todo el país, y el papel  policial que jugó la burocracia sindical, es fácil imaginar el riesgo que corrían quienes participaron de la película.

En otro contexto muy diferente Raymundo hoy podría filmar la misma película, pues el papel de los burócratas no cambió demasiado. Han cambiado los gobiernos, las políticas, pero la burocracia sindical ha sido coherente consigo misma y continúa en su rol nefasto.

La filmación se hacía de manera no muy planificada, Raymundo iba consiguiendo como podía las locaciones a medida que avanzaba la producción y les iba distribuyendo el guión a los protagonistas, que no sabían cuáles serían las condiciones de la siguiente escena.

Hay  múltiples anécdotas, por ejemplo, cuando filmaron la escena del entierro del protagonista en el cementerio de Chacarita, con la presencia del caballo que según el guión era el preferido del burócrata ajusticiado, para el personal del cementerio todo se hizo como si el ritual fúnebre fuera cierto.

Raymundo ya  tenía una notable trayectoria, realizó una película muy valorada, México la revolución congelada, un gran documental. Un dato a tener en cuenta es que todo el equipo que trabajó en la filmación de Los traidores lo hizo en el formato cooperativa, ningún actor cobró por su participación, era un modo de militancia cultural y política.