Esta crónica podría ser un capítulo de alguna novela policial o de terror. Sin embargo, es la historia de Julieta, una piba sometida a un sano hijo del patriarcado, revictimizada por la institución policial, que cuando se juega la vida en algunos barrios, se le da rienda suelta a la muerte. La de Julieta, es […]
Esta crónica podría ser un capítulo de alguna novela policial o de terror. Sin embargo, es la historia de Julieta, una piba sometida a un sano hijo del patriarcado, revictimizada por la institución policial, que cuando se juega la vida en algunos barrios, se le da rienda suelta a la muerte.
La de Julieta, es una de las miles de historias de nuestra Córdoba, donde ante un sufrimiento, se obtiene otro sufrimiento, esta vez por parte de instituciones que estarían encargadas de prestar atención a las personas en situación de violencias. Pero también es otra historia donde ante la violencia múltiple que cae sobre los cuerpos feminizados, se activan las redes solidarias y comunitarias, que sostienen cotidianamente las vidas.
Eran cerca de las 23 horas del viernes 12 de abril, Johana estaba acostada con su hija a punto de dormirse. De pronto su mamá y su hermana Mayra entraron asustadas diciendo que se levante, que Julieta, su otra hermana, les había mandado un mensaje pidiendo ayuda, que la tenía encerrada su novio, «hacé la denuncia, ayudame porfa, no me quiere dejar ir». De reflejos rápidos, Mayra reaccionó pidiéndole la ubicación. «Desde antes ya sospechaba que sufría violencia pero nunca lo quiso admitir, entonces al ver el mensaje ahí no más me levanté y le pedí dos veces la ubicación, le avisé a mi mamá, nos avisamos entre las hermanas».
El mensaje era claro: «Ayudame porfa, no me deja ir. No me escribas, no me escribas porque va a escuchar».
Rápidamente tomaron un taxi rumbo a la comisaría más cercana, la número 21 de Barrio Empalme, en la ciudad de Córdoba. En ese momento les llegó otro mensaje del teléfono de Julieta: «No, no vengas, voy mañana». Las mujeres se miraron y enseguida supieron que el agresor le había agarrado el teléfono, «pasame la captura de los mensajes que te mandé para verlos» insistieron del otro lado de la línea. Ellas respondieron que la esperaban mañana en su casa, para distraerlo.
Julieta les diría después que esa respuesta fue fundamental para calmar a quien era su pareja, que en ese momento y sospechando que las mujeres iban en camino, estaba muy agresivo.
Las mujeres llegaron a la comisaría cerca de las 00hs, hablaron con los agentes de turno, explicaron que Julieta estaba secuestrada, que pedía ayuda, que corría peligro, que no sabían dónde quedaba la casa y no tenían en qué ir, «queríamos hacer la denuncia y que nos acompañe un móvil a buscarla». El cabo primero Toledo le dijo a la madre que «ellos no podían hacer nada, porque era un problema de sábanas, y que en eso no se metían», relatan las hermanas, y que «si había alguna responsable de lo que estaba pasando era mi mamá porque ella era una irresponsable por no haber cuidado bien a su hija».
Ante esta situación entendieron que la vida de Julieta dependía sólo de ellas. «En ese momento yo le pido los datos y le digo que era una falta de respeto que él dijera eso habiendo tantas mujeres que mueren por violencia de género y que nadie hace nada, y que él está como parte del Estado, y que tiene que garantizar la seguridad de todos y todas». Con tono indignado como ese día Johana sigue: «No veníamos a ver quién tenía la culpa o no de lo que estaba pasando, veníamos a pedir ayuda porque teníamos mucho miedo».
Las situaciones de violencia no se viven de igual forma en todos los sectores. Las mujeres no contaban con el dinero suficiente para moverse, ya que «quedaba en la otra punta de Córdoba». Sin poder movilizarse y sin la atención de las instituciones, Julieta hubiera quedado a merced de las circunstancias. Sin embargo activaron las redes solidarias de su comunidad para enfrentar la situación. Un amigo de su hermano tenía auto y la predisposición de llevarlas. Pero además de los recursos, en el accionar policial existe un trato diferenciado en función de la clase, «si el caso fuera de otra persona de otra clase social la policía acudiría», explica Mayra.
Cuando llegaron al barrio, otra vez pudieron valerse de sus redes: una amiga que vivía cerca las esperaba y las acompañó a una posta policial cercana para no entrar solas al lugar. Cuando llegaron los patrulleros comenzó una búsqueda casa por casa en la ubicación que les había enviado. Tras el desconcierto de no encontrarla, vieron que Julieta «se alcanza a trepar a la tapia, y el policía le grita el apellido, ella responde que sí, que es ella, y su pareja la tira para dentro. Abrieron la puerta y ahí estaban. A él se lo llevaron detenido a la comisaría número 13 de Barrio Residencial América, a ella la abrazamos y se largó a llorar».
Durante dos semanas la mantuvo encerrada, «la mataba a golpes, le pegó trompadas por todo el cuerpo, con un palo en la cabeza, su padrastro y su hermano fueron testigos de la situación y no hicieron nada», relata Johana. «Pasaba días sin comer, la ahorcaba, se quería ir y no la dejaba, faltó a su trabajo para estar ahí y que ella no se fuera de su casa, estuvo dos semanas así hasta que pudo agarrar su teléfono y pedir ayuda».
«Es una suerte que hayan tenido en cuenta este caso, siendo que hay un montón de situaciones que es carpeta cerrada, y los dejan ahí adentro de un cajón y no le dan bola», explica Mayra. «Nos alegra porque sabemos que hay muchas mujeres que lo necesitan y queda en un cajón, y que a veces es demasiado tarde».
Mujeres Activas
Las mujeres protagonistas de esta historia viven en IPV camino a Villa Posse. En la zona existen organizaciones y hasta instituciones creadas por la necesidad y movilización de sus propias vecinas, quienes saben que la respuesta estatal es una de las posibilidades que, como en este caso, suele llegar tarde o nunca.
Nos comunicamos con Mujeres Activando, una organización comunitaria que trabaja en la promoción de derechos y prevención de la violencia hacia las mujeres en esta parte de la ciudad. A partir de la experiencia de Julieta, ellas la acompañan en el largo proceso que significa recomponerse de una situación de violencia.
Mía, una de las integrantes, explica que la lucha actual del movimiento feminista es fundamental para que no se archive la causa, «se está visibilizando la lucha que estamos dando, pidiendo NI UNA MENOS, está tomando visibilidad, y por suerte esta vez nos hicieron caso, nos pudieron ver, nos pudieron atender». Por su parte Jeka, otra de las Mujeres Activando, señala la imperiosa necesidad de que «en las comisarías de los barrios se atiendan estos casos y se capacite con perspectiva de géneros a los que nos atienden allí».
La insistencia y la perseverancia de estas mujeres, la solidaridad de las redes comunitarias y la valentía de Julieta, hicieron que hoy ella esté viva. El sistema policial y judicial no atiende la gravedad que estas situaciones implican, siendo parte de las violencia que vivimos a diario, asegurando su reproducción.
* Los nombres de las personas implicadas en el hecho, salvo el efectivo policial, son ficticios. Es un modo de cuidarnos.
Fuente: http://latinta.com.ar/2019/06/violencia-policial-cuidado-comunitario/